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A Fernando Cano Busquets lo conocí en 1991 cuando siendo estudiante empecé a trabajar en El Espectador como redactor de temas de guerra y él ejercía como director luego del asesinato de su padre, Guillermo Cano Isaza. Nos reencontramos para recordarlo en esta entrevista porque el martes 12 de agosto conmemoraremos cien años del natalicio de un símbolo del periodismo nacional y mundial. El Ministerio de las Culturas declaró 2025 el año Guillermo Cano para celebrar su legado y la Unesco lo sigue recordando cada año con el Premio Mundial a la Libertad de Prensa que lleva su nombre.
¿Cómo fue el proceso de asumir la dirección de este diario en esos años de miedo?
Fue muy, muy complicado. Nosotros éramos compañeros de los redactores de El Espectador, como usted, y tratar de entrar a reemplazar a alguien irreemplazable, pues fue bastante difícil.
En ese empalme de generaciones ayudó mucho la presencia de don José Salgar, jefe de redacción contemporáneo de don Guillermo Cano y su amigo.
Sí, fue muy importante. La junta directiva de El Espectador, en esas épocas en que había cabezas amenazadas, designó a un grupo de personas que dirigiéramos ese barquito de papel. Entonces nos asignó a don José, a Juan Guillermo y a mí funciones como la trilogía para para manejar el periódico.
La sala de redacción de “El Espectador” en 2025 sigue presidida por un retrato que recuerda a don Guillermo Cano como periodista y ser humano. ¿Quién era él como padre?
Era una persona muy cariñosa, muy familiar. Su refugio era la familia y su finca cerca a Bogotá, donde disfrutaba los pocos ratos de ocio dedicados a la lectura. Era un padre amoroso, como lo fue también en el periódico, porque la redacción de El Espectador era una extensión de su familia y, como tal, a los periodistas los quería, los felicitaba y los regañaba.
¿Como periodista cómo lo recuerda?
Extraño esa figura de un periodista detrás de las cámaras, detrás de todo protagonismo, detrás de toda influencia de coctel. Una persona completamente dedicada al oficio. Él entendía que poder opinar o poder dar noticias era un privilegio que le habían dado y que era un servicio para la comunidad y así lo asumía. Ese compromiso de servidor público para la sociedad se añora en estos tiempos de periodismo de redes sociales.
¿En qué momento de su vida influyó tanto para que usted dijera voy a dedicarme también al periodismo?
Cuando él publicó en el Magazín Dominical el artículo “El abuelo que no conocí” (En 1977, en memoria de Fidel Cano Gutiérrez, fundador de El Espectador). Yo leí eso y dije: ¡Wow!, yo quiero seguir esos pasos para poder expresarme como lo hace él. Nunca he podido hacerlo, pero ahí nacieron las ganas. Yo tendría unos 22 años y me volví muy aficionado a la fotografía, se volvió mi modo de expresión, todavía lo sigue siendo. Pero en ese momento me entraron también las ganas de escribir.
¿Qué le dijo él cuando usted decidió ser periodista?
No me dijo póngase a escribir o haga esto. Solo me dijo que tenía que aprender desde abajo. Fue tan espontáneo que se hizo más vital. Le pedí el favor de que alguien me enseñara fotografía, porque era una materia que daban en mi carrera y no tenía ni idea. Entonces me mandó para el laboratorio del periódico y allá Germán Castro y Alberto Acuña me enseñaron a tomar fotografías y a revelar rollos.
¿Le gustó el mundo del cuarto oscuro?
Exacto. Fue tan mágico lo que encontré que ahí me quedé.
Y le sigue dedicando la vida a la fotografía. Por eso recibió el Premio Nacional del Ministerio de Cultura en 2017, por el reportaje “País, homenaje en blanco y negro”, y sigue dándole vueltas a Colombia retratando, no hechos extraordinarios de última hora, sino la cotidianidad de las personas del común, especialmente los campesinos. ¿Una visión humana heredada de don Guillermo?
Correcto. Mi tema es la geografía humana de Colombia. Ahí descubro quiénes son los que verdaderamente hacen que seamos una sociedad distinta. Personas que hacen la colombianidad y eso creo que se lo aprendí a Guillermo Cano en sus escritos.
¿Qué le decía él cuando veía sus fotos profesionales?
No me daba un tratamiento especial. Era como para cualquiera de los reporteros. Si estaba bien merecida la primera página y la apertura de una sección, ahí también aparecía yo. Eso era un honor para cualquiera de los fotógrafos. Era muy chévere.
¿Desde el comienzo usted entendió el alcance de lo que denunciaba día a día Guillermo Cano y el peligro que corría?
Sí. Para ser fotógrafo también había que estar enterado. Había que leer para estar preparado para cuando lo mandaban a uno al Congreso o algún evento. Había que saber las noticias para saber a quién debía enfocar las cámaras. Cuando los carteles de la droga empiezan a querer tomarse Colombia, uno ya estaba enterado de que podía suceder.
¿Se hablaba de ese tema dentro de la familia?
No, no, no. Él nunca llevaba a la casa temas de la cotidianidad del periódico. Por eso la familia era su refugio. Por ejemplo, mi mamá (Ana María Busquets) le preguntaba a la hora del almuerzo qué había pasado y él le respondía: nada, nada. Y uno al otro día leía en el periódico noticias como “Llegó el hombre a la Luna” o cosas de esa dimensión. No mezclaba su vida familiar con el oficio.
¿Él jamás les dijo que estaba amenazado?
No. Nunca. Su oficio era orientar las noticias, el día a día, la primera página, hablar con los editorialistas, los columnistas, leer todos los periódicos… El oficio de periodista lo ejercía a cabalidad, sin ningún miedo, sin ningún temor, porque, insisto, tenía ese concepto de que estaba prestando un servicio social a la sociedad colombiana.
¿La seguridad no le preocupaba?
No. Él nunca quiso guardaespaldas ni pedirle ayuda al Estado para poder ejercer el periodismo. Sabía de las amenazas, pero no eran un obstáculo para seguir adelante.
Y así llegó el 17 de diciembre de 1986, cuando lo asesinan saliendo de la sede de “El Espectador” los sicarios enviados por Pablo Escobar. ¿Cómo vivió usted esa noche?
Fue terrible. La Navidad empezaba y era una de las épocas que más gozaba precisamente porque había eventos de novenas con la familia. Yo había salido unos veinte minutos antes del periódico, llegué a mi casa, empezamos a rezar, a leer el novenario, y una llamada telefónica interrumpió ese festejo. Era Marisol Cano informándome que le habían disparado a mi papá. Entonces todo se acabó y salimos corriendo hacia la Clínica de Cajanal. Allá estaba reunida toda la familia y allá vi la muerte, la muerte de todos. Quedamos hechos pedazos.
¿Qué significó para ustedes perder al patriarca de la familia?
Colombia perdió su mejor periodista y nosotros perdimos a nuestro padre, nuestra guía. Fue un acontecimiento que transformó nuestra existencia.
Luego vino el exilio suyo y de su hermano Juan Guillermo.
Sí. Es que el asesinato fue uno de los golpes que los carteles empezaron a darle a Colombia. En cuanto a nosotros, a los tres días del asesinato de él, después de la marcha del silencio en todo el país, empezaron a llegar cartas en que decían sigue usted, su mamá, su hermano. Ya había indicios de que nos iban a poner una bomba. Ya no sabía qué hacer. Sin embargo, logramos seguir adelante hasta tiempo después cuando a esa amenaza se sumó el paramilitarismo.
¿Cómo fue eso?
Cuando por primera vez se hablaba del paramilitarismo, de las autodefensas, un día llegó al periódico un individuo, Diego Viáfara, que decía que quería entregarse a la Procuraduría. En esa época no había Fiscalía. Me llamaron y yo dije pues revisen que no esté armado y háganlo subir. Este señor empezó a soltar una cantidad de información impresionante de lo que estaba pasando en el Magdalena Medio y yo llamé a Ignacio Gómez, que era el encargado de la unidad investigativa, para que recibiera la información y verificar si era válida: oficinas de esa gente en Puerto Boyacá, ubicación de laboratorios de producción de droga, dónde estaba el ejército armado financiado por narcos. Entonces decidimos llamar al procurador, que en ese momento era Horacio Serpa, y se llevaron a Viáfara al DAS, que estaba a cargo del general Maza Márquez. Decidimos no publicar nada hasta que hubiera alguna verificación de las autoridades y se hicieran allanamientos. Pero pasaron los meses y no hubo ningún operativo o inspección de esas autodefensas insípidas. Ahí dijimos: vamos a publicar, y a los 15 días hubo la gran operación para desbaratar unos laboratorios y decomisar no sé cuántas toneladas de pasta de coca, pero nunca hubo ninguna intervención seria contra las autodefensas. En esos días, en una revista publicaron que eso se había hecho gracias al paramilitar que se había entregado en la oficina de Fernando Cano. Ahí me empezaron a llegar más amenazas, llamadas directas a mi casa y nos tocó salir hacia España hasta que viene el asesinato del candidato presidencial Luis Carlos Galán (18 de agosto de 1989) y sentimos como que hubo una reacción del país contra la violencia que dijimos: ¿Qué hacemos aquí? Es hora de regresar al frente de batalla. Vuelvo a Bogotá con mi familia y a los tres días es la bomba contra El Espectador (2 de septiembre de 1989).
Apenas estaba retomando funciones en el periódico.
Sí. Le había pedido a la secretaria que me mandara las ediciones del periódico de la semana anterior para ponerme al día. Estaba en esas cuando a las seis de la mañana suena un bombazo en Bogotá, a los diez minutos me llama mi mamá a confirmarme que había sido en El Espectador y ahí salimos hacia allá a recoger escombros.
Pero más que recoger escombros era seguir publicando el periódico, sin rotativa para imprimirlo, en medio de la rabia y de un peligro inminente, y aún así al día siguiente salieron a la calle con ese titular inolvidable: “Seguimos adelante”.
Sí. Yo creo que ahí estuvo muy presente el espíritu de don Guillermo y la adrenalina de esos momentos, de esos años tan horribles, pero era mejor estar aquí que perder la oportunidad de contribuir a que la historia del país cambiara un poco.
Otro día clave para su familia y para “El Espectador” fue el 2 de diciembre de 1993, cuando mataron a Pablo Escobar. ¿Cómo lo vivió?
Estábamos en el periódico y me acuerdo muy bien cuando llega la noticia, usted ya trabajaba con nosotros, y pues no sé si sentí un alivio, un sentimiento bastante extraño. Lo primero que hice fue llamar a mi mamá que estaba almorzando y le comenté. Ella no pudo hablar, yo no pude seguir hablando y después hubo un encuentro en la casa de ella para un abrazo y nada más. Sí hubo un devolver la película, recordar a mi papá, pero no era para fiestas, no había sed de venganza.
Ahora estamos hablando del centenario del natalicio de Guillermo Cano Isaza, por el cual Ministerio de las Culturas declaró 2025 el año en su memoria. ¿Por qué hablar de su legado y lo que representa para las nuevas generaciones?
Es recordar el valor de una vida valiosa para Colombia, un sentimiento que se nos fue perdiendo en este mundo tan individualizado, de gente escondida en las redes sociales donde no se comparte. A pesar de que usted publique miles de fotos, memes y cosas, estamos viviendo casi que solos. No nos importa el otro. Por eso, que los jóvenes de ahora vuelvan a mirar su trabajo, sus escritos, su vida, su filosofía, es muy importante para ver que se puede construir un tipo de sociedad distinta, que se puede vivir en comunidad y no encerrados en nosotros mismos.
Para mí él también representaba valores que se han refundido: valentía, honestidad, decencia, tolerancia, solidaridad. ¿Eso es porque nuestra sociedad sigue contaminada por la cultura violenta y mafiosa de esos años oscuros?
Sí. Es la verdad. Desafortunadamente todavía nos falta mucho por reconstruir como nación. Y el cuarto poder, como se llamaba antes a la prensa, ha perdido su rumbo. Hay muchos periodistas que perdieron esa misión que antes tenían y se vuelven protagonistas de lo que no deberían o se convierten en candidatos a la Presidencia o utilizan los medios de comunicación a favor de unas causas muy distintas al servicio de la democracia y de la sociedad colombiana.
¿Ya no quedan valientes para ejercer el periodismo como lo hizo Guillermo Cano?
La valentía yo creo que se mantiene, como en el caso de El Espectador, que es seguir en pos de la verdad, pero son muy pocos los medios que en Colombia están haciendo eso.
¿Sirvió esa lucha tan sacrificada contra el narcotráfico que lideró Guillermo Cano y dejó tantos miles víctimas?
Claro. El país no está todavía en manos de ellos, porque hubo personas que se les enfrentaron y aún las hay. Es verdad que sigue habiendo poderes que quieren estar por encima de todas las instituciones democráticas, pero en la Colombia de hoy las cosas no funcionan así precisamente porque hubo un pasado en el que hubo gente que se atrevió a ponerle el pecho a esos intereses de convertir el país en una finca de ellos.
Hoy ve uno cantidad de ejércitos ilegales y mafiosos apoderándose de regiones para traficar lo que sea matando a quien sea y uno se pregunta, ¿se perdió la guerra contra el narcotráfico?
Yo no creo que esté perdida, pero si las políticas internacionales se dieran a la tarea de buscar otra forma de perseguir el narcotráfico creo que se lograrían muchas cosas más.
¿Habla de la opción de legalizar las drogas?
Sí. Se habla mucho de que sería una cosa negativa legalizar la cocaína, por ejemplo, pero yo creo que eso cambiaría mucho las cosas, porque lo que más les duele a ellos es el dinero. Así como en el pasado se pudo acabar con la mafia del alcohol.
El gobierno nacional acaba de presentar una nueva ley de sometimiento, supuestamente para darle prioridad a una negociación de paz con el cartel que se hace llamar Clan del Golfo. ¿Eso tiene sentido a estas alturas? O las leyes de sometimiento no han servido de mucho.
Creo que no sirve de mucho. El acuerdo de paz con una guerrilla que estaba identificada como tal y que se había pervertido también con el negocio de la droga sirvió para que Colombia viviera unos pocos momentos de una realidad distinta, pero se diluyó con los intereses de uno u otro partido político. Meter en ese mismo saco a personas o grupos que están exclusivamente dedicados al narcotráfico o a la violencia no funciona. Es un salpicón al que no se le ve ningún futuro.
¿Por qué cree que la llamada paz total ha fracasado hasta ahora?
La paz total solo se logra cuando se enfrentan las realidades distintas que hay en el país. No es lo mismo lo que está sucediendo en el Urabá que lo que sucede en los departamentos amazónicos o lo que pasa en La Guajira. Entonces, si queremos abordar esos diálogos con unas cosas que no solucionan la realidad de las regiones, pues nunca se logrará el objetivo nacional.
Una paz total incluye una palabra bien compleja que es perdón. El año pasado el Estado colombiano le pidió perdón a usted y a su familia por el asesinato de don Guillermo Cano. ¿Eso para qué sirvió?
Pareciera que fue como un compromiso de firmar y decir palabras vanas, pero para la familia es muy importante. Por fin se reconoce que el Estado fue incapaz de proteger la vida de un servidor de la libertad de expresión, de una persona que se defendía con una máquina de escribir, así como han asesinado a maestros y a líderes sociales, solo porque trataban de hacer una mejor sociedad. Este reconocimiento es lo mínimo que uno pediría para esa cantidad de colombianos y colombianas que quedamos huérfanos.
Sí ahora le pudiera decir algo a don Guillermo Cano ¿qué le diría?
Que su espíritu está aquí y nos guía todavía, que sus palabras fueron y son vitales para poder pensar en una sociedad distinta y que no todo se perdió.
* Con motivo del centenario del natalicio de don Guillermo Cano Isaza (12 de agosto de 1925 - 17 de diciembre de 1986), este diario publicará ediciones especiales el próximo martes, tanto en formato impreso como en nuestras plataformas digitales. El objetivo, aparte de conmemorar el legado humano y profesional del sacrificado director de este diario, es acercar la vida y obra del inolvidable periodista a las nuevas generaciones. Por eso en el colegio Gimnasio Moderno, norte de Bogotá, a las 5:00 p. m., se estrenará el documental animado “Mientras haya tinta” y habrá charlas para celebrar 2025 como el Año Guillermo Cano, como lo declaró el Ministerio de las Artes y las Culturas. La Biblioteca Nacional publicará un libro, que se suma a las exposiciones en memoria del columnista que pasó a la historia por su “Libreta de apuntes” y sus editoriales. El mincultura convocará a los jóvenes a concursos de creación artística para rescatar los valores que Cano defendió, empezando por la democracia y la libertad de prensa. Además, en este enlace, puede escribir un mensaje en memoria de don Guillermo Cano.
