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Hablemos de la Fundación Abriendo Puertas, que usted fundó...
A las personas a veces se les olvida su terruño, pero yo siempre lo he llevado en el corazón. Tengo una casa en San Jacinto de más de 100 años, bellísima, construida en adobes. Decidí donarla a la fundación porque vale la pena apoyar esa necesidad que tienen los niños y las hijas de las madres tejedoras, quienes a veces sienten vergüenza de decir que sus madres tejen mientras cocinan en un horno de leña. Por eso quise ofrecerles una mejor calidad de vida, porque uno debe sentirse orgulloso de lo que hace.
¿En qué líneas de acción trabaja la fundación?
Son varias. Primero, trabajamos por el bienestar de las niñas, para que no pierdan su tejido social; es decir, para que conozcan y se sientan orgullosas de lo que hacen. Segundo, en el caso de los niños, tengo una escuela de fútbol recreativo para que no estén deambulando sin rumbo. Tercero, trabajamos con jóvenes estudiantes de noveno y décimo grado para mantener en buen estado sus entornos escolares y los espacios ambientales. Estamos comenzando a trabajar con más fuerza en este último punto.
¿Hace cuánto creó la fundación?
Hace nueve años.
¿Qué la motivó a empezar a trabajar por esta comunidad?
Siempre he sentido la necesidad de servir. El servicio es lo más importante que tiene el ser humano. Semanalmente, viajo desde Barranquilla a San Jacinto, un trayecto de dos horas y media. Lo hago porque ese sentido de servicio me motiva profundamente; estoy encantada de trabajar por los niños.
Usted es abogada y ha trabajado en ventas por catálogo con Yanbal. ¿Cómo han contribuido estas experiencias a la gestión de la fundación?
Estudié Derecho, pero nunca lo ejercí. Me dediqué a esta hermosa profesión de transformar vidas a través de la empresa en la que trabajo actualmente. He podido ayudar a muchas personas que nunca imaginaron tener su propia empresa y he transformado la vida de muchas mujeres, aunque aún queda mucho por hacer. Hace seis meses, el Ministerio de Relaciones Exteriores reconoció el trabajo de la fundación y facilitó que ocho niñas participaran en un intercambio en Guatemala. Ellas estaban felices; nunca habían subido a un avión. Volvieron transformadas y hoy están compartiendo lo aprendido con otras. Ese tipo de logros me llena de orgullo y en ellos aplico muchas de las habilidades que desarrollé en mi carrera profesional.
¿Qué ha sido lo más desafiante de este proceso?
Mejorar el nivel de vida de las niñas y lograr que crean en sí mismas. Su autoestima, muchas veces, está muy por debajo de lo que debería, porque crecen en entornos que luego les generan situaciones de bullying.
Comenta que la autoestima de las niñas está por debajo de lo ideal. ¿Dónde debería estar?
Deberían sentirse orgullosas de sus raíces. Lamentablemente, en San Jacinto eso no se ve con frecuencia. Muchas niñas sienten vergüenza porque su mamá teje hamacas en la cocina y el tejido huele a humo. Por eso, trabajamos para que crean en sí mismas. Ya algunas egresadas de la fundación están estudiando carreras y mejorando su calidad de vida.
Usted es oriunda de San Jacinto. ¿Cómo ha influido en su vida la herencia de esta comunidad?
Me siento muy orgullosa de ser sanjacintera. Uno no puede olvidarse de dónde viene, porque ahí es donde se pierde la identidad. Estoy orgullosa de mis raíces y de lo que he logrado con constancia y perseverancia. Mi lema es pasión, acción y convicción. Siento pasión cuando estoy en San Jacinto, pasión por lo que hago, y estoy convencida de que debo hacerlo lo mejor posible, sin dejar nada para mañana.
¿Con qué palabras asociaría a la comunidad de San Jacinto?
Con mujeres berracas y trabajadoras, que sacan adelante a sus hijos. La mujer es el tronco del hogar.
¿Qué mitos existen sobre la comunidad de San Jacinto?
Que la gente no progresa, que se conforma con lo que produce en su día a día y no piensa en el mañana. Quizás esa mentalidad limita nuestro crecimiento. Es necesario soñar más y aprender a hacerlo realidad.
