El Magazín Cultural

Florence, un nombre que huele a libertad, igualdad y sororidad

Primera entrega de una entrevista realizada la escritora Florence Thomas, quien habló sobre sus raíces y su llegada a Colombia, además de su faceta como profesora y feminista.

Édison Marulanda Peña
04 de mayo de 2024 - 03:57 p. m.
Florence Thomas, nacida en Francia, es ícono feminista en Colombia.
Florence Thomas, nacida en Francia, es ícono feminista en Colombia.
Foto: Archivo Particular

Es una demoledora de los mitos del amor: en la filosofía griega antigua, en la literatura, en los discursos de los medios de comunicación, en la telenovela, en las canciones. Este empeño está latente en el libro Los estragos del amor (Universidad Nacional, 1994), del que se cumplen treinta años de la primera edición.

Sin embargo, su pensamiento crítico no resulta incompatible con la debilidad por Ne me quitte pas, la balada universal del belga Jacques Brel, “es una de las más bellas canciones de amor que creo que existe, de verdad”, sostiene madame Florence.

El libro mencionado quizá la convierte en heredera de la respetable tradición de intelectuales de Francia que han mostrado su interés en reflexionar el amor. Han transformado su búsqueda en objeto de estudio o, cuando menos, de su experiencia escrita. Bastaría con recordar unos nombres: Flaubert, a quien se debe el bautizo de este campo gracias a su novela La educación sentimental (1869), en parte autobiográfica; Voltaire, que en sus escritos –como recuerda el filósofo colombiano Jaramillo Vélez– abogaba por un amor basado en la comprensión mutua, la tolerancia y la libertad; Sartre en el capítulo III “Las relaciones concretas con el prójimo” de El ser y la nada (1943); Ronald Barthes, que justificaba su libro Fragmentos de un discurso amoroso (1977), porque “el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Es un discurso tal vez hablado por miles de personas (¿quién lo sabe?) pero al que nadie sostiene”; los inteligentes diálogos de un verano entre François Giroud y Bernard-Henri Lévy, para confrontar su experiencia y filosofía acerca del amor, el resultado es Hombres y mujeres (1993).

Yo era un lector conflictuado de sus columnas, pero la empatía creció al observar la mezcla de valentía, tenacidad y sarcasmo que están en su ADN. Fue en 2006 en el programa Sala de redacción de City TV, debatiendo ella con el secretario general del episcopado, monseñor Fabián Marulanda. En un gesto a mitad de camino entre la osadía y el retozar con su interlocutor, madame Florence le propuso que la invitara a la próxima Asamblea General de la Conferencia Episcopal para explicar sus argumentos sobre “la despenalización del aborto, la moral católica sobre la sexualidad y el sacerdocio femenino”. En ese momento tenía 62 años y no fue invitada.

Una noche de abril le escribo un mensaje a Nicolás, su hijo editor, le cuento la razón de mi interés y él me facilita su número de teléfono. A la mañana siguiente cumplo la indicación de llamarla al fijo después de las 9:00 a.m. Ella contesta personalmente, le expreso que quiero entrevistarla para un programa en una radio de interés público de Pereira y también adaptarla para prensa porque se están cumpliendo 30 años de Los estragos del amor –esto pasaba inadvertido para ella hasta ese momento–. De paso me informa que presenta en la Filbo el libro de sus memorias, Fragmentos de una vida. Ochenta años tejiendo recuerdos. Y acordamos día y hora de la “cita” a través de whatsapp.

Esta es la entrevista perfil con madame Florence Thomas, que muestra a la mujer y su origen, la profesora pionera de los estudios de género en el país, la activista, la escritora y columnista.

Sus raíces y la llegada a Colombia

Yo llego a esta entrevista con Temor y temblor, como el título de un libro de Kierkegaard (al otro lado se percibe una risita). Dando una mirada en retrospectiva al camino recorrido por usted desde 1967 cuando llegó a Colombia, todo lo que ha podido pensar, decir y hacer desde esa fecha ¿Cómo se siente hoy?

Después de casi sesenta años de vivir en este país, difícil país, me siento muy colombiana, por cierto. A pesar de que no hace tantos años la canciller María Ángela Holguín me hizo “Colombiana de honor”, además que es todo un honor para mí efectivamente; pero de verdad hace muchos años que había asumido estas dos nacionalidades, yo soy muy francesa y soy muy colombiana. Que no siempre es fácil, pero es así como me siento.

¿Qué resultó lo más difícil de asumir en el proceso de adaptación e inculturación en los primeros años en Colombia?

Pues te diría que no mucho porque tuve la enorme suerte de llegar enamorada de un colombiano y te puedes imaginar lo que eso ayuda. Evidentemente no llegué por un capricho, que entonces me metí en un avión y llegué así, sin nada, no. Él es un colombiano que me había encontrado en París, que hacía un posgrado en Psicología Industrial mientras yo hacía una Maestría en Psicología social. Teníamos clases en común, me enamoré y me empezó a contar en las calles de París que Bogotá está a 2600 metros de altura, que no había estaciones.

Inclusive yo cuento en mi último libro que es en una calle de París que empiezo a escuchar, por ejemplo, el nombre de Camilo Torres, el cura guerrillero, porque él lo había conocido por unas cosas de la vida y entonces él me contó que lo acababan de asesinar en febrero de 1966. Es muy extraño las cosas que le pasan a una en la vida ¿No? El enterarme de Camilo Torres en una calle de París hace cincuenta y ocho años.

Ya Manuel había terminado su posgrado y yo el mío, nos metimos en un avión y llegamos a Colombia en 1967. Entonces, como te decía, llegar enamorada facilita mucho la adaptación por supuesto, pero llegué de todas maneras a una Bogotá de dos millones de habitantes, a una ciudad que se terminaba en la calle 85 más o menos. Es eso lo que conocí los primeros años, y no es todo: tuve la enorme suerte de entrar a los quince días de profesora en la Universidad Nacional, es eso lo que me cambió la vida de verdad.

¿En qué sitio nació en Francia?

Yo nací en Normandía, entre París y el océano Atlántico, es decir, nací en una ciudad que se llama Ruan que está entre París y el mar, a cien kilómetros de París. De hecho, la maestría la estudié en París pero realmente de Ruan a París es una hora en tren. Francia tiene suerte de tener trenes, por supuesto.

¿Cómo se vivía en la familia y su cultura de origen? ¿Cómo era la economía doméstica?

Mi padre vivió dos guerras mundiales. Él nació en 1902, tenía prácticamente catorce años en la Primera Guerra Mundial y tenía cuarenta años en la Segunda Guerra Mundial. Yo nací en 1943, debajo de los bombardeos de los alemanes en la guerra; viví una infancia de postguerra, una niñez donde realmente Francia se trata de recuperar de algo que duró bastantes años, que fue devastador para Europa. Entonces sí tuve una infancia de posguerra, pero una infancia feliz porque nunca tuve la impresión de que me faltaba algo. Había que calentarse con chimeneas y carbón, estufas de carbón en el invierno y pues sí fue duro, pero como no me faltó nunca cariño yo no puedo decir que mi infancia fue difícil en absoluto. Tenía dos hermanos mayores que eso sí es importante para el futuro.

Nace la feminista

¿En qué circunstancias empezó a tomar conciencia de la situación de desigualdad y el impacto negativo del patriarcado en la vida de las mujeres?

Había vivido los sesenta en París, que fue una década en Francia llena de filósofos: de Jean-Paul Sartre, de Simone de Beauvoir, de Michel Foucault, de Bourdie. Habían grandes pensadores en Francia en esta época y, por lo tanto, muchos debates gracias a mujeres como Hannah Arendt, como Simone de Beauvoir, mujeres también que les empezaban a decir a los hombres: “Hola, por favor señores, cállense un poquito y déjenos hablar”. Es un resumen de una manera un poco anecdótica, no fue exactamente así, pero es cierto.

Yo había asistido a muchos debates de esa década, no se olviden que en los sesenta se estaba preparando también Mayo 68, esta especie de revolución de la contracultura de los hippies y todo eso. Entonces yo llego a Colombia con todos estos debates en la cabeza y de verdad encuentro una situación en relación con las mujeres muy tenaz, es decir, ver en la ecuación mujer = madre, y yo pensaba que no debería ser solo eso. Yo quisiera que antes de ser madre uno tiene que ser sujeto social de derechos.

Eso es un poco de lo que encuentro en Colombia al llegar: mujeres que apenas saben que tienen derechos, por supuesto ya votaban, el voto en Colombia fue en 1954 y ellas votan en 1957 en el plebiscito; y habían algunas teorías ya, pero era realmente muy tímido todo esto.

A pesar de que estoy en la Universidad Nacional, pero la universidad que se decía Vanguardia Revolucionaria del país era también muy patriarcal –solo había una decana mujer en Enfermería–, pero yo encuentro un país terriblemente patriarcal donde las mujeres hablaban de su maternidad y me parece muy bien y en absoluto reprochable, pero yo quiero decir mujeres que no tenían conciencia de que podían ser sujeto social de derecho, participar en política, tener una vida que signifique algo para realmente volverse sujeto social de derecho.

En los primeros años en la Universidad Nacional yo trato de ser cada día mejor profesora, trato de aprender muy bien el español, trato de responder a todas estas preguntas de los estudiantes. Imagínense que a mitad de los años sesenta, setenta, ochenta, en la Nacional, ¿se pueden imaginar cómo es eso? Ahí nacen los Elenos, nacen los grupos de izquierda, nace toda la historia del movimiento estudiantil y esa es la época mía en la Universidad Nacional.

Quizá ninguna educación es perfecta, pero suele haber un modelo mejor que otros, ¿Podría decir qué tuvo que desaprender para vivir más liviana como mujer?

Más bien yo diría lo contrario. Tuve que aprender que uno podía expresarse, a que uno tenía derecho a la escritura, a la lectura, a los estudios, que uno tenía derecho a usar una voz, a participar en política, a empezar a hablar. Sí, es esto de equidad de género, a decir que queríamos tener muchos derechos, no forzosamente los derechos iguales a los hombres porque también estábamos reclamando el hecho de que las mujeres no habitamos el mundo de la misma manera que los hombres. Entonces queremos también derechos particulares como, para citar uno solo que trabajé mucho después, los derechos sexuales y reproductivos. Derechos relativos al hecho de que quería ser madre o no quería, de poder escoger si uno quería tener hijos o no, o cuántos hijos, etc. Todo esto me golpeó mucho cuando llegué porque realmente todos estos renglones eran para construir. Eran para explicar a las mujeres que de verdad uno podía existir de otra manera en el mundo.

La profesora

Hablemos de la profesora, de las materias que orientaba en la Universidad Nacional. ¿Qué metodología manejaba y cómo preparaba una clase?

Yo llegué con una maestría en Psicología Social, hecho que no existía cuando ingresé a la facultad de psicología que se volvió muy rápidamente Departamento de Psicología en una Facultad de Ciencias Humanas. Cuando empecé de profesora no existía la carrera de psicología social, entonces es lo que me permitió entrar muy rápidamente en la Nacional. Yo dicté clases de psicología social primero en el pregrado de Sociología y el de Psicología. La psicología social es todo lo que en este tiempo es dinámica de grupo, pero también era mucho el análisis de los discursos, la semiología, todo esto y el tema es uno de los que me apasionaba. Yo empecé a trabajar sobre esto más que todo.

El cómo preparaba clases, pues era muy difícil porque yo no hablaba muy bien español todavía. Una cosa que no dije al principio es que yo llegué sin hablar español. Imagínense que en liceo donde yo estudié de joven había aprendido italiano como segundo idioma y el italiano me ayudó y me obstaculizó también mucho el español porque son dos idiomas de raíces latinas evidentemente un poco semejantes, pero también muy distintas. Entonces me tocó tomar clases de español por las noches. La preparación de una hora de clase realmente al principio en los sesenta, setenta cuando llegué, me pedía ocho horas de preparación, trabajaba mucho pero tenía la suerte de tener en ese tiempo a Manuel, mi marido colombiano, que me podía ayudar.

De todas maneras era un trabajo inmenso, tan grande que los dos primeros semestres es increíble pero dicté las materias en francés y tenía un traductor simultáneo, lo que evidentemente ya creo que la Universidad Nacional ya no haría ahora. Eso sí me exigió mucho trabajo, era muy difícil pero yo, como decirlo, soy una amante de la docencia y la docencia me parece la profesión más bella que puede haber, enseñar me parece algo maravilloso. Y como que yo supe adaptarme a estos jóvenes, a este ambiente de la Nacional que a veces era un ambiente bastante complejo, por supuesto.

Las asambleas, los cierres de la Universidad Nacional; el cierre de un semestre completo porque el M-19 había tomado la embajada dominicana en 1980, acuérdense de que era justamente al frente de la entrada de la Nacional. Es por esto que estuvimos seis meses en los que no podíamos entrar a la Nacional, las grandes marchas, todo el movimiento estudiantil.

Por Édison Marulanda Peña

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar