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El día de la muerte de Pablo Neruda (Obras inconclusas XVI)

El 23 de septiembre de 1973 falleció en la Clínica Santa María de Santiago de Chile Pablo Neruda, dejando sin terminar varias obras, entre ellas, su autobiografía, “Confieso que he vivido”. Sus últimas palabras fueron “me voy”. Había ingresado por diversas complicaciones de un cáncer que padecía. Con los años circuló la posibilidad de que hubiera sido asesinado, pero varias autopsias e investigaciones determinaron que su muerte no fue provocada. Entrega número XVI de Obras inconclusas

Fernando Araújo Vélez

18 de diciembre de 2025 - 01:10 p. m.
Pablo Neruda creó algunos de los versos que más se han oído y recitado a lo largo del siglo XX y XXI.
Foto: EFE
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Tiempo después de que Pablo Neruda hubiera susurrado dos veces “Me voy”, y de que Teresa Hamel, su amiga de años atrás y quien le recordaba a Federico García Lorca, pues llevaba felicidad adonde iba, lo hubiera tomado de la mano a las nueve y tantas de la noche para no sentir más su pulso a las diez y decir “Se le paró el corazón”, Matilde Urrutia, su esposa desde el 8 de abril, escribió, “Solas, esas tres mujeres flacas, menudas y desoladas, aguardamos sobrecogidas en una minúscula banqueta la tremenda noche sin aurora”. Ella, Laura Reyes, la hermana de Neruda, y Teresa Hamel, estuvieron con él en la noche del 23 de septiembre de 1973 y los días anteriores.

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En una carta que la escribió al pintor José Caballero dos meses después, Reyes le contó que se había quedado a solas con él en la tarde del 22, y, que a su manera de ver, había estado bien. “Yo quedé sola con él; estuvo bien, corrigiendo y poniendo en orden unos poemas para unos libros que había terminado, pero en la noche de ese sábado se agravó mucho y al otro día (…) estuvo gravísimo en la tarde, ya inconsciente: no conocía a nadie, ni hablaba, la respiración forzosa y difícil, le faltaba el aire, así seguía, y antes de dejar de respirar -yo estaba muy cerca, al ladito-, dijo: ‘Me voy’. A los cinco minutos, otra vez repitió: ‘Me voy’. Murió tranquilo, la falló el corazón.

Transcurridos veinte años, Teresa Hamel relató aquellos instantes. “Recuerdo que ambas se habían sentado en una cama contigua al lecho del enfermo. Yo, entretanto, le tenía tomado el pulso a Pablo; le miraba consternada. Su respiración era débil. (…) Noche negra con toque de queda. A las 10 sentí que su pulso había cesado. ‘Se le paró el corazón’, dije. Llamé quedamente a Matilde, se acercó ella con Laurita y les dije ‘se fue’. No recuerdo otras cosas, estábamos todas muy impresionadas”. Luego de las primeras reacciones, según Matilde Urrutia, Hamel asumió las acciones urgentes y necesarias que debían seguir. “Hay que vestirlo. ¿Dónde está la ropa?”, dijo y preguntó.

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Luego declararía que el personal de la Clínica Santa María se había comportado de una forma muy desagradable. Urrutia relató que “Todos estaban apurados. Trajeron un carro camilla, insistían en que no lo siguiera vistiendo, cosa que no consiguieron. Había que trasladarlo. ¿A dónde? No alcancé a preguntar nada. Salieron con él casi corriendo por un pasillo”. Se detuvo para pedirle a Teresa Hamel que la ayudara a buscar un ataúd claro, pues Neruda detestaba “los de negro”, como lo reseñó Mario Amorós en su libro “Neruda, el príncipe de los poetas”. Ante la distracción, no se dio cuenta de que los enfermeros se habían llevado la camilla.

Por un momento entró en pánico. Imaginó que alguien entre los altos mandos del régimen que quince días atrás, el 11 de septiembre, había derrocado a Salvador Allende, había dado la orden de que se robaran el cadáver para hacer un espectáculo oficial del funeral. “Por suerte, eso no lo pensaron los nuevos gobernantes. Estaban bien lejos de pensar en la resonancia que tendría en el mundo entero la muerte de Pablo”. Por fin, luego de recorrer pasillos y de abrir puertas, y de preguntar y de enfrentar las reiteradas negativas de aquellos que se topaba en su búsqueda, ingresó en un largo, helado y gris corredor. Al fondo estaba el cadáver de Pablo Neruda. Se sentó a su lado. Después llegaron Laura Reyes y Teresa Hamel.

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Pasaron la noche allí, casi sin hablar, hasta que amaneció. Amorós escribiría que “Tanto en el certificado como en el acta de defunción expedidos por el Registro Civil de Recoleta consta como causa de la muerte lo siguiente: ‘Caquexia cancerosa. Cáncer próstata. Metástasis cancerosa’. El doctor Vargas Salazar firmó los papeles de la defunción sin haber visto el cuerpo inerte del poeta. La legislación de la época imponía que debía suscribir dicha documentación el médico en cuyo turno se hubiera producido el fallecimiento. Ni en aquellas horas, ni con motivo de los funerales de 1992, se practicó una autopsia al cadáver, porque no hubo sospechas de homicidio o suicidio”.

Al día siguiente, cuando las visitas de sus amigos, de algunos poetas, de unos cuantos periodistas y de decenas de decenas de sus lectores habían inundado las instalaciones de la Santa María, Matilde Urrutia determinó que la velación del cadáver de Neruda sería en su casa, la Chascona, situada en el cerro de San Cristóbal. Cuarenta, cincuenta estudiantes se habían agolpado en la entrada, y cuando llegó el ataúd de madera gris comenzaron a cantar, “Compañero Pablo Neruda, presente, presente, y ahora y siempre, ahora y siempre…”. Unos minutos más tarde, el cortejo fúnebre se detuvo ante la entrada de la casona, sobre la calle de Fernando Márquez de la Plata.

“Aunque viviera mil años, nunca podría olvidar este momento. Si el mundo entero se hubiera puesto boca abajo, no me habría producido mayor asombro. Vidrios por todas partes, la puerta abierta, la escalera de entrada era un torrente de agua. Imposible entrar”, dijo Urrutia pasado un tiempo, anonadada, contrariada, triste, herida, molesta y hasta humillada por la muy probable intromisión horas antes de militares y de fuerzas de inteligencia del nuevo gobierno, liderado por Augusto Pinochet, en la Chascona. Cuando sus amigos le dijeron una vez más que llevaran a Neruda a otro lugar, dijo que no. Dio la orden de que lo ingresaran por la entrada de la puerta del servicio, ubicada en la calle Chucre Manzur.

El cortejo dio la vuelta. Cuando bajaron el féretro, en palabras de Amorós, uno de los dolientes dijo que se sentía como si estuvieran triturando “en mil pedazos los huesos de Neruda”. Cuando lograron ingresar, depositaron el ataúd y lo destaparon. Neruda llevaba puesta una chaqueta a cuadros café y blanco, y mostraba “una increíble serenidad en el rostro. Una imagen de vida asombrosa, hasta con esa sonrisa esbozada, siempre a punto de insinuarse detrás de sus ratos faciales, más bien pesados”. En ese instante, Matilde Urrutia dio la orden de que dejaran todo como estaba. Los vidrios en el suelo, el agua, los trozos de porcelanas y de madera por doquier.

Quería que quedara constancia de lo que había acontecido, que los centenares de mujeres y hombres y niños y ancianos que fueran a despedirse de Neruda vieran y jamás olvidaran la barbarie. Entre el desorden, los restos de vidrios y el llanto, llegaron flores, cartas, recuerdos. La gente desfilaba como podía, y según su fe, se persignaba y cerraba el puño o recitaba en voz muy queda algún poema. El rey de Suecia, Carlos XVI Gustavo, mandó unas rosas expresando su más sentido pésame. El gobierno de Pinochet declaró tres días de duelo, y el edecán mayor fue en persona a expresar las condolencias del caso en nombre del presidente, pero la señora Urrutia los vio y se encerró en su habitación.

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Al salir, algunos periodistas recogieron su testimonio. Ella dijo que estaba abatida, que tenían todo decidido para viajar a México ese día, pero que los sucesos del 11 de septiembre y lo que el pueblo chileno vivía habían empeorado la salud de su marido. Entre varias cosas, dejó muy en claro que una vez finalizaran las exequias comenzaría a trabajar en la edición de algunas de las obras de Pablo Neruda, en especial, sus memorias. Lo haría en el extranjero.

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Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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