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Memoria en ruinas: la Torre dei Conti y la fragilidad del pasado en Roma

La caída de la Torre dei Conti expuso la fragilidad de las ruinas y de la memoria. Este reciente hecho visibilizó cómo el pasado se derrumba bajo el peso del turismo.

Mariana Álvarez Barrero

04 de noviembre de 2025 - 04:13 p. m.
Los bomberos trabajan en el lugar después de que una sección de la Torre dei Conti colapsara cerca del Foro Imperial, en Roma (Italia), el 3 de noviembre de 2025. Construida en 1238 por la poderosa familia del papa Inocencio III, la torre fue durante siglos un símbolo del poder feudal en el corazón de Roma.
Foto: EFE - MASSIMO PERCOSSI
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Las ciudades contemporáneas, obsesionadas con restaurar y atraer visitantes, tienden a olvidar la esencia de lo que intentan preservar. A las 11:30 de la mañana del 3 de noviembre, en pleno corazón de Roma, una nube de polvo cubrió el aire junto al Foro Imperial. En medio del estruendo, la Torre dei Conti, una estructura medieval de casi nueve siglos, se derrumbó parcialmente. Un tramo interior y parte de su fachada colapsaron.

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Cuatro de los cinco obreros que trabajaban en la restauración lograron salir. El quinto, Octav Stroici, de 66 años, fue rescatado con vida, pero murió horas después en el hospital. El alcalde, Roberto Gualtieri, declaró luto oficial para el 5 de noviembre. La escena, con los bomberos acordonando la calle y un dron sobrevolando el vacío, condensaba la imagen de una ciudad confrontada con la fragilidad de su pasado.

Construida en 1238 por la poderosa familia del papa Inocencio III, la torre fue durante siglos un símbolo del poder feudal en el corazón de Roma. En su origen alcanzaba los 60 metros; hoy apenas supera los 29. Lo que queda de ella son los cimientos de un tiempo que se creía eterno. Desde 2006 permanecía cerrada al público, sin mantenimiento, pese a su ubicación privilegiada, a pocos metros del Coliseo.

El proyecto actual, financiado con fondos de la Unión Europea, buscaba recuperar la estructura para convertirla en museo. Según la Superintendencia del Patrimonio Cultural de Roma, se realizaron estudios y ensayos de carga antes de iniciar las obras. Todo parecía en orden, pero la torre volvió a caer, como si el pasado se resistiera a ser manipulado otra vez.

La complejidad de restaurar lo irrecuperable

El arquitecto Juan Pablo Aschner, decano de la Facultad de Creación de la Universidad del Rosario, explicó que lo ocurrido fue un daño parcial, no total. Recordó que la torre llevaba casi dos décadas cerrada y que Roma acumula cientos de monumentos en espera de intervención.

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El proyecto buscaba integrar la torre al circuito del Foro Imperial. Tenía mérito, porque permitía al público reconocer el valor de lo medieval. Pero restaurar una torre del siglo XIII con criterios del XXI implica riesgos enormes. No se trata de hacerla habitable, sino de dejarla en condiciones seguras. Las técnicas actuales permiten estabilizar ruinas, pero no eliminar el azar. Cada perforación, cada refuerzo, puede reabrir una fractura invisible.

Para Aschner, el derrumbe evidencia la tensión entre conservación, turismo y responsabilidad. Muchos proyectos se financian con recursos del turismo, pero esa misma economía presiona para convertir el patrimonio en producto. El reto, dice, es mantener la autenticidad sin transformar la historia en escenografía. Intervenir un edificio de ocho siglos es dialogar con lo desconocido: con materiales y técnicas que ya no existen. Si se hace bien, el pasado se hace visible; si se hace mal, se convierte en decorado.

El arquitecto también menciona que Europa tiene ejemplos donde lo contemporáneo dialoga con lo antiguo de manera respetuosa, pero ese diálogo requiere tiempo, inversión y cuidado.

Esta advertencia va más allá de lo técnico. Revela una relación frágil entre las ciudades y su memoria, una tensión que algunos expertos describen como una forma de amnesia colectiva.

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La amnesia arquitectónica

El colapso ocurre en un contexto de crisis silenciosa del patrimonio arquitectónico. Mario Omar Fernández, profesor y especialista en patrimonio cultural de la Universidad de los Andes, lo resume así: “El derrumbe simboliza la ausencia de políticas claras de gestión de riesgos. Habla del abandono, de cómo las sociedades priorizan lo nuevo y relegan lo antiguo. Las ruinas, que alguna vez fueron símbolos de gloria, hoy se perciben como obstáculos”.

Fernández llama a esto amnesia arquitectónica: la memoria subordinada al urbanismo rentable. En muchas ciudades, los terrenos históricos se ven como oportunidades de desarrollo, y los monumentos, como interrupciones del flujo contemporáneo.

En Roma, esa contradicción se amplifica. Ninguna otra ciudad convive con tanta densidad de pasado y presente. Pero esa misma superposición genera fricción, pues la restauración se convierte en una negociación con la ruina.

El panorama latinoamericano

María del Rosario Escobar, directora del Museo de Antioquia, opina que el colapso de la Torre dei Conti revela una verdad que trasciende a Italia: el mantenimiento del patrimonio es una tarea costosa y constante, muchas veces fuera del alcance económico de quienes lo poseen.

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“Si en un país como Italia esto sucede, en América Latina la vigilancia y la conciencia sobre la conservación deben ser aún mayores”, advierte. En Colombia, añade, persisten numerosos edificios patrimoniales en manos privadas cuyos dueños no pueden asumir las exigencias técnicas y financieras que imponen las normas actuales.

Escobar considera que la tragedia en Roma invita a repensar la relación entre el Estado, los propietarios y la sociedad. “El punto crítico está en esa zona gris, entre lo público y lo privado, entre la conservación estricta y la reutilización de los edificios”, explica.

A fin de cuentas, concuerda con que el siglo XXI ha convertido el patrimonio en un producto. Las ruinas se iluminan, se cercan, se vuelven escenografías para el turismo, pero en ese proceso pierden su esencia. Un monumento restaurado puede perder autenticidad si la intervención borra las huellas del tiempo.

Quizás eso explique el desconcierto ante la caída de la Torre dei Conti: no era solo una torre; era el recordatorio de que el pasado no se puede mantener intacto a fuerza de cemento o subvenciones. La historia no se conserva por decreto, sino por cuidado.

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Por Mariana Álvarez Barrero

Periodista de la Universidad del Rosario. Apasionada por la agenda global, la literatura y la economía. Además, presentadora de Moneygamia, formato audiovisual de finanzas fáciles de El Espectador.malvarez@elespectador.com
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