Diario de confinamiento XI: El coronavirus se come la bicicleta (Tintas en la crisis)

En España ya llevamos más de cinco semanas de confinamiento.

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Daniela Siara
19 de abril de 2020 - 08:25 p. m.
Cortesía
Cortesía
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

 

A día de hoy han sido 38 días, que van a alargarse un buen tiempo más. Sin embargo, no se me ha hecho tan largo como cabría esperar. Pero mi sensación es que la inactividad física que ha conllevado este encierro ha provocado, paradójicamente, mucho movimiento emocional. Los adultos hemos ido superando fases y desasosiegos, tenemos muchos recursos para ello; podemos hablar de nuestros sentimientos y miedos con otros adultos, podemos escribirlos, usar la ironía o expresarnos a través del arte. En cambio, los niños pequeños no tienen esas herramientas. El confinamiento tiene muchas particularidades para ellos. Lo más relevante es su capacidad de adaptación. Ellos viven en el presente, y eso les ayuda mucho en situaciones como esta. Martí enseguida entendió que no podíamos salir de casa y lo aceptó sin mucho problema. Juega, mira cuentos, salta y nos acompaña en nuestras actividades. Y, generalmente, lo hace con ilusión y alegría. De hecho, hablando con otras madres hemos coincidido en que parece que les compensa mucho tener a sus padres las 24 horas del día en casa junto a ellos.

Sin embargo, a lo largo de las semanas he ido entendiendo que, si los escuchamos con atención, podemos detectar muchos matices a través de comentarios inocentes. Es su instinto asomándose en lo cotidiano.

Si está interesado en leer el capítulo anterior de este diario, ingrese acá: Diario del confinamiento X: Vivir con lo mínimo (Tintas en la crisis)

 

Tristeza

Un día de la segunda semana de confinamiento, antes de sentarnos a almorzar, tuve un pequeño desacuerdo con Martí. Él empezó a llorar con mucha intensidad, con una reacción desproporcionada. Le pregunté si algo le dolía y sí quería que lo abrazara. Me dijo que no. Intenté tocarlo. Me apartó la mano. Le dije que estaría sentada a su lado, sin tocarlo, pero disponible. Lloró unos cinco minutos que me parecieron eternos. Qué impotencia, pero tenía que estar cerquita y sostener la situación sin minimizar su reacción. Miquel, su padre, vino a ver qué pasaba. Le hice señas de que no le dijera nada, que lo dejara llorar. Lo necesitaba. No estamos acostumbrados a los niños tristes. Un niño es un elogio a la alegría, pero qué sano es que pueda expresar también esos otros sentimientos que no suelen ser tan bien recibidos. Ya me hubiera gustado a mí... Toda la mañana había estado raro. Claro, normal, su vida cotidiana se había esfumado sin preparación alguna… Esperé a su lado sin decirle nada. Poco a poco bajó la intensidad del llanto. Se limpió las lágrimas y los mocos con la mano. Se levantó, fue a por su cuento favorito y me lo acercó. Lo senté en mis piernas, lo abracé y le di un beso. Él me miró con su luminosa sonrisa de siempre y abrió el cuento. Su normalidad había cambiado, pero mamá y papá, sus cuentos y su casa estaban en el lugar de siempre. 

Adaptación

Unos días después empezamos a modificar los espacios de la casa, como mecanismo de adaptación en nuestra búsqueda de cierta “normalidad” para el niño. Ahora tenemos una zona de plástica, puzles y juegos de motricidad fina en una habitación. Otra habitación con un sofá-cama para saltar y con juguetes a disposición. En la sala hemos despejamos el espacio para diferentes propuestas de psicomotricidad, y hemos creado una zona cómoda y a su medida para mirar libros. 

Llevamos casi un mes con la rutina de ir rotando por todos los espacios, variando las actividades que nos ofrece cada habitación. A veces lo acompañamos a jugar, sin intervenir, y otras veces interaccionamos activamente en sus juegos. Vamos improvisando, amoldándonos.

Sin embargo, pasado este tiempo, me he dado cuenta que él está necesitando actividades nuevas. Un apartamento grande lleno de material y juguetes nunca podrá sustituir el aire fresco, la luz natural, el movimiento y el juego que los niños desarrollan en un parque junto a otros niños de su edad. Para crecer saludablemente, se estima que son necesarias al menos tres o cuatro horas diarias de juego espontáneo al aire libre. Aún en esta situación especial de confinamiento por la pandemia, la OMS recomienda, al menos, una hora al día de actividad física en el exterior. En España no se ven niños en la calle, tienen prohibido salir. Así que estamos en reinvención. A partir de esta semana le estoy ofreciendo juegos con agua en el balcón y me está ayudando a regar y limpiar las plantas. 

De verdad que me parece patético ver a Martí y otros muchos niños mirando el mundo desde el balcón, mientras las calles y nuestro parque comunitario están totalmente vacíos.

Miedos

Otro día le dije a Martí que saldría a hacer la compra y que iría en bicicleta, para aprovechar y dar una vuelta. El me miró muy serió y respondió:

—Mamá, no salgas a la calle que el coronavirus se come la bicicleta.

Desde el primer momento le habíamos explicado con palabras sencillas y claras lo que estaba pasando, y porque teníamos que hacer tantos cambios en nuestro día a día. Con ese comentario entendí que había captado perfectamente que afuera había algo realmente amenazante. Expresó su angustia de manera muy ocurrente y en coherencia con su comportamiento, pues ya me había dado cuenta de que, desde hacía muchos días, no me pedía salir al parque.

Un día leí un articulo de opinión de El País en el que una mujer explicaba que sacaba a sus hijos a correr al parqueadero. Me pareció una idea buenísima. Le ofrecimos ir y nos dijo que no. Al otro día le ofrecimos nuevamente ir (le dijimos que nosotros lo cuidaríamos mucho y que nada podría pasarnos) y aceptó. Fue con su padre. Corrió como no lo había hecho en semanas. Se lo pasó en grande. Llegó sudoroso y mugriento a casa. Me encantó. A partir de ese día, todos los fines de semana lo llevamos un ratito al parqueadero a correr, chutar el balón y a montar bicicleta. 

Si está interesado en leer la séptima entrada de este diario, ingrese acá: Diario del confinamiento VII: Ir al supermercado, una actividad de alto riesgo

Videollamadas

Desde que estamos confinados tenemos una vida social bastante activa, gracias a las videollamadas. Pero, últimamente, Martí ha perdido interés en ver a los abuelos, tíos y amigos a través de la pantalla. Creo que en eso los padres nos estamos equivocando. Los adultos somos dependientes de esos medios de comunicación para estar cerca, pero los niños pequeños no necesitan estar viendo a las personas para tenerlas presentes. Para ellos lo importante es la vivencia interna que tienen con esas personas. Nos tocará también hacer una reinvención, contar cuentos en los que aparecen las personas que no ve, jugar a que los llama, dibujarlos, mostrarle fotos de ellos. Alimentar estas relaciones amorosas que está construyendo con su red de personas queridas de formas imaginativas. ¡Cómo no lo había pensado antes! Una idea muy útil para quienes tenemos nuestra familia lejos.

Juego libre

Un día mi esposo y yo estábamos relajados en el sofá, hablando de nuestras cosas. Le explicamos al niño que buscara en qué entretenerse, pues estábamos ocupados. Y al darle ese espacio creó uno de los juegos más bonitos que le he visto hacer. Esparció por el suelo las decenas de cajas de DVD (películas y conciertos) que tenemos en casa, e hizo una forma de avión con todas ellas. Luego, puso un animal sobre cada una de las cajas, meticulosamente, contemplando incluso a los pilotos y la zona de maletas. Y así se la pasó, más de una hora, jugando con el avión y los pasajeros. Esta situación me demostró que es interesante dejar al niño espacios de No atención. Espacios vacíos, sin estímulos externos, para que desarrolle su juego libremente. Puede que a veces reclame atención, pero hay que confiar en la capacidad que tiene de entretenerse solo.

Desde ese día, varias veces me he inventado actividades domésticas como pretexto para darle espacio y observarlo en su juego desde la distancia. Y me he dado cuenta de que en los diálogos de sus juegos sus personajes hablan del coronavirus y se pelean por salir o no al parque. Es como si representar este conflicto le ayudara a hacer más comprensible la situación. ¡Qué bonito! Esa es la potencia del juego simbólico, repiten y repiten una situación, hasta que logran entender algo e integrarlo.

Miedos II

Desde esta semana Martí me acompaña a tirar la basura. Más o menos cada dos días salimos con ese pretexto y nos damos una pequeña vuelta, con la bolsa de basura en la mano, por si nos encontramos a la policía. A veces vamos con su patinete. Un día salimos mientras llovía, con botas, sombrillas y chubasqueros. Él se puso a saltar en los charcos. Estuve a punto de decirle que parara, pero me callé. Al poco rato empecé a hacerlo yo también, primero tímidamente y luego sin vergüenza alguna. Total, no había nadie en la calle. Reíamos a carcajadas. Él por el puro placer de saltar charcos, yo por haberme dejado arrastrar por su mirada de niño. Le estábamos robando a la anormalidad instantes de naturalidad infantil. 

Uno de estos días, cuando regresábamos a casa, quiso coger del suelo una hoja de un árbol y me preguntó si la hoja tenía coronavirus. Por supuesto le dije que la podía coger, esa y todas las que quisiera en la media cuadra que nos faltaba para volver a casa. Cuando estábamos al frente de nuestro edificio me preguntó sí las puertas tenían coronavirus. Le contesté que quizás sí, en los pomos, y que era mejor no los tocara. Mamá abre las puertas. Entramos a casa e hicimos nuestro ritual de limpia post-calle. Mientras le ayudaba a lavarse sus manos pequeñas pensaba en lo delirante que debe ser para un niño toda esta situación… Luego me miró muy serio y me dijo: 

—Mamá, he visto gente en bicicleta en la calle. Si al coronavirus ya no le gustan, ¿podemos salir con las nuestras?

Por Daniela Siara

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.