Es un hombre de pocas palabras, tímido, pero decidido, concreto, firme en sus conceptos, sus ideas, sus determinaciones; consciente de que su proceder puede afectar los destinos de una nación. Un hombre justo, de carácter y personalidad definida, con criterios propios y avanzados sobre política, ética e integridad; el periodista más respetado del país.
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El periódico es un sitio especial, cobijado por el papel y la tinta de imprenta, por la diversidad de gentes y de experiencias. Una noche, al terminar de revisar la plancha de primera página en las galeras montadas sobre las mesas de armada, el director dice:
―El que ha sido tocado por la letra impresa ya no puede salir de esto; es una condena y, a la vez, una virtud, un don.
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El 4 de marzo de 1979, don Guillermo publica un editorial que marca una posición radical y profética sobre el tema de las torturas, titulado «¡Que viene el lobo…!». En uno de sus apartes, dice:
Jamás saldrá de nuestras plumas una apología del delito, cométalo quien lo cometiere. No lo hemos hecho, no lo haremos. Pero por eso mismo tenemos derecho a negarnos a permanecer indiferentes o silenciosos cuando se escuchan voces, solitarias o a coro, que anuncian que algo grave ha podido o puede estar ocurriendo. Preferimos hacernos presentes de inmediato y cuantas veces sea necesario, aun a riesgo de pecar de ingenuos, si llegan a nosotros advertencias de que por ahí anda suelto en predios del país el lobo torturador, aunque el lobo torturador aún no haya cobrado víctimas, o sencillamente esté disfrazado con la piel de oveja. Porque cuando el lobo torturador realmente llega y con él su manada, nos puede devorar a todos, por incrédulos, por indiferentes o por cobardes, y entonces ya no habrá nada que hacer.
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Don Guillermo, un hombre escéptico, realista, que ya sólo creía en pocos políticos, tenía especial afecto por Rodrigo Lara Bonilla. Su asesinato lo conmovió profundamente. Redobló los ataques contra los narcotraficantes. Dice en su editorial, dos días después del asesinato de Lara: «Su martirio nos obliga a una gran cruzada contra la impunidad y a iniciar desde ahora, con valor semejante al que él tuvo para enfrentarse al flagelo más devastador de nuestro tiempo, una labor de limpieza que, sin contravenir la Constitución y las leyes, golpee de muerte al narcotráfico y a las bandas que lo practican…». Y agrega más adelante una frase que, tiempo después, se podría aplicar al propio director:
Casi solo, sin herramientas adecuadas, a veces con la incomprensión hostil de quienes más obligados estaban a secundar su lucha y sus desvelos, se lanzó a la defensa de una sociedad connaturalizada con el escándalo, minada por el delito y sindicada internacionalmente de ser la meca del narcotráfico mundial.
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Frente a la organización Muerte a Secuestradores (MAS), germen del paramilitarismo, que comienza liberando secuestrados y después asesinando, y que es saludada con entusiasmo por muchos, el director se pronuncia en forma enfática:
Nada que proceda del estiércol del delito puede ser bueno para una sociedad moralmente digna. Lo que en un instante de ofuscación nos pueda parecer como contribución notable a una buena causa, a poco del deslumbramiento, cuando analicemos serenamente los orígenes de la acción, la encontraremos altamente contaminante y corruptora. De los ejércitos particulares de los narcotraficantes y similares, ¡líbranos, Señor! Porque de ellos sólo podremos esperar, ineludiblemente, el infierno de la descomposición final.
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El director se empeña en denunciar a los narcotraficantes. Cuatro meses antes de su asesinato, escribe:
Al país se le quieren imponer las leyes de la mafia en sustitución de las leyes de la república… Y como la opinión pública se encuentra como narcotizada, no se da cuenta de que a su alrededor el poder del narcotráfico crece, aumenta, se desborda en proporciones colosales… Hemos pagado con sangre demasiado limpia y honesta, como para que a las diez y últimas cedamos a quienes con sevicia y alevosía la derraman a lo largo y ancho del territorio… Es hora de despertar del letargo, de rodear con todo el poder de que sean capaces la sociedad y el Estado a sus jueces honestos y valerosos, y de señalar con el dedo vindicativo a quienes se han corrompido en la política, en la burocracia, en la justicia y hasta en los estamentos militares mediante la acción corrosiva del narcotráfico.
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A su paso, el director deja una estela de respeto. La gente lo quiere, es un hombre bueno y justo, así como enérgico cuando es necesario. Un hombre que no busca cercanías con el poder, que casi no asiste a reuniones sociales. Un ser jovial, alegre, fraternal con aquellos pocos con los que alterna. Pese a las batallas que ha dado y sigue dando, siempre tiene tiempo para comentar un libro o un artículo, escuchar las posiciones de los otros, sonreír frente a los comentarios. Pero en los últimos tiempos se le ve un tanto taciturno. Aunque en las mañanas llega animado y sonriente, a medida que pasa el día se torna silencioso, alicaído, sin mucha esperanza… En el fondo, sabe que está prácticamente solo en esta lucha.
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Frente a la caída del tratado de extradición y su nueva sanción inmediata por parte del presidente de la república, el periódico de don Guillermo la apoya en el editorial del 16 de diciembre de 1986, titulado: «Decisión acertada y rápida». Fue el último editorial que publicó este hombre que, en una vieja máquina de escribir, con un solo dedo de cada mano, chuzografiando cuartillas casi sin mirar las teclas, se convirtió en la conciencia moral de un país. El 17 de diciembre de 1986, al salir del periódico, solo, manejando su camioneta, fue ultimado por dos sicarios del narcotráfico. Un ser recto, que puso sus principios éticos por encima de todo; de quien el premio Nobel de Literatura del país diría poco después: «Sin detenerse jamás ante la certidumbre de que detrás de las causas más nobles siempre acecha la muerte».