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Estanislao Zuleta, pensar es fiesta, filosofía para todos

Presentamos un ensayo sobre el filósofo antioqueño. Autor de numerosas conferencias y ensayos que se leen en universidades de todo el país.

Jaír Villano* / @Villanojair
18 de febrero de 2021 - 11:07 p. m.
Estanislao Zuleta falleció el 17 de febrero de 1990 en Cali.
Estanislao Zuleta falleció el 17 de febrero de 1990 en Cali.
Foto: Archivo Particular

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“Para un autor resulta una verdadera desgracia ser comprendido”, decía el Cioran que cuestiona a Valéry. Para un pensador no. ¿Qué diferencia un autor de un pensador? Un pensador, digamos, podría ser un columnista: ese que arroja investigaciones, intuiciones y reflexiones cada semana. Un autor, en cambio, es lento – es más: si se tratara de citar el libro de Chul Han–: necesita del “aroma del tiempo” para pensar, se aleja del ruido mediático para ampararse en los intervalos, se asoma a los umbrales, a esos intersticios que ocultan lo axial. Un autor carece de efectismos verbales, no es complaciente: contrario al periodista, el autor no escribe para la inmediatez y las masas, no es el héroe de la información, no es el faro de la indignación. Un autor escribe para generar interrogantes, exégesis, contradicciones. Un autor demanda exigencia.

Iba a decir que Estanislao Zuleta es una hibridación esperanzadora entre pensador y autor. Pero de repente recordé que los tiempos de la digitalización han erigido “pensadores”. O mejor: figuras de la demagogia y el ruido: usuarios que creen trascender merced a sus intervenciones en las redes, certificadas todas ellas por el aplauso de sus corrillos.

La virtud de Zuleta es por oposición a lo que se cree: un autor que escribió para todos. Fue un pensador generoso y comprometido: en sus ensayos se nota el deseo de azuzar el cambio. No hay prepotencia, ni arrogancia, ni vanagloria. Hay una voluntad de hacer de sus análisis una discusión colectiva, de sus ideas más brillantes una luz cercana a los demás. En sus conferencias sobre Arte y filosofía (Invitación a la búsqueda) se nota el esmero por hacer de lo abstruso una materia cercana y sencilla, sus explicaciones sobre Kant, Hegel, Marx, Nietzsche, Freud, Heidegger, y la importancia de la arquitectura, destilan la agudeza del lector ideal: ese que interpela al autor, que dialoga con él, que riposta. Y provoca esa actividad en el público.

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Explicando el último hombre de Zaratustra, Vattimo dice que el periodista se ha vuelto el reemplazo del genio. No sé si genio sea el calificativo correcto, pero es innegable que el mundo necesita de más autores que de comunicadores de la inmediatez y el efectismo. Estanislao sostiene en su filosofía de la educación que es más importante el pensamiento que la información: y el mundo está atiborrado de informadores -de indignados, de vociferantes, de avivadores-, y no de formadores de interrogantes y opinión.

De más autores, digo, que provoquen exigentes lecturas, como explica Zuleta hablando de Nietzsche (Sobre la lectura, “Elogio de la dificultad y otros ensayos”). Es una apuesta, desde luego. Nadie que se pregunte por el ser filosófico le reniega a Heidegger su onanismo. (Para Zuleta, dicho sea de paso, se trata de una escritura descollante). Pero sí contribuye para efectos sociales una actitud como la del que fuera profesor de la Universidad del Valle: alguien que prefiere reflexionar con todos y para todos. Que piensa en el otro más que en sí mismo. Que renuncia a la vanidad para complacer el entendimiento del otro.

“La modestia y la humildad no son virtudes filosóficas; para ello basta con que veamos los títulos de las obras: El ser y la nada, Ser y tiempo, Crítica de la razón pura, Para una reforma del entendimiento” (135), dice explicando la estética en Kant.

Es cierto. Hay autores que creen que adoptar una dialéctica sencilla está en perjuicio de sus ideas. Hay lectores, como Cioran, que lo exigen. (Lo cual es curioso, pues si hay un escritor de clarividente letalidad es el rumano). La vanidad es recíproca: entre autor y lector. A ambos les gusta saberse exclusivos: no importa la forma de la exquisitez -hay quienes saborean fárragos-, lo cierto es que es un placer de pocos. Pero esto no resta anchura a sus cavilaciones, ni merma sus profundidades. A lo sumo, las reduce en términos de alcance. Leyendo las explicaciones sobre Hegel y Kant, “por esa exigencia de que lo artístico no sea exclusivo de una élite con una excepcionalidad particular”, me arriesgo a pensar que el nacido en Medellín pensaría algo similar. Se trata, lo reitero, de una posición. (Yo me pregunto, por decir algo, en lo bueno que sería que un libro como El género en disputa estuviera escrito para el feminismo en general, y no para el feminismo selectivo).

Es que quizá Estanislao siempre pensó como un maestro: como esos que Russel llamaba en plural los guardianes de la civilización. Continuando su explicación de la estética, aunque en lo apolíneo y dionisíaco en Nietzsche, hace una brillante digresión: “Lo primero que aprendemos, desafortunadamente, cuando ingresamos a la escuela, es a diferenciar entre la clase, es decir, lo aburridor, necesario y útil; y el recreo, es decir, lo rico, innecesario e inútil. Lección desastrosa, pues quedamos vacunados contra el arte, el trabajo y el pensamiento, es decir, contra una actividad en la cual el pensamiento, la producción, la creación sean una fiesta. Contra eso nos vacunan desde el comienzo, porque todo saber se vuelve molesto, pero necesario, porque si no aprendemos lo que nos enseñan, perdemos el año y tal vez nos den un castigo o algo por el estilo”.

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Estanislao nos recuerda que el arte es placer, que pensar es un placer, que leer es un placer. Educarse, en suma, es un disfrute. No una tortura. No una aburrición. No un sometimiento.

Pero esto no quiere decir que sea fácil: en su ensayo “Elogio de la dificultad” habla de ese otro goce que nos han vendido como tedioso, pero que implica una exigencia vital para con nosotros mismos: “Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil: no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar nuestras posibilidades”.

Lo cual se hace de suma pertinencia en una era como esta: donde el arte, en general, ha transmutado a mercancía, donde lo liviano se hace pasar por agudo, donde el reposo y la contemplación se agotan por superposición del espectáculo y el sensacionalismo.

Época en la que el individuo ha pasado de ser a usuario y de usuario a objeto de consumo: un prototipo al que se le tiene una amplísima oferta de productos, como lo explica Byung-Chul Han “En el enjambre”.

En este punto me alejo de su idea según la cual la lectura no puede ser pensada como “consumo”. Las industrias culturales, tan bien explicadas por Horkheimer y Adorno, se encargaron de hacer de la actividad cultural una mercancía: el auge de la literatura cosmética lo demuestran bastante bien. Leer es una actividad que genera prestigio, y puesto que no hay tiempo para ir a los Autores hay libros pensados en función de satisfacer la idea de lectura como consumismo, y no al tenor de ese ejercicio que se desarrolla a la luz de un problema, que afecta nuestro ser, como explica maravillosamente en “Sobre la lectura”, texto que, además, habla del magnífico estilo nietzscheano.

Estanislao no solo aborda autores: hace de sus obras un monumento para analizar dilemas, dramas, circunstancias por las que transita el humano de todos los tiempos: y por eso El Quijote de la Mancha, Crimen y Castigo, Los hermanos Karamazov, La montaña mágica, entre otras, son libros de autores a los que respeta, aludiendo constantemente a ellos en sus disertaciones.

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El libro “Educación y democracia” (Ariel, 2020) debería ser la guía de instrucción de todos los docentes del país: no porque haya que replicar sus ideas -muchas veces contagiadas por el obnubilado romanticismo del que busca construir-, sino porque en él hay mucho para discutir.

Zuleta afirma cosas claves como estas: “En el mecanismo competitivo el fracaso de uno es el éxito del otro. Hay otros a los que les puedo ganar y que me pueden ganar. El aprendizaje no está motivado por el deseo de saber algo que se nos ha hecho necesario, inquietante, interesante, o por la solución de una incógnita que nos conmueve, sino por la nota, la promoción, la competencia, el miedo de perder el año y ser regañado o penado”.

Pero eso tiene tanto de cierto como de cuestionable, lo cual lo hace más atractivo; es imposible negar que uno de los flagelos de la educación es la tiranía competitiva a la que nos vemos sometidos: no solo por la imposición de un saber que carece de incitación, también por el conformismo de ciertos maestros -atareados en sus propias luchas existenciales-, y por las exigencias de una sociedad que privilegia el estatus, la felicidad y la posesión.

A ello habría que añadir la circunstancia a la que es arrojado el docente: con más reglas por seguir que aventuras y derechos por fomentar, con más ruidos que apaciguar que diálogos por construir, con más alumnos que sillas para los alumnos. El problema de la educación en un país como este estriba, en gran parte, al condicionamiento que atraviesan las partes: a la voluntad extraviada del educador y el educando.

Es por eso que resulta tan importante la lectura de Estanislao: porque su logro más destacado es que es un incitador, un animador del pensamiento, el vocero necesario para no agotar la fiesta.

Su idea de la especialización del hombre en menoscabo del saber en otras áreas útiles del conocimiento es similar a la que plantea Ortega y Gasset en La rebelión de las masas: “hoy en día se puede formar un ingeniero en una rama particular de una manera eficaz, pero que es al mismo tiempo prácticamente una analfabeta en otros campos”. El capitalismo exige especificidades que aíslan a sus exponentes del resto del mundo. Y por eso en las discusiones colectivas las vocerías carecen de pluralidades y las miradas heterogéneas necesarias para alimentar el debate. La consecuencia es la polarización falsa de siempre: mientras un porcentaje defiende sus convicciones —o las convicciones que toman prestadas del político al que siguen— al tiempo que ataca a quienes no las comparten, el otro gran porcentaje del país sigue agobiado en sus propias desgracias, y ajeno a la controversia pública e imperativa en función del bien común.

Estanislao lo dice claro en “Sobre la guerra”: una sociedad que no es capaz de lidiar con sus conflictos, con la diferencia, con lo distinto, es un país inmaduro para la paz. Colombia, acaso como pocos países, es un perfecto y triste ejemplo.

Un ensayista como Zuleta se hace notar por sus magníficos textos, pero también por la falta que hace en la conversación nacional. Acaso Estanislao no sea ese Autor ideal que exigen los manuales: sus escritos gozan de la legibilidad que a algunos les molesta. Son necesarios para la educación colectiva de nuestra sociedad. El profesor de la Universidad del Valle es una maravillosa combinación entre el intelectual que interpela, discute, propone. Y el autor que exige todas esas cualidades al lector que busca sacudir.

*Escritor, crítico literario y periodista.

Referencias bibliográficas en orden de citación

Cioran, Emil. “Ejercicios de admiración y otros textos. Ensayos y retratos”, Tusquets editores, Barcelona, 1995.

Chul Han, Byung. “El aroma del tiempo. Un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse”, Herder, Barcelona, 2009.

Vattimo, Gianni. “Diálogo con Nietzsche”, Paidós, Barcelona, 2000.

Chul Han, Byung. “En el enjambre”, Herder, Barcelona, 2009.

Horkheimer y Adorno. “Dialéctica del Iluminismo”, Sudamericana, Buenos Aires, 1988.

Villano, Jaír. “Una definición de la literatura cosmética: la ilusión y el fracaso del buen arte”. Palabras Pendientes, en línea: https://www.elespectador.com/noticias/cultura/una-definicion-de-la-literatura-cosmetica-la-ilusion-y-el-fracaso-del-buen-arte-articulo-908016/#:~:text=Se%20trata%20del%20arte%20de,artificio%3A%20adornos%20y%20malabarismos%20efectistas.

ORTEGA Y GASSET, José. “La rebelión de las masas”. Alianza Editorial, 1983.

Zuleta, Estanislao. “Arte y filosofía. Invitación a la búsqueda”, Ariel, Bogotá, 2020.

Zuleta, Estanislao. “Elogio de la dificultad y otros ensayos”, Ariel, Bogotá, 2020.

Zuleta, Estanislao. “Educación y democracia”, Ariel, Bogotá, 2020.

Por Jaír Villano* / @Villanojair

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