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“El alquimista” de Pieter Brueghel y los límites del conocimiento humano (El teatro de la historia)

Las pinturas y los grabados de Pieter Brueghel nos permiten viajar en el tiempo al convulsionado mundo flamenco del siglo XVI. En el grabado titulado “El alquimista” el artista nos invita a reflexionar sobre los sueños del hombre del Renacimiento, la soberbia y la miseria humana.

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Mauricio Nieto Olarte
11 de noviembre de 2025 - 12:00 a. m.
“El alquimista” de Pieter Brueghel y los límites del conocimiento humano (El teatro de la historia)
Foto: Wikicommons}
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Con sentido del humor, pero también empatía y compasión, la pintura de Pieter Brueghel “El viejo” (1530-1569) nos enseña sobre la vida cotidiana, las actividades regulares, las costumbres y los oficios de sus contemporáneos, mostrando lo simple y a veces trivial de la existencia humana. Brueghel se ocupó de una enorme variedad de temas, algunos poco comunes entre los grandes pintores del Renacimiento como fueron la infancia, los juegos, los carnavales, los rituales o las fiestas familiares. También mostró su virtuosismo en la representación de paisajes de momentos y lugares reales del siglo XVI.

El cartógrafo Abraham Ortelius, autor del primer atlas moderno, “Teatrum Orbis Terrarum”, y amigo cercano de Pieter Brueghel, dijo con razón que la pintura de su compatriota era mucho más que el simple retrato de escenas mundanas. Brueghel creó imágenes de proverbios, alegorías y grandes temas existenciales, como la religión y la muerte. Con una clara influencia de El Bosco, en algunos de sus cuadros incluyó criaturas fantásticas, mágicas y aterradoras. Con esa enorme diversidad de motivos realistas y fantásticos, el artista nos invita a reflexionar sobre la maravillosa y miserable condición humana.

Entre la enorme variedad que ofrece el arte de Brueghel hemos elegido un grabado que se titula “El alquimista”, uno de los oficios que mejor expresa el espíritu de su tiempo. En esta pintura Brueghel recreó la desgracia y la ruina de un obstinado alquimista que ha convertido su hogar en un laboratorio que parece no haber tenido ningún resultado. En el primer plano vemos a diversos personajes algo desquiciados y ocupados en actividades relacionadas con la manipulación de diversos materiales. A la izquierda, visiblemente empobrecido con sus ropas rasgadas, el alquimista se ve absorto frente a calderos en una cocina atiborrada de ingredientes e instrumentos químicos. A la derecha hay un hombre de letras frente a varios manuales de alquimia, quien al parecer trata de ayudar con indicaciones al malogrado científico. En el centro de la pintura una mujer, seguramente la esposa del alquimista, deja ver su desesperación al corroborar que su monedero está vacío. En la parte superior apreciamos a tres niños que buscan comida y juegan con potes de cocina igualmente vacíos. A través de la ventana, al fondo a la derecha, podemos ver otra triste escena que puede representar el doloroso futuro de la familia que se ve obligada a entregar a sus hijos a un hospicio de caridad. Las dos escenas, la del interior y la del exterior de la casa revelan la desgracia del científico frustrado y el evidente fracaso de la anhelada piedra filosofal.

No tiene sentido intentar una definición de una época tan compleja, pero una característica del período que conocemos como el Renacimiento fue la emergencia de un nuevo hombre que parecía ganar confianza en sus propias capacidades, la aparición de diversas manifestaciones en el arte, la ciencia y la política de libertad humana. Desde el punto de vista religioso, estas manifestaciones de autonomía y control humano de su destino podrían interpretarse como peligrosas expresiones de vanidad, un tema recurrente en la pintura del Renacimiento europeo.

Una clara expresión de ese nuevo hombre la podemos ver en la importancia que tuvieron la magia y la alquimia. Esta última sobresale como un campo de conocimiento asociado a la tradición hermética, cuyo gran cometido era el control humano del mundo natural y espiritual. Se trató de un arte empírico que buscó arrebatarle a la naturaleza sus más profundos secretos, y bajo condiciones controladas el alquimista creyó posible replicar y acelerar procesos que en la naturaleza inalterada tomarían miles de años. La gran ilusión del alquimista era encontrar las recetas para el “elíxir de la vida” o la “piedra filosofal”, sustancias con la capacidad de transformar los metales en oro o incluso con poderes de sanación que harían realidad el sueño de la inmortalidad. Con este fin, y por medio de aparatos y técnicas complejas, los alquimistas pusieron en práctica procesos químicos como la fusión, la calcinación, la destilación y la fermentación. Si bien la alquimia se suele asociar con tradiciones filosóficas místicas y saberes ocultos, es innegable que fue un campo del saber humano en el cual la experimentación fue de central importancia.

La alquimia se convirtió en un modelo para un nuevo tipo de relaciones entre teoría y práctica en la filosofía natural de la temprana modernidad, y no es una coincidencia que la tradición experimental moderna hubiera aparecido en los mismos lugares y momentos en que la magia y la alquimia ganaban un creciente número de influyentes seguidores. La alquimia no fue una simple actividad esotérica de algunos personajes extraños, fue parte de la filosofía natural y parte de la educación e intereses de grandes pensadores, como Marsilino Ficino, Paracelso, Francis Bacon, Robert Fludd, Giordano Bruno e Isaac Newton.

A pesar de la importancia de la alquimia para la historia de la ciencia moderna, Brueghel se mostró escéptico y casi que se burló de la quimera de la anhelada piedra filosofal. Más que un gran pensador, lo que la imagen muestra es la desventura de un alma perdida, la ingenuidad de quien cree en lo imposible, una especie de José Arcadio Buendía del siglo XVI.

Como en muchas otras de sus pinturas se combina aquí el realismo y la sátira para dejarnos reflexiones y lecciones morales. No hay duda de que la alquimia fue un tema de relevancia en buena parte de la Europa del Renacimiento, y lo vemos con insistencia en la obra de Gerónimo Bosco, uno de los pintores que influyó de manera notable la obra de Brueghel. Aunque el tema de la alquimia no es frecuente en sus pinturas, los detalles de la imagen hacen evidente la familiaridad del pintor con el oficio, pero más que el tema de la alquimia, lo que sí se repite en la obra del artista es la reflexión sobre el poder de las artes humanas y la obsesión de sus contemporáneos por dominar la naturaleza. La reflexión central coincide con un tema que reaparece en varias de sus pinturas: la soberbia humana.

En uno de sus cuadros más famosos, “La Torre de Babel” (1563), Brueghel recrea la historia bíblica del castigo de Dios a la arrogancia de los hombres. En esta oportunidad la osadía de fabricar una gran torre que alcanzaría el cielo tiene lugar en la ciudad de Amberes del siglo XVI, sobre la cual reposa una imponente construcción que parece inacabada o en proceso de destrucción. Otro de sus bellos y detallados grabados de grandes barcos se titula “La caída de Ícaro”, que presenta en el fondo, detrás de una poderosa nave, la escena del impetuoso Ícaro, quien desobedeciendo a su padre Dédalo quiso llevar al límite el poder de su invento acercándose demasiado el Sol, perdiendo sus alas y cayendo al vacío. Una vez más Brueghel nos invita a pensar sobre la vanidad de los seres humanos que creen poder lograr lo imposible con el poder de su conocimiento e imaginación. La alquimia fue una potente expresión de emancipación humana, no obstante, para el pintor flamenco un ejemplo más del fracaso de las desmedidas ambiciones humanas, que en esta oportunidad son representadas de forma patética con un extraviado hombre de ciencia que lo único que logra es la ruina de su propio hogar.

Mauricio Nieto Olarte

Por Mauricio Nieto Olarte

Mauricio Nieto Olarte es filósofo de la Universidad de los Andes y doctor en Historia de las Ciencias de la Universidad de Londres.
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