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“No existen escritores mejores que otros, lo que existen son universos propios”

Sebastián Basualdo, autor de “Cuando te vi caer”, una novela que retrata la vida de los excombatientes de la guerra de las Malvinas, lanzará, el próximo año, con la editorial colombiana Favila, “Mientras la noche se hundía conmigo”, una antología de cuentos.

Danelys Vega Cardozo
01 de agosto de 2022 - 02:00 a. m.
Este año la editorial Hojas del Sur reeditó “Cuando te vi caer”, novela de Basualdo.
Este año la editorial Hojas del Sur reeditó “Cuando te vi caer”, novela de Basualdo.
Foto: Alejandra López

A los 15 años usted ingresó a la ESMA porque quería que su padre adoptivo se sintiera orgulloso. Eso me hizo recordar el afán incesante que tenemos los seres humanos de buscar aprobación, renunciando así incluso a nuestra propia libertad…

Sí…claro, es verdad. Si uno lleva el plano de lo privado hacía lo público; es decir, desde lo familiar a lo social, seguramente hay una correspondencia en esto que vos planteas. En mi caso, supongo que fue, por un lado, un acto de delirio adolescente, y, por otro lado, ese afán, como vos decías, de querer ser querido, de buscar el cariño, sin saber yo en esa época, con quince años imagínate, segundo año del colegio secundario, lo que había pasado en la ESMA, en la Escuela de Mecánica de la Armada en la Argentina, durante la dictadura militar. Con esto hago una salvedad, porque en Argentina es muy fuerte decir que fui a la ESMA, pero para mí no lo era, y tampoco era esa ESMA de la dictadura cívico-militar. Estamos en el año 1993, es otro país, pero eso no deja de tener un nivel simbólico importante en el plano social. Yo quería recuperar las Malvinas solo y viajar por el mundo en barco, imagínate.

Las experiencias que vivió en la Escuela de Mecánica de la Armada las plasmó en su libro “Cuando te vi caer”, una novela que mezcla ficción con aspectos autobiográficos. ¿Por qué escribir una novela en vez de una autobiografía?

Porque Cuando te vi caer es una novela en la cual yo intenté recuperar la manera en la que yo veía el mundo, lo sentía en la adolescencia; es decir, escribo una ficción porque inevitablemente lo que se atraviesa son los recuerdos, las sensaciones de esa edad, y escribir una autobiografía hubiera sido casi igual a escribir la ficción. Yo no creo mucho en la autobiografía en el sentido de poder trasladar de manera fiel y literal la vida de uno. Vos fíjate que cuando uno vive una experiencia la vive y la recuerda posteriormente, pero ¿cuánto se perdió entre el momento que se vivió y el momento que se recuerda eso que se vivió? Eso que está en el medio, eso que se fue perdiendo, empieza a llenarse de otras cosas.

Usted también escribe poesía…

La poesía está casi que en todos lados. En la música hay poesía, en las canciones populares hay poesía, en la forma de hablar hay poesía, pero mi relación con la poesía comienza como lector, desde muy chico, y a veces cometo la imprudencia de escribir algunos versos.

¿Por qué imprudencia?

Le tengo mucho respeto a las poetas y a los poetas (…) La poesía pareciera ser el lugar donde más se tensa la relación entre el ser y el lenguaje, donde más profundidad se puede alcanzar en términos de honestidad y pensamiento. Eso no implica que escribas una buena poesía. Aristóteles ya decía, si en un autor uno no ve al poeta, lo que en realidad no está viendo es al escritor. Eso no significa que uno tenga que escribir poesía. Yo he conocido gente que eran poetas y jamás han escrito un solo verso en su vida, porque la poesía es una manera de estar en el mundo, una manera de ver la realidad (…) La poesía no entendida como escribir versos o sonetos, sino como esa forma particular de ver el mundo, genera una oportunidad hoy en día con la literatura, y eso permite también que se rompan ciertos mitos. Por ejemplo, acá en Argentina, ¿quién es mejor: Borges, Cortázar o Sábato? No, no existen escritores mejores que otros, lo que existen son universos propios. La literatura no es una competencia. Por eso siempre me causan risa los concursos literarios y ese tipo de cosas.

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Los premios son un alivio para el ego…

Es probable…Esta necesidad también de ser reconocidos, que no tiene nada que ver con la literatura (…) ¿Vos te imaginas a Kafka participando de un concurso literario? ¿A Dostoyevski participando de un premio nacional? Ahí está la cuestión, la literatura no tiene nada que ver con eso, pero nos han acostumbrado, como también nos han acostumbrado a leer en los suplementos literarios la lista de los libros más vendidos (…) La literatura, a mi criterio, está hecha para autoconocerse y salvar a otro.

Usted ha mencionado que la literatura salva… Pero pienso que no es la literatura la que salva, es uno quien se salva, porque detrás hay una voluntad, una decisión y una elección…

Naturalmente, te doy toda la razón, tiene que haber una voluntad y tiene que haber una sensibilidad. Yo siempre digo que el escritor que a mí me salvó la vida fue Abelardo Castillo, uno de los escritores más importantes de la literatura latinoamericana. ¿Por qué me salvó la vida? Porque cuando yo lo empecé a leer yo tenía veinte y pico de años, era algo así como una especie de delincuente juvenil o me ponía a escribir o terminaba mal, y ese autor me permitió entrar en la literatura. Llegó un momento, a los veinte años, que decía: “Yo quiero ser Abelardo Castillo”, pero yo no decía: “Yo quiero ser exitoso, quiero ser famoso”, yo quería era esa profundidad de pensamiento.

En “Cuando te vi caer” se interesó por retratar la vida posterior a la guerra de las Malvinas y no el conflicto. ¿Por qué?

A mí lo que me interesaba, de alguna manera, era entender por qué yo a los quince años, un pibe que no tenía ningún tipo de relación con nada de la milicia, por necesidad de que su padrastro lo quiera, se propone eso. Entonces, la novela no es sobre la guerra de las Malvinas, sino centrada en una familia en donde hubo un excombatiente. Ahora, cuando empiezo a escribir me doy cuenta de que cuando hablamos de un excombatiente estás hablando de todos o casi todos, de la guerra y de un país, y que estás hablando de un montón de cosas que no te lo propusiste.

¿Para qué cree que sirve recordar anualmente los conflictos bélicos como la guerra de las Malvinas?

Si yo en el colegio hubiera aprendido más sobre la guerra de las Malvinas, si hubiera aprendido más lo que fue la dictadura militar en la escuela secundaria, seguramente no hubiera ido a la ESMA. El problema con eso es que, si no recuerdas se empieza a tergiversar incluso el olvido, porque se empieza a contaminar de otras ideologías, de otros intereses. Es muy fuerte lo que pasa en la Argentina con las Malvinas. Creo que ya trascendió el hecho de que haya un país colonial como Gran Bretaña ocupando las islas, lo trascendió tanto, no sé si lo hayas visto, el gol de Maradona a los ingleses, los dos goles, incluso el de la mano, era esa sensación de estar recuperando algo que nos quitaron (…) Los norteamericanos pierden todas las guerras en las que se meten sistemáticamente. En Vietnam los hicieron papilla; sin embargo, nosotros nos hemos criado con ficciones de Vietnam, con series de Vietnam, con películas de Vietnam, ¿por qué? Porque ellos pueden construir algo que se llama el relato heroico, no importa que pierdan, importa que puedan construir el relato heroico. En el caso de Malvinas, es difícil construir el relato heroico porque está atravesado por la dictadura cívico-militar, ese es el problema.

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Sí, es la forma de ellos tener el control, de asegurarse de que las masas piensen como ellos quieren, buscan trasmitir el mensaje que les conviene a unos cuantos…

Sí, es verdad, pero siempre es así, y si no salí a la calle también. Sobre todo en una sociedad tan mediatizada como esta donde incluso la memoria es un espectáculo, fíjate en las redes, todo se ha convertido en un espectáculo.

Publicó su primer libro a los 23 años. Se podría decir que era una edad muy temprana, porque a esa edad no se ha vivido mucho como para escribir un libro…

Sí, por eso no lo voy a volver a publicar nunca más, aunque mucho de esos textos después los reescribí, los corregí y los publiqué años más tarde. Está muy bueno esto que planteas, porque para escribir se necesitan tres cosas: leer mucho, vivir mucho y escribir mucho, y a los 23 años sos un niño, a no ser que seas un genio, cosa que no es mi caso (…) Como yo no soy un genio, lo que sí quería era jugar; para mí la literatura en un principio se parecía mucho a jugar (…) Pero en este libro estaba el germen de lo que yo iba a escribir mucho después, el lenguaje mismo te lleva al lugar común. ¿Por qué los que empiezan a escribir te das cuenta enseguida de que pasan por todos los lugares comunes habidos y por haber? Porque el lenguaje mismo te lleva al lugar común, todavía no encontraste el tono, tu estilo, que tiene que ver con tu respiración, con tu forma de hablar, de ver el mundo, etc.

¿Cómo salir de ese lugar común?

Se sale del lugar común, en principio, con algo muy básico: entendiendo que la literatura no tiene nada que ver con la expresión, con expresarse; la literatura es otra cosa, no es porque vos estás triste y te pones a escribir un poema te va a salir un Neruda de adentro. No tienen nada que ver los sentimientos con la literatura. Y entender también que la literatura no es una catarsis, no pasa por ahí (…) Pero no hay una fórmula, yo creo que, como decía Abelardo, uno puede aprender a escribir, pero nadie puede enseñarte.

Usted ha afirmado que “uno escribe para que lo quieran”. Siguiendo esa afirmación, entonces tal vez la literatura pierde valor como acto honesto…

Sí, una especie de no ser consecuente con uno mismo. Es verdad, pero si uno escribe, necesariamente, para ponerse en comunicación con otros, buscando que lo quieran, no tiene que ver con ser absolutamente consecuente. La literatura muestra también lo más oscuro de uno. Yo a Dostoyevski lo quiero, a Henry Miller lo adoro, pero no sé si sería amigo de Henry (…) La literatura también es un destino, lo que esa mujer o ese hombre es. Borges no escribía así porque se le ocurría, escribía así porque era así, vivía el mundo así.

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Al inicio se podría decir que escribía en busca de validación, de aprobación… ¿Para qué escribe hoy?

Escribo por varios motivos. Escribo porque no puedo dejar de hacerlo, porque es mi manera de vincularme con lo que dicen se llama lo real, porque es una forma de autoconocimiento, y porque tengo un proyecto estético; es decir, necesito decir aquellas cosas que de alguna manera me propuse que tengo que decir y una vez que las diga, ya no voy a escribir más (…) No sé bien en su totalidad qué es lo que tengo por decir, pero sí sé que a lo largo de estos años he construido una obra que dialoga consigo misma y en donde aparecen temas centrales de mi vida (…) Creo que tengo más claro por qué no escribo, no escribo para ganar premios, ni para ser famoso, ni para ser reconocido socialmente, para mí la verdadera literatura es la que hacen los demás.

Volviendo a su libro “Cuando te vi caer”, ¿qué similitudes comparte usted con el personaje principal de la novela?

Creo que en lo más esencial en que se parecen es en la sensibilidad de ese personaje; es decir, con todas sus contradicciones, con todos sus miedos o ganas de llevarse el mundo por delante, como era yo a los dieciséis años (…) Yo tiendo a no mejorarme a mí mismo cuando escribo, pero sí tengo el defecto de mejorar a los demás; es decir, si bien Cuando te vi caer es una novela trágica y muchas cosas de las que viví en mi vida fueron más dolorosas o peores, o si bien muchos adultos que aparecen en la novela no fueron tan buenos como yo los escribí en la novela, por alguna razón, y esto me pasa recurrentemente, tiendo a mejorar a los personajes, supongo que eso también tiene que ver con mi vida, porque también tiendo a mejorar a la gente.

¿De qué le sirve mejorar a las personas?

No, no me sirve, me llevo cada decepción absoluta, pero no puedo evitarlo. Es como cuando te enamoras, que idealizas al otro… Uno no se enamora de alguien, sino de la idea que se hizo del otro. Y, bueno, me pasa eso. Uno mejora al otro, pero no es algo que uno se proponga, está en tu forma de ser. Así como hay otros que ven los defectos rápidamente, yo tiendo hacía el otro lado.

¿A ver lo positivo?

Sí. Yo tengo una casi enfermiza capacidad de admirar, lo cual es terrible, porque siempre fui así. Viene alguien a arreglar el aire acondicionado de mi casa y yo admiro a ese hombre, y es así con todo, no solamente con la literatura en términos generales. La admiración es un sentimiento que a mí me atraviesa.

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¿Y es capaz también de admirarse de la misma forma que lo hace con los demás?

Tengo días en los que digo: “Bueno, mira lo qué hiciste, vos un pibe de barrio salido de la nada misma, que tu padrastro decía que no ibas a llegar a ninguna parte”. Y hay días en los que me miro y digo: “Bueno, algo hice de mi vida”. No sé si me admiro, pero me quiero un poco más.

¿Y antes le costaba hacerlo?

Sí… sí, claro, porque cuando sos muy joven sueles señalar con el dedo también, y sueles ser muy arbitrario con las faltas de los demás y juzgar. Y eso se termina alrededor de los treinta y algo, cuando empiezas a mandarte tus propias macanas, cuando comienzas a cometer tus propios errores, y ahí te vuelves un poco más indulgente con las faltas de otros, y entiendes que, en última instancia, mucha de la gente que te rodeó hizo lo que pudo con lo que tenía al alcance.

Hablemos un poco acerca de “Todos los niños mienten”, su nueva novela.

Es una novela que surge también, como toda mi literatura, de un hecho autobiográfico. Cuando tenía alrededor de siete años, mi madre y yo nos vamos a vivir a un departamento, no teníamos prácticamente nada, éramos muy pobres, y en ese edificio conozco a dos chicos: uno se llamaba como yo y era un año mayor, y otro se llamaba Norberto y era tres o cuatro años mayor que yo. Este chico en cuestión era un genio (…) ¿En dónde estaba esa genialidad? La genialidad estaba en que no iba al colegio, la madre le enseñaba, y todo lo que la madre le enseñaba este chico lo convertía en juego; es decir, si estaba estudiando las pirámides egipcias, armaba las pirámides, me invitaba a la casa y jugábamos, así con todo. Hablaba cuatro o cinco idiomas (…) La novela empieza a cuestionar cuánto del juego que hay en la infancia se traslada a la vida adulta, y posteriormente cómo los adultos observan el juego de los niños y lo juzgan a partir de la mirada adulta, despojándole su inocencia, despojándole su universo infantil. ¿Por qué todos los niños mienten? Porque todos los niños construyen ficciones, juegos.

Danelys Vega Cardozo

Por Danelys Vega Cardozo

Comunicadora social y periodista de la Universidad de La Sabana con énfasis en periodismo internacional y comunicación política, y un diplomado en comunicación y periodismo de moda. Perteneció al semillero de investigación Acción social y Comunidades, bajo el proyecto Educaré.danelys_vegadvega@elespectador.com

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