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¿Qué la llevó a especializarse en nutrición?
Desde pequeña me gustaron los temas de salud. Yo era de las que, si un niño se raspaba, iba y lo curaba; si alguien tenía dolor, buscaba una pastilla. Mi interés inicial era la medicina, pero con el tiempo me fui acercando a la nutrición. Entré a estudiar, me gustó y ahí me quedé.
Tiene su propio consultorio y ha consolidado su carrera con su nombre. ¿Cómo se ha ganado la confianza de los pacientes en medio de tantas opiniones sobre nutrición?
Es un proceso difícil, sobre todo porque nuestra carrera es muy usurpada. Todo el mundo opina: la enfermera, el fisioterapeuta, la tía, la mamá, el médico… Todos creen saber de alimentación y nutrición. Ganarse la confianza de las personas y lograr que realmente crean en lo que dice el nutricionista es complicado. Hay que mostrar experiencia, conocimiento y ser un referente. Un nutricionista no debe tener un peso “ideal”, pero sí mantener un estilo de vida saludable para generar confianza. Si un paciente ve al nutricionista con gaseosa o con exceso de peso, pierde credibilidad. Aunque la carrera no gira solo en torno al peso, es un aspecto en el que los pacientes se fijan mucho.
¿A qué se refiere con que la carrera es “usurpada”?
Se ha minimizado nuestra profesión. Tenemos una carrera profesional como cualquier otra, con prácticas y un conocimiento amplio, no solo en pérdida de peso, como muchos creen. La alimentación y la nutrición son fundamentales en la recuperación de cualquier enfermedad, y muchas veces ni los mismos pacientes le dan la importancia que merece.
Se dice que la relación que tenemos con la comida habla de la relación que tenemos con nosotros mismos. Cuando está en una mesa, ¿suele analizar o estar pendiente de lo que otros comen?
Trato de no juzgar a las personas por sus elecciones, a menos de que me pregunten. Creo que eso puede dañar la relación con la comida. Hoy hay muchísima información y también muchos trastornos de la alimentación: anorexia, bulimia, entre otros. Por eso tengo cuidado con lo que digo al respecto. Si alguien consume salsas, gaseosas o dulces, pienso que en algún momento lo notará. He aprendido que cuando la persona no es consciente y no toma la decisión de cuidarse, de nada sirven las recomendaciones. Hasta que no enferma o enfrenta una consecuencia directa, no busca ayuda.
¿Cómo aborda los casos en los que detrás de los hábitos alimenticios hay problemas más profundos, como la salud mental o experiencias de agresión?
Es muy complicado. A consulta externa llegan muchos pacientes que deben ser atendidos también por psicología o psiquiatría porque su relación con la comida es muy dura y tienen trastornos. Yo no puedo decirle a alguien: “Usted está gordo, no tiene voluntad, pésese todos los días”. Eso sería dañino. Necesitamos bases en humanidad y en psicología. Yo hice un diplomado en psicología de la alimentación para saber cómo abordar a estos pacientes. Allí aprendí, por ejemplo, que a muchos no se les puede pesar, porque sus metas deben ser otras: mejorar cómo se sienten, su relación con la comida, comer más sano.
¿Se le ocurre alguna experiencia para mencionar que la haya marcado?
Son muchas, pero las que más me marcan son aquellos que mejoran la relación con la comida. Más allá de definir el cuerpo o bajar de peso, son los que me dicen: “Ahora como tranquila, duermo mejor, mi digestión está mejor”. Particularmente me impactan los pacientes con síndrome de intestino irritable, que no podían comer nada porque todo les caía mal. Ver cómo, después del tratamiento, pueden dormir, viajar, comer sin dolor y sentirse bien, es supremamente satisfactorio.
¿Cuál es el mito sobre la nutrición que más la sorprende?
Hay muchos, pero el más absurdo es el de las frutas. Siempre les digo a mis pacientes que usen el sentido común: Colombia tiene alta prevalencia de sobrepeso y obesidad, pero nadie llegó a esa condición por comer fruta. Ningún colombiano puede decir que engordó por comer fruta todos los días. El problema está en los ultraprocesados, las gaseosas, el azúcar, el sedentarismo: no en la fruta. Al contrario, la legislación promueve aumentar su consumo. Por eso me parece terrible que aún se difunda ese mito.
En este mundo tan hiperconectado hay personas sin formación dando consejos de nutrición...
Es complicado. Muchos pacientes llegan con patologías que resultan de esas dietas de moda: estreñimiento, colesterol elevado, trastornos de la alimentación. Nos buscan a los nutricionistas para solucionar lo que esas recomendaciones mal fundamentadas causaron. Yo trato de educar mucho en redes sociales y con mis pacientes, pero es difícil porque la gente cree en otras cosas que ve en Facebook, Instagram o TikTok. Educar en este contexto es una labor retadora.
Hemos hablado de cómo su profesión cambia la vida de los pacientes, pero ¿qué ha cambiado en usted?
Lo más grande ha sido darme cuenta de lo vulnerables que nos hacen los comentarios de los demás. La mayoría de pacientes llega porque se sienten mal con lo que otros les dicen: en el colegio, la universidad, el trabajo. Los patrones sociales de cómo debe verse el cuerpo hacen mucho daño. Para mí ha sido un aprendizaje enorme, porque trato de que se enfoquen más en sentirse bien, en dormir bien, en cuidar su salud, y no en cumplir con patrones físicos difíciles de alcanzar y de mantener.
En ese sentido, ¿piensa que la nutrición también le ha enseñado a valorar la prudencia, a no juzgar ni opinar siempre sobre lo que hacen los demás?
Totalmente. Nuestra profesión nos convierte casi en psicólogos, porque la comida está muy relacionada con las emociones. Atendemos pacientes que comen por tristeza, ansiedad, problemas familiares o de pareja. En consulta muchos sienten pena al desvestirse para ser medidos porque cargan comentarios dañinos, incluso de sus propios esposos o familiares. Esos momentos muestran la importancia de la prudencia y del cuidado con las palabras. Como profesionales debemos ayudar a borrar esos patrones dañinos y reforzar la autoestima.