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Día de los Pueblos Indígenas: “La Conquista y la inferioridad de los indios”

El historiador Jorge Orlando Melo presenta en la Feria Internacional del Libro de Bogotá su más reciente obra “Colombia: las razones de la guerra”, sello editorial Crítica. Fragmento sobre por qué los españoles llegaron a dudar de que los indígenas fueran seres humanos.

Jorge Orlando Melo * / Especial para El Espectador
09 de agosto de 2021 - 04:28 p. m.
Según Jorge Orlando Melo "las descripciones de los indios durante la Conquista reflejan tanto la sorpresa de los españoles ante gentes tan diferentes de ellos mismos como la construcción gradual de una imagen del indio que legitimara el sometimiento y la violencia".
Según Jorge Orlando Melo "las descripciones de los indios durante la Conquista reflejan tanto la sorpresa de los españoles ante gentes tan diferentes de ellos mismos como la construcción gradual de una imagen del indio que legitimara el sometimiento y la violencia".
Foto: Mauricio Alvarado

Al descubrir América, en 1492, Colón definió de entrada a los indios como sujetos al rey de España, siguiendo las teorías políticas vigentes en su continente. Los españoles, en la Europa medieval, enfrentaron por siglos a los árabes, enemigos de su religión e invasores de sus tierras, y sus juristas y sus teólogos se familiarizaron con los argumentos de la filosofía escolástica sobre las justificaciones de la guerra. Pronto aplicaron estas ideas al contexto americano. (Recomendamos: El agridulce Día de los Pueblos Indígenas).

¿Cómo legitimar el sometimiento de los indios, que tenían sus propios gobiernos y cuyos gobernantes eran obedecidos por sus vasallos? La guerra justa contra los árabes había dado a los reyes españoles el dominio indiscutido de la península y de las tierras que antes habían ocupado, también por una guerra, los árabes. ¿Podía haber una guerra justa contra los habitantes de las Indias, que permitiera apropiarse de sus tierras y reemplazar el poder de sus gobernantes por el dominio del rey de España? (Más: 25 años de lucha por los derechos de los pueblos indígenas).

Los Reyes Católicos buscaron pronto dar una base conceptual a este poder y se apoyaron en la creencia de que el papa tenía un dominio eminente sobre todo el universo para pedirle que reconociera la autoridad de España sobre los pueblos descubiertos. Con base en esto, en mayo de 1493 el papa Alejandro VI (de la familia Borgia) dio a España y Portugal el derecho preeminente a convertir a los infieles en las nuevas tierras, y en esta “donación” incluyó el derecho a apropiarse de sus reinos y a someterlos: “Y a vosotros y a vuestros herederos y sucesores os hacemos… señores de ellas con plena y libre y omnímoda potestad, autoridad y jurisdicción”. (Entrevista de Cecilia Orozco a Jorge Orlando Melo sobre la pandemia).

Muchos teólogos y juristas españoles, sin embargo, dudaban de que el papa tuviera autoridad para añadir al encargo evangelizador, basado en el precepto evangélico de predicar a todos, el dominio político de los nuevos reinos, y varios de ellos, como Bartolomé de las Casas, Francisco de Vitoria o Domingo de Soto, alegaron que, como el papa no era señor temporal del universo, no podía ceder este dominio a otros. El derecho a la conquista, después de una larga discusión teológica, apoyada en las doctrinas de la Escuela de Salamanca y en justificaciones que hacían parte de lo que se estaba conformando como una teoría del “derecho de gentes”, se dedujo entonces (sobre todo, en un refinamiento de este razonamiento) de la resistencia de los indios. Estos, según esas teorías, estaban obligados, como todos los seres humanos, a permitir el comercio a otras naciones y a aceptar la prédica de la religión. Si los indios no permitían la evangelización pacífica del cristianismo ni que los doctrineros se establecieran entre ellos, o si oponían la violencia a la acción “pacífica” de estos, entonces se les podía hacer la guerra, después de explicarles los argumentos teológicos del caso.

El Requerimiento, escrito en 1513, codificó este argumento, y su muy cuidadosa redacción incluyó, siguiendo la bula papal, el derecho al dominio pleno del rey. A los indios se les explicaba que el papa, señor del universo, había dado el mando de las nuevas tierras a los reyes para que les enseñaran la fe; por lo tanto, si no aceptaban la soberanía española ni pagaban un tributo, y si se oponían a la predicación, podían ser sometidos por la guerra, así como ser esclavizados y vendidos. Los conquistadores, como lo relató Gonzalo Fernández de Oviedo, tomaron en broma esas “teologías”, y Martín Fernández de Enciso transcribió una presunta respuesta al requerimiento, dada en 1514 por un cacique del Sinú, y en la cual dice que el papa que daba lo que no era suyo debía de estar borracho, y el rey que aceptaba lo que le daba alguien que no era dueño debía de ser un loco. Pero es probable que el Requerimiento, más que persuadir a algún indio, buscara, ante todo, convencer a algunos españoles escépticos y angustiados.

Este argumento, pese a sus debilidades, reapareció una y otra vez entre los tratadistas españoles. Francisco de Vitoria, por ejemplo, señaló en 1532 que la donación papal no daba derecho de dominio al rey de España, pues el rey no era soberano temporal del mundo, ni ocuparse de la conversión de los indios lo convertía en soberano de ellos. Pero si los indios no se sometían y, en especial, si ofrecían alguna forma de resistencia armada a la prédica cristiana, era lícito atacarlos y someterlos a la fuerza.

Era, entonces, una “guerra justa” la que se hacía contra el indígena que oponía resistencia armada al intento de convertirlo y de someterlo. Al mismo tiempo, la resistencia de los indios, con sus “formas extremas de violencia” (el uso de flechas envenenadas que mataban españoles), permitió verlos como rebeldes más que como enemigos (el “enemigo” sigue las reglas convencionales del derecho en la guerra, pero el “rebelde” comete excesos y da muerte a los que no están armados), lo que les dio a los conquistadores el derecho a enfrentarlos sin someterse a ningún tipo de reglas.

Así, la guerra contra los indios era justa, porque no aceptaban la predicación cristiana, pero podía hacerse sin atenerse a normas, a un posible “derecho de guerra”, porque dicha predicación era impedida con formas de violencia inaceptables. Todas estas justificaciones hicieron lícito que los indios capturados fueran ejecutados o esclavizados, y que esto se pudiera aplicar a la población en su conjunto: mujeres y niños eran vendidos como esclavos en remates al final de las campañas, las cuales podían incluir el uso de perros de presa, la quema de las casas y cultivos de los indios, violaciones masivas de indígenas y acciones que buscaban producir terror entre esta población.

El otro argumento provenía de la tradición de Aristóteles: alegaba que los indios de las Antillas eran bárbaros, como lo mostraban, entre otras costumbres, el canibalismo y la sodomía que practicaban, por lo que podían ser conquistados o esclavizados por pueblos más avanzados y racionales. De este modo, una visión global de los indios, una caracterización simplificada de sus rasgos como grupo humano, sirvió para alegar su inferioridad y para justificar que fueran dominados por un grupo “superior”.

Este argumento se aplicó de 1503 a 1530, y de forma amplia, en la costa Caribe colombiana, en un periodo durante el cual se hicieron decenas de expediciones a esta zona para capturar esclavos y venderlos en las islas del Caribe, como Santo Domingo y Cuba. Sin embargo, ni el canibalismo ni la sodomía eran prácticas de los taínos ni de otros pueblos más o menos pacíficos de esta región (por ejemplo, no hay testimonios muy creíbles sobre canibalismo entre los pueblos de la costa Caribe de Colombia), y pronto se hizo evidente que los conquistadores trataban de definir a un grupo como caníbal para poder esclavizarlo.

Así pues, desde temprano aparecieron argumentos para mostrar que los indios podían ser convertidos en siervos o esclavos: las descripciones de estos y su caracterización se convirtieron en elementos importantes de la justificación de la violencia. Cuando eran indios de habilidades limitadas, pero pacíficos, eran vistos como buenos para trabajar y obedecer (como dijo Colón de los indios de Guananí), lo que demostraba que habían sido creados para servir a otros o que habían sido condenados a esa vida por sus pecados.

Pronto, esta visión del indio como siervo o esclavo se reforzó con argumentos bíblicos, como el relato en el Antiguo Testamento en el que Cam, hijo de Noé, fue maldecido por burlarse de la desnudez de su padre y, en consecuencia, sus descendientes fueron condenados a ser esclavos de los descendientes de sus hermanos, Sem y Jafet. Durante la Edad Media europea, este relato reforzó el argumento aristotélico con un testimonio, muy importante para la época, de origen religioso; sin embargo, la afirmación de que los indios estaban sujetos a la maldición bíblica de Cam suponía que estos eran considerados descendientes de Cam o de la tribu de Isacar, lo que no era fácil de probar; su color más oscuro fue alegado como indicio, y en un argumento circular, la servidumbre a la que fueron sometidos, su misma docilidad, se convirtió en prueba de que estaban destinados por Dios a ser esclavos de otros.

Por ejemplo, en el siglo XVII, Pedro Simón afirmó que fray Tomás Ortiz, primer obispo de Santa Marta, que vivió en esta ciudad entre 1529 y 1532, había llamado “asnos”, “con este nombre que parece bien a propósito” a los indios, capaces, por tanto, de “llevar carga” y “pagar tributos”. El argumento bíblico tenía bastante fuerza cuando se trataba de justificar el derecho a esclavizar a los descendientes de Cam, identificados con los negros, pero no era tan convincente para probar que los indios debían también ser esclavos.

Esto llevó, en general, a debates más matizados: los indios podían estar sujetos a la maldición bíblica, pero si se convertían y se hacían cristianos, se liberaban de esta y, por lo tanto, no podían ser esclavizados. Se volvía así al argumento original del derecho de gentes: si eran violentos, si se oponían a la predicación de la fe, podían ser castigados con la muerte o la esclavitud, como se había ya dicho en la cédula en la que Isabel la Católica lo autorizó; pero al someterse y aceptar la autoridad del rey, que les imponía tributos y obligaciones de trabajo, no podían ser convertidos en esclavos.

Las descripciones de los indios durante la Conquista reflejan tanto la sorpresa de los españoles ante gentes tan diferentes de ellos mismos como la construcción gradual de una imagen del indio que legitimara el sometimiento y la violencia. La justificación de la esclavitud y de la guerra estaba tanto en su carácter bárbaro y salvaje, manifestado por los pecados más graves, como en la definición generalizada de inferioridad básica, que mostraba que eran menos cultos y menos ingeniosos que los españoles.

Después de 1532, sin embargo, predomina la idea, más acotada, de que es posible, aplicando con cierta laxitud a Aristóteles, declarar que era legítimo someter a los indios al mandato de los más hábiles14, pero solo considerándolos vasallos, sujetos a la tutela del rey y de los encomenderos, y capaces de adoptar el cristianismo. Todo esto llevó a una clara diferenciación entre los españoles y los indios que, aunque expresada en estos momentos en términos de hábitos, conductas y culturas, ayudó a conformar las concepciones racistas posteriores.

Durante los primeros años, entre 1500 y 1537, esta valoración llevó, incluso, a que se pusiera en duda el carácter humano de los indios. Esto se zanjó por una declaración del papa Paulo III, emitida en junio de ese año (Sublimis Deus), y que reconoció el carácter humano y el alma de los indios; sin embargo, esta declaración (como lo subrayó un obispo de la época) tenía doble filo: al tener alma, eran sujetos de conversión y resultaba legítimo hacerles la guerra y someterlos al dominio del rey español para obligarlos a permitir la predicación cristiana. Estos debates preocupaban a los teólogos y a los pensadores políticos —interesados en la tranquilidad moral, la conciencia y la salvación de reyes muy católicos y que actuaban en nombre de la religión, por la viabilidad de los establecimientos españoles y por la necesidad de enfrentar a los enemigos del imperio—, pero no preocupaban igual a los colonos españoles.

Para estos, que venían de experiencias muy diferentes en su país natal (militares o colonos campesinos, por ejemplo), el problema era justificar el derecho a obligar a los indios a trabajar para ellos, cederles sus tierras, darles sus comidas, pagar tributos y someterse a las normas de las autoridades locales; es decir, a poder sujetarlos por la fuerza, a hacerles la guerra, sin muchos límites ni consideraciones, y sin estar, por ello, en pecado. En general, colonos y autoridades en América, menos expertos en asuntos teológicos o filosóficos, parecen haber adoptado un argumento de necesidad: sin el trabajo indígena no era posible mantener las colonias o los poblados.

En consecuencia, si los indios no eran obligados a la obediencia política, no sostendrían a los españoles con su trabajo, y entonces no podría atenderse la obligación derivada de la donación pontificia. Este argumento pesaba, y las autoridades españolas debían tenerlo en cuenta, en buena parte, porque la conquista era una empresa conjunta del rey y de los conquistadores, que la financiaban y la ejecutaban como particulares, y sentían por ello que tenían derechos propios, comparables a los del rey.

Esto exigía a las autoridades americanas un equilibrio complejo. Para que ese trabajo indígena —y en general, el sometimiento forzado al que se sometía a los indios— pudiera justificarse, era necesario acompañarlo con políticas para proteger a los indígenas (que, ya lo hemos visto, incluían tanto a “salvajes” como a indios buenos) y evitar los excesos que llevaran a su extinción o los empujaran a la rebelión.

Por lo anterior, la idea de que los nativos podían ser esclavizados se abandonó y se reemplazó por la de que los indios eran vasallos, sujetos del rey, que debían pagar tributos y a los que este podía ordenar formas serviles de trabajo. Los debates sobre estos temas fueron interminables y de gran riqueza, y en ellos aparece el rechazo de los colonos a los alegatos de los curas y a las normas reales que los obligaban a moderar la explotación del indio.

* Se publica con autorización del Grupo Editorial Planeta.

Por Jorge Orlando Melo * / Especial para El Espectador

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