El mundo parece extraviarse siempre un poco más cuando parten quienes intentaron a lo largo de sus vidas narrarlo y comprenderlo. América Latina todavía tiene narradores que la describen y la mantienen viva en medio de sus luces y de sus sombras (afortunadamente), pero sin entrar aquí en una cuestión de gustos y juicios, el tiempo mismo parece recordarnos cada tanto que extrañamos más a unos que a otros, y entre los más, está Eduardo Galeano.
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Fue por Las venas abiertas de América Latina, quizá, que Eduardo Galeano fue fijado en la retina del continente y, de paso, en la memoria del mismo. Aunque tiene muchos otros, su nombre suena sobre todo por esta obra que no cayó bien en su momento en los líderes de esta parte del mundo, líderes que decidieron instalarse en ese momento de la historia como parte de una serie de dictaduras que marcaron a la región.
Como todo libro que parece instalarse en el canon, este tiene la extraña suerte de volverse una “lectura obligatoria”, lo que muchas veces condena a los mismos de ser rechazados. Sin embargo, su lectura, promovida en tiempos precisos y no cuando apenas estamos descubriendo la vida, puede resultar clave si queremos entender con este y otros libros la identidad y el devenir de América Latina.
Mejor símbolo no pudo tener esta obra que la huella de una bala en un ejemplar que un capitán del ejército de El Salvador le regaló a James Cantero, un futbolista que le dio dicho libro a Galeano como regalo. El ejemplar lo había encontrado el capitán en la mochila de un guerrillero abatido en la batalla de Chalatenango, que sucedió a finales de 1984.
Pero Eduardo Galeano es más que Las venas abiertas de América Latina. Así como ese libro ha sido objeto de críticas y debates en el mundo político, lo que lo ha hecho atemporal, también hay otro que es altamente compartido por otro puñado de gente que compartió la misma pasión que él: el fútbol. Y con él, El fútbol a sol y sombra. Aunque después como una suerte de continuación de este, publicó Cerrado por fútbol. El primero ha corrido mejor suerte, pero los dos suelen aparecer cada tanto en la retina del continente, pues no solo fue la forma de contar las historias del balompié sudamericano, también fue las frases que dejó y con las que muchos nos hemos sentidos identificados en esa pasión.
“Escribí el fútbol a sol y sombra para la conversión de los paganos, Quise ayudar a que los fanáticos de la lectura perdieran el miedo al fútbol, y que los fanáticos del fútbol perdieran el miedo a los libros. Pero jamás imaginé nada más”, escribió Galeano en su libro El cazador de historias. Renglones más abajo de esta confesión, el uruguayo cuenta que Víctor Quintana, que fue diputado federal en México, le contó que ese libro le salvó la vida, pues rememorar esas anécdotas y contárselas a sus secuestradores hizo que estos, tras un buen rato, le dijeran “nos caíste bien”, y decidieron liberarlo.
“Cada historia que Galeano recuperaba era parte de la historia de los más pequeños (como lo dice muy bien Hermann Bellinghausen, a quien admiro más que a Galeano), aunque Galeano devolvió a los ignorados de la tierra chispazos, revelaciones milenarias, que metía en un mismo dedal con las luchas y fatigas del presente”, escribió Elena Poniatowska para el portal La jornada, de México.
Sin pretender igualar las palabras de Poniatowska, lo dicho por la escritora mexicana reafirma que Eduardo Galeano logró con su obra poner a dialogar al continente, y lo hizo porque habló de los grandes personajes, también de los que podrían considerarse pequeños, pues puso sobre la mesa a los ignorados, como dijo la también periodista, pero también a “Los nadies”, a los ciudadanos como nosotros, a personas de carne y hueso que componen la cotidianeidad y los paisajes de América Latina. Fue, como hablamos al principio, un narrador de nuestra región que seguirá siendo necesario a la hora de vernos en los Espejos, para referencias otra de sus obras.
Cada uno decide si los libros pueden ser organizados jerárquicamente. Si me lo preguntan, Memoria del fuego, Los hijos de los días, Días y noches de amor y guerra, La canción de nosotros y El libro de los abrazos, no deberían quedarse atrás en la lectura de la obra de Eduardo Galeano. Sobre el último, el uruguayo, entre otras reflexiones, nos pone a pensar sobre la importancia de la memoria y refleja, como lo reconoció en El cazador de historias, que la desmemoria es un asunto que le duele y le preocupa, pero no se refiere únicamente a este acto como un acto político y social, sino que lo hace también con la poesía que caracterizó siempre su escritura al señalar que recordar viene del latín re-cordis, y que significa “volver a pasar por el corazón.”
Errático por su condición humana, humilde y pensante también por la misma, Galeano reconoció también que se dedicó al oficio de escribir para profundizar en la huella que dejaban sus equivocaciones, esas que nos hacen “humanos, humanitos no más”. “Desde que era muy pequeño, tuve una gran facilidad para cometer errores. De tanto meter la pata, terminé demostrando que iba a dejar honda huella de mi paso por el mundo. Con la sana intención de profundizar la huella, me hice escritor, o intenté serlo”.
Había en Eduardo Galeano una terca inclinación a vivir con entusiasmo y con esperanza, a escarbar en nosotros y el mundo lo que nos hace mantenernos en pie a pesar de que todo se vea patas arriba. Muchos le atribuyen la idea que él citaba del cineasta argentino Fernando Birri sobre la utopía, aquella que dice que esta sirve para caminar, pues entre más parece que nos acercamos a ella, más se aleja. Y así como referenció a Birri, también habló del político y periodista Carlos Quijano, quien le dijo “El único pecado que no tiene perdón es el que peca contra la esperanza”.
Galeano estaba convencido de que escribir sí tenía alguna utilidad, y en sus libros parece quedar demostrado que, entre tantas otras razones, él escribía para reconocernos humanos, pero para superarnos a pesar de lo que esto significa: “Diría que escribo intentando que seamos más fuertes que el miedo al error o al castigo, a la hora de elegir en el eterno combate entre los indignos y los indignados”.
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