Betto no dejó de crear caricaturas sino hasta su último suspiro. En 1998 El Espectador publicó su primera obra y él duró 50 años dedicándose a los dibujos y el humor. José Alberto Martínez supo desde los 15 años que quería dedicarse a dibujar, siguiendo a dos de sus ídolos Quino y Fontanarrosa. Su inicio en medios se dio por acompañar a su amiga, la caricaturista Adriana Mosquera Soto, conocida como Nani, a El Espectador a cobrar por su trabajo, ese día otro caricaturista no había podido cumplir con su dibujo y su amiga lo presentó con Carlos Junca, jefe de redacción, y él le dio la oportunidad a Martínez de crear una caricatura de Horacio Serpa.
Su felicidad era ver sus dibujos publicados y un año más tarde recibió el primer primero de una larga lista de reconocimientos por su labor. Betto estudió con el maestro Arlés Herrera, conocido como Calarcá, en la Universidad Jorge Tadeo Lozano en Bogotá. Aunque sus caricaturas han sido reconocidas por la ausencia de texto, no siempre utilizó este recurso. Al principio utilizaba diálogos en sus viñetas e inspirado por lo dibujantes que admiraba, Saul Steinberg y Jean-Jacques Sempé, quienes no utilizaban texto, tomó el riesgo y creó el estilo que lo caracterizó.
Solía decir que le pagaban por hacer lo que le gusta y que podía trabajar de manera muy cómoda. Crear una de sus caricaturas le podía tomar unas horas y con su boina negra y libreta, lápices y pinceles en el bolsillo comenzaba su trabajo. Decidía sus temas y comenzaba a dibujar un boceto inicial que luego pasaba a digital. Fue un hombre de muchas pasiones, entre ellas la música. Es algo que corría por sus venas, pues en su familia paterna muchos tocaban un instrumento, el que él eligió fue la armónica. Ensayaba durante los apagones de los noventa y gradualmente llegó al blues, el ritmo que lo enamoró.
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Con la noticia de su fallecimiento, revisitamos este perfil escrito por Pablo Correa, en el que ahonda sobre el carácter del caricaturista y la enfermedad que padecía.
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Un mes después de que nos encerraran a todos por la pandemia, un tremor se apoderó de la mano con la que cada semana Betto traza sus caricaturas para El Espectador. Era como si tuviera vida propia. Como un organismo autónomo, pataletudo y nervioso. Betto se asustó pero decidió primero hacer un experimento para intentar retomar el control sobre su mano. Fue a la tienda, compró una cajita de 250 ml de Ron Viejo de Caldas, y pocos minutos después la mano estaba otra vez dócil, lista para obedecer y delinear con precisión la nariz de alguno de sus personajes.
- Negra, ya el pulso está derecho-, le dijo a Malena, su compañera desde hace 25 años.
- Pues bien para el dibujo, pero para la salud la cosa está terrible-, respondió ella, - vamos a buscar un médico.
Betto me contó esta historia en un avión rumbo a Bucaramanga en enero de este año. Cuando vi caminar por el pasillo a un hombre vestido todo de negro, con boina y tapabocas, pensé que era él porque siempre está vestido así, de negro como sus caricaturas, pero dudé por lo flaco. Susurré su nombre cuando pasó cerca. Sí era. Antes de despegar me mudé a la silla vacía a su lado. Si los motores del avión hubieran fallado ese día, estoy seguro de que Betto me habría hecho reír en esa caída libre.
Cuando el médico que lo atendió en aquella primera cita en el Hospital Universitario Nacional de Colombia, el doctor Bautista, le preguntó a qué se dedicaba y la respuesta fue “caricaturista”, lo miró con admiración y llamó al instante a otro colega que también disfrutaba las caricaturas de Betto para que se acercara a conocerlo. Una justa fama para alguien que ya completó 25 años publicando caricaturas en El Espectador y ha ganado 13 premios de periodismo.
Bautista le preguntó cuándo había tomado el último trago de licor. Había sido la noche anterior. Un síndrome de abstinencia en tan corto tiempo nunca es una buena señal. Betto y Malena regresaron al rigor de la cuarentena preocupados, con un manojo de órdenes médicas y con la advertencia de reducir gradualmente el consumo de alcohol para evitar otro episodio similar.
En ese camino de exámenes y diagnósticos vendrían malas noticias. La primera fue que a sus 53 años ya su hígado había pasado por una serie de transformaciones que comienzan con hígado graso, o hígado gracioso como él le dice, en la que se acumulan de forma anormal grasas en las células hepáticas, a la etapa de cirrosis hepática, donde surgen cicatrices y el órgano va perdiendo sus funciones.
Pero eso no era todo. Los exámenes continuaron y las cosas resultaron un poco más complejas de lo que todos imaginaron al principio: también tenía un hepatocarcinoma. La posibilidad de que alguien que padece cirrosis avance hacia un hepatocarcinoma, me explica el gastroenterólogo Nestor Blanco, es entre 2 al 5% al año. Es decir, que en 10 años los pacientes con cirrosis tienen un riesgo acumulado de 50%.
- Nunca había visto un paciente tan tranquilo con ese diagnóstico, le dijo el gastroenterólogo Oscar Beltrán, quien lo atendió en la Fundación Cardioinfantil, al norte de Bogotá.
Hígado gracioso
Cuando a uno le dicen que sufre cirrosis o un hepatocarcinoma, el hígado se convierte en el centro de la vida. De hecho, desde el siglo III antes de Cristo hasta el siglo XVII, en muchas culturas se creyó que el hígado era el origen de la sangre, el centro del organismo y origen de la vida. En la fisiología antigua, se pensaba que el calor del hígado era el origen del espíritu humano que viajaba hasta el cerebro a través del corazón. Una teoría conocida como hepatocentrismo. Así anda Betto por estos días: siendo un hepatocentrista.
Mientras leía sobre estas antiguas nociones alrededor del hígado le envié a Betto algunos datos para alimentar su hepatocentrismo. Uno en particular resultó revelador:
“El término “hepa” deriva de la palabra griega antigua “hèpar”, que puede surgir de la palabra “hedoné”, que significa “placer”... “Al ser una de las emociones clave experimentadas por el alma humana, “pleasure” alude a esta creencia inicial de que el hígado albergaba el alma humana con sus complejas emociones”.
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Este detalle etimológico, no tan riguroso en términos de la ciencia moderna, sí esconde una verdad. Duván Carvajal, amigo de Betto, dice en broma que Betto es un borracho al dente refiriéndose a esa costumbre que adoptó desde muy joven de tomar casi todos los días la dosis suficiente para mantenerse en un estado de alerta, de “hedoné” y creatividad. Betto estableció una relación con el alcohol para mantener ese calorcito que le permite divertir a otros, para hacer dibujos, para tocar la armónica con su grupo de blues Mi Banda.
Tal vez el hígado más célebre de la antigüedad sea el de Prometeo, quien según la mitología griega tuvo la osadía de iniciar a la humanidad en las artes y las ciencias y robar el fuego bajo la custodia de Zeus. Prometeo fue desterrado al monte Cáucaso, encadenado y condenado a que un águila devorara su hígado todo el día. Como el hígado de Prometeo tenía la capacidad de regenerarse la tortura se hizo eterna. Aunque hoy sabemos que el hígado, en efecto, es un órgano con capacidad de regenerarse, parece poco probable que el mito griego se basara en esta certeza médica y en cambio surgiera de la noción de que el hígado era el asiento de la vida. Si Prometeo era inmortal, también lo era su hígado. Esta historia, aquí mal resumida y parafraseada, está mejor contada por Riccardo Orlandi, Pietro Invernizzi, Giancarlo Cesana y Michele Augusto Riva en un artículo titulado “Extraño mi hígado”, Fuentes no médicas en la historia del hepatocentrismo.
Lo cierto es que el hepatocentrismo como teoría se derrumbó con los estudios de los anatomistas del siglo XVII, como William Harvey, sobre la circulación de la sangre. El corazón pasó a ocupar el lugar del hígado, más tarde el cerebro, y hoy tal vez sea difícil ponernos de acuerdo en la noción misma de vida.
Pablo Neruda un día se cruzó con el famoso médico chileno Héctor Orrego, especialista en el hígado, quien le explicó lo que en aquel momento se sabía sobre el hígado, sus funciones y enfermedades. Entonces Neruda escribió una Oda al Hígado:
Y todo
sentimiento
o estímulo
creció en tu maquinaria,
recibió alguna gota
de tu elaboración
infatigable,
al amor agregaste
fuego o melancolía,
una pequeña
célula equivocada
o una fibra
gastada en tu trabajo
y el aviador se equivoca de cielo,
el tenor se derrumba en un silbido,
al astrónomo se le pierde un planeta.
El día de la quimioembolización
Betto llegó el 26 de agosto de 2022 a las 7:00 a.m. a la Fundación Cardioinfantil para que le realizaran la primera quimioembolización. Este es uno de los tratamientos más comunes para tratar tumores en el hígado. Implica un corto periodo de hospitalización.
- Traiga paciencia, mucha paciencia - le dijo el médico.
Sobre las 5:00 p.m. cuando le asignaron una cama, comenzaron a tomarle muestras de sangre y otros exámenes.
- Necesitamos estar seguros que lo que te vamos a meter no te va a patear - le dijo el doctor Beltrán.
Lo más común es que el abordaje para llegar hasta el hígado se haga desde la arteria femoral. Por eso una enfermera le pidió que se depilara los genitales.
- Pelaito, pelaito, pelaito - cuenta Betto recordando las palabras de la enfermera y se muere de la risa.
Betto se imaginaba el quirófano como los de Condorito: luces por acá, una mesa de metal enorme, unas enfermeras limpiando el sudor al médico. Esa imagen era solo una caricatura de la realidad.
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- En realidad se siente uno como si le fueran a hacer las uñas. Los manes ponen su música, hablan de muchas cosas, me preguntan de todo. Estaba consciente y en una pantalla se ve cómo va entrando el catéter por el cuerpo.
La depilada, “el bikini”, resultó innecesaria porque el radiólogo José Gabriel Caviedes decidió no hacer el abordaje por la arteria femoral sino por la arteria del brazo. Un pequeño punzón y el catéter de pocos milímetros comienza a viajar por el sistema circulatorio con el objetivo de llegar hasta el hígado.
Quieto. Respire. Quieto. Suelte el aire.
El objetivo de la quimoembolización es aprovechar una ventaja que dan los tumores del hígado. La mayoría de ellos al crecer se alimentan de sangre proveniente de la arteria hepática y no de la vena porta como el resto de las células hepáticas. Eso significa que si se obstruye ese suministro de nutrientes bloqueando la arteria y, antes de eso se dispara sobre él una buena dosis de un medicamento quimioterapéutico, se provoca una muerte masiva de células cancerígenas.
El procedimiento se complementa con una ablación, que consiste en introducir una sonda delgada, parecida a una aguja, a través del abdomen hasta llegar al tumor. Con una descarga de corriente eléctrica de alta frecuencia se calienta el tumor para destruir más células cancerosas. Para este tratamiento es necesario aplicar anestesia general.
- No sé cuánto duró esa vuelta, pero cuando desperté vi a Malena que me preguntó cómo estaba. Yo estaba bien trabado, trabado, retrabado. Una traba como de 10 porros. No podía hablar. La mayoría de la gente vomita en esa sala. Pero cuando uno ha estado borracho sabe manejar esa situación (risas). Luego me trajeron un caldito, como en Andrés Carne de Res. Y ahí prueba superada.
Eso fue un viernes. El lunes siguiente Betto cumplió con su clase de caricatura en la Universidad Javeriana.
- Tenía miedo de que se me quebrara la voz hablando, pero les dije: mis amores, yo este fin de semana estuve en una intervención, me detectaron cáncer de hígado, pero frescos, estoy aquí dictando la clase. Para mí el placer es poder seguir haciendo lo que me gusta y algo que yo amo realmente es dictar clases y por eso estoy aquí.
En los exámenes diagnósticos le habían detectado tres tumores. El doctor Beltrán le dijo en las primeras consultas que cumplía con las condiciones ideales para iniciar un proceso de trasplante de hígado. Usarían las quimoembolizaciones y las ablaciones como las águilas sobre el hígado de Prometeo, para controlar los tumores, y así ganar tiempo para el trasplante. La condición ineludible para entrar en la lista de trasplantes era el compromiso de no volver a beber.
- Dicho en otras palabras, merecerme ese hígado, porque pues cambiar la unidadpara que siga bebiendo pues no paga.
La historia del licor
En el brazo derecho Betto tiene tatuado el sello del whiskey Jack Daniel´s. El Old #7. En el cuarto del apartamento que convirtió en su estudio hay imágenes de Jack Daniel´s por todos los rincones, entre las caricaturas y los retratos de artistas amigos: Jorge Iglesias, Jairo Linares, Osuna, Calarcá, Neira, Ropoco.
El licor y la música eran parte del ambiente familiar en el que se crió. Era una casa alegre. El papá, un exsargento mayor de Norte de Santander y agregado militar en Chile por un tiempo, tocaba el tiple, la guitarra, el violín y la bandola. A la mamá le encanta cocinar. En las tertulias con familia y amigos alrededor de un buen almuerzo se escanciaba una copa de vino tras otra.
- A mí ese ambiente me encantó. De ahí para adelante la música se empieza a volver una cosa muy importante.
Luego apareció la bohemia. Comenzó a frecuentar los emblemáticos bares ochenteros de Bogotá como Café y Crepes, QuiebraCanto, Café y Libro y Saint Amour.
- A esa edad ya sabía qué quería ser. Este que soy hoy en día. Suena como a un curso de autosuperación, pero no, yo siempre quise una mesa de dibujo, dibujar, que vinieran mis amigos y la bohemia. Eso fue lo que pasó. Soy un sueño cumplido.
El primer maestro de caricatura apareció en el camino: Arlés Herrera, Calarcá. Era profesor de dibujo en la Tadeo. Betto se matriculó en un curso libre y su vida cambió para siempre. Calarcá había estudiado en Rusia y le enseñó la magia de la técnica de acuarela.
- Él siempre, siempre, me decía bájale al trago, pero yo siempre asocié que dibujar con trago era chévere. Por ejemplo, había adaptado al caballete esa cosa que ponen en las ventanas de los carros para sostener vasos y en la Feria del Libro, mientras dibujaba a la gente, iba tomando. Mi medida era una lata de Coca-Cola de 350 ml. pero llena de brandy.
La caricatura lo llevó a la guarida de otros caricaturistas: Vladdo, Elkin Obregón y Matador, donde, por lo general, también había humor, música y licor.
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Fue Nani quien lo presentó en la redacción de El Espectador en 1998. Ese día Alfredo Garzón, hermano de Jaime Garzón, no envió su caricatura desde Nueva York, y el editor Carlos Junca necesitaba con urgencia un dibujo para rellenar el espacio vacío. Nani le dijo a Junca que Betto dibujaba. Y eso fue lo que hizo con un bolígrafo que tenía a mano. José Salgar, jefe de redacción, lo miró y concluyó: “me gusta”, a lo que sumó una invitación para que volviera al siguiente día.
- De mañana en mañana ya llevo 25 años.
El hepatocarcinoma
Retomando el hepatocentrismo de Betto, el año pasado publicó una caricatura en la que un niño le pide a Santa Claus un nuevo hígado.
- A mí no me preocupa la enfermedad, lo que me interesa es seguir viviendo para dibujar. Dibujar es el motor de la vida.
En el mundo, el cáncer de hígado es la segunda causa más importante de muerte relacionada con el cáncer en los hombres y la sexta causa más importante de muerte relacionada con el cáncer en las mujeres. El carcinoma hepatocelular, el mismo de Betto, es el tipo más común representando un 70% a 90% de los casos.
Evidentemente el consumo de alcohol es una de las principales causas. Se estima que el abuso de alcohol es responsable de un 15% a 30% de esos tumores. Más alcohol, más riesgo.
Pero en la historia natural del cáncer de hígado hay otros culpables: el virus de la hepatitis. En pacientes que ya sufren un riesgo hepático por consumo de alcohol, se ha demostrado que esta familia de virus puede acelerar el proceso de deterioro.
En menor medida aparece la diabetes como un factor de riesgo para este tipo de cáncer. Pero ahí vuelve el peligro de sumar factores. Alcohol y diabetes juntos crean una interacción que también puede desembocar en cáncer de hígado.
El cuarto de la caricatura
Al lado de la mesa de dibujo, Betto acomodó una silla bien abullonada para recibir amigos que le hagan compañía mientras dibuja.
A la derecha hay una biblioteca con sus autores favoritos: Bukowski, Fante, Fontanarrosa. Toma un libro del caricaturista francés Jean-Jacques Sempé. Lo abre en cualquier página:
- Si tú miras esta acuarela, así, es ver esto mismo que yo hago. Una línea muy delgada, con un toquecito de color. Sempé fue una gran influencia para mí.
Luego, de la misma repisa, toma un libro de Saul Steinberg, un caricaturista e ilustrador estadounidense de origen rumano, que publicaba en la revista The New Yorker.
- Steinberg y Sempé son mis dos grandes influencias. Y este por la economía de línea. Yo soy muy eso. Economía de línea. Mira esta belleza.
En una esquina del estudio hay una maletica cuadrada, obviamente negra como la tinta china, como sus pantalones y la boina. Contiene elementos para sus trucos de magia. Cuando estaba adolescente en las vacaciones trabajó por un tiempo en una empresa que se llamaba Bosque Chispazos. Aprendió a hacer pequeños trucos, a jugar con títeres y a veces hasta se disfrazaba de payaso para hacer recreación en barrios y colegios.
- Yo disfruto mucho esta huevonada. A mí me hubiera gustado también dedicarme a esto. La magia es maravillosa. ¿Sabes que tiene también mucho que ver con el cáncer?
El hepatocentrista luego explica:
- La magia es una ilusión. Con la vida pasa igual. Todos tenemos una ilusión. Una ilusión de vivir. De hacer ciertas cosas. Y puede que se cumplan o no, pero ahí están, todas esas ilusiones. Yo no sé si voy a salir de esto. Pero sigo teniendo ilusiones.