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Gaza, la esperanza de vivir sin miedo

Los disturbios que se han vivido este mes en Jerusalén y la Franja de Gaza tuvieron como detonante la irrupción de las fuerzas de seguridad israelíes en la mezquita Al-Aqsa, de la Ciudad Vieja de Jerusalén, un territorio sagrado para musulmanes, cristianos y judíos.

María Paula Lizarazo

14 de mayo de 2021 - 08:41 p. m.
En "Nacido en Gaza", niñas y niños cuentan la historia de sus familias luego de los ataques entre Hamás y el Estado de Israel en la Franja entre julio y agosto de 2014.
Foto: Archivo particular
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La mezquita hace referencia a las escrituras islámicas y al relato que cuenta la noche en la que Mahoma se dirigió desde La Meca hacia allí, para orar, acto que antecedió su ascenso al cielo.

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Desde la Guerra de los seis días, de 1967, Israel tomó el control de la Jerusalén Oriental y con el tiempo fue anexando más territorio de la misma, hasta que declaró a Jerusalén como su capital, lo que ninguna organización internacional ha reconocido hasta el momento. La fundación islámica el Wafq, controlada por Jordania, administra la mezquita Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca.

Previo a los disturbios en Al-Aqsa, los palestinos se venían manifestando en contra de los desalojos de residentes palestinos en el barrio Sheij Jarrah para la construcción de un nuevo asentamiento israelí con el que la cifra ascendería los 140, según la BBC.

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Hasta ayer, se reportaban 83 muertos palestinos en la zona de la Franja de Gaza y seis civiles israelíes, por los ataques entre Israel y Hamás. Según algunos expertos, desde los ataques de 2014 a la Franja de Gaza, no ocurría una arremetida de tal magnitud.

El documental Nacido en Gaza se realizó en 2014 en la ciudad de Gaza, dirigido por el periodista de guerra argentino Hernán Zin, quien también dirigió Nacido en Siria (2016). Los dos filmes exponen la situación de guerra de ambos países, desde las voces y las historias de diferentes niños, pero se diferencian en que Nacido en Siria documenta los trayectos de familias sirias hacia Alemania o Bélgica en 2015, mientras que Nacido en Gaza se enfoca en la vida de los palestinos en una ciudad atrapada entre un muro y el mar.

En Nacido en Gaza, niñas y niños cuentan la historia de sus familias luego de los ataques entre Hamás y el Estado de Israel en la Franja entre julio y agosto de 2014. Algunos de los niños quedaron afectados físicamente y en ese entonces esperaban ir a un hospital fuera de Gaza por la falta de ciertas tecnologías, como la reparación de párpados.

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Dos niñas cuentan que confiaban que podían refugiarse en una escuela para niñas de la Organización de Naciones Unidas, pero su edificación fue atacada como el resto de la ciudad, pese a la bandera azul. Una de ellas fue impactada en su estómago y tiene una cicatriz que le atraviesa el abdomen: se la observa mientras la enfermera le introduce una jeringa bajo una costilla.

Otros niños vieron morir a cuatro de sus primos cuando un misil les cayó mientras jugaban fútbol en la playa. También hay un niño que pregunta por qué desde el cielo atacaron la ambulancia en la que su padre se desplazaba recogiendo heridos. Otro niño trabaja con un pescador ayudándole a subastar sus pescados: le pagan seis euros semanales con los que mantiene a sus padres —pues su padre ya no puede trabajar— y sus hermanos menores.

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Los protagonistas hablan dignamente de sus pérdidas, de sus miedos, de sus sueños por estudiar y ser médicas o ingenieros agrónomos —si sobreviven para ser adultos, según lo apuntan—, de sus ilusiones de ser algún día como el resto de niños del mundo que viven sin miedo, de que el mar es su casa y en el mar se olvidan de aquello que los rodea: Hamás e Israel; de que ellos apenas son niños y no siembran misiles sino comida, de que no quieren sufrir más de lo mismo cada año o cada dos años. Y todos coinciden en pedirle al mundo algo específico: terapia psicológica; todos piden la oportunidad de narrarse, de sanar sus heridas psicológicas y los traumas de la guerra.

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En 2002, en la columna “¿Cuál es el precio de Oslo?”, el académico palestino Edward Said, autor de Orientalismo, refiriéndose a los acuerdos de 1993 y 1994 entre la Autoridad Palestina y el Estado de Israel, mencionó que las negociaciones sólo se pueden “tratar de cuándo va a tener lugar la retirada total, no de qué porcentajes está dispuesto a conceder Israel”. Sin embargo, hay algo que para pensadores como el mismo Said debería anteceder las posibles negociaciones que permitan la conformación avalada internacionalmente de un Estado palestino y el fin de la ocupación: el derecho al regreso de los palestinos. Sin este antecedente, que no existe, insiste Said, las negociaciones no arrancan en igualdad de condiciones y a nadie, entonces, se le reconocerá su afectación y su necesidad de expresión tras décadas de ocupación y guerra.

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Por María Paula Lizarazo

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