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Amar implica una postura para la que pocas veces estás preparada porque llega de sorpresa. Es algo que no puedes planificar porque sobrepasa tus propios límites y densidades. También, de alguna forma, se traduce en un ritual, primero giras a su alrededor, te haces notar. Empiezas a marcar el territorio de esa persona. Vas a su casa. Observas su vecindario. Las coordenadas que implicarán que de repente conserves esas fronteras en tu memoria. La comida que ofrecen en las cercanías. Las farmacias. El tipo de lugares adonde se desplaza en su rutina diaria. El tipo de cosas que lleva en una bolsa para conservarlas en la nevera. De pronto, el olor de sus manos pueda ofrecerte indicios sobre el tipo de comida que cocinó para el almuerzo. No vas a hacer preguntas que supongan curiosidad. No vas a querer que piense que pretendes controlarlo. ¿O retenerlo?
No vas a querer que piense que te gusta. Simplemente podría ser uno más. Pero algo viste. Advertiste ese silencio que se antepone a la angustia. Y a la necesidad. Captaste por intuición que su deseo iba en un aumento prolongado y se detenía para volver al inicio. No quería admitir que mi ausencia en unas horas podría significar una derrota. La pérdida del instinto de protección. La necesidad de refugiarse en una cueva y solo salir para ver el sol en la mañana y en la noche las estrellas. Regresé a mi casa. Tapé mi cabeza con la cobija para consolarme en la oscuridad.
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Dónde estuvo la diferencia, cuál umbral atravesó para que experimentara chispas de luz.
Hubo algunas señales que advirtieron que de repente, había que dejar ir las tropas. Y me desarmaría. Algo hizo o dijo para que renunciara al beneficio de la duda porque todo denotaba una afirmación. ¿Cuál fue el proceso de su mudanza? Cómo decidió la posición de cada objeto de su casa convertido ahora en satisfacción mutua. Qué tipo de amigos y amigas frecuentarían esa cueva decorada a su propio gusto y antojo. ¿Cuál sería su tipo de mujer? Jóvenes estudiantes o artistas como yo. Alguien llamaba a su celular insistentemente pero no respondió y era el nombre de una mujer. ¿Por qué dejó pasar esas llamadas? ¿No quería que le escuchara hablando con otra? O de repente, no necesitaba a nadie más. Hice mi mejor esfuerzo por volver a tiempo. Esa cueva marcaba el sosiego de cuatro horas de inspiración. Mi libertad permanecía condicional. Y abarcaba un regreso a las responsabilidades que su compañía me aventuraba a transgredir. No recordaba mi origen. Solo que llegué hasta allí y me detuve en la otra calle de su edificio simplemente para calcular el peso de mi caída.