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“El arte no es un lujo ni algo lejano, es un derecho”: directora Teatro Nacional

Pamela Hernández, quien recibió el legado de Fanny Mickey, habló sobre los retos y la importancia de ser artista en el mundo contemporáneo.

Noemí Carrasquilla

21 de julio de 2025 - 08:00 a. m.
Pamela Hernández lleva 13 años trabajando en el Teatro Nacional.
Foto: Cortesía: Pamela Hernández
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¿Qué emociones le ha traído asumir la dirección?

Asumir la dirección artística del Teatro Nacional ha sido una experiencia profundamente emocionante y desafiante. Por un lado, una enorme alegría y gratitud, porque este es un espacio emblemático para el país, con una historia que admiro profundamente. Pero también he tenido momentos de sobresalto, porque la responsabilidad es grande; no solo se trata de programar títulos, sino de cuidar un legado y, al mismo tiempo, abrir nuevos caminos, innovar y seguir construyendo de cara a la cultura del país y a lo que sucede en el mundo. Tengo un fuerte compromiso con lograr que el Teatro Nacional se siga consolidando como motor de la cultura, ofreciendo una variedad de contenidos pensados para todos los públicos. Ha sido un proceso muy especial, he tenido nervios, claro, pero sobre todo mucha ilusión y una convicción profunda de que el arte transforma realidades, y que ahí radica la importancia de mi trabajo.

¿Cómo ha sido recibir el legado de Fanny Mikey y qué retos ha implicado?

Ante todo, un honor inmenso. Fanny no solo fundó el Teatro Nacional, sino que abrió un camino para el teatro en Colombia: lo profesionalizó, lo conectó con el mundo y lo convirtió en un lugar de encuentro del arte, la cultura y el pensamiento. Ella tenía una visión desbordante, arriesgada, profundamente humana, y asumir esta dirección es también asumir ese espíritu de valentía, pasión y amor por el arte. Pero, claro, también hay retos muy concretos. Uno de los más importantes es mantener esa grandeza en un contexto cambiante, con nuevos públicos, nuevas narrativas y nuevos lenguajes. Otro es lograr que el Teatro Nacional sea cada vez más inclusivo, más accesible, más representativo de la Colombia diversa que somos hoy. Finalmente, la tarea no es solo sostener un legado, sino también proyectarlo hacia el futuro, con una mirada actual, moderna, consciente y comprometida con el momento histórico que estamos viviendo.

¿Qué se necesita para ser artista hoy en día?

Ser artista requiere mucho más que talento; se necesita sensibilidad, sí, pero también mucha resiliencia, disciplina, pasión y una profunda conciencia del entorno, un compromiso personal con el oficio y respeto por el público. Vivimos en un mundo complejo, acelerado, donde a veces el arte parece quedar al margen, y por eso el compromiso del artista con su verdad, con su comunidad, con su tiempo, es más importante que nunca. También se necesita una curiosidad constante, una disposición a aprender, a colaborar, a arriesgar. El artista de hoy no puede quedarse solo en su zona de confort; tiene que dialogar con otras disciplinas, con nuevas tecnologías, con los conflictos sociales y políticos de su realidad.

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¿Qué es lo que más disfruta del proceso de creación?

Lo que más disfruto es ese momento en el que todo empieza a tomar forma… Cuando las ideas, las emociones, las dudas, de pronto encuentran un cuerpo, una voz, un ritmo; es casi mágico. Me encanta esa frase donde el equipo empieza a respirar al mismo tiempo, donde cada persona —desde la técnica hasta la actuación, desde la dramaturgia hasta la producción— aporta algo que transforma el proyecto. También disfruto mucho del ensayo, porque ahí se permite el error, la búsqueda, la vulnerabilidad. Es un espacio muy vivo, muy humano, donde todo puede pasar. Para mí, crear es como escuchar algo que quiere nacer y ayudarle a encontrar el camino para salir al mundo.

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¿Cuál ha sido la lección más valiosa que ha aprendido en la industria?

En esta industria cultural, lo más importante son las personas. Detrás de cada obra, de cada función, de cada proyecto, hay equipos humanos con sensibilidad, con historias, con sueños… y cuidar esos vínculos es tan importante como cuidar lo artístico. También he aprendido que la cultura no se sostiene solo con la pasión que ponemos en cada proyecto, sino con estructura, gestión y visión a largo plazo. El país se está posicionando como un epicentro cultural de Latinoamérica y el teatro tiene una gran influencia en esto.

¿Qué sueño o meta quisiera alcanzar en el futuro cercano?

La expansión del Teatro Nacional en Bogotá y a nivel nacional, es uno de mis grandes sueños y el proyecto en el que estamos actualmente trabajando. Involucrar a personas de distintos territorios, edades y contextos sociales en la puesta en escena y que sientan que este espacio también les pertenece; que sientan verdaderamente que el teatro es de todos. Sueño con abrir más puentes entre lo tradicional y lo contemporáneo, entre lo local y lo internacional. Me interesa mucho que el teatro colombiano siga dialogando con el mundo, sin perder su esencia, para seguir nutriéndonos, inspirando, transformando y aportando bilateralmente. En lo personal, mi meta es seguir creando con sentido y propósito, con verdad y alegría, sin perder nunca la capacidad de asombro y la pasión por lo que hacemos.

¿Hay una anécdota especial que recuerde?

Hay muchas, pero hay unas que siempre llevo conmigo y me gusta compartir, y son todas las que sucede durante el Festival Estudiantil de Teatro de Bogotá, que une a niños y jóvenes del país en torno al teatro, y ese intercambio me hace la mujer más feliz del mundo: sus historias, la emoción que transmiten, las ganas que les ponen a sus montajes, lo vale todo; un día una niña me dijo muy emocionada entrando a la sala de la calle 71: “Nunca había entrado a una sala de teatro, y no pensé que mi primera vez iba a ser en el Teatro Nacional, acá donde se han presentado grandes artistas. A partir de hoy mi vida cambió. Los sueños si se cumplen”. Ese momento me recordó por qué hacemos esto; porque el arte no es un lujo ni algo lejano, es un derecho, una necesidad, una forma de reconocernos en los otros. Y cuando eso sucede, aunque sea que toque a una sola persona, todo vale la pena.

Por Noemí Carrasquilla

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