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La primera cosa que se me viene a la cabeza cuando pienso en Bolaño y su relación con él es: ¿en qué momento se conocen?
Es una historia muy simple y muy divertida. Hacia el año 1995 una colega me dio un libro de un tal Roberto Bolaño, titulado Estrella distante. Ni mi colega ni yo habíamos escuchado de él y quería que leyéramos el libro para ver si estábamos interesados en traducirlo. Mirando la cubierta, decía que era un libro sobre jóvenes escritores, obras literarias y escuelas de escritura en Chile, entonces lo dejé. Me pareció muy aburrido y egocéntrico hablando siempre de yo, yo, yo…Luego en Frankfurt conocí a Jorge Herralde, de la editorial Anagrama, y me dijo que lo pensara otra vez, que era un escritor perfecto. Volví a leer la cubierta y en la parte de la biografía decía que había escrito un libro llamado La literatura nazi en América, una novela. Eso me sorprendió mucho, así que pedí el libro y lo leí de un tirón en el tren entre Münich y Berlín. Al salir del tren llamé a mi amiga Antje Kunstmann y dije “hay que comprarlo todo, todo lo que ha escrito este hombre es fantástico”. Entonces traduje el libro. Finalmente lo conocí en 1996 o 1997. La primera vez cuando vino para presentar el libro en Alemania pasó por Múnich y Berlín. Para el evento del Cervantes en Múnich, él estaba maravillado de que se vendieran entradas para este asunto literario. “En Latinoamérica es imposible que algo como esto ocurra, todo lo que sea de literatura siempre es gratuito”, decía. Aquello era para él una prueba de la importancia de la literatura.
Yo lo visitaba en Blanes. La primera vez para presentarle mi traducción, creo que fue así como nos conocimos, fuimos con toda la familia, pues estábamos de vacaciones en Cadaqués, que no queda lejos de allí. Él me llevó a su oficina que estaba al lado de su casa y yo dejé a mi hija y a mi mujer en compañía de su madre y de algunas periodistas argentinas. Ninguna de ellas hablaba alemán y mi mujer tampoco español (risas). Yo me quedé con Roberto dos horas, por lo menos dos horas. Él estaba muy serio y durante nuestra entrevista recuerdo que había una tremenda tempestad sobre Blanes. Fue todo muy extraño. Me pareció una señal, una señal para yo no sé qué…bueno, así es como nos conocimos.
Él nos visitaba en Berlín. Hay un pequeño relato sobre esta ciudad en la colección entre paréntesis donde cuenta la aventura de su estancia, no solo con nosotros sino en ese instituto literario llamado el Literarisches Colloquium an Wannsee, cerca del punto donde se suicidaron Heinrich von Kleist y su amante. Él hablaba sobre eso y sobre otras cosas, es algo muy divertido y extraño.
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Yo lo visité otra vez en Blanes después de traducir Los detectives salvajes. La última vez había cambiado de casa, algo así como un año antes de su muerte.
¿En qué año fue eso?
Él murió en 2005. Yo estuve un año antes.
Yo lo conocía a él y a algunos de sus amigos: a Ignacio Echavarría, desde tiempo atrás, a Claudia López y Rodrigo Fresán. Todavía estoy en contacto con Bruno Montané y también con Felipe Müller.
Uno se pone a pensar en las fechas. En esos últimos diez años de la vida de él, ¿las conversaciones giraban en torno al pasado? Porque muchos de sus libros tenían que ver México, especialmente las novelas, y sobre su tiempo de tipo joven ¿Cómo era hablar de eso cuando era un Bolaño que podía ver todo eso en retrospectiva? ¿Qué le contaba él?
Algunas veces hablábamos sobre literatura, pero la mayoría del tiempo hablábamos sobre fútbol y por ese entonces estaba muy aficionado a una serie de televisión que se llamaba el Gran Hermano. A él le encantaba eso y a nosotros en casa también (risas), así que cuando él nos visitaba veíamos Gran Hermano y hablábamos sobre fútbol. A veces hablábamos sobre México. Me acuerdo especialmente, eso no lo he olvidado nunca, que eran los años noventa y México siempre tenía la fama de ser peligrosa. Yo le dije: “a mí me gustaría mucho un día ver a México, ir a D.F. y conocer sus barrios”. Él me respondió: “no, no es posible, no puedes. Eres un blanco predilecto”, lo cual era muy extraño por el doble sentido que tiene esto. Yo claro, soy blanco, pero también está el tiro al blanco.
Un blanco predilecto como en Los detectives salvajes (risas).
Sí, sí (risas).
Él siempre con su idea de la violencia, de la violencia que está en todas partes, pero que nunca va a una cierta dirección.
Cuando hablábamos de literatura, lo más intenso era cuando yo acababa una traducción. A veces él se mostraba muy conservador. Recuerdo en la tercera parte de la traducción de Los detectives salvajes cuando García Madero habla infinitamente sobre cosas de métrica antigua, de métrica griega, de métrica romana…
Sí, sí, sí, cuando están viajando en el carro…
Y bueno, podían ser cosas muy interesantes, pero podrías recortar un poquito ¿no? (risas). Fue la única vez que se puso de verdad muy furioso y dijo “¡no se puede quitar ni un punto!” Él no dejó quitar nada de esa novela genial pero… bueno, estaba así.
¿Eso ocurrió en Blanes o acá en Berlín?
Intercambiando correspondencia.
Porque además en esa época no había correo electrónico…
Eran los primeros años del correo electrónico y, fíjate, todo se ha esfumado. No era mucha correspondencia, pero eran cartas largas con muchas preguntas y… todo se fue.
Usted habló de la violencia un poco y de la violencia que no parece ir a ningún lado. ¿Por qué siente que nunca va para ningún lado el tema de la violencia?
Roberto habla de eso. Pienso que es una cosa muy importante de su obra. En el discurso por el premio Rómulo Gallegos dijo que toda su obra sería una carta de amor para su generación. Esa generación de jóvenes que murió a manos de dictadores militares en Chile, Perú, Argentina, Uruguay. Él habla siempre sobre esto. Él habla de esa generación y de estos conflictos políticos refiriéndose a ellos como guerras floridas, que son esas guerras rituales que hicieron los aztecas. Guerras muy sangrientas, pero guerras rituales. Pienso que su idea de la vida política era al mismo tiempo muy radical y muy distante. No pienso que fuese un izquierdista en el sentido de que estuviese militando en un partido o algo, eso no le interesaba, pero sí formaba parte de esa generación. La poética de esa generación en sus novelas es una poética digamos que muy matizada. Uno de los mayores e increíbles ejemplos de esto es el final de Nocturno de Chile donde describe la casa de María Canales y su novio americano en la que ocurren torturas en el sótano y en los primeros pisos está la fiesta de los literatos izquierdistas que se quedaron en Chile. Releyéndolo, todavía sigue siendo un golpe para mí.
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El tema de la violencia es muy fuerte tanto para México como para Chile en la época que le tocó a Bolaño, así como para sus lectores en América Latina. Siempre hay una ambigüedad en si él quiere o no mostrar abiertamente qué fue lo que sucedió, o no poder mostrar qué fue lo que pasó realmente. Así, uno se encuentra a un escritor político en el sentido más profundo de la palabra. ¿Cómo era eso para él? ¿Cómo se ubicaba él dentro de todo eso?
Él tenía una postura muy inteligente, pues nunca se presentaba como escritor político. Eso le habría parecido muy primitivo y ridículo, además por lo que escribe en sus libros. En ellos siempre aparecen con algunas excepciones jóvenes literatos, incluso en 2666, que es quizá su novela más política y en la que al mismo tiempo no habla de política, de violencia sí, quizás de la forma más atractiva que pueda imaginarse para los lectores. De otra manera no es explicable que esa novela se catapultara como un best seller internacional en todos los países, no solo en Latinoamérica, también en Estados Unidos e incluso aquí.
Desde lo político no se puede explicar a Roberto, pero sí desde la violencia o desde el individuo. En 2666 hay algo muy importante a mi modo de ver, donde los mismos cuatro investigadores literarios (el cuarteto culto) viajan en taxi y el conductor se pone agresivo por lo cual, al final, terminan golpeando al taxista de tal manera que casi se muere…
Le da vuelta a la violencia…
Sí, es dar vuelta a la violencia y eso es importante. Eso se repite muchas veces en sus novelas. El mismo Belano o Ulises Lima pasan por esos barrios nefastos de México en busca del gran jefe de los gangsters para luchar con él. Es muy divertido. A veces hay una megalomanía irónica…
Que era mucho de la megalomanía de los revolucionarios, la misma de los que querían hacer la revolución. Pero ahí hay algo que es extraño. Es como si los personajes de Bolaño ya estuvieran decepcionados, pero los únicos que saben que lo están son los lectores. Ellos no lo saben en la novela, en la novela él los construye con una gran decepción. Pareciera que fueran personajes perdedores, entre otras cosas.
Más que perdedores están decepcionados.
Decepcionados. Al final se sabe que nunca van a encontrar a la escritora, que nunca van a dejar de ser pobres, que no les va a ir bien y que no van a vender libros. Eso hace pensar que Bolaño también se sentía así en la vida. Pareciera que él se hubiera sentido así: decepcionado, perdedor un poco.
¡Sí, sí! Perdedor, pero no de una manera decepcionante o trágica. Para él ser perdedor no era lo mismo que en el sentido americano del loser o algo así. Para él los perdedores muchas veces son sus héroes, hay nazis, hay racistas, son gente monstruosa pero todos escritores, e incluso así gozan de la reinterpretación del propio Roberto.
Cuando conoció a Bolaño por primera vez, usted relata hasta de forma literaria que había una tormenta. ¿Qué fue lo que le impresionó tanto de aquella primera reunión? ¿Hay algo?
Tuvimos que dejar el apartamento, bajar la escalera, salir a la calle y entrar en la casa de al lado donde estaba su oficina llena de papeles. Había una tormenta que estaba exactamente encima de la casa, la lluvia y todo eso… y bueno, nada más (risas).
Parece un capítulo salido de uno de los libros de Bolaño, como que deja al final sin contar realmente qué fue lo que sucedió.
Sí. Ni sus novelas ni sus cuentos tienen un desenlace, un resultado. Eso no existe.
Sin embargo, cuando usted los lee se da cuenta que es él. Si usted lee Estrella distante o Los detectives salvajes se da cuenta que el estilo es de él. Hay una cosa interesante y es que uno desde el periodismo siente a Bolaño un escritor muy periodista. Todos sus relatos detectivescos, su manera de construir las historias es especialmente irónica, porque el periodismo siempre trata de decir algo muy en una narrativa concreta, pero Bolaño usa esa misma narrativa para no decir nada. Explica todo el caso para decir que el caso no tiene sentido. Esto es muy irónico y uno se pregunta en su manera de conversar, la de él, ¿lo atacaba a usted en el sentido de pregunta, de entrevistarlo, de decirle qué piensa de esto y aquello, o de su propia vida?
No, nunca. En mis opiniones no tenía mucho interés. Sí lo tenía en mi opinión sobre el fútbol, la televisión, sobre Berlín y la cultura, pero no le interesaba mucho la que tenía sobre su literatura. Yo como editor lo entendía perfectamente. Hay algunos autores que hablan de la literatura con su editor, pero a otros no les interesa. A mí me gusta eso y lo respeto. Roberto era uno de ellos. Para él era suficiente saber que yo era un buen literato, que yo sabía de literatura. Una vez estuvimos hablando sobre Borges, lo recuerdo, porque Borges era para él ese extraño dios que era también para tantos otros escritores latinoamericanos. Lo entiendo perfectamente, pero siempre me ha maravillado que es un escritor que murió en 1986 y lo tratan igual que los alemanes a Goethe…
Teníamos mucha simpatía, él tenía mucha simpatía porque tuvimos hijos. Luise, por ejemplo, lo conoció. Él se alojaba en Berlín y yo lo visitaba con Luise. Ella tenía cinco o seis años y se acuerda perfectamente. “Y la Luise cómo va”, decía. Eso de tener hijos le resultaba bastante importante, al parecer.
Esa afinidad siendo de países muy distintos (Chile, México y Alemania son realidades políticas muy diferentes), pero también la generación del 68 y toda la de los sesentas que fue un movimiento global de anti guerra, pro revolución. Un movimiento crítico que provocó muchas olas intelectuales en muchos países distintos y que a usted también le tocó. Quizás, ¿hubo algo de eso también en esa afinidad?
Sí, mucho. Vestir una cierta postura hacia lo cotidiano, una cierta facilidad de tratar las cosas de cada día, eso que para mí es una buena señal de mi generación. Se vestía de una manera descomplicada, normal. Se comportaba de una manera muy suelta, muy irónica y crítica, pero no crítica en el sentido político, sino con un cierto escepticismo hacia todo. Era una característica de nuestra generación. Y en la voluntad de siempre decir no nos entendimos, yo creo, de una manera perfecta.
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Cuando leyó el discurso del Rómulo Gallegos, que para mí es uno de los discursos más bellos que se han dicho en el Rómulo, ¿usted se encontró en las palabras de ese discurso? Porque vuelvo a que él le habla mucho a esa generación…
Sí, yo me siento muy suyo. A la vez, claro, no soy latinoamericano, por eso yo soy distinto. Yo crecí en Alemania en circunstancias materiales muchísimo mejores que la de él y de la abrumadora mayoría de los jóvenes latinoamericanos que crecieron en la pobreza, pero compartimos al mismo tiempo la postura política. En Los detectives salvajes la literatura es una cosa que es tan seria que a veces es de vida o muerte. Puede ser un poco ridículo o exagerado, pero para nosotros, en los años setenta estudiando, la literatura era lo más importante que había…
Muchas veces a contravía de sus propias familias, imagino…
Sí, claro. Yo soy de una familia de comerciantes y ellos no entendían nada de literatura. Pensaban que nosotros éramos unos idiotas, artistas horribles escuchando música de rock y todo eso…
Y en ese sentido, siempre decepcionando y siempre decepcionados.
Sí, porque el desenlace de aquí en los años setenta era también muy decepcionante, la izquierda estaba desapareciendo. De cierta manera aquí en los años ochenta, políticamente, empezaba algo nuevo, pero las viejas convicciones izquierdistas se habían esfumado (estaba bien), y para entenderlo y seguir adelante ayudaba la literatura. La literatura ayudaba a todo, leer de todo.
Se convertía en un gesto político de resistencia y, en ese sentido, para usted Bolaño sí es un escritor político.
Absolutamente (risas).
Lo obligué a volver a eso (risas). Los detectives salvajes, volviendo un poco a la obra, es quizás la novela más conocida de él y por la que probablemente va a pasar a la inmortalidad, la que más ha tocado gente de alguna manera. ¿Usted en qué momento se da cuenta qué es lo que tiene en las manos?
No. La historia es así:
Las primeras tres novelas salieron en la editorial en Múnich para la cual trabajaba entonces, la editorial Kunstmann, llevada por una amiga muy admirada, Antje Kunstmann. Para aquel entonces era una editorial pequeña y los de Anagrama pensaban que la novela Los detectives salvajes había que venderla a una editorial más grande, más poderosa, así que se la vendieron a la editorial Hanser, que es indudablemente mucho más fuerte y muy buena. Entonces, ellos me preguntaron si me gustaría traducir también este libro, que sería la cuarta novela, pero de un tamaño descomunal. Yo no recuerdo haber vacilado ni un minuto.
Con Los detectives salvajes fue muy extraño, no leí todo el libro antes de traducirlo, no me dejaba avanzar leyéndolo. Yo empecé con la primera hoja y lo traduje a la vez que lo leía página por página hasta acabar. No sabía cuál era el final de la novela mientras lo traducía. Es algo que solo me ha sucedido con este libro, aunque también me faltaba el tiempo. No obstante, me costó dos años de mi vida terminarlo porque yo lo traducía los fines de semana, ya que entre semana trabajaba en la editorial. Fue difícil, aún le guardo mucha admiración a mi mujer por haber podido aguantarme eso. Además, fue el primer libro que traduje completamente en una computadora que por aquel entonces tenía una escritura verdosa por lo que al final estaba sufriendo de unas migrañas horribles (risas).
En el recuerdo es un placer inmenso. Traducir a Roberto siempre ha sido un placer.
¿Volvía un poco a él en medio de las traducciones para aclarar dudas?
Sí, bastante. Yo pienso que le escribía cada dos a cuatro semanas con una lista de preguntas, pero en general no tenía ningún problema traduciendo. También tenía amigos españoles o latinoamericanos que me ayudaban en ciertas cosas, con el argot mexicano por ejemplo.
El capítulo más duro y más divertido a la vez es en donde se habla de los poetas homosexuales. Él bautiza a ciertos tipos de homosexualidad y pone unas palabras increíbles. Eso era intraducible…
¿Qué hizo?
No me acuerdo, yo tenía que inventar. Si traduces, siempre existe la necesidad de que a veces inventas algo porque los lenguajes son muy lejanos. Para mí lo más importante es ganar la música del texto y encontrar un parecido en el alemán. Para ese capítulo había que inventar algo en alemán, estaba muy duro, pero era un placer también (risas).
Es decir, lo llevó a usted a ser parte de la ficción también, a crear su propia ficción a partir de la de él…
Sí, un poco. Lo que inventé era para señalar los tipos de homosexualidad y no para otra cosa. Era difícil, pero divertido.
Cuando terminó el libro, ¿qué sintió? Porque es que usted terminó dos cosas al mismo tiempo: leer y escribir.
¡Un alivio inmenso! Y mucho orgullo de haber hecho eso. Incluso en la editorial se portaron y dijeron cosas muy amables sobre la traducción, les gustó mucho. Así que no había problemas para seguir con otro libro, pero eso de Los detectives salvajes fue muy abrumador, una gran cosa. Luego seguía Nocturno en Chile y ahora mismo, ayer, me pasaron de la editorial Fisher Monsieur Pain, el último libro de Roberto que traduzco. Es una novela temprana, pero que siempre me ha gustado mucho sobre Vallejo, sobre la muerte de Vallejo. Es una novela que al propio Roberto le gustaba enormemente y que publicó tardíamente en los años noventa, creo.
¿Es el que está traduciendo ahora?
Sí…
¿Es el último?
El último que voy a hacer. Pienso que no hay nada más que traducir, porque ahora lo que queda son trozos y cominos que vienen de la caja fuerte de su computadora. Las cosas que se publican ahora de Roberto, pienso que él nunca lo habría permitido.
¿Piensa que le hacen un daño?
No un daño, pienso que él hubiera sido más selectivo. Eso sucede, si mueres, si eres importante y famoso, van a sacar todo lo que puedan.
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A pesar de que usted es evidentemente un alemán, no es cualquier alemán. Su historia, no solamente familiar si no también con la literatura (quizás con la literatura es con lo que uno genera una conexión más fuerte con una misma nacionalidad y la lengua), traducir a Bolaño para alguien que entendía tan bien y entiende tan bien la cultura alemana, y traducirlo y verlo en su propio idioma. ¿Quién es Bolaño en alemán?
(Silencio).
Porque usted lee bien español y traduce muy bien español, pero ¿quién es Bolaño en alemán?
Bueno, no lo sé. Ahora hay muchos especialistas académicos que escriben sobre él y hay profesores que lo estudian y todo eso está muy bien. Él en alemán no lo sé. Su relación con Alemania era muy divertida porque él no sabía alemán, pero sé que a él el país le fascinaba mucho. Me imagino también que por su historia de violencia con el tercer Reich, los nazis…
Claro, por Chile también, donde llegaron muchos nazis. La dictadura de Pinochet adoraba a Hitler…
Pero lo fascinaba también la irrupción de tanta violencia (como podría fascinar a cualquier otra persona) en un país tan culto como Alemania. La irrupción de esa increíble manera de violencia que pasó en esos doce años de los nazis, o si se quiere también antes y durante la Primera Guerra Mundial. Esa irrupción de violencia al lado de una civilización muy desarrollada, no solo Alemania, que hay personas que dicen que fue una guerra civil de treinta años europea… eso lo fascinaba mucho a Roberto. El último capítulo, la última parte de 2666 es pura guerra, guerra alemana en cualquier sitio, hay generales, un cierto general Berenberg pasa también ¿no?…
Que es un homenaje a usted…
(Risas) Sí, bueno, ese soy.
¿Cuando lo descubrió le dio risa?
Eso no lo sabía porque leí 2666 mucho más tarde. Estaba en Múnich en un congreso sobre Roberto y al final vino un joven y me dijo: “señor Berenberg ¿sabe usted que en la página 833 sale usted como general?” Yo no lo sabía (risas).
La aparición de ese personaje es uno de los momentos más oscuros de 2666 porque se mete todo un grupo de gente en una cueva que hay debajo de una mansión donde están. Todos salen aterrados de lo que sucedió allá abajo. Sin poder decir qué fue lo que ocurrió, nunca se sabe qué fue lo que pasó, pero todos salieron cambiados. Ahí estaban los Berenberg mezclados en ese misterio.
Bueno sí, somos nosotros (risas)…
Los alemanes, terroríficos alemanes, los perros salvajes de Europa (silencio)… increíble (silencio)…-
¿Por qué?
Lo digo otra vez, Alemania es un país muy culto, muy civilizado, muy avanzado ¿no? Pero son los protagonistas de dos guerras mundiales, los más feroces que había. En la segunda guerra bajaban a cuevas de violencia como en esta novela. Tan increíbles como nunca se había pensado que sería posible que existieran seres humanos capaces de hacer algo así. Eso es la cueva.
¿Habló de esa metáfora alguna vez con él?
No, de eso no hablamos nunca. Esas cuevas existen en muchos de sus escritos. Tomemos por ejemplo a Lumpen, esa pequeña novela que a mí me gusta muchísimo y que es casi sin argumento. Allí también la historia se centra hacia un ser oscuro, criminal, el gran jefe de yo no sé qué, autor de actos horrorosos que nunca se dice cuáles son (si es verdad, o si es mentira es algo que nunca se sabe).
Un misterio siempre.
Ya acercándonos un poco al final y antes de que todo se desvanezca: la relación suya con Roberto Bolaño, que después fue una amistad y demás (ya han pasado varios años desde que él murió), ¿lo cambió a usted en el sentido de que quizás fue el escritor con el que trabajó durante más largo tiempo?
Para mí él como escritor y figura de la literatura es sin duda la persona más importante que he encontrado en mi vida. Tengo un cariño muy grande hacia él todavía. Soy muy feliz, por ejemplo, de que Bruno Montané esté vivo, muy vivo de hecho, porque Roberto murió muy temprano. Ahora tendría sesenta y pico de años, más o menos mi edad. Yo estoy bien y sus amigos también, es una pena, pero soy muy feliz de conocer a Bruno Montané, a Ignacio Echavarría, aunque no los veo en persona casi nunca. Conozco a sus otros traductores al inglés y al francés.
¿Qué es lo que más extraña de Roberto Bolaño?
Es difícil de decir. Él podía ser muy feroz a veces, le gustaba contar la leyenda negra de su vida, de los jóvenes mexicanos viviendo en la droga, vendiéndola para sobrevivir y demás, y al mismo tiempo lo conocí como una de las personas más amables que he encontrado en mi vida. Una vez estaba de visita aquí para un evento literario y sin que nadie le preguntara lo presentaron junto a una joven escritora catalana llamada Cuca Canals. Al parecer lo que ella había escrito no le gustaba, ni mucho menos a Roberto. Ellos estaban sentados en una mesa con el moderador, y cuando este le dio la palabra a Cuca Canals, Roberto se levantó y se fue a fumar al balcón, no quiso escuchar lo que esta mujer decía porque no le interesaba mucho. No es muy amable eso, pero pareció como uno de los personajes de sus novelas. Arturo Belano habría podido comportarse igual.
No tengo recuerdos malos de Roberto, ni uno solo.
***
Transcripción Alejandro Rincón
Lo invitamos a que escuche el capítulo 13 de la audionovela Yo Confieso