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Estiércol de ángel (Cuentos de sábado en la tarde)

Por un momento hasta tuve ganas de ir yo mismo a ver, en cuatro patas y bien de cerca, qué diablos es lo que la señora de la pijama de encaje rosa recoge del piso, con sigilo extremo, y solo con la punta de su dedo índice.

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Jimmy Arias
03 de abril de 2021 - 06:30 p. m.
"Según me explica mi hija, lo que recoge del suelo, con fruición y retorcida parsimonia, son los restos de droga que dejan los adictos que frecuentan la zona. Entonces no estoy loco, le contesto, claro que son migajas alucinógenas de niños extraviados".
"Según me explica mi hija, lo que recoge del suelo, con fruición y retorcida parsimonia, son los restos de droga que dejan los adictos que frecuentan la zona. Entonces no estoy loco, le contesto, claro que son migajas alucinógenas de niños extraviados".
Foto: Archivo Particular
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Primero, escruta el cielo, hoy muy azul y despejado. Luego, levanta el dedo, previamente remojado de saliva, y estira el brazo como si estuviera interesada en la dirección de los vientos. Y entonces se agacha y presiona el cemento agrietado de la acera. Da dos, tres pasitos, como voluminosa gallina acartonada, y se agacha de nuevo a recoger algo, con el mismo dedo, que de inmediato se introduce en la boca. Otros breves pasitos, otro metro cuadrado por inspeccionar, y ahí va de nuevo.

¿Serán caramelos? ¿Cristales de azúcar? ¿Migas de pan? ¿Es acaso una loca, como tantas y tantos que uno ve a diario en el metro, en el bus, en la tienda de la esquina, en el parque…? ¿Recoge acaso estrellitas caídas del mismísimo cielo? ¿Estiércol de ángel?

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Tiene el pelo suelto, escaso y rubio platinado, tapándole casi toda la cara. Cuando se agacha me parece estar viendo una versión anglosajona y avejentada de la niña de El Aro. No lleva zapatos o chanclas y, desde mi ventana, los pies se le ven como cubiertos de hollín. Así lucirían los de Vilma Picapiedra. O de cualquiera de los Picapiedra, pienso y sonrío.

Amalia llega de la Universidad y la invito a observar conmigo. Suelta una carcajada, descarada y sabrosa, al oír mis conjeturas, y de un solo golpe me devuelve al reino de lo muy probable. Por lo visto, nací ayer, o todavía me queda algún resquicio de inocencia. Ella sí sabe quién es la misteriosa dama del dedo índice insaciable que, además, suele hacer lo mismo, casi a diario y, generalmente, en los callejones abandonados del sector.

Según me explica mi hija, lo que recoge del suelo, con fruición y retorcida parsimonia, son los restos de droga que dejan los adictos que frecuentan la zona. Entonces no estoy loco, le contesto, claro que son migajas alucinógenas de niños extraviados. Pero ella no para de reír.

Por Jimmy Arias

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