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El deporte más feo sobre la tierra

Migraron trayendo el patinaje de velocidad en sus espaldas sabiendo que es un deporte sin espacio en la tierra a la que ahora llaman hogar. Reclaman que sus pies rueden en pistas que no existen, ganar trofeos de campeonatos que no se han inventado y clasificar a competencias internacionales que los pasan por alto.

Ana María Betancourt Ovalle*

17 de noviembre de 2025 - 10:00 a. m.
Idols Skate y The Family Skating entrenan en parques de Nueva York enfrentando climas tempestuosos y accidentes inesperados por la falta de infraestructura.
Foto: Viviana Velásquez Bello
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Son humanos, pero portan una posición que es un vestigio. La espalda inclinada —aquella que tanto repelió nuestra especie para distanciarse de lo animal y ser ágil en el suelo, tras haber bajado de los árboles— la retoman contrainituitivamente para ganar velocidad. Los patines son un invento moderno, fueron quizás una de las primeras formas en las que la humanidad se maravilló con el vértigo y la ilusión óptica de andar a más de 20 km/h, la máxima velocidad que permite el bipedismo.

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Cuando en su tierra ya estaban hartos de los límites que los pies les imponían, llegaron los patines en línea para que pudieran moverse con la velocidad del tigrillo de los Andes. En la rapidez encontraron la belleza y un nuevo deporte se configuró. Por años fueron campeones indiscutibles, pero cuando se movieron de latitud sin visado ni planes, en busca de la promesa de un futuro próspero, los patines salieron de su ecuación. Ahora, inmersos en la nostalgia de un pasado veloz y triunfante, están intentando que sus patines vuelvan a rodar en una tierra que los frena.

Sobre el país que no sabe rodar

Son las 3:17 a. m. de un sábado de mayo y Valentina Murillo ya está despierta, pese a haber dormido solo dos horas. Sabe que tiene que apagar su alarma rápidamente porque, de lo contrario, despertará a la familia que vive en la habitación contigua en uno de los albergues para inmigrantes de Jamaica, Nueva York. Va al baño y se mira en el espejo cuestionando todas las decisiones que ha tomado en su vida, como les pasa a las personas que siguen suspendidas en el tiempo de los sueños.

Murillo espera uno de los tercos y poco fiables buses de Nueva York por 20 minutos y, como no pasa, decide caminar hasta la estación del tren. Si tiene suerte, tardará casi dos horas en llegar a su destino. Es la última en llegar al calentamiento de la competencia interclubes de patinaje de velocidad que comenzó a las 7:00 a. m. Su entrenadora, Gibenny Cuesta, la regaña, pero cada minuto es oro, así que solo le pide que dé cinco vueltas al parque trotando.

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En Estados Unidos las personas repiten hasta la saciedad que el tiempo es dinero. La competencia y las clases de patinaje comienzan temprano porque el Departamento de Parques los puede multar si los ve entrenando en el espacio público sin tener licencia o permiso. Madrugar ahorra dinero.

Murillo patina con el club Idols Skate desde hace dos años. Antes de emigrar, pasaba más tiempo entrenando que en su casa con su familia. Nada le importaba más que ser campeona local. Y lo logró. Pero el júbilo y el fracaso suelen venir de la mano. La economía después de la pandemia golpeó a muchas familias en Colombia, entre ellas a la suya. A su papá, conductor de un taxi, se le comenzó a hacer difícil pagar la matrícula del vehículo. Su mamá, que tenía un negocio de confección de ropa interior, vio cómo sus ventas se desplomaban. En el 2023, la familia decidió que ella y su mamá, Martha Orrego, debían migrar a la ciudad de las oportunidades: Nueva York. Al migrar, tuvo que convivir con su mamá todo el tiempo y se le convirtió en pesadilla. Fue ahí cuando descubrió lo poco que se conocían.

Ella quería retomar su entrenamiento. Su estrés aumentó al no poder patinar. Lo quería más que nada en el mundo, sabía que aliviaría la tensión de su nueva vida y la zozobra por saber la respuesta a su solicitud de asilo, pero durante un año no encontró clubes de patinaje de velocidad en la ciudad. Cuando descubrió a Idols Skate, confirmó dos de sus sospechas: sí había un club de patinaje en Nueva York y no podía pagarlo. En ese momento Orrego trabajaba limpiando un hotel y ganaba un salario que solo les permitía tener una comida al día y no podía darse el lujo de pagar la mensualidad.

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Si bien Murillo había visto High School Musical en su infancia y escuchado que los deportistas eran de los pocos que se saltaban el sistema de endeudamiento por educación estadounidense, jamás se le ocurrió que podría ganar becas en Estados Unidos por practicar un deporte. Así que se llevó una grata sorpresa cuando supo que su escuela secundaria estaba dispuesta a financiar sus clases, patines y uniformes para entrenar.

Encontrar el patinaje de velocidad en Nueva York le devolvió la capacidad de conjugar verbos en futuro, pero no de pensar sustantivos en plural; en Estados Unidos no hay variedad de escenarios ni competencias en el deporte como las que tenía en Colombia.

Mientras que en Colombia casi todos conocemos a una amiga o familiar que practica patinaje de velocidad; en Estados Unidos, las personas tienen que ver una foto o preguntar qué es para que surjan las palabras que lo nombran.

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Colombia es el país más veces campeón en patinaje de velocidad del mundo: lleva 25 años sin bajarse del podio, tiene ligas, clubes y patinódromos —pistas de patinaje— en todas las regiones. La popularidad del deporte ha ido viajando a otros países de América Latina, pero esa ola no ha encontrado la fuerza suficiente para empapar al norte. En Estados Unidos la mayoría de estados no tienen ligas ni competencias profesionales. En los dos estados con mayor población colombiana, Florida y Nueva York, solo hay dos y cero patinódromos respectivamente.

Idols Skate y The Family Skating fueron fundados por patinadores profesionales colombianos justo después de la pandemia del covid-19, que motivó a las personas a hacer deporte al aire libre para no enloquecer. Estos clubes entrenan en parques de la ciudad ciñéndose a climas tempestuosos y accidentes inesperados por la falta de infraestructura.

“Nueva York no va a invertir en algo que no ha visto. Estamos empezando a organizar competencias entre los clubes para que haya visibilidad y se creen normativas y escenarios para este deporte”, acotó Jordan Espinel, fundador de The Family Skating, una tarde en la que la lluvia de primavera frenó las clases de patinaje.

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Un simulacro de pista

En América Latina el rebusque ha sido la vía para que comunidades marginalizadas sobrevivan a las condiciones precarias en las que viven. Así, mientras niños de clases privilegiadas tienen balones de fútbol y reciben entrenamiento privado, otros de clases bajas se las ingenian para hacer partidos en la calle pateando una lata de cerveza. En Nueva York, los clubes de patinaje se rebuscan patinódromos en escenarios inconcebibles para este deporte.

El patinaje sobre hielo (llamado el deporte más bello sobre hielo) sí es un deporte olímpico, pero Su contraparte sobre ruedas no.
Foto: Viviana Velásquez Bello

Idols Skate patina en Flushing Meadows Corona Park y en el Lawrence Virgilio Playground. The Family Skating entrena en este último. Ambos parques están en el condado de Queens, donde se concentra la mayor población de colombianos y una de las más numerosas de latinos de Nueva York.

Los patinódromos convencionales son ovalados, con carriles definidos, al aire libre y casi tan largos como dos calles neoyorquinas. Los parques donde entrenan estos equipos tienen pistas de atletismo. El Lawrence Virgilio Playground es el parque que más se parece a una pista de patinaje, pese a su forma redonda; en cambio, el Flushing Meadows Corona Park tiene unos extremos redondeados y otros cuadrados, y tiene instalados unos bancos en una de las curvas, con los que se ha accidentado la mayoría de los patinadores de Idols Skate. “Desde que me accidenté en la curva, ahora siempre llego de últimas en las competencias. A veces soy la primera en salir y coger velocidad, pero me dan miedo las curvas y me toca frenar e ir más lento, en esas me pasan los demás”, me dijo Murillo.

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Cuando la nieve o la lluvia cubren Nueva York, los clubes de patinaje tienen que cancelar sus clases. A veces las cancelan por días, a veces por meses. “Nosotros cerramos desde noviembre hasta marzo, dependiendo del clima. Ahorita lo que se me ocurrió fue darles clases en el gimnasio en el invierno y hacemos ejercicios que les vayan a servir en la pista. Los patinadores que fueron puedo decir que no avanzaron, pero tampoco desmejoraron”, me comentó Cuesta. Los entrenadores de ambos clubes coincidieron en que si alguna vez Nueva York llega a tener un patinódromo, debe ser cubierto y climatizado, para que la nieve no congele sus entrenamientos.

El panorama en Florida es diferente. Este estado tiene un patinódromo en Milton y otro en Miami. El Brian Piccolo Sports Park & Velodrome en Miami tiene una pista de patinaje de 200 metros. Abrió en 1992, ha sido anfitrión de eventos como los Juegos Panamericanos 2016 y es el sitio donde entrena la selección de patinaje de velocidad de Estados Unidos.

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“Yo creo que en Florida concentramos el patinaje de velocidad en Estados Unidos, porque las dos pistas que tenemos son las que están en mejor forma. Y porque siempre hace buen clima”, me contó Nicole Canon, patinadora colombiana y miembro de Speed Elite Team, un club de patinaje en Miami en el que ya han clasificado a dos patinadores en la selección nacional.

Por eso patinadores como Luis Castillo, un guatemalteco de 20 años que entrena con Idols Skate, quieren mudarse a Florida. “Me gustaría ver si puedo ir a Florida durante el invierno y estar en Nueva York cuando hace calor, sé que así podría mejorar mi rendimiento”, me confesó. Castillo ganó el campeonato nacional de patinaje de velocidad en Guatemala y ha representado a su país en competencias internacionales en Colombia y El Salvador. Por años soñó con ser campeón mundial de patinaje de velocidad, hasta que migró a Nueva York en el 2020 para reencontrarse con su mamá. Por dos años dejó de practicar y sepultó sus deseos de que su nombre hablara por sí mismo en el mundo. Desde que llegó a Idols Skate, Cuesta, la primera entrenadora colombiana que ha tenido, ha desenterrado palazo a palazo sus sueños en el deporte.

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“Si tú quieres ser alguien en el patinaje, tienes que entrenar en Colombia o con colombianos”, declaró Castillo, consciente de la contradicción que implica su afirmación cuando no puede salir de Estados Unidos por su situación migratoria.

Cuando conocimos el hielo

María Alejandra Martínez-Gordillo patinó desde sus cuatro años en Cali. A su corta edad nunca había escuchado del patinaje, hasta que un día su abuela la llevó a jugar al parque y vio el entrenamiento de un club. Martínez-Gordillo , así como las primeras personas que fueron testigos de la velocidad del automóvil, aprendió qué era el asombro ese día. Su abuela, al notar lo maravillada que estaba, la inscribió a las clases.

En Cali nunca fue de las mejores, le costaba adquirir velocidad cuando comenzaba a patinar. Pero eso poco la desalentó, el patinaje le daba lo que los superpoderes a los superhéroes: la capacidad de ser extraordinaria. Compitió en torneos en el Valle del Cauca hasta que llegó la pandemia y con ella la cancelación de todas las actividades deportivas.

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Hasta el momento Ronald Martínez y Jenny Gordillo, sus padres, se habían proyectado a futuro en su ciudad natal y veían en su hija un porvenir brillante en el deporte. Pero la pandemia en Colombia trajo un miedo mayor que el virus mismo: el hambre. En 2021, los colombianos salieron masivamente a protestar contra la reforma tributaria del presidente del momento, Iván Duque. El paro nacional afectó de manera particular a Cali por ser la ciudad que canaliza los productos que llegan a Buenaventura, el puerto comercial más importante del país.

Por tres meses, el Ejército y la Policía buscaron pacificar las protestas arrestando, desapareciendo y asesinando a muchos de los manifestantes —aún se ignora el paradero de muchos de ellos—. Los manifestantes, en represalia, bloquearon las entradas a Cali, la ciudad quedó desabastecida y la calle se convirtió en campo de batalla. Martínez y Gordillo concluyeron que esta ya no era la ciudad para criar a su hija, así que la familia salió de Colombia persiguiendo la promesa de un mejor futuro y confiando en encontrar un club de patinaje para que ella se convirtiera en campeona; sin embargo, desde el primer mes se dieron cuenta de que era imposible encontrar lo inexistente.

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En los años 90 y principios del 2000 era común encender el televisor en Estados Unidos para ver la transmisión de competencias de patinaje de velocidad sobre ruedas. Los estadounidenses Chad Hedrick y Joe Mantia eran admirados por todos los patinadores del mundo. Hasta que comenzaron a surgir figuras colombianas como Luz Mery Tristán, Cecilia Baena y Andrés Felipe Muñoz que súbitamente comenzaron a cambiar el panorama. La emergencia de equipos más fuertes y la prioridad que se les dio a deportes como el fútbol americano, el baloncesto y el béisbol fueron haciendo que el patinaje de velocidad sobre ruedas perdiera la visibilidad que tenía.

“El sistema de deportes en Estados Unidos está centrado en el mercado. Si hay algún interés en un deporte localmente, las personas lo practican, pero no hay un apoyo federal para desarrollar deportes de forma intencional”, me explicó Jeff Montez de Oca, director del Centro de Estudios Críticos del Deporte en la Universidad de Colorado. “El patinaje de velocidad, como un deporte de inmigrantes que vienen del Sur Global, tiene una gran desventaja en términos de atraer la atención y la publicidad para volverse popular y recibir financiamiento”, añadió.

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La familia Martínez-Gordillo, así como muchos colombianos, había atestiguado el reinado imparable de Colombia en el patinaje y le resultaba inverosímil que la potencia económica más fuerte del continente no tuviera espacio para este deporte. Si el reflector no estaba apuntando a María Alejandra para que pudiera brillar, ella tendría que ser quien corriera detrás de la luz, incluso repensando su sueño. “La inscribí a clases de patinaje sobre hielo, que sí es un deporte fuerte en Estados Unidos”, me informó Martínez. De hecho, el patinaje sobre hielo —llamado el deporte más bello sobre hielo— sí es un deporte olímpico, pero su contraparte sobre ruedas no. Por eso algunos patinadores profesionales deciden cambiar ruedas por cuchillas.

“El patinaje sobre ruedas no es olímpico porque necesita fuerza de países que tienen mucho poder en el comité olímpico. Si en Estados Unidos fueran buenos en el patinaje, ya habrían hecho el lobby para que ingresara como deporte olímpico”, me aclaró Luz Amelia Hoyos, profesora de la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia y doctora en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte.

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Por ahora, la solución ha sido establecer convenios entre Colombia y Estados Unidos para que los patinadores del sur entrenen profesionalmente el patinaje sobre hielo, propio del norte. Mientras el patinaje de velocidad encuentra un lugar en el comité olímpico, deportes con menos trayectoria y propios de Estados Unidos, como el breakdance y el roller derby caminan en la alfombra roja de deportes aprobados por esta institución.

“La Federación hizo un convenio con el Óvalo Olímpico de Utah, en Salt Lake City. Entonces si un deportista quiere llegar a ser olímpico, lo puede conseguir por el patinaje sobre hielo”, me dijo Herich Frasser, director de comunicaciones de la Federación Colombiana de Patinaje. Este ha sido el caso de figuras relevantes como Pedro Causil, el primer colombiano en competir en patinaje de velocidad sobre hielo en los Juegos Olímpicos de Invierno del 2018.

Así como en Cien años de soledad, donde el hielo llegó a Macondo como una de las maravillas del mundo moderno cuando en todos los países del norte llevaban siglos conviviendo con él, los patinadores latinoamericanos apenas están llegando a un deporte impensable en su región. Pero, a diferencia de los habitantes de Macondo, Martínez-Gordillo no se maravilló con el hielo. Una vez encontró un club que la alentó a no bajarse de sus patines de cuatro ruedas en línea, se comprometió a ir a todas las clases. Ahora, a sus 13 años, es conocida como la más rápida de Idols Skate. En las competencias está convencida de que se está jugando su futuro, por eso en el torneo interclubes no aceptó distracciones. Hablaba poco y observaba mucho. Una vez llamaron a su categoría, fue la primera en llegar a la línea de salida. Miraba hacia el frente, poco hacia los lados. Su posición se asemejaba a la forma del número siete y sus brazos bailaban en el aire a medida que deslizaba sus patines en el suelo de la pista de atletismo donde ocurrió la competencia.

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Los días que tiene entrenamiento son sus favoritos. Cuando recién llegó a Nueva York, fue difícil hacer amigos y le costó entender las clases porque no sabía inglés. Su lugar seguro son sus clases de patinaje, en donde la mayoría de los patinadores hablan español y son colombianos. Cuesta estima que el 90 % de ellos lo son. En The Family Skating el 60 % de los patinadores son colombianos y el 40 % también son inmigrantes: ecuatorianos, peruanos e indios.

Es como si estos patinadores, en vez de cruzar ríos, desiertos, cielos y selvas para huir de sus países, migraran para regresar a ellos. Tal vez, el sentido nunca fue “salir de”, sino “regresar a”. Regresar a la postura horizontal de la espalda, vista como un vestigio animal. Regresar al deporte que traen a rastras. Regresar a Latinoamérica conectando con el pedacito de la región que se instaló en los barrios inmigrantes de Nueva York. Regresar para ofrecer y no para arrebatar.

* Ana María Betancourt Ovalle, periodista y escritora colombiana, fue galardonada con el I Premio Nuevas Plumas Estados Unidos, entregado en el marco de la FIL de Nueva York, por esta crónica.

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Por Ana María Betancourt Ovalle*

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