El Magazín Cultural

Educar el placer: conspirar a favor de la lectura

La oferta de entretenimiento que ofrece el mundo es inmensa: para todos los gustos, todas las edades y todas las condiciones. Por eso, la lectura se vuelve una actividad para unos pocos, pues por placentera que sea, implica ciertas cualidades: reposo, aplomo, disposición. La lectura es un proceso.

Jaír Villano/ @VillanoJair
31 de julio de 2019 - 10:04 p. m.
Stephane Mallarmé, quien decía “El mundo existe para llegar a un libro”.  / Cortesía
Stephane Mallarmé, quien decía “El mundo existe para llegar a un libro”.  / Cortesía

Un ejemplo: alguien puede tener la voluntad de leer, pero resulta que a las pocas páginas de abrir el libro está cansado, le da sueño, le parece aburrido. ¿Cuál es el placer? Se pregunta esa persona con toda razón. 

Bueno, ni tanto. Las inquietudes a resolver son varias: ¿qué hace que no le guste leer? ¿por qué no le parece agradable?  ¿por qué no se divierte?

Si desea leer otro texto de Jaír Villano, ingrese acá: Un ensayo sobre cómo no escribir un ensayo

Si esa persona está acostumbrada a consumir otro tipo de contenidos culturales, -esos que apelan a las emociones de la manera más engañosa-, es probable que al entrar a un libro la cosa cambie. No le halla el gusto, ni emoción, ni nada de eso que dicen que es tan bueno.

¿Cómo adquirir un gusto por la lectura? De entrada, es una pregunta difícil de contestar. Lo que creo es que, si ya la voluntad está ganada, si usted, que no lee quiere hacerlo, no se sienta mal si al principio se fastidia; tranquilo, tranquilo: tenga paciencia, tenga paciencia. Y trate buscar comodidades que le faciliten el contacto con los libros. 

¿Cuáles son esas comodidades? En principio, leer un tema por el que usted sienta pasión. Lo segundo, es tratar de hallar un libro con descansos: de letra generosa, con espacios que proporcionan respiración, con un interlineado que agiliza la apropiación de lo que se lee. Muchos libros son descuidados y poco pulidos en sus diseños. En este gremio hay gente que cree que lo único importante es el contenido. 

Eso es una mentira: el libro como objeto es sumamente importante. Una portada elocuente; una contraportada con sinopsis reales (donde se suprimen las hipérboles y los superlativos), son elementos que invitan o alejan a un lector. Incluso, las guardas, las páginas en blanco, el papel, son detalles de fina coquetería. El libro es un objeto comercial, un objeto de consumo, y eso, -por más románticos que se quejen-, es innegable. 

Si le interesa leer otri texto de Jaír Villano, ingrese acá: La culpa no es del muerto

Los más arrinconados dirán que se trata de frivolidades, que lo importante es leer y ya, que esos son artilugios del capitalismo. No les haga caso. A mí, por poner un ejemplo, me gustaría que todas mis lecturas tuvieran esas facilidades. Hace poco estuve leyendo En busca del tiempo perdido, y la versión con la que más me sentí a gusto fue con una de RBA, Sodoma y Gomorra; todas las otras las leí en versiones de letra tacaña y espacios totalmente cubiertos de palabras. Eso no indica que me haya desencantado con Proust; no, ni más faltaba: lo disfruté de comienzo a fin. (¡Ay, Albertine!). Pero habría sido mucho mejor si los otros volúmenes hubieran tenido las características que ofrecía la de la editorial catalana. De hecho, puedo recordar que algunos años atrás le hui al francés. ¿La razón? Para el caso puntual, la versión de Por el camino de Swann que llegó a mis manos: un volumen de letra nimia, con bordes sofocados de letras, y para rematar: una portada de esas que parecen puertas que no invitan a abrirse.

Un paréntesis: novelas como las del francés, - ¡y de todos los clásicos!-, deberían tener como regla que su edición física sea del agrado de todos, que cuando alguien vea exhibido el libro, le dan ganas de llevárselo, que invite a abrirlo y a maravillarse con todo lo que ocurre allá adentro. 

No es algo nuevo. En sus Piezas sobre arte, Paúl Valéry apuntaba: “Un libro es materialmente perfecto cuando es grato de leer y gustoso de meditar; y cuando en fin el paso de lectura a contemplación y su recíproco son fáciles y corresponden a cambios insensibles de acomodación visual”. La tarea del impresor es un arte llena de dificultades sutiles, agregaba. ¡Ahí tienen aquellos que reniegan esta preocupación tan moderna!

Pero me estoy desviando. Vamos otra vez: ¿cómo encontrar agradable la lectura? Otra cosa que creo que podría funcionar es el cambio de actitud frente a las otras expresiones culturales a las que se llega. Si a usted, por decir un caso, le gusta el cine, cambie un poco esa manera de relacionarse con él. Es decir, trate de acercarse a largometrajes que tengan afinidad con la literatura. 

Si a usted le parece que esas películas son aburridas, procure verlas; no como obligación, sino como una opción distinta a la que ha identificado su gusto. Le aseguro que, de a poco, le empieza a encontrar el interés. Y me aventuro a creer que ese interés es puente para llegar a los libros.

Hay placeres que se disfrutan por consumación. Es por eso que a muchas personas les ocurre que después de múltiples y variadísimas lecturas, encuentran esos primeros libros que llegaron a sus manos simples, insulsos. Como que eran mejores en el recuerdo. La consecuencia de leer de manera consuetudinaria, es la mirada crítica que se va adquiriendo. 

¿Cómo hacer agradable eso que me da pereza? No se diga mentiras: no es que me gusta o no me gusta, y, zas, se acabó. Detrás de lo que forja un gusto hay múltiples causales. Es cierto que hay casos en los que se trata de fijaciones que no tienen motivos, ni explicaciones. Valéry decía que hay una forma de placer que “que no se circunscribe; que no se acantona ni en el órgano del sentido en el que nace, ni siquiera en el dominio de la sensibilidad; que difiere de naturaleza, de intensidad, de importancia y de consecuencia, según las personas, las circunstancias, las épocas, la cultura, la edad y el medio”. Y Hume que “la belleza de las cosas reside simplemente en la mente que las contempla”.

A usted le puede parecer placentero trotar en las mañanas, le puede parecer sublime contemplar un atardecer, aparentemente sin razón, o en contra de los gustos comunes. Pero lo que no puede no gustarle es algo a lo que no le ha dedicado el tiempo suficiente. Y leer exige tiempo, exige aplomo, exige constante asistencia. Y algo más: concentración.

Si usted se distrae con facilidad, si se propone algo y no lo hace, no se desespere. Trate de destinar tiempos para. Así como no se va al cine un lunes en la mañana, no se lee en ciertos momentos. Así que busque la manera de hallar espacios libres, y despojados de cualquier interrupción.

Olvídese de esas frases excluyentes y mendaces que aseguran: “la lectura no es para todos; la poesía es para unos pocos; la lectura es de intelectuales”. Lo que pasa es que hemos sido víctimas de un modelo educativo que frustra la literatura, que impone libros a los cuales no es preciso ir sin antes tener otras referencias. Los libros que hay por leer son millones, y no esos cuantos que los mal educadores imponen.

A esos docentes no les importa generar simpatía por las letras; no, para nada: ellos trabajan de manera mecánica, replicando un discurso que se opaca cada año. Y por eso la pasión se desgasta. No hay que culparles del todo: la mayoría carece de potestades para implantar un mecanismo distinto para enseñar. (Y esos alumnos de las risitas y los susurros no es que ayuden mucho). 

Así que lo mejor es leer por cuenta propia. Dejarse tentar. Proponerse que, así como se puede trazar como meta hacer ejercicio en las noches, lo mismo es posible hacerlo con la lectura, que viene siendo otro ejercicio: para la mente.

No se desmotive. Y nunca olvide que no habrá vida suficiente para leer todos los libros del mundo. Por lo tanto, no hay que angustiarse por tener en lista de espera tantos autores. Si usted es un lector convencional, y desea llegar a los clásicos, -a esas obras aparentemente complejas-, tranquilo: no se afane. Todo libro tiene su momento. Y más bien trate de buscar literatura que se acerque a ella. Nadie que no haya aprendido a ejecutar las operaciones básicas, puede descifrar ecuaciones.

O no, no: si su verdadero deseo es conocer esa gran literatura, métase sin miedo, que lo menos que le puede pasar es que se distancie. Pero no se abstenga. Esos libros son tan maravillosos que la interpretación, -y en consecuencia el lector-, es diversa y heterogénea. 

Cuando digo que los libros llegan a su momento, es que a veces pareciera que ellos lo buscan a uno. La vida ofrece muchísimos estados, circunstancias, situaciones, y los libros son inspirados en la vida. Pero no se esfuerce en hacerlo por prestigio social, ni por superioridad moral, porque entonces es poco probable que se disfrute.

Otra comodidad a la que usted puede acudir es la de buscar libros cortos. No se prevenga: la eficiencia estética de una obra no tiene nada que ver con su longitud. A veces ocurre que por escribir más se dice lo menos, y viceversa: escribiendo poco se dice lo más. El número de páginas no significa nada, hay escritores, como Balzac, Dostoievski, Joyce, entre muchos otros- que crearon obras monumentales en tamaño y en calidad. Ellos, maestros de la narrativa, también labraron obras pequeñas, y no por ello de menor virtuosismo: piense en Papá Goriot, en El idiota, en Dublineses.

En contraparte, hay muchos autores que le dedican páginas y páginas, y más páginas, a cosas que se podían decir en unas cuantas. (Ah, la vanidad). Piérdale el respeto a esos libros gordos y anchos, y también a quienes los leen; no siempre es indicador de excelencia. ¡No les coma cuento!

Lea novelas cortas, cuentos, relatos o ensayos. (¡Hay tantos géneros!). Autores magníficos abundan, y lo mejor: para el gusto de todos.

Leer es como viajar, como salir de casa. Es un desplazamiento al que se camina por pasos, por tiempos, por escalas. Pero viaje, viaje, que viajando se conoce.

Ah, bueno, sí: viaje a su ritmo. Si usted es de andar corto, si lee quince o veinte páginas al día, está bien. Si lee menos, igual. Pero no se detenga; siga así: sin parar, sin descanso, sin tregua, y verá cómo el libro lo va atrapando; siga así, y verá que más temprano que tarde su desplazamiento se comenzará a extender.

Y, si puede, trate de buscar un género para el momento: digo yo, narrativa breve, para el transporte masivo; novelas, para el café de la tarde; poesía, para la noche; aforismos, microcuentos, ensayos, para terminar el día. No sé. Usted conoce mejor sus horarios y sus estados de ánimo.

Piérdale el respeto a lo que lee. Si no le gusta, no tema en descontinuarlo; si no lo entiende, no dude en devolverse; pero también tenga paciencia: hay libros cuyos comienzos son lentos, y cuyos desenlaces maravillosos. (¿Acaso no toca esperar una buena cantidad de tiempo para escuchar ese rugido nihilista, que es el soliloquio de Iván Karamazov?).

Piérdale relevancia a aquellos que cuestionan sus gustos. Si a usted le gusta tal género, y tal autor (la saga que está de moda, pongamos al caso), no está mal. Pero sea autocrítico; recuerde la pregunta de San Agustín: “¿Es una cosa bella porque agrada, o agrada porque es bella?”.

Le sugiero que tenga presente que el placer y el gusto, - ¡por más subjetivos que parezcan! -, también se moldean, se configuran, se preparan: evolucionan. Mire que Diógenes aseguraba que “los sentidos pueden ser educados y desarrollados; las impresiones pueden ser subjetivas, pero una vez “educadas” se hacen objetivas, y se convierten en la base del conocimiento objetivo de la belleza”. 

Sí: el placer se educa. A medida que usted vaya leyendo, lo irá comprobando.

No hay que olvidar que una manera de reverenciar el libro es increpándolo, discutiéndolo, atacándolo; eso solo es posible adentrándose en él, aquilatando cada uno de sus rincones.   

Leer es conversar, dice Gabriel Zaid, y así como una magnífica charla puede surgir de manera fortuita o espontánea; otra puede ser planeada, premeditada, buscada. ¿A quién no le gusta conversar? Incluso los más taciturnos lo hacen, así sus mensajes vayan destinados a sí mismos.

Pero, bueno, digamos que sí:  que hay veces que uno no quiere saber nada de nadie, que quiere estar tan solo, que incluso preferiría distanciarse de su propio ser. ¡Qué mejor que leer! Daniel Penac dice: “Una lectura bien llevada salva de cualquier cosa, hasta de uno mismo”.

La lectura es eso: una retribución que nos ofrece el mundo ante su propia perversidad. “El mundo existe para llegar a un libro”, intuía Mallarmé. 

Las razones que alguien tiene para leer pueden variar. Pero no olvide que la esencia y la naturaleza más noble para hacer de la lectura un oficio es su calidad de goce, de divertimento, del más incomparable y genuino placer.

 

 ***

Referencias bibliográficas: 

-Teoría y estética- Paúl Valéry

-Piezas sobre arte- Paúl Valéry.

-La norma del gusto- David Hume

-Como una novela- Daniel Penac.

-Los demasiados libros- Gabriel Zaid.

 

Por Jaír Villano/ @VillanoJair

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar