El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Ţîbuleac, escritora moldava, es un libro que al inicio resulta incómodo. Incómodo porque estamos acostumbrados a pensar en la madre como una mujer perfecta, incluso santa. Sin embargo, el libro comienza describiéndola como bajita, gorda, tonta, fea e inútil. El relato se distancia de esa imagen idealizada que casi todos tenemos: la madre bella, dulce, buena, la mejor del mundo.
La historia está narrada en primera persona por Aleksy, un pintor famoso que recuerda el verano en que su madre tuvo los ojos verdes. Cuando él era un joven atormentado, con serios problemas de salud mental; cuando tenía dos amigos con los que planeaba hacer un viaje a Ámsterdam; cuando su madre le propuso un trato: pasar el verano juntos en Francia a cambio de un auto y otros regalos.
Durante el tiempo que pasan juntos en Francia, Aleksy descubre que su madre está gravemente enferma, que tiene cáncer terminal. Él, que casi siempre ha deseado la muerte de su madre, se enfrenta ahora a ella, cara a cara. Pese a todo, ese último tiempo compartido se convierte en una oportunidad para el diálogo.
El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes es, sobre todo, un libro sobre la necesidad de hablar, de reconstruir la historia personal, familiar e íntima. No para justificar, sino para comprender. Aleksy se da cuenta de algo más sobre su madre: ella no es solamente una mujer difícil que lo olvidó cuando más la necesitaba. También fue una mujer que logró no morir pese a haber perdido a su hija Mika en un accidente del que el libro apenas habla.
En ese diálogo, Aleksy reconstruye el verdadero rostro de su madre. Descubre que no es solo una madre fracasada, sino muchas otras cosas: una mujer con humor, con capacidad de amar, una mujer bella, con deseo, con inteligencia y, por supuesto, con unos hermosos ojos verdes, que serán lo que él más extrañe cuando ella no esté.
Este libro es una invitación a conversar. Pocas cosas hacen tanto daño como no haber hablado, como no haberse conocido. Los años pasan y las personas con las que vivimos pueden volverse extrañas. El libro parece una pintura en la que se empieza por la parte más oscura, para luego ir construyendo los lugares luminosos.