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Emiliano Monge: “El silencio es la columna vertebral de los relatos”

En entrevista para El Espectador, el escritor mexicano habló sobre sus obsesiones al momento de escribir, las similitudes que tiene su país con Colombia, y cómo entiende y desarrolla el concepto de memoria en su literatura.

Laura Valeria López Guzmán
31 de agosto de 2022 - 08:00 p. m.
"El olvido permite que el presente se extienda, pero el olvido cancela cualquier posibilidad de futuro y esto nos condena a vivir en un presente que puede ser habitable, pero que nunca es amable", dice Emiliano Monge.
"El olvido permite que el presente se extienda, pero el olvido cancela cualquier posibilidad de futuro y esto nos condena a vivir en un presente que puede ser habitable, pero que nunca es amable", dice Emiliano Monge.
Foto: Secretaría de Cultura de Ciudad de México

Tras un viaje a México me encontré con dos libros del escritor mexicano Emiliano Monge: La superficie más honda (2017) y Tejer la oscuridad (2020). Estos textos, el primero de cuentos y el segundo una novela, ambos publicados por la editorial Penguin Random House, me ayudaron a entender, de una mejor manera, el silencio en la literatura y el continente en el que vivimos. Aquí, una entrevista con el también autor de Las tierras arrasadas sobre las dudas que aparecieron luego de estas lecturas.

Empecemos hablando de las obsesiones, recordando lo que Ernesto Sábato mencionaba al respecto: “Las obsesiones de un escritor siempre han sido muy pocas, pero cuanto menos numerosas más fuertes son”, ¿qué opina sobre esto, y cuáles son las suyas?

Las obsesiones originales no las perdemos nunca. Ahora, si me hubiera preguntado esto hace unas semanas no hubiera sabido cómo responder. Nunca vuelvo a mis libros y trato de olvidar por completo lo que hice. Pero ahora, en el 2022, se cumplen quince años de mi primer libro de relatos, que se llama Arrastrar esa sombra, y una editorial independiente me propuso que hiciera una reedición definitiva. Si hubiera sido otro libro habría dicho que no, pero al ser el primero me di cuenta que se cerró antes de tiempo, pues durante estos quince años siempre he estado escribiendo relatos, y de tanto en tanto sentía que esos relatos eran un eco de los primeros y debían estar en ese libro. Al revisarlo me di cuenta de mis obsesiones, pues me importa tener una relación con el lenguaje como si fuera algo físico, también la obsesión de que la forma se le imponga al fondo, de que la arquitectura del texto sea más importante que la historia que cuento sin dejar de lado que esta es esencial.

Hay una constante en sus libros, el silencio y que algunos personajes no tienen voz, ¿cómo entiende el concepto de silencio y por qué recurrir a un relato donde este es uno de los principales de los ejes?

Hubo un escultor vasco, Eduardo Chillida, que decía que el espacio también es un material más lento. Y yo siempre he pensado, desde que tengo la obsesión con el lenguaje, que este es la cara de una moneda y que el silencio es el revés. Y siempre he trabajado pensando que el silencio es una palabra, pero una más lenta. Precisamente me gusta que el silencio ralentice el tiempo de la narración. Me interesa el silencio así, como una dualidad, la espacial y la temporal. El silencio marca el ritmo del texto, de la narración y de la vida. Además, el silencio es la columna vertebral de los relatos.

¿Cuáles son las implicaciones de la idea de memoria y memoria colectiva en las narrativas que construyen algunos de sus libros?

Esta es otra de mis obsesiones, la frontera que hay entre la memoria y la imaginación, qué podemos imaginar y qué podemos recordar. Yo siento que como escritor cada día lanzamos una moneda que tiene estas dos caras, y un día cae por la imaginación y otro cae en la memoria y de ahí sacamos el trabajo del día. La memoria se puede convertir en imaginación y la imaginación en memoria. Al momento de escribir me gusta negar la idea de que el tiempo es lineal. Así que no hay un pasado, hay pasados, al igual que no hay un futuro, sino hay unos futuros, entonces el presente no existe. Y me gusta romper esa linealidad para darle espacio a esas memorias.

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Con el proceso que ha tenido Colombia luego del Acuerdo de Paz, se ha hablado mucho sobre la memoria, ¿cómo podemos entender este concepto en un territorio donde el olvido ha sido la salida?

El olvido realmente no permite seguir hacia adelante. El olvido permite que el presente se extienda, pero el olvido cancela cualquier posibilidad de futuro y esto nos condena a vivir en un presente que puede ser habitable, pero que nunca es amable. Las sociedades que están urgidas por olvidar, son sociedades que no se piensan, que no se atreven a otorgarse así mismas un futuro. En el sentido político y social, el olvido es una condena. Y en el sentido de la literatura es un contrasentido, la literatura es en sí misma una lucha contra el olvido, desde este arte se busca darle un manotazo al olvido para así poder reescribir sobre un hecho. Y aquí vuelve a aparecer la memoria, que, desde el aspecto político, es un arma que tiene al subalterno vencido, permitiendo así que el testimonio sea uno de los ejes principales. Tenemos que dejar un poco de lado el relato histórico y recurrir al relato del testigo, de la víctima, pues solo le queda la palabra. Tenemos que luchar contra el olvido desde la recuperación de la palabra de los testigos y de los testimonios. Una vida que no fue relatada es una vida que no existió.

Hablemos sobre la migración en América, teniendo como ejemplo México y Colombia, siendo estos dos países que cuentan con una posición geográfica que facilita esto, ¿cómo se vive la migración en su país y cómo la ve en Colombia?

México y Colombia son países que durante muchas décadas sacaron a sus ciudadanos. Tenemos en común que esas personas que salieron migraron a Estados Unidos y a España. En el caso de mi país, en Estados Unidos hay casi una cuarta parte de México. Y esto hay que decirlo para poder asumirlo. Con esto nos convertimos en sitio de tránsito, y, poco a poco, de recepción de migrantes. La migración no va a acabar mientras exista el capitalismo y sobre todo mientras el neoliberalismo siga destruyendo los territorios. Nosotros pertenecemos a unos países que están en constante explotación y deterioro. Tenemos mucho más que ver con esos migrantes que con los que devastan sus territorios. Y esto es algo que tenemos que asumir para que podamos entender que ese migrante es igual a nosotros, somos diferentes al poderoso que está destruyendo la naturaleza y los recursos, no al que sale de su país. La literatura, el arte, la comida, el humor son una puerta a la empatía de ese otro y así entender lo que está viviendo el otro.

Teniendo en cuenta lo anterior, ¿considera que este continente es una amalgama de migraciones?

El mundo entero es eso. Se nos olvida, pero el ser humano ha sido sedentario el 2% de su historia. Los países actuales se han constituido a partir de la migración. Las migraciones globales y, también, en las migraciones regionales, esas que se dan del campo a la ciudad, o viceversa, les dan el rostro a las sociedades. El mundo es lo que es gracias a este movimiento, y esto está por encima de las religiones, de la filosofía, de las diferentes políticas y doctrinas. El rostro del mundo está marcado fielmente por la migración.

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Desde hace varios años se tiene la idea de que lo popular es lo que define o determina la cultura de Latinoamérica, ¿qué opina de esto?

Creo que la cultura de Latinoamérica es tan rica que cabe todo. A mí no me interesa mucho lo que pueda dividir lo popular de lo culto o de lo intelectual, me parece que entre estos dos tipos de culturas se alimentan. La cultura debería dejar de ser esa distinción. Y creo que la enorme riqueza de este continente es que tiene una cultura hecha de culturas, una que está en constante crecimiento. Ahora, hay que tener en cuenta que el principal factor de ver a la cultura como algo allá a lo lejos es la desigualdad que hay en Latinoamérica, una desigualdad que además está entrelazada con la corrupción, la falta de educación, entre otras cosas.

Por Laura Valeria López Guzmán

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