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El ensayo como discusión y como literatura

Definir el ensayo siempre será controversial. Lo que es para Adorno deja de serlo para el académico; lo que es para el académico deja de serlo para Sontag; lo que es para el filósofo -digamos Zambrano, digamos Agamben, digamos Han, para poner ejemplos que combinan pensamiento y ensayística- deja de serlo para el columnista de prensa -que dado el espejismo de los aplausos se asegura a sí mismo que sus retazos trascienden la inmediatez-.

Jair Villano*

19 de mayo de 2022 - 07:58 a. m.
"Cuento esto como pretexto para glosar su libro “Piedras para Hermes” (2020), una pieza en la que el lector encontrará reflejados y superados algunos de los elementos abordados al principio: Restrepo es un ensayista que conoce muy de cerca a Montaigne, le ha dedicado pesquisas y libros (“Michel de Montaigne, Ensayos escogidos”, Universidad de Antioquia)"
Foto: Archivo particular
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El ensayo es uno de los géneros con más licencias para discurrir; en consecuencia, las teorías que hay sobre él se suelen acomodar a los antojos de quienes las usan (o las proponen). A dice que es esto, y lo hace; B dice que no es aquello, y lo demuestra; C, discute con A y B, y propone otra forma. No es necesario un consenso. No es cuestión de la metafísica deslindar certezas. Todo lo contrario, lo que algunos consideran como difuso, deviene un elemento enriquecedor: el ensayo es argumento, y no es monografía; es compilación, y no es chismorreo; es y no es donde comienza y donde termina: puede ser ficción, y narración, y rigurosidad, y juego, y pesquisa, y orden, y anarquía, y goce. Y más. Y nada de lo anterior. Y acaso todo ello.

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El ensayo propone, interpela, sugiere, señala, añade, complementa, objeta, crea. El ensayista no necesariamente es un sapiente, pero sin duda conoce el tema por el que camina; no necesariamente es un poeta, pero escucha eufonías y prosodias; no es imperativo que sea una autoridad, pero sí que su voz se escuche como si fuera única; no es un agudo, pero sí un sugestivo; no es un academicista, pero sí un apasionado investigador.

Hay plumas fulgurantes, que combinan formas: autores que sin complicación alguna saltan de una estructura a otra y lo hacen con toda suficiencia; y otros que dada su profundidad y sus hibridaciones generan conflictos en las estructuras al tiempo que las complementan. Piénsese, por ejemplo, en el aforismo como asidero del ensayo: los ejemplos saltan a la vista, Lichtenberg y Nietzsche, por decir algo; y en aforistas que también escriben ensayos, Emil Cioran y sus despiadadas opiniones ilustran.

Piénsese en poetas de prosas elevadas y elegantes, al estilo Valéry, Borges y Paz, que no privan a sus argumentaciones de imágenes, frases profundas y líricas; o en novelistas al estilo Vila-Matas, que utilizan su pretexto para amalgamar y dificultar la diferencia entre el facto de ficción y el de realidad; o en diaristas que en sus anotaciones dejaron pensamientos hondos y preguntas sin respuesta, Henri-Frédéric Amiel y Julio Ramón Ribeyro, verbigracia.

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Con lo cual surge la pregunta: ¿qué constituye a un género como género? Hay textos que aparecen con ciertas coordenadas, pero su procedimiento difiere de la formalidad que lo determina. Ensayos, cuentos, aforismos que se mezclan entre sí, y se mestizan, y conversan para no ponerse de acuerdo en su definición, pero en cambio nutren la sustancia; de manera que el libro de cuentos tiene ensayo, el libro de ensayos tiene aforismos; el libro de aforismos tiene relatos. Y así.

En la literatura abundan los ejemplos. Felipe Restrepo David conoce muchos más; es un apasionado del género; camina y viaja y descubre con él y a través de él. Tuve la fortuna de tenerlo como invitado en la asignatura Laboratorio de Géneros, en la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad Central.

Cuento esto como pretexto para glosar su libro “Piedras para Hermes” (2020), una pieza en la que el lector encontrará reflejados y superados algunos de los elementos abordados al principio: Restrepo es un ensayista que conoce muy de cerca a Montaigne, le ha dedicado pesquisas y libros (“Michel de Montaigne, Ensayos escogidos”, Universidad de Antioquia); como buen hijo, su mirada se detiene en las partículas: en esas pequeñas cosas que terminan por volverse axiales dado el tratamiento con que Felipe cuenta.

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Y me detengo aquí: Restrepo David cuenta, narra, susurra. Sus ensayos son de peregrinaje, de búsqueda, de sensibilidad. Y sobra decirlo: de investigación. Desde el comienzo del libro el lector se sentirá atrapado, pues “Piedras para Hermes” amalgama la anécdota con el dato inteligente; del yo que se pregunta por simple curiosidad y va a la fuente, y nos instruye, y nos lega.

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En sus páginas encontramos una voz que pregunta, relata, precisa. Citemos sus palabras: “A diferencia del diario íntimo, retrato de los pasos en el calendario, la escritura de viaje se concibe desde afuera y no desde el encierro. Si en el primero se atrapa el silencio en soledad, en la segunda se busca la voz en la lejanía” (Piedras para Hermes).

O en otros casos se vale de la imagen para nutrir su argumentación: “Es extraña la sensación de un río, está ahí, en un mismo lugar, pequeño o desbordado, pero no se detienen sus aguas. Imagino que aprender de la naturaleza requiere de una observación que la mayoría hemos olvidado o nunca hemos tenido; no en vano, el pensamiento presocrático necesitó de tantas imágenes con el fuego, la tierra, el aire” (El río y el viaje).

Me atrevería a señalar que de todos los essays, “Carretera al mar” es el más descollante: la coherencia discursiva, la compilación de datos históricos, la curiosidad con que se narra y el tono, así lo hacen pensar. Es un texto que podría ser una crónica, un relato, un reportaje. Todo lo anterior o más que ello, Restrepo, en un texto que no hace parte del libro, lo dice: “Antes que ensayo, como un escrito con unas condiciones y características específicas y fácilmente distinguibles (circunscritas por lo general en un sentido argumentativo), hay que ampliar las perspectiva y más bien flexibilizar los términos: comprender y deleitarse con la naturaleza ensayística de muchos tipos de textos que necesitan de la hibridación para poder ser; por eso hay tanto artículos, reseñas, tesis, columnas, crónicas, reportajes, prólogos, entrevistas, dramaturgias, permeados de ensayo, o viceversa, tantos ensayos invadidos de una y mil formas de expresión escrita y visual” (Cuatro ensayistas colombianas).

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En un essay célebre, De los libros, Michel receta: “Plasmo aquí mis ideas, mediante las cuales no pretendo dar a conocer las cosas sino a mí mismo”. Felipe lleva esas palabras a un grado nítido y elevado.

Como todo ensayista, Restrepo establece y despliega su propia teoría. Esto, aunque conflictivo, no tiene nada de negativo, más bien, como dije arriba, incentiva la discusión sobre la identidad del género. Dejemos, entonces, que sean las palabras del nacido en Chigorodó las que cierren: “El ensayo puede ser un estilo pero es también un pensamiento y una búsqueda: la de las propias concepciones del mundo en que vivimos y la voz con que las expresamos. Ensayo como actitud vital que afirma la posibilidad de múltiples certezas: pluralidad y diferencia”.

*Docente universitario. Crítico literario.

Por Jair Villano*

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