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El arte de parir en el monte

Rosa Galbis es una mujer de 59 años, del corregimiento La Pita de Guaranda. Parió dieciocho hijos, pero actualmente tiene catorce, la mayoría de las veces ella paría sola. Incluso, ella misma se cortaba el ombligo umbilical.

Angie García
02 de enero de 2021 - 07:36 p. m.
Mural mexicano que exalta la labor de las parteras.
Mural mexicano que exalta la labor de las parteras.
Foto: Archivo Particular

Cuenta que una enfermera le enseñó a que respirara cuando sintiera dolor. Escuchar a Rosa es algo encantador, porque ella se siente tranquila. “Aquí la gente le dice cobarde a las que muestran que les duele y yo por eso no demuestro debilidad”. Esta es una creencia que Doña Rosa tiene arraigada.

Su hija Amalcy decía: “Uno veía a mi mamá pilando arroz y al ratico escuchaba el llanto de un pelaíto”. Era una sorpresa inesperada y algo tan diferente a muchos de los partos de hoy, pues la mujer de hoy tiene todo un protocolo para parir en un hospital. En los tiempos de antes, a Rosa le tocó con partera, aunque a veces cuando la partera llegaba ya Rosa tenía el pelao afuera.

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Nadie más en el pueblo ha parido como Rosa, por eso es una historia fuera de lo común. Rosa tuvo a Amalcy Rohene Galbis, José Rohene Galbis, Irle Roheme Galbis, Yomaira Roheme Galbis, Yirneida Roheme Galbis, Yahir Roheme Galbis, Deiner Roheme Galbis, Margelis Roheme Galbis, Adelaida Roheme Galbis, Yidis Roheme Galbis, Lidis Roheme Galbis, Luis Roheme Galbis, Cindy Roheme Galbis y Amilkar Roheme Galbis.

“Antes no había tanta distracción como ahora, a las siete de la noche ya las parejas estaban haciendo pelaos”, dice una amiga de la señora Rosa.

Rosa tuvo su primer hijo a los dieciséis años y su último, a los cuarenta y cinco.

No todos los hijos sobrevivieron, pues murieron cuatro. Rodrigo y Juanita, de bronquitis. Abimael, de cinco años y medio, murió porque tenía varios órganos delicados, lo llevaron a Guaranda y luego a Magangué, pero no resistió, y Luzmary tenía diecisiete años. Falleció por una isquemia en Cartagena.

Los otros hijos de Rosa ya están grandes. Ella vive con Amalcy, criando puercos y gallinas. La costumbre de gritar no la ha perdido. Cuando uno la escucha se da cuenta de que es regañona.

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No hay miedos en ella. “Si a mí me tocaba ir al caño en la noche a buscar dos canecas de agua lo hacía, yo no le tengo miedo a nada”. Lo dice con tanta firmeza que pareciera que el miedo le tiene miedo a ella.

Parir catorce pelaos casi sola es una locura. Puedo comparar ese parto con el de Evelyn en la película ‘Un lugar en silencio’, cuando pare sola. A diferencia de Rosa, Evelyn tenía que hacerlo en silencio, aunque pegó el grito que cualquier madre podía dar en ese momento tan doloroso pero tan mágico. Doloroso, porque no es una vida con lujos la que les esperaba a los hijos de Rosa. Mágico, porque hacer el amor y mandar es una belleza para el cuerpo y la mente humana.

No hay dolor superado por la muerte de aquellos niños y la joven. Tampoco hay ganas de recordarlo, y peor aún, la comunicación con la pelaera es difícil, parece que están en silencio como en la película y aquí la extraterrestre voy a ser yo porque cuando llegaba para preguntarle sobre sus hijos y así entrevistarlos, me decía que ninguno tenía celular. Le insistí varias veces y su silencio ya tenía color de jodedera o algo parecido.

Yo sigo insistiendo en el hecho de que parir catorce pelaos da miedo. Mi abuelo tuvo treinta dos, pero él no parió, no le dolió nada. A Doña Rosa sí.

Por Angie García

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