Giuseppe Arcimboldo, el poder de la ilusión en lo cotidiano
Con representaciones de frutas, verduras, libros y árboles el pintor italiano creó retratos que no son lo que aparentan. De lejos parecen caras humanas que al acercarse dejan ver una intricada red de imágenes sacadas del entorno cotidiano que componen cada rasgo de los rostros retratados por Arcimboldo, quien nació hace 496 años, y fue el creador de los bodegones antropomórficos.
Andrea Jaramillo Caro
Peras, manzanas, berenjenas, hojas, flores, tomates, maíz, trigo, libros y otros elementos de la cotidianidad eran las imágenes que Giuseppe Arcimboldo utilizaba para crear los retratos que sellaría su legado en la historia del arte. A pesar de que su trabajo, como el de cualquier otro retratista en la Europa del siglo XVI, era pintar al personaje con la mayor exactitud posible, sin embargo, el pintor desafió estas convenciones al crear pieles y peinados a partir de frutas y verduras.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
Peras, manzanas, berenjenas, hojas, flores, tomates, maíz, trigo, libros y otros elementos de la cotidianidad eran las imágenes que Giuseppe Arcimboldo utilizaba para crear los retratos que sellaría su legado en la historia del arte. A pesar de que su trabajo, como el de cualquier otro retratista en la Europa del siglo XVI, era pintar al personaje con la mayor exactitud posible, sin embargo, el pintor desafió estas convenciones al crear pieles y peinados a partir de frutas y verduras.
En la Milán renacentista del siglo XVI, conocida como el Ducado de Milán en ese momento, un hombre que estaba destinado a realizar vitrales demostró su talento en las diferentes cortes del momento, creando obras que parecen surrealistas, aunque fueron hechas siglos antes de que este movimiento existiera. Giuseppe Arcimboldo llegó al mundo el 5 de abril de 1526, hace 496 años, en el seno de una familia con una vena artística que lo llevó a dejar su huella en la historia del arte.
Le sugerimos: La poesía de Miguel Álvarez de los Ríos
Su padre, Biagio Arcimboldo, también era un artista milanés y heredó su oficio a su hijo cuando este tenía 21 años. Antes de convertirse en un pintor de corte, el joven artista trabajó con el diseño de los vitrales y frescos para iglesias de su ciudad natal en 1549. Pero no sería esto lo que marcaría su historia.
Su estilo característico comenzó a desarrollarlo hacia los 24 años, cuando el futuro emperador Ferdinando I le encargó una serie de escudos que desembocarían en una oferta laboral como retratista de la corte de los Habsburgo en Viena, diez años después. Así fue pasando de rey en rey, primero por Maximiliano II y luego como el retratista de su hijo, Rodolfo II en 1590, en Praga.
Para este momento Arcimboldo ya había desarrollado algunas de sus obras a las que comenzaron a referirse como tête composte (cabeza compuesta). Durante 25 años pintó para la familia imperial en el Santo Imperio Romano. Durante esta época no solo realizó sus reconocidos retratos, también diseño vitrales, tapices e, incluso, vestuario para teatro.
Le recomendamos: Entre el silencio y la palabra se esconde “La más fuerte” (Tras bambalinas)
De acuerdo con Abigail Tucker, de la revista Smithsonian, el pintor se pudo haber beneficiado de su estancia por fuera de Italia ya que de vuelta en su ciudad natal un arzobispo impuso un ambiente de represión para los artistas. Mientras que, en Viena y Praga, Arcimboldo disfrutaba de una libertad creativa que su patrón le otorgaba con el sentido del humor que tenían los Habsburgo.
Actualmente se desconoce su obra completa, hay aproximadamente 30 obras conocidas de él que permanecen en museos y galerías alrededor del mundo. Fue en 1563 cuando pintó una de sus series más reconocidas, “Las estaciones” y “Los elementos”, para Maximiliano II. Para la primera de estas utilizó diferentes frutas y verduras asociadas con una estación en particular para celebrar el reinado del emperador.
El milanés también hizo retratos con otros elementos como libros, animales marinos, flores y otros objetos asociados a diferentes profesiones para representarlas. Pero más allá de recibir el patronazgo de un emperador, a través de él también expandió sus estudios en zoología y botánica gracias a las expediciones que se estaban haciendo a América, África y Asia y de los que regresaban con plantas y animales desconocidas en Europa.
Sus obras, más que servir como entretenimiento, tenían el propósito de demostrar el poder de su dueño y “la majestuosidad del gobernante, la abundancia de la creación y el poder de la familia gobernante sobre todo”, le dijo Thomas DaCosta Kaufmann, profesor de historia del arte en Princeton y autor de Arcimboldo: Visual Jokes, Natural History, and Still-Life Painting, a la revista Smithsonian.
Hay académicos que creen que el pintor tenía una enfermedad mental, sin embargo, otros consideran que su creatividad y sentido del humor priman por encima de esa teoría. Sus primeras obras que trataban con temas religiosos y menos extravagantes cayeron en el olvido, pero sus pinturas más reconocidas han ido apareciendo poco a poco. La historia de estas tiene de por medio una guerra y saqueos de su lugar de exhibición original.
Podría interesarle: “Sobrevivir a la guerra: ese fue nuestro mayor éxito”
Cuando Giuseppe Arcimboldo murió en Milán en 1593, a la edad de 67 años, dejó su legado artístico en la corte de Rodolfo II. Pero no duró mucho tiempo allí, pues durante los años 1618 a 1648, con la Guerra de los Treinta Años, las obras de Arcimboldo fueron saqueados y se perdió su rastro y nombre durante siglos, hasta que resurgió durante el siglo XX cuando artistas como Salvador Dalí y Pablo Picasso lo “redescubrieron”. Su imaginación y acercamiento a los retratos le otorgó en tiempos modernos el apodo de “padre del surrealismo”.
Hoy su obra es reconocida como extravagante e imaginativa, teniendo en cuenta que tomó como ejemplo a su predecesor Leonardo Da Vinci. Actualmente sus pinturas se pueden ver en Suecia, Italia, Estados Unidos, España y Francia, como un recuerdo de una forma diferente de apreciar lo que nos rodea.