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“Druk”: el poder de la bebida y la falibilidad humana

Reseña sobre la película “Druk”, que propone diversas reflexiones, algunas profundamente existenciales, otras prácticas como la salud mental y lo poco que se valora a los educadores, incluso, en un país desarrollado.

Andrés Gómez Morales
20 de julio de 2021 - 10:43 p. m.
El actor danés Mads Mikkelsen es uno de los protagonistas de "Druk".
El actor danés Mads Mikkelsen es uno de los protagonistas de "Druk".
Foto: Archivo particular

Resulta extraño encontrarse con la reciente película del director Thomas Vinterberg y no ver sino mínimas referencias al gran catálogo de cine dedicado al alcohol y a los alcohólicos, a pesar de la exaltación a la bebida que allí se propone. Porque si algo tienen de atractivo las ficciones alrededor de los borrachos es que los exime de su patetismo real y son presentados con las características de una criatura fantástica que expresa, según Fellini, a la manera de un clown: “el aspecto irracional humano, la componente del instinto, esa porción rebelde y contestataria contra el orden superior que existe en todos nosotros”. Si bien de esto no da cuenta el danés como lo hicieron Billy Wilder, John Houston y Barbet Schroeder por medio de sus protagonistas, Ray Milland (Lost Weekend,1945), Albert Finney (Under The Vulcano, 1984) y Mickey Rourke (Barfly, 1987); no deja de dotar a los suyos de un aura cómica asechada por la tragedia que puede tener alguna lejana similitud con los ángeles caídos de Wenders.

Pero más allá del juego de las similitudes con otras películas que tocan el tema y de los altibajos estilísticos de Vinterberg en los últimos años, con Drunk (2020), traducida “Otra ronda” en Latinoamérica sin hacerle justicia a la expresión danesa para designar a quienes consumen alcohol en exceso, estamos frente a unos de los trabajos más sentidos y personales del firmante del manifiesto Dogma. Sin duda influye en el tono melancólico con el que se desarrollan los acontecimientos y en la notable actuación de Mads Mikkelsen, la muerte de la hija de diecisiete años del director, ya que desde el principio tenía el propósito de rendirle un tributo a su generación. No en vano el epígrafe de Kierkegaard seguido de la dedicatoria a Ida reza: “¿Qué es la juventud? / un sueño/ ¿Qué es el amor? / El contenido de este sueño”. Por otra parte, el enfoque íntimo se ve en el color local producto de la inmersión dentro de las instituciones educativas como en la cotidianidad de un grupo de profesores incapaces de comunicarse con los estudiantes debido a un inexplicable sentimiento de derrota.

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Aunque el ambiente escolar en la que aparece inmerso Mikkelsen recuerda un trabajo previo junto a Vinterberg, Jagten (2013), donde una comunidad acusa injustamente a un profesor de pedofilia, en este caso el disparatado experimento social propuesto por un grupo de profesores, quienes reconocen haber perdido el entusiasmo de vivir y la confianza en sí mismos para romper con su tediosa cotidianidad, le da un desarrollo más relajado a la trama. La idea de realizarlo surge en el cumpleaños cuarenta del psicólogo del grupo encarnado por Magnus Millang (Nikolaj), quien hace una pregunta retórica en la mesa de un lujoso restaurante al calor de unas copas con vodka ruso de trigo fermentado y enfriado, de consistencia sedosa y redonda: “¿Qué es ser sensato?” Mikkelsen (Martin), el historiador, se conmueve al escuchar a su colega no sólo por haber sido confrontado previamente en clase por los estudiantes y padres de familia debido a su desinterés hacía la asignatura a cargo, sino por la relación fría que tiene con su esposa y dos hijos adolescentes. Ante las lágrimas de su compañero, Thomas Bo Larsen (Tommy) el veterano profesor de educación física, recuerda lo mucho que admiraba el trabajo académico de Martin y su habilidad para la danza jazz, intentando subirle el ánimo.

En este punto Nikolaj expone la improbable teoría del psiquiatra Finn Skarderud (1956, Noruega): “Los humanos nacen con un déficit del 0,05% de alcohol en la sangre. Tomar esa cantidad nivela el organismo, hace el oído más musical y te mantiene en actitud abierta ante el mundo”. Los demás le encuentran sentido a la afirmación y en consecuencia cambian el vodka por unas botellas de vino Jerome Chezeaux, mientras escuchan el canto de un coro masculino que canta a capella en el lugar. De ahí en adelante los cuatro personajes, incluyendo a Lars Rantle (Peter), el músico, se entregan al influjo del alcohol con el pretexto de realizar una investigación académica cuyo objetivo es “recopilar datos sobre las repercusiones psicológicas de motricidad verbal y psico retóricas para observar la mejora en las relaciones humanas y profesionales”, bajo la promesa de beber solo en horas de trabajo a la manera de Hemingway.

Como es de esperarse la ingesta moderada de alcohol tiene un impacto positivo en las clases, pues la desinhibición da vía a la locuacidad e ingenio de cada cual en su asignatura, por ello deciden llevar el experimento a mayores niveles de consumo. Entre uno y otro nivel desfilan imágenes de reivindicación y ternura que evocan fragmentos de comedias de Cameron Crowe, sobre todo la escena del pequeño niño rubio futbolista con anteojos que entrena Tommy mientras toma cortos sorbos de su cantimplora deportiva; también extractos de melodías compuestas por Tchaikovski, así como interpretaciones de Schubert a cargo del mítico pianista Klaus Heerfordt, de quien Peter menciona que se destacaba en su arte tocando en el punto exacto de embriaguez y sobriedad. Sin embargo, cuando los profesores parecen alcanzar el equilibrio, la ingesta progresiva los lleva a tener accidentes laborales y familiares cada vez más graves y desprovistos del humor etílico purificador inicial.

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El despliegue escénico de actores daneses da cuenta de los altibajos del proceso hacía los limites del experimento, se transforman frente a la cámara sin necesidad de recurrir al exceso histriónico como si previeran el majestuoso final. Se dan el lujo de bailar como adolescentes en la esfera privada sin intervención exterior y de arrastrarse en el piso de sus hogares rompiendo con el orden doméstico, hasta padecer la resaca metafísica del adulto vergonzante. Mikkelsen se consagra en el camino que va de la melancolía a la euforia del baile que sirve de coda al drama. Por su parte, Vinterberg evita ser aleccionador frente a las situaciones límite, al contrario se vale de los diálogos en las pruebas finales de los estudiantes para reflexionar con Kierkegaard sobre la falibilidad humana y aceptarla para poder amar a los demás y a la vida, a pesar de que el mundo no es tal y como lo imaginamos.

Lejos de ser una apología al consumo de alcohol, Druk propone diversas reflexiones, algunas profundamente existenciales, otras prácticas como la salud mental y lo poco que se valora a los educadores, incluso, en un país desarrollado. Al mismo tiempo se nota en la puesta en escena un equilibrio entre la técnica y las formas que le permite decir al director lo que quiere sin la violencia dramática de su primera película internacional, Festen (1998).

Por Andrés Gómez Morales

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Jaime(64690)22 de julio de 2021 - 07:10 a. m.
Es una excelente película que genera profundas reflexiones y que no pretende ser moralista ni es facilista. Un oasis en medio de tantos rápidos y furiosos superhéroes.
Julio(4143)21 de julio de 2021 - 02:38 p. m.
Excelente análisis.
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