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El gol como mantra

Ayer se tejían sueños con el pico y monto, hoy no se teje nada porque ya no se pueden dar picos y, menos, abrazos. Se mueren los símbolos, los rituales y las palabras. Olvido. Ya no hay gente en las gradas: espectáculo doloroso. Imagen de estadio vacío: dolorosa, tenebrosa, pero real.

Juan Carlos Rodas Montoya
06 de octubre de 2020 - 01:37 p. m.
Niños de Quibdó antes de inciar un partido en una cancha de barro.
Niños de Quibdó antes de inciar un partido en una cancha de barro.
Foto: Joaquín Sarmiento.

¡Fuerte, muchachos, la cancha se llena de júbilo y emoción! ¡Émulo del sol, émulo del mundo es vuestro balón! Lanzadlo al aire, ¡más alto, más alto! ¡Que llegue arriba, a tapar el sol! ¡Qué eclipse haría si llegar pudiera en pleno cielo a marcar un gol! Berta de Tabbush.

Pico y monto es una expresión que aún retumba en mi corazón porque era el primer grito de batalla en el ritual del partido callejero. Pico y monto era la ley sagrada del santuario en el que se seleccionaba a los mejores y dejaba de último a los “troncos”. Con este mantra infantil nos formamos Bugio, Manchívoro, Juan Malo, Malafacha, Monín, Pelusa, Javi y los de la otra cuadra que armaban el desafío sabatino que terminaba en un tercer tiempo con “gasimba”, conversación, alegatos y abrazos. Pico y monto era el grito de batalla de esa metáfora de la guerra que es el fútbol “recocha”.

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Ha pasado el tiempo y ese grito catártico ya no se oye porque, primero, se mudaron los jugadores a conquistar nuevas urbes, mejores sueldos, otras condiciones de vida y, sobre todo, a jugar en “ligas mayores”. Con el paso del tiempo nos quedan los recuerdos de esos primeros goles, los primeros uniformes y el apodo, bautizo de una calle dura, pero colorida, formadora y sabrosa.

Al pico y monto le llegó la competencia, pues todos sabíamos la definición de pico y monto, pero apareció el pico y placa que se inventaron por la polución y los daños atmosféricos de una ciudad y sociedad indolentes. El pico y monto era para jugar a los ganadores y perdedores del fútbol; el pico y placa era para jugar a descansar de toses, talas y minería ilegal.

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Después, llegó la pandemia universal e inmediatamente aparecieron los neologismos: pico y cédula, pico y género, pico y… se quedó el pico, pero lo “desmembraron” -extraña palabra que ya es cotidiana en esta ciudad- del monto, esa imagen potente de quien se montaba primero al pie del otro para escoger al más calidoso, al mejor amigo, al que había que escoger para soñar el triunfo o, por lo menos, jugar de memoria.

La pandemia pedía que desapareciera, también, el pico, ese que se da juguetonamente cuando se jugaba porque fungía como triunfo, como golazo, como gol de chalaca o gol a lo Panenka. Entonces había que esperar otra oportunidad para lograr esos besos entusiastas e inocentes. Algo nos pasa en el cuerpo cuando se marca el gol y se celebra con picos espontáneos que ya no se brindarán a nadie por cuenta de un virus que puso al mundo patas arriba, como diría Eduardo Galeano. No escupas, no manos, no cuerpos cercanos. El cuerpo se virtualizó y la presencia del otro es una imagen que enfrenta pantallas que hablan y hablan, sin rostro, sin máscara, sin humanidad.

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Ayer se tejían sueños con el pico y monto, hoy no se teje nada porque ya no se pueden dar picos y, menos, abrazos. Se mueren los símbolos, los rituales y las palabras. Olvido. Ya no hay gente en las gradas: espectáculo doloroso. Imagen de estadio vacío: dolorosa, tenebrosa, pero real.

Por Juan Carlos Rodas Montoya

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