El día que conocí a Ernesto Cardenal
El papa le levantó la prohibición para oficiar misas al cura y poeta revolucionario de Nicaragua, de 94 años.
Eduardo Márceles Daconte
San Carlos del Río San Juan: un lugar surrealista
El barco se acercó fatigoso al muelle. San Carlos del Río San Juan era una nube de sayules, zancudos inofensivos que se agitan como remolinos de aserrín alrededor de nuestros cuerpos. Los más despiertos empezaron a desabotonar la telaraña de la fatiga tejida durante 15 horas de runrún mecánico e insomnio. La pequeña ciudad, en el extremo sureste del Lago Nicaragua, es un lugar surrealista, sucio y bullicioso.
No supe a qué hora se acercó la canoa de motor, estaba frente a mí cuando divisé la cruz rústica pintada sobre la quilla: San Juan de la +. Era la tropa de Solentiname. Entonces comenzó la actividad a través de los vericuetos de la oferta y la demanda. Muy pronto la canoa se llenó de provisiones, se entregaron las artesanías de la comunidad, se recogió el correo, los periódicos y se estableció así el único contacto semanal con la civilización que se permiten los comunitarios de la pequeña isla.
Un cura iconoclasta que escribe poesía exteriorista
Dos horas después, la canoa se deslizaba frente al pequeño muelle de la comunidad. Allí me esperaba Ernesto Cardenal (Granada, Nicaragua, 1925): lleva barba y cabellera largas y blancas, que recuerdan a un profeta flaco de ojos claros y serenos de asceta. Luce juvenil en su camisa campesina, pantalones bluyines nacionales y botas de goma. El terreno es húmedo y arcilloso. Desembarqué aquí para conocer más de cerca el experimento de una comunidad artístico-política cuyo imán central es Cardenal, un cura iconoclasta, poeta carismático, reseñador de transformaciones revolucionarias, íntimo amigo de la revolución cubana y militante del socialismo en un país entonces dominado por la dinastía Somoza, cruel y corrupta, desde hacía medio siglo.
“He hecho un largo peregrinaje para visitarte”, le digo mientras nos damos un estrecho abrazo; era un soleado día de julio de 1972. Noto que es un hombre tranquilo. Después de disponer de los asuntos de la canoa y camino a su cabaña, ojea la correspondencia y hablamos brevemente de política hispanoamericana. Está ansioso de saber mi opinión sobre numerosos temas, tiene una mirada escrutadora. Yo también lo interrogo sobre sus actividades, su poesía, su experiencia. Contesta con sumo cuidado, escogiendo las palabras sin dejar nada al azar y me señala una cabaña donde viviré el tiempo que esté aquí.
Puede leer: Ernesto Cardenal recibió "amorosamente" el indulto del papa Francisco
Ernesto Cardenal es miembro de una familia burguesa y culta nicaragüense. De don juan juvenil se transformó en serio estudiante de lírica, crítico y activista político de decididas tendencias izquierdistas y creador de una nota poética que habla de explotación, de lucha revolucionaria y de una nueva interpretación del Evangelio de cara a las injusticias que se perpetúan dentro de un sistema que él rechaza. La isla es hermosa. Todo es sencillo y rústico. Hay cabañas de madera y paja para las parejas; un dormitorio comunal grande para los solteros; una casona para reuniones y biblioteca; una iglesia humilde decorada con dibujos multicolores ejecutados por los niños campesinos de la región y una cocina-comedor con olor a leña y frijoles frescos. Allí donde se escogió edificar la comunidad un día de febrero de 1966 se sembraron árboles frutales, flores, hortalizas y se procuró ser autosuficiente en materia de alimentación.
Una comunidad de poetas, pintores y artesanos
Hay una fuente inagotable de peces a orillas del lago. Se dispone de agua corriente, letrinas y luz eléctrica de 6 a 10 de la noche. La vida es apacible. Durante la mañana nos dedicamos a la faena agrícola y en la tarde cada persona hace su trabajo artístico o artesanal. Hay pintores primitivistas que utilizan el tema del archipiélago, el agro y la pesca. William Agudelo, el poeta colombiano cofundador de la comunidad, me dice que desde la publicación de su libro Nuestro lecho es de flores en 1970 solo ha escrito filigranas y encuentra que el trabajo artesanal es muy liberador. Hay también pájaros, mariposas y ranas, al anochecer las luciérnagas relampaguean por todas partes y nos dormimos al arrullo de un concierto de sapos.
En este terreno, Cardenal ha organizado cooperativas agrícolas, un botiquín de primeros auxilios, una pequeña escuela y un foro semanal en donde se discuten desde temas religiosos hasta la mejor clase de semilla, sin olvidar la labor de concientización política, la cual dio sus frutos el 19 de julio de 1979, día que triunfó la revolución sandinista con el concurso de esta comunidad. Me dice que así funcionaba el cristianismo primitivo en las catacumbas romanas.
La intención de Solentiname era crear un foco de inspiración política para liberar a Nicaragua. Durante medio siglo, su país sufrió la crueldad de una dictadura de recia naturaleza militar: rapaz y represiva. El primer representante de la dinastía Somoza recibió el poder de manos del gobierno estadounidense, como resultado del aniquilamiento del movimiento de liberación que terminó con el asesinato del combatiente nacionalista Augusto César Sandino (21 de febrero de 1934), quien por ocho años acaudilló la lucha contra la intervención armada de los Estados Unidos en su país. El primer Somoza, servidor incondicional de los intereses estadounidenses, fue ajusticiado por el poeta Rigoberto López Pérez en 1958.
Puede leer: ¿Quién fue Hegel, uno de los grandes pensadores de la historia universal?
Medio siglo de dictadura somocista
Durante medio siglo Nicaragua sufrió la crueldad de una dictadura de recia naturaleza militar: rapaz y represiva. El primer representante de la dinastía Somoza recibió el poder de manos del gobierno estadounidense como resultado del aniquilamiento del movimiento de liberación que terminó con el asesinato del combatiente nacionalista Cesar Augusto Sandino (21 de febrero de 1934), quien por ocho años acaudilló la lucha contra la intervención armada de los Estados Unidos en su país. El primer Somoza, servidor incondicional de los intereses estadounidenses, fue ajusticiado por el poeta Rigoberto López Pérez en 1958.
El segundo Somoza heredó, junto con el poder, las tácticas indispensables para su perpetuación: la tortura y el pillaje. La oposición somocista se manifestó inicialmente por medio del Partido Conservador, una colectividad cuya base social se alimentaba de sectores acaudalados del país y cuyo objetivo era erradicar la dinastía Somoza, con el fin de instalar una democracia liberal sin modificar las estructuras seudocapitalistas del país y con él como cabeza política de una oligarquía que no prometía soluciones convincentes para las injusticias sociales de Nicaragua. En la década del 50 se intentó consolidar un frente guerrillero apoyado sobre una base ideológica mixta, que se enfrentó a la dictadura en las montañas de la región norteña del país, pero fracasó por su incapacidad de formular una solución viable que contara con apoyo popular. Más tarde, ante el ejemplo de la revolución cubana y contando con el estímulo de la insatisfacción popular y la determinación de una vanguardia armada, se organizó en 1961 el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que dio guerra de manera decisiva a la dictadura somocista. El movimiento, sin embargo, perdió momentum como consecuencia de fracasos estratégicos y la represión cayó con furia sobre el país, instrumentalizada por una guardia nacional equipada y entrenada entre las mejores de América.
El empuje represivo decapitó y diezmó al movimiento, quedando sus mejores elementos muertos, presos, exiliados o convertidos en indefensos cuadros neuróticos o paranoicos congelados de espanto después de sobrevivir a los más brutales métodos de tortura. A la muerte repentina de Somoza segundo, el poder pasó automáticamente a Somoza tercero, que fue uno de los más aberrantes, truculentos y despóticos dictadores de esta especie americana. Sin embargo, el FSLN no desapareció, sus cuadros se sumergieron en una clandestinidad defensiva que sobrevivió a los garrotazos esporádicos que les asestaba el régimen y en esa esperanza tenaz que motivó a los combatientes nicaragüenses a buscar la inspiración y el diálogo en la comunidad de Solentiname.
La poesía como arma revolucionaria
A la arena de este circo de desolación política se lanzó Ernesto Cardenal, un joven espontáneo armado con una hoja de papel en blanco y una máquina de escribir. Desde allí empezó a fustigar de manera valiente a esa institución deshumanizada, cuyos únicos elementos visibles eran los miembros de una familia que administraba el país como una propiedad privada. En su búsqueda inicial, Cardenal utilizó el ridículo para criticar la desfachatez del culto a la personalidad del dictador en estos sugerentes epigramas:
Somoza develiza la estatua de Somoza en el estadio de Somoza
No es que yo crea que el pueblo me erigió esta estatua
porque yo sé mejor que vosotros que la ordené yo mismo
ni tampoco que pretenda pasar con ella a la posteridad
porque yo sé que el pueblo la derribará un día
ni que haya querido erigirme a mí mismo en vida
el monumento que muerto no me erigiréis vosotros
sino que erigí esta estatua porque sé que me odiáis…
Su pieza más combativa, en toda una obra beligerante, es La Hora 0, un poema épico en el cual Cardenal estigmatiza las figuras de los dictadores centroamericanos más infames; denuncia la explotación vil de las compañías extranjeras enquistadas en los países de Centroamérica y canta las hazañas de Sandino:
Noches tropicales de Centroamérica
con lagunas y volcanes bajo la luna
y luces de palacios presidenciales,
cuarteles y tristes toques de queda.
Muchas veces fumando un cigarrillo
he decidido la muerte de un hombre,
dice Ubico fumando un cigarrillo.
La revolución anti somocista era un imperativo moral y evangélico
A través de este proceso de creación poética; de su permanente contacto con su pueblo; de analizar minuciosamente los obstáculos que impiden un desarrollo equitativo; de esa meditación necesaria que lleva a las conclusiones más lúcidas en la preparación de sermones sencillos; de todo ese sentimiento de vergüenza, humillación, frustración y angustia que producen en un ser sensible la injusticia, el atropello, la burla a los derechos mínimos de sus compatriotas, surgió un cura revolucionario, poeta combativo, que nunca vaciló en gritar en la plaza pública o mediante escritos razonados, o utilizando su medio más eficaz: la poesía, que ha sido siempre un marxista cristiano convencido de la necesidad de una insurrección para implantar un sistema sociopolítico más equitativo.
La ética revolucionaria en Cardenal se basa, no en razones económicas o ideológicas, sino –él mismo dice– que nace de una urgencia de orden moral y evangélico. Puesto que el sistema capitalista se fundamenta en el ánimo de lucro que, por fuerza, es una estructura exclusivista basada en el egoísmo que mantiene a la sociedad dividida en clases (los explotadores y los explotados); es, en esencia, un sistema con espíritu de adquisición y de acumulación de capital, de competencia y de enriquecimiento a costa del trabajo ajeno. ¿No es esto la negación del Evangelio?, se pregunta Cardenal.
Si el cristianismo está basado en el amor y la justicia, y esta es la doctrina escueta del marxismo, entonces no existe incompatibilidad entre ellas. Es más, se complementan, porque Marx, en la tradición de los profetas del Antiguo Testamento, fue encomendado por Dios para señalar en un lenguaje moderno y práctico el camino para llegar a un socialismo humano y justo mediante una dialéctica social, sin utopismos infantiles. La doctrina marxista no se opone, ni contradice, en lo más mínimo, a la doctrina de Cristo, su ejemplo o su vida. El ataque que Marx hace a la religión católica está justificado por la manera como la Iglesia ha sido institucionalizada y jerarquizada, en su alianza con las clases explotadoras y en tanto que ha servido de vehículo para perpetuar un estado de injusticia y opresión para su propio beneficio, era y sigue siendo el opio del pueblo.
Todo el mensaje bíblico de los profetas era que Dios no quería culto, ni religión, hasta que no hubiese justicia social entre los seres humanos, hasta que terminasen la explotación y la opresión del hombre por el hombre. Cardenal repite lo que dijo el Patriarca Máximo IV en el Concilio Vaticano II: ...el verdadero socialismo está en el cristianismo integralmente vivido, en el justo reparto de bienes, en la igualdad fundamental de todos.
El Evangelio según Cardenal
En la iglesia de la comunidad se utiliza la liturgia como vínculo de concientización. Se oficia la misa dialogada cada domingo con asistencia de una congregación campesina dispuesta a participar sin ambages en la discusión del Evangelio dominical. Se leyó ese día la triple negación de Pedro después de que Cristo fue aprehendido por la guardia romana. ¿Qué conclusiones revolucionarias se podrían sacar de este incidente bíblico? Una chica campesina alzó la mano y dijo que a ella le parecía una buena táctica la de Pedro porque, de la misma manera que un combatiente tiene que negar a toda costa que pertenece a un movimiento revolucionario para sobrevivir y llevar adelante la lucha, así mismo Pedro tuvo que sufrir esa negación para cimentar más tarde la continuidad del cristianismo.
El sermón es comentado con ilustraciones relevantes a la lucha en aquella nefasta época. En una misa posterior en San José, en Costa Rica, Cardenal leyó el programa de los Tupamaros de Uruguay desde el púlpito, citando las coincidencias que encontraba en esos puntos en relación con las aspiraciones de justicia social implícitas y explícitas en el Evangelio. Fue un sermón audaz ante un público heterogéneo en una barriada de la capital costarricense. La atmósfera estaba espesa y algunas personas decidieron abandonar la iglesia. Al terminar la misa la congregación se puso de pie y aplaudió, se respiraba un entusiasmo sincero en el ánimo de esos feligreses que emocionó a todos, algunos se secaban las lágrimas y comentaban el hecho inaudito y sublime de esa mañana.
Estas son las armas que Cardenal utilizaba en la lucha revolucionaria contra Somoza. Él ha estado siempre en contra de la violencia. Admite, sin embargo, la necesidad de la lucha armada. La violencia de los de abajo, de los oprimidos, está justificada. En su condición de sacerdote él cree en la no violencia y eso predica. No obstante, concede que ambas son posibles, no se excluyen mutuamente. Citó las luchas no violentas que se han realizado en Nicaragua y que han contado con su apoyo, entre ellas la toma de iglesias y de universidades.
La violencia es preferible a la cobardía
Las armas más eficaces de la no-violencia no habían sido empleadas hasta aquel momento, mencionó el boicot económico, la huelga general de brazos caídos y la concientización masiva. A Cardenal le gusta citar a Gandhi, filón de inspiración para los practicantes de la no-violencia, cuando dijo que la no-violencia es preferible a la violencia, pero la violencia es preferible a la cobardía. Una postura pasiva o indiferente es inaceptable, equivale a colaborar con el enemigo.
En un sermón comentado expresó que cuando se discute la inevitabilidad de la violencia entonces aquel que cree que el único camino es la violencia y no está en la revolución es un cobarde. Para los cristianos que se debaten en la incertidumbre ante la posibilidad de abrazar un marxismo ateo, la lógica de Cardenal en su teología de la liberación es una alternativa positiva para canalizar esas energías de lucha que se acumulan ante el espectáculo cotidiano de un sistema insensato que no respondía, ni responde aún, a las necesidades básicas de las comunidades marginadas de Nicaragua.
De regreso en San Carlos del Río San Juan me asedia la guardia somocista: ¿quién era? ¿Qué hacía aquí? Regulaciones de frontera: pasaporte, visa, intimidaciones. ¿De dónde viene…? La respuesta esperada rebota de cara en cara hasta detenerse en la amenaza. El interrogatorio se hace malicioso. Por fin me devuelven el pasaporte. Regreso al barco cargado hasta el techo de aves, hortalizas, recuerdos y miradas de complicidad con los campesinos que marchan en esa interminable migración rural a ciudades hostiles que los esperan con el garrote del hambre y un tugurio sin alegrías en algún lugar inhóspito del país. Aquí, pienso, está resumida la angustia inarticulada del pueblo y me alegra que Ernesto Cardenal me haya contado todas estas cosas y que haya escogido vivir aquí, entre gente humilde pero combativa que quiere y comprende a su guía espiritual.
San Carlos del Río San Juan: un lugar surrealista
El barco se acercó fatigoso al muelle. San Carlos del Río San Juan era una nube de sayules, zancudos inofensivos que se agitan como remolinos de aserrín alrededor de nuestros cuerpos. Los más despiertos empezaron a desabotonar la telaraña de la fatiga tejida durante 15 horas de runrún mecánico e insomnio. La pequeña ciudad, en el extremo sureste del Lago Nicaragua, es un lugar surrealista, sucio y bullicioso.
No supe a qué hora se acercó la canoa de motor, estaba frente a mí cuando divisé la cruz rústica pintada sobre la quilla: San Juan de la +. Era la tropa de Solentiname. Entonces comenzó la actividad a través de los vericuetos de la oferta y la demanda. Muy pronto la canoa se llenó de provisiones, se entregaron las artesanías de la comunidad, se recogió el correo, los periódicos y se estableció así el único contacto semanal con la civilización que se permiten los comunitarios de la pequeña isla.
Un cura iconoclasta que escribe poesía exteriorista
Dos horas después, la canoa se deslizaba frente al pequeño muelle de la comunidad. Allí me esperaba Ernesto Cardenal (Granada, Nicaragua, 1925): lleva barba y cabellera largas y blancas, que recuerdan a un profeta flaco de ojos claros y serenos de asceta. Luce juvenil en su camisa campesina, pantalones bluyines nacionales y botas de goma. El terreno es húmedo y arcilloso. Desembarqué aquí para conocer más de cerca el experimento de una comunidad artístico-política cuyo imán central es Cardenal, un cura iconoclasta, poeta carismático, reseñador de transformaciones revolucionarias, íntimo amigo de la revolución cubana y militante del socialismo en un país entonces dominado por la dinastía Somoza, cruel y corrupta, desde hacía medio siglo.
“He hecho un largo peregrinaje para visitarte”, le digo mientras nos damos un estrecho abrazo; era un soleado día de julio de 1972. Noto que es un hombre tranquilo. Después de disponer de los asuntos de la canoa y camino a su cabaña, ojea la correspondencia y hablamos brevemente de política hispanoamericana. Está ansioso de saber mi opinión sobre numerosos temas, tiene una mirada escrutadora. Yo también lo interrogo sobre sus actividades, su poesía, su experiencia. Contesta con sumo cuidado, escogiendo las palabras sin dejar nada al azar y me señala una cabaña donde viviré el tiempo que esté aquí.
Puede leer: Ernesto Cardenal recibió "amorosamente" el indulto del papa Francisco
Ernesto Cardenal es miembro de una familia burguesa y culta nicaragüense. De don juan juvenil se transformó en serio estudiante de lírica, crítico y activista político de decididas tendencias izquierdistas y creador de una nota poética que habla de explotación, de lucha revolucionaria y de una nueva interpretación del Evangelio de cara a las injusticias que se perpetúan dentro de un sistema que él rechaza. La isla es hermosa. Todo es sencillo y rústico. Hay cabañas de madera y paja para las parejas; un dormitorio comunal grande para los solteros; una casona para reuniones y biblioteca; una iglesia humilde decorada con dibujos multicolores ejecutados por los niños campesinos de la región y una cocina-comedor con olor a leña y frijoles frescos. Allí donde se escogió edificar la comunidad un día de febrero de 1966 se sembraron árboles frutales, flores, hortalizas y se procuró ser autosuficiente en materia de alimentación.
Una comunidad de poetas, pintores y artesanos
Hay una fuente inagotable de peces a orillas del lago. Se dispone de agua corriente, letrinas y luz eléctrica de 6 a 10 de la noche. La vida es apacible. Durante la mañana nos dedicamos a la faena agrícola y en la tarde cada persona hace su trabajo artístico o artesanal. Hay pintores primitivistas que utilizan el tema del archipiélago, el agro y la pesca. William Agudelo, el poeta colombiano cofundador de la comunidad, me dice que desde la publicación de su libro Nuestro lecho es de flores en 1970 solo ha escrito filigranas y encuentra que el trabajo artesanal es muy liberador. Hay también pájaros, mariposas y ranas, al anochecer las luciérnagas relampaguean por todas partes y nos dormimos al arrullo de un concierto de sapos.
En este terreno, Cardenal ha organizado cooperativas agrícolas, un botiquín de primeros auxilios, una pequeña escuela y un foro semanal en donde se discuten desde temas religiosos hasta la mejor clase de semilla, sin olvidar la labor de concientización política, la cual dio sus frutos el 19 de julio de 1979, día que triunfó la revolución sandinista con el concurso de esta comunidad. Me dice que así funcionaba el cristianismo primitivo en las catacumbas romanas.
La intención de Solentiname era crear un foco de inspiración política para liberar a Nicaragua. Durante medio siglo, su país sufrió la crueldad de una dictadura de recia naturaleza militar: rapaz y represiva. El primer representante de la dinastía Somoza recibió el poder de manos del gobierno estadounidense, como resultado del aniquilamiento del movimiento de liberación que terminó con el asesinato del combatiente nacionalista Augusto César Sandino (21 de febrero de 1934), quien por ocho años acaudilló la lucha contra la intervención armada de los Estados Unidos en su país. El primer Somoza, servidor incondicional de los intereses estadounidenses, fue ajusticiado por el poeta Rigoberto López Pérez en 1958.
Puede leer: ¿Quién fue Hegel, uno de los grandes pensadores de la historia universal?
Medio siglo de dictadura somocista
Durante medio siglo Nicaragua sufrió la crueldad de una dictadura de recia naturaleza militar: rapaz y represiva. El primer representante de la dinastía Somoza recibió el poder de manos del gobierno estadounidense como resultado del aniquilamiento del movimiento de liberación que terminó con el asesinato del combatiente nacionalista Cesar Augusto Sandino (21 de febrero de 1934), quien por ocho años acaudilló la lucha contra la intervención armada de los Estados Unidos en su país. El primer Somoza, servidor incondicional de los intereses estadounidenses, fue ajusticiado por el poeta Rigoberto López Pérez en 1958.
El segundo Somoza heredó, junto con el poder, las tácticas indispensables para su perpetuación: la tortura y el pillaje. La oposición somocista se manifestó inicialmente por medio del Partido Conservador, una colectividad cuya base social se alimentaba de sectores acaudalados del país y cuyo objetivo era erradicar la dinastía Somoza, con el fin de instalar una democracia liberal sin modificar las estructuras seudocapitalistas del país y con él como cabeza política de una oligarquía que no prometía soluciones convincentes para las injusticias sociales de Nicaragua. En la década del 50 se intentó consolidar un frente guerrillero apoyado sobre una base ideológica mixta, que se enfrentó a la dictadura en las montañas de la región norteña del país, pero fracasó por su incapacidad de formular una solución viable que contara con apoyo popular. Más tarde, ante el ejemplo de la revolución cubana y contando con el estímulo de la insatisfacción popular y la determinación de una vanguardia armada, se organizó en 1961 el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), que dio guerra de manera decisiva a la dictadura somocista. El movimiento, sin embargo, perdió momentum como consecuencia de fracasos estratégicos y la represión cayó con furia sobre el país, instrumentalizada por una guardia nacional equipada y entrenada entre las mejores de América.
El empuje represivo decapitó y diezmó al movimiento, quedando sus mejores elementos muertos, presos, exiliados o convertidos en indefensos cuadros neuróticos o paranoicos congelados de espanto después de sobrevivir a los más brutales métodos de tortura. A la muerte repentina de Somoza segundo, el poder pasó automáticamente a Somoza tercero, que fue uno de los más aberrantes, truculentos y despóticos dictadores de esta especie americana. Sin embargo, el FSLN no desapareció, sus cuadros se sumergieron en una clandestinidad defensiva que sobrevivió a los garrotazos esporádicos que les asestaba el régimen y en esa esperanza tenaz que motivó a los combatientes nicaragüenses a buscar la inspiración y el diálogo en la comunidad de Solentiname.
La poesía como arma revolucionaria
A la arena de este circo de desolación política se lanzó Ernesto Cardenal, un joven espontáneo armado con una hoja de papel en blanco y una máquina de escribir. Desde allí empezó a fustigar de manera valiente a esa institución deshumanizada, cuyos únicos elementos visibles eran los miembros de una familia que administraba el país como una propiedad privada. En su búsqueda inicial, Cardenal utilizó el ridículo para criticar la desfachatez del culto a la personalidad del dictador en estos sugerentes epigramas:
Somoza develiza la estatua de Somoza en el estadio de Somoza
No es que yo crea que el pueblo me erigió esta estatua
porque yo sé mejor que vosotros que la ordené yo mismo
ni tampoco que pretenda pasar con ella a la posteridad
porque yo sé que el pueblo la derribará un día
ni que haya querido erigirme a mí mismo en vida
el monumento que muerto no me erigiréis vosotros
sino que erigí esta estatua porque sé que me odiáis…
Su pieza más combativa, en toda una obra beligerante, es La Hora 0, un poema épico en el cual Cardenal estigmatiza las figuras de los dictadores centroamericanos más infames; denuncia la explotación vil de las compañías extranjeras enquistadas en los países de Centroamérica y canta las hazañas de Sandino:
Noches tropicales de Centroamérica
con lagunas y volcanes bajo la luna
y luces de palacios presidenciales,
cuarteles y tristes toques de queda.
Muchas veces fumando un cigarrillo
he decidido la muerte de un hombre,
dice Ubico fumando un cigarrillo.
La revolución anti somocista era un imperativo moral y evangélico
A través de este proceso de creación poética; de su permanente contacto con su pueblo; de analizar minuciosamente los obstáculos que impiden un desarrollo equitativo; de esa meditación necesaria que lleva a las conclusiones más lúcidas en la preparación de sermones sencillos; de todo ese sentimiento de vergüenza, humillación, frustración y angustia que producen en un ser sensible la injusticia, el atropello, la burla a los derechos mínimos de sus compatriotas, surgió un cura revolucionario, poeta combativo, que nunca vaciló en gritar en la plaza pública o mediante escritos razonados, o utilizando su medio más eficaz: la poesía, que ha sido siempre un marxista cristiano convencido de la necesidad de una insurrección para implantar un sistema sociopolítico más equitativo.
La ética revolucionaria en Cardenal se basa, no en razones económicas o ideológicas, sino –él mismo dice– que nace de una urgencia de orden moral y evangélico. Puesto que el sistema capitalista se fundamenta en el ánimo de lucro que, por fuerza, es una estructura exclusivista basada en el egoísmo que mantiene a la sociedad dividida en clases (los explotadores y los explotados); es, en esencia, un sistema con espíritu de adquisición y de acumulación de capital, de competencia y de enriquecimiento a costa del trabajo ajeno. ¿No es esto la negación del Evangelio?, se pregunta Cardenal.
Si el cristianismo está basado en el amor y la justicia, y esta es la doctrina escueta del marxismo, entonces no existe incompatibilidad entre ellas. Es más, se complementan, porque Marx, en la tradición de los profetas del Antiguo Testamento, fue encomendado por Dios para señalar en un lenguaje moderno y práctico el camino para llegar a un socialismo humano y justo mediante una dialéctica social, sin utopismos infantiles. La doctrina marxista no se opone, ni contradice, en lo más mínimo, a la doctrina de Cristo, su ejemplo o su vida. El ataque que Marx hace a la religión católica está justificado por la manera como la Iglesia ha sido institucionalizada y jerarquizada, en su alianza con las clases explotadoras y en tanto que ha servido de vehículo para perpetuar un estado de injusticia y opresión para su propio beneficio, era y sigue siendo el opio del pueblo.
Todo el mensaje bíblico de los profetas era que Dios no quería culto, ni religión, hasta que no hubiese justicia social entre los seres humanos, hasta que terminasen la explotación y la opresión del hombre por el hombre. Cardenal repite lo que dijo el Patriarca Máximo IV en el Concilio Vaticano II: ...el verdadero socialismo está en el cristianismo integralmente vivido, en el justo reparto de bienes, en la igualdad fundamental de todos.
El Evangelio según Cardenal
En la iglesia de la comunidad se utiliza la liturgia como vínculo de concientización. Se oficia la misa dialogada cada domingo con asistencia de una congregación campesina dispuesta a participar sin ambages en la discusión del Evangelio dominical. Se leyó ese día la triple negación de Pedro después de que Cristo fue aprehendido por la guardia romana. ¿Qué conclusiones revolucionarias se podrían sacar de este incidente bíblico? Una chica campesina alzó la mano y dijo que a ella le parecía una buena táctica la de Pedro porque, de la misma manera que un combatiente tiene que negar a toda costa que pertenece a un movimiento revolucionario para sobrevivir y llevar adelante la lucha, así mismo Pedro tuvo que sufrir esa negación para cimentar más tarde la continuidad del cristianismo.
El sermón es comentado con ilustraciones relevantes a la lucha en aquella nefasta época. En una misa posterior en San José, en Costa Rica, Cardenal leyó el programa de los Tupamaros de Uruguay desde el púlpito, citando las coincidencias que encontraba en esos puntos en relación con las aspiraciones de justicia social implícitas y explícitas en el Evangelio. Fue un sermón audaz ante un público heterogéneo en una barriada de la capital costarricense. La atmósfera estaba espesa y algunas personas decidieron abandonar la iglesia. Al terminar la misa la congregación se puso de pie y aplaudió, se respiraba un entusiasmo sincero en el ánimo de esos feligreses que emocionó a todos, algunos se secaban las lágrimas y comentaban el hecho inaudito y sublime de esa mañana.
Estas son las armas que Cardenal utilizaba en la lucha revolucionaria contra Somoza. Él ha estado siempre en contra de la violencia. Admite, sin embargo, la necesidad de la lucha armada. La violencia de los de abajo, de los oprimidos, está justificada. En su condición de sacerdote él cree en la no violencia y eso predica. No obstante, concede que ambas son posibles, no se excluyen mutuamente. Citó las luchas no violentas que se han realizado en Nicaragua y que han contado con su apoyo, entre ellas la toma de iglesias y de universidades.
La violencia es preferible a la cobardía
Las armas más eficaces de la no-violencia no habían sido empleadas hasta aquel momento, mencionó el boicot económico, la huelga general de brazos caídos y la concientización masiva. A Cardenal le gusta citar a Gandhi, filón de inspiración para los practicantes de la no-violencia, cuando dijo que la no-violencia es preferible a la violencia, pero la violencia es preferible a la cobardía. Una postura pasiva o indiferente es inaceptable, equivale a colaborar con el enemigo.
En un sermón comentado expresó que cuando se discute la inevitabilidad de la violencia entonces aquel que cree que el único camino es la violencia y no está en la revolución es un cobarde. Para los cristianos que se debaten en la incertidumbre ante la posibilidad de abrazar un marxismo ateo, la lógica de Cardenal en su teología de la liberación es una alternativa positiva para canalizar esas energías de lucha que se acumulan ante el espectáculo cotidiano de un sistema insensato que no respondía, ni responde aún, a las necesidades básicas de las comunidades marginadas de Nicaragua.
De regreso en San Carlos del Río San Juan me asedia la guardia somocista: ¿quién era? ¿Qué hacía aquí? Regulaciones de frontera: pasaporte, visa, intimidaciones. ¿De dónde viene…? La respuesta esperada rebota de cara en cara hasta detenerse en la amenaza. El interrogatorio se hace malicioso. Por fin me devuelven el pasaporte. Regreso al barco cargado hasta el techo de aves, hortalizas, recuerdos y miradas de complicidad con los campesinos que marchan en esa interminable migración rural a ciudades hostiles que los esperan con el garrote del hambre y un tugurio sin alegrías en algún lugar inhóspito del país. Aquí, pienso, está resumida la angustia inarticulada del pueblo y me alegra que Ernesto Cardenal me haya contado todas estas cosas y que haya escogido vivir aquí, entre gente humilde pero combativa que quiere y comprende a su guía espiritual.