No convencía. Había hecho todo con el balón en sus pies, pero no le creían. Ni siquiera cuando tuvo el poder de definir quien ocupaba el banquillo como técnico de Barcelona y de Argentina. No querían a un tirano disfrazado de humildad. Querían al potrero con todo y su exhibición verbal. Maradona era exquisito con el balón y con la palabra. Puteaba, pero como colofón de unas lacerantes gambetas verbales. Messi es exquisito con el balón, no con el verbo. Sus palabras son como una masa indominable y pesada en su boca antes de pronunciarlas. Con la madurez aprendió algunos insultos y gestos. Ahora le creen al mejor jugador. Si Argentina gana el Mundial será Dios, no solo un mesías.
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(Semifinal: Argentina 3 – Croacia 0)
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