El mundo ficticio que podríamos volver a crear con cartas

Presentamos una recreación de la obra argentina "Quiero decir te amo", que se presenta durante el Festival Internacional de Teatro de Manizales.

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad
27 de septiembre de 2019 - 02:00 a. m.
 Las actrices, Nidia Casis (izquierda) y Jorgelina Balsa, protagonizan la obra de teatro “Quiero decir te amo”, del grupo argentino Humor negro.  / Lania Velásquez
Las actrices, Nidia Casis (izquierda) y Jorgelina Balsa, protagonizan la obra de teatro “Quiero decir te amo”, del grupo argentino Humor negro. / Lania Velásquez
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Él no sabía quién era yo pero yo sí sabía quién era él. Lo había visto en televisión haciendo denuncias sobre políticos que se robaban la plata, asesinatos de personas desprotegidas, negligencia estatal y toda esa lista de cosas que los periodistas debemos denunciar a ver si algún día cambia algo, aunque por mucho tiempo no pase nada. Seguramente pasará, no hay que desistir, pensaba yo, sobre todo cuando lo veía a él: tan elocuente, seguro, y, sobre todo, tan valiente. Dios, lo que más admiraba era esa maldita genialidad expuesta. Me hacía sentir impotente, pero también, me estimulaba, me inspiraba.

Antes de que comenzáramos a escribirnos, me lo crucé un par de veces: la primera fue en un aeropuerto. Ese día iba a ver a mi familia, que se había ido fuera del país hacía apenas dos años. Iba sola, pero estaba feliz. Los aeropuertos me mejoran el ánimo con todas esas voces saliendo de los parlantes y anunciado viajes a Madrid, París o Buenos Aires. Con ese montón de personas arrastrando las maletas que les cargan la ropa, los recuerdos y las vergüenzas. Con todas esas despedidas amargas o esas bienvenidas emocionantes; en fin, estaba contenta. Me senté en una silla cualquiera a esperar el llamado a abordar y alguien se sentó a mi lado. Yo, después de unos minutos, giré la cabeza para ver quién era y lo reconocí. De inmediato devolví los ojos a mis rodillas e intenté disimular mis nervios, hice como si no supiera quién era él. Se montó al mismo avión y lo vigilé durante todo el vuelo. Lo vi hasta el momento en el que pasó el filtro de inmigración y lamenté mucho no conocerlo, no hablar con él, lamenté dejar de verlo. La segunda fue en el canal de televisión donde él trabajaba, porque también entré a trabajar ahí.

Puede leer: Fabio Rubiano: “Fuimos y somos expertos en hacernos los pendejos”

Las cartas comenzaron porque él, mientras conversaba en un pasillo con un tipo de producción, dijo que necesitaba gente que quisiera hablar sobre sus experiencias con el alzhéimer. Quería hacer un programa sobre eso y necesitaba algunos familiares de personas que tuvieran la enfermedad. Lo iba a hacer para denunciar la negligencia de una EPS que se robó una plata y no atendió a un paciente que después murió. Mi abuela tenía alzheimer y, justo hacía dos días, le había preguntado a mi papá que si sabía dónde estaba mi abuelo porque ella necesitaba que la llevaran al colegio. A mí no me reconoció. Cuando le di un beso y le dije “abuela”, se limpió el cachete y me lanzó un grito: ¡Quítese!

Le escribí de inmediato que yo podía ayudarlo, que mi abuela tenía la enfermedad y que podía contarle lo que hacían mis tíos y mi papá para convivir con sus olvidos, insultos, angustias y la constante frase de “me quiero mooorrrirrrrrr”, que repetía cada hora. Él, más temprano que tarde, me respondió la carta agradeciéndome mi generosidad e invitándome a un café para hablar. Releí esa carta un millón de veces. No tenía más de seis líneas pero yo la leía, y la leía, y la releía. No podía parar de imaginar cuál había sido su reacción al recibirla. Me preguntaba si sabía quién era yo o si sólo era una fuente más para su trabajo. Trataba de armar en mi cabeza la forma en la que la abrió, se sentó en la silla de su escritorio, suspiró mientras se acomodaba y luego tomó un lapicero para, en la misma hoja, responderme. Se parecía a uno de esos chats de ahora, solo que con mucho más encanto. Yo escribí arriba y él respondió abajo. Imaginé cómo apoyó su puño en la hoja y escribió mi nombre: C-l-a-u-d-i-a. Saber que lo había escrito me producía un vacío en el estómago. Después de leerla, de pasarle los dedos mil veces para que mi piel estuviera donde su piel ya había estado, y de seguir los trazos para intentar descifrar lo que desconocía, la guardé en el bolso y me la llevé para la casa. Mi respuesta tenía que estar a la altura y él no podía saber que yo estaba emocionada, claro que no, más bien tenía que sentir que a mí me interesaba mucho hablar con él solo por mi abuela, nada más.

Puede leer: Marvel Moreno, la brisa indeleble de Barranquilla

Después del primer intercambio de textos, pasaron dos años. Fueron 24 meses de cartas en las que, además del alzhéimer, hablábamos de él y sus angustias y de mí y mis historias ciertas, mis fantasías, mis preocupaciones. Creo que él siempre fue sincero; yo, en cambio, le mentí algunas veces: tenía que impresionarlo y con mi aburrida, corriente y limitada vida, no iba a lograrlo. Nuestro encuentro nunca se dio. Él terminó yéndose para una emisora donde le ofrecieron más dinero, y yo, que era una simple niña, quedé desecha. Mi vida había vuelto a ser emocionante por esas cartas, por verlo desde lejos y fantasear con que él también me veía, con que él también quería mirarme mirándolo y con cómo sería sentir sus manos hundiéndose en mi cabello. Todo ese tiempo que perdí mirándome al espejo simulando nuestra primera conversación; dejó de ser emocionante y se convirtió en la pena de amor más agria.

En la última carta que me envió, me agradeció por mi honestidad (idiota), y me dijo que me invitaba a un café. Que ya conocía mucho de mí como para saber que tenía el perfil perfecto para salir con su mejor amigo, y que se moría por tener una cuñada como yo. Ese día, después de saborear y tragarme de a poquitos cada letra con la que me humilló, regresé a la casa y quemé todas las cartas. Ya pasaron 30 años y hoy supe que se mató, y que antes de ahorcarse, dejó una carta en la que contó que su esposa, al saber que tenía alzhéimer, lo dejó.

***

Quiero decir te amo es una obra argentina escrita por Mariano Tenconi, y dirigida por Juan Parodi, que hace parte de la programación del Festival Internacional de Teatro de Manizales. La actriz Nidia Casis interpreta el papel de una joven ingenua y enamoradiza, que comienza a escribirle cartas a un hombre que se cruzó en la calle en medio de un accidente de tránsito. Jorgelina Balsa, otra de las actrices, encarna el papel de la esposa de ese hombre, que le responde las cartas haciéndose pasar por su marido, y que después, termina enamorándose de la joven.

La obra, que además de describir el juego epistolar entre las dos mujeres, recrea sus fantasías construidas a partir de la imaginación. El vestuario y la escenografía, a cargo de Jorgelina Balsa, Juan Parodi y Valeria Conte, viaja al pasado, pero no se sabe exactamente a cuál. No hay claridad sobre la temporalidad de su historia, pero consigue generar la nostalgia por las tradiciones que se han ido olvidando. Estas dos mujeres, que anhelan amar y escuchar que les digan que las aman, convierten su cotidianidad en un mundo ficticio. Todo, a excepción de lo escrito, se convirtió en un salvavidas fabricado con ilusiones.

“Quiero decirte algo del amor que nunca hayas escuchado, pero sé que voy a fracasar; soy tan pero tan ignorante”, escribe la joven, para que luego, la mujer al otro lado le responda una estimulante carta disfrazada de verdad. Todo esto enmarcado dentro de un diálogo lleno de claves que al público le resultan divertidos porque claro, se reconocen. Ninguno de los personajes escribe. La obra, que se desarrolla entre diálogos en los que ellas recitan lo que hay en los papeles que se envían, termina con un encuentro en el que, con la ayuda de una toronja y un cover de En tu pelo, de Luis Demetrio, se concretan las fantasías.

Esta obra es la última producción de Humo negro, un grupo independiente de producción teatral que desde 1998, ha creado obras que han sobrevivido a la distancia de lugares en los que se concentra el intercambio de lenguajes y propuestas teatrales. Ellos, ubicados en San Martín de los Andes, Argentina, lograron posicionar a la compañía como una de las más reconocidas de su país.

Por Laura Camila Arévalo Domínguez - Twitter: @lauracamilaad

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.