“Lo que vas a ver es totalmente nuevo, sobre todo para nosotros. Es una obra simbólica, metafórica y poética que se basa en la narraturgia, en la exploración del texto. Es un gran cambio. Nos estamos reinventando: pasamos de obras centradas en la acción a una pieza que se basa en la palabra”, me dice, con una risa que parece nerviosa, Jorge Hugo Marín, director de la compañía teatral La Maldita Vanidad. Me habla mientras se quita los zapatos y se sienta en una silla frente al pequeño escenario, sin parar de dar indicaciones a todas las personas que están en el espacio y que, en este momento, giran en torno a él. Son las ocho de la noche de un frío viernes y, mientras todos van a casa o intentan distraerse de las semanas que nos han precedido, Marín, tres actores, el director de arte y la asistente de dirección, se reúnen para ensayar El palmeral, una obra escrita por el dramaturgo español Albert Tola y que llega a ellos como resultado de un intercambio creativo de varios años.
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Saeed Pezeshki se ubica en el extremo izquierdo del espacio casi vacío, se sienta en una butaca de madera y comienza recitar a gran velocidad el parlamento de sus personajes. Él será Abu Hassan, un historiador y poeta, funcionario de la taifa*, quien sostiene un romance con un soldado llamado Tahir, al cual también interpreta. Los amantes serán condenados a muerte en una época de cambio y represión donde poco a poco las libertades se convierten en recuerdos del pasado.
Ella Margarita Becerra lo observa mientras repite la misma acción: recitar a media voz su texto. Ella interpreta a dos mujeres: las dos son esposas y después viudas. En el otro estreno, el tercer actor, Santiago Lozano, no repite su texto: se mueve por el pequeño fragmento de escenario que les corresponde a sus personajes, los verdugos. Uno de ellos usará la cimitarra en contra de su amigo y el otro será el discípulo que delata a su maestro.
A las nueve de la noche los diferentes elementos van cobrando sentido. Los tres actores continúan recitando el texto, pero lo hacen lento como si lo sintieran. Marín interrumpe movimientos que simbolizan intensidad e intención, además de recordarles los acuerdos hechos en ensayos previos. Todo debe ser preciso. Cada código debe ser probado, exacto, perfecto.
Nicolás Williamson, director de arte, a pesar de estar a pocos días del estreno, no ha tenido la oportunidad de instalar el sistema de luces: pequeñas linternas con una luz tenue que se encienden y se apagan sobre cada personaje mientras el resto del escenario desaparece en una oscuridad impenetrable.
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“Te besé los pies y juré amarte”, dice Pezeshki y se queda en silencio. Parece que ha olvidado el texto, pero no, lo recorre, lo dibuja, lo hace suyo, transita una historia que parece que no nos pertenece porque habla de otro lugar, de un desierto, de arena, de otra época, de otras costumbres, pero tristemente no es así. Al terminar el ensayo, Ella Margarita me dice: “¿Viste la noticia? La del chico que mató su hermano cuando descubrió que era homosexual... ¿Cómo es posible que aún sigan pasando este tipo de cosas? ¿Cómo es posible que haya tanta represión? Nunca imaginamos que esta obra fuera tan pertinente: no solo habla de una relación prohibida y del amor, sino también de la libertad, de los derechos de las mujeres, del abuso del poder, del autoritarismo que se vivió y se vive. Abu Hassan y Tahir son sacrificados, ellos son los mártires de una sociedad”.
El palmeral estará en La Maldita Vanidad en temporada de estreno presencial y virtual hasta el 13 de junio.
*Las taifas fueron pequeños reinos en los que se dividió el califato de Córdoba a partir de la Revolución Cordobesa que depuso al califa Hisham II en 1009.