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Erasmo de Róterdam y el poder de la pluma (I)

Para la reforma protestante, que le dio un vuelco a la religión y a la sociedad europea en el siglo XVI, las ideas y la traducción del Nuevo Testamento de Erasmo de Róterdam fueron fundamentales, hasta el punto de que Martín Lutero dijo que habían sido de una profunda influencia para él. Cuando los protestantes como los católicos pretendieron encasillarlo en una u otra corriente, se desmarcó, pues para él el conocimiento iba mucho más allá de los fanatismos. Presentamos la primera parte de una serie sobre Desiderio Erasmo de Róterdam.

Fernando Araújo Vélez

15 de agosto de 2025 - 01:00 p. m.
Su Nuevo Testamento traducido al griego y su profundo conocimiento del latín lo llevaron a ser un referente entre los intelectuales de su época, y a formar parte, sin pretenderlo, de la gran polémica que derivó en la reforma protestante de la iglesia.
Foto: Hans Holbein the Younger
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Uno de sus primeros textos decía: “casi todos los cristianos son tristemente esclavos de la ceguera y la ignorancia”. Uno de sus últimos, rezaba: “Cuando tengo un poco de dinero, me compro libros. Si sobra algo, me compro ropa y comida”. De algún modo, era una especie de declaración sobre lo que había sido su vida, pues como hijo ilegítimo de un sacerdote de Gouda, Neerlandia, llamado Gerard, y de una de sus sirvientas, Erasmo de Róterdam fue obligado a ordenarse como monje, aunque se salvó de tener que cumplir con uno de los mandatos de la iglesia, la residencia, gracias a que un obispo intercedió a su favor, y libre de andar por donde quisiera, de leer y escribir lo que le pareciera, fue construyendo su visión de la vida y del mundo en los tiempos de los años mil quinientos.

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En un monumento que erigieron en Róterdam sobre él en el que fue representado con su rostro adusto, anguloso, un libro entre las manos y su mirada baja, decía que había nacido el 28 de octubre de 1467. Sin embargo, cinco siglos más tarde, las investigaciones de Harry Vredeveld hicieron que el 7 fuera cambiado por un 6. De cualquier forma, Erasmo, cuyo nombre era Desiderio Erasmo de Róterdam, estudió durante su infancia en la escuela de Deventer, regida por los Hermanos de la vida Común, y dirigida por un maestro vanguardista, Alexander Hegius von Heek. En su libro “Del amanecer a la decadencia”, Jacques Barzun lo definió como un “luchador valeroso, independiente, cuya ira —si es que la ira es una virtud revolucionaria—se despertaba con tanta facilidad como la del propio Lutero”.

Luego de haberse ordenado como sacerdote, a los 22 años, trabajó un tiempo para el obispo de Cambrai, Enrique de Bergen, y obtuvo de él una beca para estudiar teología en la Universidad de París, donde conoció a Juan Momber, un conocido y consultado asceta, y a Roberto Gaguin, quien lo influyó en la necesidad de generar una reforma en la iglesia católica. Con Momber y con Gaguin, Erasmo empezó a comprender la importancia del humanismo, cuyo principio fundamental era el conocimiento, más allá de las doctrinas y de los dogmas, y desde el conocimiento, desde el saber y el pensamiento, a darle al ser humano una dignidad individual, racional y creativa. En 1499 viajó a Oxford, y en una conferencia sobre San Pablo, quedó prendado de las ideas de John Colet.

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Según Giancarlo Pani, autor de varios estudios sobre los orígenes del mundo moderno, “Erasmo, que no reconocía otro maestro que a sí mismo, dio solo a él el título de ‘praeceptor únicus’”. Con Colet leyó y discutió la Biblia, y por Colet empezó a recopilar y ordenar sus “Adagios”, Los ‘Adagia’, con la colaboración de Publio Fausto Andrelini, más de cuatro mil proverbios de distintos autores como Plutarco, Platón, Aristóteles, Cicerón, Tito Livio, Virgilio, Horacio y San Jerónimo. Algunos de ellos decían: “Porque no se puede ser selecto cuando se persigue la cantidad”, “Es preferible recibir una injuria que infligirla”, “Porque no hay árbol bueno que dé fruta prohibida, ni hay árbol podrido que dé fruta buena” o “Ni el mismo Júpiter puede a todos juntos complacer, tanto si envía la lluvia como si la impide caer”.

A comienzos del siglo XVI, Erasmo era solicitado por los papas y los reyes, por los intelectuales y los revolucionarios. Hablaba con Enrique VIII y con Carlos V, las universidades le ofrecían todo tipo de dádivas para que trabajara en sus aulas, y Martin Lutero lo quería a su lado. “Entre tanto gesto halagador —escribió Barzun— fue también vilipendiado —por los monjes, a coro y a voz en grito—, censurado por el Papa cuando se tambaleó la política de Roma, apartado por sus antaño amigos cuando escribió una carta con la que disentían: antes y después de la revolución, una buena parte de las polémicas públicas se llevaban a cabo mediante correspondencia. Viendo el efecto de sus escritos, Erasmo concluyó acertadamente que su poder residía en su pluma, no en títulos ni en activismos partidistas”.

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Su Nuevo Testamento traducido al griego y su profundo conocimiento del latín lo llevaron a ser un referente entre los intelectuales de su época, y a formar parte, sin pretenderlo, de la gran polémica que derivó en la reforma protestante de la iglesia. Modernizó varios textos paganos, viajó y trabajó en una imprenta en Italia, se rodeó de gente que iba más allá de lo establecido y fue condenado por algunos personajes que veían en sus ideas un peligro. En 1509 retornó a Inglaterra, cada vez más convencido de que el autoritarismo que pululaba en los centros de enseñanza era lo que volvía ignorantes a los estudiantes. “La filosofía es una meditación de la muerte”, decía y escribió. Para él, el conocimiento era el más importante de los objetivos de la vida. “En el estudio no existe la saciedad”, decía, y vivía en consecuencia con sus dichos.

Jamás conoció a Martin Lutero, y sin embargo, desde sus obras, especialmente de su Nuevo Testamento, influyó en él hasta el punto de que afirmó que Erasmo había sido esencial en su manera de entender la religión. Incluso, Lutero comprendió después de las traducciones de Erasmo que era necesario traducir al alemán la Biblia. Lo logró en 1522. Cuatro años más tarde, William Tyndale la tradujo al inglés, y con ello el protestantismo logró, o comenzó a lograr, una clara independencia con respecto a la Iglesia Católica y sus versiones. La moda del protestantismo se fue expandiendo por Europa. Los partidarios de Lutero le agradecían a Erasmo de Róterdam por sus ideas y su obra, y hacían que la fama de éste se multiplicara. La Iglesia empezó a verlo con ojos de enemigo.

Pasado el tiempo, Lutero y los protestantes también. Para Erasmo, tomar partido por uno de esos dos bandos era y fue impensable. Él entendía las escrituras por sus ideas, no por la letra menuda. Como lo escribió Jacques Barzun, “cuando leía a los clásicos antiguos hallaba figuras de piedad tan cercanas al cristianismo que le hacían exclamar, sólo a medias en sentido humorístico: ‘San Sócrates, ruega por nosotros’”. Los protestantes, con Lutero liderando la indignada procesión, consideraron algunos de los dichos de Erasmo como frívolas blasfemias. Después, “cuando Erasmo no quiso aceptar la negación de Lutero del libre albedrío, la ruptura fue total. Erasmo tenía que ser ateo. Los sectarios utilizaban esta palabra con el significado del que no cree en ‘mis’ creencias”.

Por Fernando Araújo Vélez

De su paso por los diarios “La Prensa” y “El Tiempo”, El Espectador, del cual fue editor de Cultura y de El Magazín, y las revistas “Cromos” y “Calle 22”, aprendió a observar y a comprender lo que significan las letras para una sociedad y a inventar una forma distinta de difundirlas.fernando.araujo.velez@gmail.com
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