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Declaran el joropo llanero como patrimonio cultural de Colombia: así se logró

El joropo llanero será declarado patrimonio cultural inmaterial de la nación por el Congreso de la República, un acto que busca preservar su historia, honrar a quienes lo han promovido e invitar a las nuevas generaciones a cantarlo y bailarlo.

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Samuel Sosa Velandia
02 de julio de 2025 - 12:07 a. m.
El joropo se caracteriza por ser un baile de pareja enlazada, donde la mujer sujeta al hombre con ambas manos.
El joropo se caracteriza por ser un baile de pareja enlazada, donde la mujer sujeta al hombre con ambas manos.
Foto: El Espectador - Gustavo Torrijos Zuluaga
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En los Llanos Orientales todo arde. El sol, la tierra, la música. Arde el fogón y arde la sabana en las tardes largas. Pero sobre todo, arden los pies que zapatean con fuerza sobre el suelo, dibujando en el polvo una memoria viva. Allí, el joropo no es solo un baile ni un género musical: es una forma de pensarse en comunidad, de resistir y de celebrar.

Como muchas otras cosas, el joropo es una influencia de otras tierras, pero no es igual a nada más. Según el maestro Guillermo Abadía Morales, estudioso del folclor nacional, este género comparte raíces con bailes flamencos y andaluces traídos por los misioneros durante la Colonia. Se le emparenta también con el malambo argentino, la cueca chilena o el jarabe tapatío, pero, dijo Abadía que “los zapateos que tiene el joropo son muy diferentes a los de los bailes hispánicos”, porque lo que lo define no es solo su técnica, sino su alma llanera, mestiza, fronteriza.

Será entonces ese acervo cultural que se ha derivado del joropo, el que está a punto de ser declarado patrimonio cultural inmaterial de la Nación. Un género que, en palabras de sus hacedores, sus bailadores y sus fanáticos, ha vivido por siglos sin permisos ni reconocimientos.

Tras cuatro debates en el Congreso, el Proyecto de ley 265 de 2023, presentado por el representante por Arauca, Germán Rozo, fue aprobado y está a la espera de la firma del presidente de la república, Gustavo Petro, para que sea reconocido y preservado.

Esta fue una iniciativa que no nació en un escritorio en Bogotá, sino en la tierra misma del joropo, en la cotidianidad de quienes lo viven y lo enseñan desde niños. “Yo con el representante ya venía trabajando desde hace años, él fue mi profesor en el pregrado de Derecho”, recordó Javier Manrique, uno de los gestores culturales araucanos que impulsó la ley. Bailador desde los 14 años, él fue quien le presentó la propuesta a Rozo, convencido de que era hora de darle al joropo el lugar que merecía en la memoria oficial del país.

Aunque el representante no es oriundo de Arauca —nació en Norte de Santander— ha vivido casi toda su vida en la región, empapado de música llanera y de ese sentido de pertenencia que nace del arraigo. Fue desde allí, desde ese vínculo más afectivo que territorial, que decidió empujar la ley. “Nunca antes el baile del joropo había sido reconocido como patrimonio, y eso era una deuda con la historia, con los festivales, con los sabedores que han entregado su vida a esta tradición”, señaló Rozo.

Esta declaratoria se espera que no solo sea una medalla simbólica. Para quienes han vivido de este género, además de enseñarlo como herencia viva, este reconocimiento abre la puerta a una inversión que ha sido largamente postergada. “Hay festivales que dependen totalmente de los gobiernos locales. El Festival Internacional del Joropo en Villavicencio, por ejemplo, cambió de fecha por falta de recursos”, contó Manrique.

Aunque el lema “la tierra del joropo” se repite con orgullo, en Arauca la inversión también ha sido escasa. “Nos toca muy duro. Las academias se sostienen con lo mínimo. Los instructores tienen que hacer actividades para poder viajar a festivales”, confesó. Por eso la ley también es un llamado a los mandatarios: “Que vean que el joropo no es un adorno cultural, sino una necesidad identitaria”.

La iniciativa propone cuatro objetivos específicos: fortalecer las escuelas de música, danza y tradición oral, impulsar el turismo cultural en las regiones llaneras, aportar al desarrollo de la economía local e incluir el patrimonio del Llano en la agenda cultural nacional.

A partir de la firma presidencial, se iniciará un trabajo que estará liderado por las entidades regionales, como la Gobernación del Meta. Sin embargo, para que esa manifestación entre formalmente al inventario del Patrimonio Cultural Inmaterial del país y reciba protección efectiva, debe cumplir un proceso técnico y administrativo liderado por el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, específicamente por la Dirección de Patrimonio y Memoria. Este será el próximo paso a seguir del proyecto.

Un legado que se transforma

El joropo se baila con fervor en Arauca, Casanare, Meta, Vichada y hasta en rincones del Guainía o el Vaupés. Cada territorio ha moldeado su versión, su cadencia. En Arauca, por ejemplo, el joropo evolucionó del estilo criollo al espectáculo, un giro técnico y visual que transformó la danza en una coreografía de alto nivel. “Ya no es solo el zapateo tradicional; ahora hay figuras complejas, se mete percusión, se armoniza con nuevos instrumentos. Se ha convertido en algo escénico, sin perder la raíz”, indicó Manrique, quien destacó a figuras como Luis Alberto Gonzáles “Pispirrino”, Gustavo Vázquez y José Oviedo “Joseito” como algunos de los innovadores de esta corriente.

El joropo de espectáculo ha ganado terreno en competencias nacionales y ha llevado la estética llanera a otros públicos. “A veces uno va a festivales en Huila, en Santander, y ve bailar joropo como si fuera bambuco o como si fuera salsa. Y aunque a uno pueda parecerle gracioso, lo cierto es que ahí también hay un interés genuino por conocer, por apropiarse desde el respeto”, relató con una mezcla de orgullo y nostalgia.

El gestor fue parte del equipo que lideró una investigación para sustentar el proyecto de ley. Con el apoyo del maestro Eduardo Mantilla, rastrearon el origen del joropo hasta España, luego a Venezuela —donde es patrimonio desde 2014—, y finalmente a Colombia. Esa línea de tiempo, dijo, es clave: “El joropo no nació aquí, pero aquí se transformó. Lo que se baila en Arauca no es lo mismo que se baila en San Fernando de Apure. Aquí lo hicimos nuestro”.

Y en ese proceso, cientos de artistas han entregado su vida al arte sin esperar otra retribución que la de ver a un niño zapatear o a una comunidad reunida en torno al arpa. “Esta ley reivindica a todos esos cultores que, desde hace 40 o 50 años, vienen enseñando sin apoyo estatal. Es un homenaje en vida”, afirmó el representante.

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El texto aprobado especifica que se trata del joropo llanero —para diferenciarlo del andino— y menciona “su género”, una manera formal de nombrar a la música llanera sin perder el foco en la danza. “Es una forma de dejar claro que hablamos de una unidad cultural: el arpa, el cuatro, las maracas, la voz recia, y por supuesto, el zapateo”, aclaró el gestor.

Esta ley llega, quizá, en un momento justo. En medio de un mundo que fragmenta y acelera, el joropo reúne. “Es una forma de resistir el desarraigo. Una manera de decir: esto es nuestro. Esto lo llevamos en el cuerpo, en la voz, en la tierra”, dijo el gestor, quien destacó que este es un proyecto que busca acercar a los jóvenes a sus raíces. De que conozcan no solo el baile, sino la historia que lo sostiene. En palabras del representante, “creemos que a través de las expresiones culturales podemos narrar aquello que nos negaron; que esta historia también puede bailarse”.

Esta, se ha dicho, es la tierra del joropo no solo por sus academias, ni por sus festivales, sino por la vocación de la gente de custodiar una memoria olvidada. Y esa vocación, hoy más que nunca, está tomando un valor trascendental en la construcción del patrimonio vivo.

Samuel Sosa Velandia

Por Samuel Sosa Velandia

Comunicador social y periodista de la Universidad Externado de Colombia. Apasionado por las historias entrelazadas con la cultura, los movimientos sociales y artísticos contemporáneos y la diversidad sexual. Además, bailarín de danza folclórica en formación.@sasasosavssosa@elespectador.com
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