El Magazín Cultural
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Grizzly Man: Un hombre (muerto) en peligro hasta el final, uno ya sabido

Timothy Treadwell entra de espaldas a cuadro, se presenta y hace lo mismo con Ed y Rowdy, osos de la banda ‘subadulta’. Desde ya prefigura su muerte, pues si se muestra débil lo pueden lastimar, “me pueden matar”. Si desea quedarse en esa tierra, tiene que salir ileso de todo trance. Si no se cuida, lo decapitarán, lo cortarán en pedazos: “Estoy muerto”, como si supiera lo que vendrá. Todo el tiempo está frente a su cámara.

Luis Carlos Muñoz Sarmiento*
08 de julio de 2021 - 09:54 p. m.
"Grizzly Man" se estrenó en 2005 y obtuvo el Premio del Sindicato de Directores al Mejor Director de Documental.
"Grizzly Man" se estrenó en 2005 y obtuvo el Premio del Sindicato de Directores al Mejor Director de Documental.
Foto: Archivo Particular

El cineasta alemán hace su documental basado en 100 horas que Tim grabó. El documental Grizzly Man (2005) o El hombre oso, de Werner Herzog, contiene/reúne varias vertientes del género: 1. Científico/investigativo. 2. De viajes/turismo. 3. Registro/festejo de u homenaje a una personalidad. 4. Documento antropológico/filosófico. 5. Documental social: cuyo paradigma es el inglés John Grierson.

Mientras llega la hora, Tim reitera: “Persevero”. Y aquí comienza a generarse la tensión, durante todo el metraje, entre el presente (cuando ya se sabe que no está: o sí… como dirá alguien que lo recuerda y que señala que lloró a sus demás amigos, menos a ‘Timmy’) y el pasado, cuando él estaba, y sus amigos, amigas, novias y ‘amigas platónicas’ lo recuerdan. Tim se define como un guerrero amable, una flor, que actúa normal, es decir, no finge: otro Leitmotiv (junto al de predecir su muerte) a lo largo del filme. Un ser humano auténtico, capaz de dar la vida por lo que más ama, osos/zorros, ya que luego confesará su odio por los humanos. Y aunque dice que apenas observa, que es evasivo y que no los invade, aquí, en este último concepto puede estar el punto de quiebre entre la vida y la muerte: la suya.

Cuando lo desafían, el guerrero amable debe convertirse en un samurai: debe volverse imponente, sin miedo a morir, tan fuerte que gana: “Hasta que los osos piensen que tienes más fuerza que ellos”. Aparece uno de los factores que jugará en su contra: la idealización de las cosas, el pensar que los osos son personas, que él es un oso. Expresa que nadie supone que muchas veces o a veces “mi vida está al borde de la muerte”. Porque, en cualquier instante, los osos pueden no solo morder sino matar. Y si es débil, se muere, dice Tim. Y señala que los adora (amor idealizado) y morirá por ellos, “pero no moriré debajo de sus garras, ni de sus zarpas”. Lo que el tiempo desmentirá para acabar por demostrar una vez más la eficacia de un viejo dicho vulgar, no por ello menos cierto: “La lengua es el azote del culo”. Tim lo sufrirá en carne propia. Lástima, sí, no haya tenido una segunda oportunidad sobre la Tierra, en sus trece veranos de soledad con los osos, para enmendar su error.

Error que, también, se llevó a Amie Huguenard, para quien había que cuidarse de los osos. Por eso quizás, cuando ya no importa, Tim le pida que se salve. “Lucharé. Seré fuerte. Seré uno de ellos”, dice, respecto a los osos y en una suerte de inconsciente posesión: por poseído. Promete ser “el maestro”. Igual, un guerrero amable y hace un guiño entre duda e ironía. “Te amo, Rowdy”, dice, como quien lo haría con una mujer o un hombre, según el caso. Una idea refuerza la prefiguración de su…: “Mis dedos huelen a muerte”. Mientras, seis osos juegan al fin de la secuencia Herzog narra cómo Tim convivió con esas ‘criaturas majestuosas’, durante 13 veranos. En áreas remotas de la península de Alaska, seguro de que sería útil para protegerlos y educar a la gente. Durante los cinco últimos años allí llevó su cámara de video y grabó más de cien horas, cuya potestad quedaría luego en manos de Jewel Palovak, coproductora ejecutiva del filme. ¿El objetivo nodal? Mostrar los osos en su hábitat natural.

Herzog cuenta que a él también lo filmaron en zonas inexploradas de la selva; no lo dice, pero es obvio: en Fitzcarraldo. Y anota que más allá de un documental sobre la vida salvaje, en su historia late una belleza y hondura que asombran: uno sobre éxtasis humanos y una confusión oscura e íntima: como si Tim tuviera el afán de superar los límites de la condición humana y unirse a los osos en un encuentro primitivo. Pero, ello hizo que cruzara el límite invisible: Tim llegó, se agrega, a un punto tal ya no era posible el regreso, al que no hay que llegar (Kafka). Aparece Amie y surge la primera amenaza de los osos, antes de que los eche: un gruñido, en close up. Cuando (no solo) los osos se unen, se vuelven muy fuertes. Como hoy, con el Paro, los jóvenes se ven/sienten muy fuertes, sin el lastre de ‘cinicalistas’ vendidos al patrón y a cuyo Comité ignoran pues no los representa: como no lo hizo nunca.

Un Zoom-Out muestra a Tim a la orilla de un río pidiéndoles a los osos que se relajen. Al quedarse allí, aclara, ha ganado su respeto. Lo que no es tanto así, como lo explicará luego Sven Haakanson pues a su juicio Tim sobrepasó los límites de siete milenios de respeto histórico que el hombre ha guardado frente al territorio de los osos. A su lado está Rowdy, el oso ‘peleador’ al que conoció de pequeño, con el que se lleva bien y por el que sabe que si uno no guarda tranquilidad “está muerto”. Nuevo aviso: Tim señala que los osos pueden morder, decapitar. De espaldas a un árbol, Rowdy, parado, se rasca la espalda y muestra los potenciales peligros de su tamaño. Al poco tiempo, vuelve a andar en cuatro patas, se acerca a la cámara y Tim se disculpa: “No quise meterme en tu camino”. Y le dice que él, el oso, manda. Al cabo, es su territorio y Tim no deja de ser un intruso así sea un guerrero amable.

El entusiasmo de Tim, dice Herzog, lo conectó de súbito con los niños, a los que les hizo charlas por las que no cobró honorarios, lo que en últimas lo llevó a ganar un prestigio allende las fronteras. Entretanto, visitó miles de escuelas en las que los niños tuvieron la ocasión que ya hoy no se ve: el aprendizaje en directo. Salvo, otro ejemplo, en Ser y tener, cómo no, de Nicholas Philibert, como ya se vio en el Video-Club virtual Al filo del tiempo que quien escribe dirige/presenta desde Bogotá a un grupo de varias mujeres y un solo hombre en Medellín: María del Rosario, Beatriz, María Margarita, Luz Ángela, Luz Marina, María Aída y Gonzalo, todos, queridos Cinéfilos. En close up se muestra la alegría y la satisfacción de lo aprendido a partir de un negrito, de cuyos ojos y dientes se desprende el placer que produce el conocimiento, “uno de los momentos más destacados de los años escolares” anota Herzog.

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Un dibujo con el cámara Tim y dos osos. Una carta: “Querido señor Treadwell, fue muy agradable el que haya venido a Chadwick”, lejano pueblo de Alaska que lo acogió. Asumió su rol con tanta seriedad que jamás cobró por su trabajo. Zoom-In a su rostro lleno de gozo por el saber compartido: lo opuesto a lo que hoy se ve con el virus/negocio/apartheidista de laboratorio. Tim baja hacia un lago, mientras el locutor de un documental, dentro de otro, cuenta que aquél está loco por los osos. Herzog agrega que a veces actuaba como si fuera una ‘estrella’, como víctima/efecto de su propio invento. Tim declara al entrevistador que estaría entre los osos las 24 horas del día durante varios meses. Aquél rápido le recalca lo que prefigura un nuevo aviso: “Es una locura. Son los animales más peligrosos de la Tierra”. Cuando surge la opción de tener un arma para defenderse, la respuesta de Tim no da espera: “Nunca mataría a un oso en defensa propia. Nunca iría al hábitat de un oso para matarlo”.

Testimonios sobre una personalidad ‘muy linda’, que no finge

Fundido a negro y aparece uno de sus amigos: Warren Queenley, actor, quien cuenta cómo se enteró de la muerte de Tim por TV, cómo supo, viendo a su mujer, que “había pasado lo peor”. Y es él quien cuenta que nunca lloró la muerte de Tim como sí la de otros amigos. Última foto de Tim en el documental de Herzog, al inicio de su décimo tercer verano en Alaska. Junto a él, Amie, quien “murió a su lado”. Por un extraño avatar, valga aclarar, más que por un designio divino o de la Providencia, a la que se pretende, casi siempre, hacer responsable de un evento, para que los creyentes no se extingan tan rápido como hoy lo hacen y no por un simple capricho, sino por la constatación de un engaño o la aparición del genoma humano: el mismo que obligó a la criatura creacionista a irse a dormir al cuarto de San Alejo.

El autor de dicha foto fue Willy Fulton, a la vez piloto y amigo de Tim que lo llevaba a esa área remota de Norteamérica. Tim se consideraba su guardián: peleaba contra quienes querían lastimar a los osos. Una reserva del Gobierno, parte del Parque Nacional Katmain, zona a la que Tim llamó ‘El Refugio’. Allí permanecía los primeros meses del año y luego se iba a un lugar distante 56 km a mirar pasar los últimos salmones del verano, que él llamaba ‘El Laberinto de los osos’: el lugar más peligroso del planeta. Allí Fulton lo buscaba en otoño.

Un documental basado en Tim, al final es otro construido por Herzog, sin que ello vaya en desmedro de aquél: cuya mirada se convierte en la de éste. La espontaneidad se transforma por el afecto de una investigación basada en el rigor reforzado por los conceptos de amigos/as. El 6.oct.2002 Fulton se detuvo sobre el lago Kaflia, para buscar a Tim y a Amie. Los llamó por todas partes: sin respuesta. Fue hasta el campamento, los buscó entre los alisos, por un sendero tupido: salió mal, había algo raro. Bajó corriendo y, al voltear a mirar, vio a un oso que ya había visto por allí, que huía con la cabeza gacha. Subió al avión, voló y al mirar hacia abajo vio una caja torácica humana: supo que debía ser Tim o Amie. El oso empezó a comerla. Cada vez que sobrevolaba lo veía, agachado, comer cada vez más rápido.

Pensó que se lo comiera a él, también. Sintió una adrenalina como nunca antes en la vida; no podía respirar; brazos y piernas, dormidos. Llamó a la oficina y contó lo que según él había pasado. Había líos y necesitaban asistencia. Al llegar sus miembros, arriba, dispararon como locos y mataron al oso. Fulton les dijo: “Ese fue el oso que mató a Tim”. El mismo de entre los arbustos: Tim estaba dentro de su cuerpo. Del docu de Herzog al de Tim para mostrarlo junto a Olie, oso viejo, grande y de mal humor. La toma es de diez días antes de morir Tim. Como no hay casi peces, lógico que quiera controlar el arroyo. Actúa como el ‘macho alfa’ por ser el único macho, explica: sabe cuándo un oso va a atacar, por saber su idioma. Como sabe que hay que cuidarse del oso viejo que lucha por sobrevivir. No obstante, aquí de nuevo las palabras operan en su contra, como se verá. Otra voz: de estas cosas mejor no hablar, porque nadie al cabo conoce el lenguaje de los osos ni las sorpresas que da la vida, en este caso, la naturaleza animal. Tim mismo reconoce que estos son los osos que de vez en cuando, por instinto de supervivencia, comen humanos, los matan. Pregunta, de nuevo, como quien desde lo más íntimo avizora su muerte: “¿Podría Olie, […], matar y comer a Tim Treadwell?”.

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Herzog muestra ahora a Fulton: cómo se recuperaron los restos de Tim, su cabeza, columna y mano, el brazo con el reloj aún puesto: que luego recibirá una novia, ya que tuvo varias, como se infiere de lo que cuenta al hablar de las mujeres. Una peculiaridad, según Fulton, es que se bañaba desnudo para ahuyentar a los aviones. Fulton muestra lo único que quedó del oso que lo mató, el ’141′: unos pedazos de costilla. Cuando los de Asistencia lo mataron a balazos, los demás osos se lo comieron. A Tim no le hubiera gustado que mataran a un oso. Incluso si lo mataran a él, hubiese sido feliz “si nadie encontraba al oso”, sostiene Fulton. Tim vivía al límite, pero sin duda era más inteligente de lo que todos creían. El que lo mató era un oso “sucio y malo, que a él no le gustaba” y que quería ser su amigo, pero nunca pudo.

Vuelta a Tim y sus 100 horas, de modo mágico editadas por Herzog y musicalizadas por el cantante Folk Richard Thompson: en otras palabras, el documental que era de Tim, termina siendo de Werner: cambia de manos por el tratamiento que le da, por el respeto en el trato, por su capacidad para descubrir dónde están los puntos nodales del mismo de cara a la vida, la trayectoria, el amor por los animales, que mostraba Treadwell. Recuérdese que un ensayo, para el caso, fílmico, es un pretexto de trabajar sobre alguien para volver sobre sí mismo: quien estudia a alguien, se estudia, se descubre, se revela. Y eso le pasa a Werner al estudiar a Tim. Al ir sobre su documental, vuelve sobre el suyo propio y así, sin duda, lo robustece.

En el suyo, Tim presenta a uno de los “personajes del año”: la osa Grinch, una de las más asiduas en El Laberinto, de unos cinco años y a la que regaña luego de que se siente acechado, para por último declarar: “Te amo. Lo lamento”. Claro, por estar en su territorio. Lo cual evidencia, de algún modo, así sea inconsciente, que Tim reconoce ser un intruso, un hombre que está invade lo que no es suyo: de los osos. Aunque, bueno, tiene su compensación: la de hacer interesar hasta el final por el destino de un hombre en peligro, cuyo final ya es sabido. Esa, la magia de Herzog al contar una historia entre vitalismo y tristeza, con gran dosis de humanismo, en un docu tipo crónica/profecía/tragedia: una moderada, eso sí, por el humor.

Sam Egli da un testimonio, descarnado, sobre Tim. Ayudó en la limpieza, el 8.oct.2003 (un aniversario más del Che), cuando aparece el oso que mató a Tim y a Amie. Lo abrieron y al final cargaron cuatro bolsas de residuos humanos. Valida el buen ánimo de Tim para ayudar a los osos, al tiempo que lo refuta porque piensa que creía actuar con gente disfrazada de osos en vez de ‘animales salvajes’. Para él, Tim pedía a gritos que lo mataran: quizás no fuera así, pero el efecto es el mismo. “En mi opinión, tuvo lo que se merecía” y agrega algo que deja qué pensar con respecto a alguien que no cuenta, no se ve, que ya no importa si no está: “La tragedia es que lo acompañaba una muchacha”. Como si la tragedia hubiera sido de una y no de dos personas, sugiere Egli en su descarnada crítica: por otro lado, tiene razón en que, al idealizar a los osos como seres inofensivos, perdió casi por completo el sentido de realidad.

Marnie Gaede, ecologista, piensa que Tim quería convertirse en oso, que quizás era religioso, o místico, pero no en sentido de la religión: simplemente, quería mutar en animal salvaje, como dice su última carta: “Tengo que mutar en animal salvaje, para soportar la vida que vivo aquí”. Y es religiosa su actitud en el sentido de una conexión profunda que rebasa lo humano, que ya no es humana, sino tal vez primaria e instintiva. Y pone otro ejemplo, según el cual Tim piensa que morir es la mejor opción pues su trabajo será tomado con mayor seriedad y, seguro, “tendrá la influencia que no tengo en vida”. En otras palabras, lo que a algunos pueda parecer una nimiedad, el trabajo de Tim con los osos/zorros, en realidad es una auténtica/profunda necesidad de trascender, de cambiar la vida, de transformar el mundo.

El mensaje de Tim es controversial, como relata Marc Gaede, también ecologista: él y su esposa, depositarios del enojo de miles en contra del oficio de Tim. Marc eligió tres muestras de tal virulencia. Una intenta especular con que Tim “ganó mucha plata” con lo que hacía, algo ridículo, dicen los Gaede: “Era la persona más pobre que conocimos”. Herzog confiesa que también a él le gustaría salir a defenderlo, no como ecologista sino documentalista pues captó improvisaciones gloriosas, instantes que los directores y sus equipos nunca imaginaron. V. gr., lo que se ve mientras narra: el juego de los zorrillos sobre la carpa y el frenesí de la cacería que sufre hasta caer sobre el campo, igual que el zorro. Luego, aparece con un favorito de El refugio, ‘Mr. Chocolate’, estrella de muchos en el país; está por acabar su trabajo e irá a ‘El Laberinto’, donde el humano no solo no protege a los osos, sino que los pone en peligro.

Cuando la secuencia parece terminar, Herzog señala lo que, en el documental, a veces cae de la nada, lo que nadie imagina ni sueña. Aparece Spirit y ‘la inexplicable magia del cine’. Los zorros juegan con la gorra de Tim, objeto clave para él, y Ghost se la lleva: Tim lo persigue hasta que la cámara se detiene cuando no hay nada que hacer pues Ghost la mete en su cueva. Por su lado, el biólogo Van Daele relata: “Mr. Treadwell quería convertirse en oso”, dijeron quienes se toparon con él en el campo: actuaba como oso y les ‘gruñía’, como cuando lo sorprenden. Para Larry, solo él sabe por qué actuaba así, nadie más. Humanos y osos viven en mundos distintos y el de estos es muy violento: no obstante, el humano anhela ser parte de ese mundo; pero, lo imposible está en la diferencia, que a Tim no le importó. ¿Otro error?

Herzog anota que los nativos de Alaska y su comunidad siempre respetaron la línea divisoria humanos/osos, como dice el curador del Museo Alutiiq, asaltado por “turistas fuera de control”. Alguien con ganas de tener una garra del oso disecado se la cortó y la robó, cuenta Sven Haakanson, PHD. Sobre Tim opina: su anhelo de ser un oso choca con la idea de los nativos según la cual no se puede invadir el territorio: lo dicen siete mil años de antigüedad. La muerte de ambos: una tragedia. Aunque Tim quería protegerlos, Sven cree que les hizo más mal que bien pues “si uno habitúa los osos al humano, éste cree que todos son buenos”. Donde aquél creció los osos los evitaban y al revés. Desde su cultura, Tim sobrepasó el límite con el que los nativos se guían hace milenios. Límite que, cuando se cruza, se paga caro. Lo dicho: la opinión científica, no doxa, de Sven contrasta con el idealismo de Tim por mutar en oso, aun con lo auténtica que sea su iniciativa. El respeto a la actitud y al cuidado de los pueblos primitivos es factor a considerar, como se infiere de lo dicho por el curador. Lo muestra el video: Tim se baña en el arroyo con un oso; cuando lo toca por detrás, se molesta.

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El juez Franc Fallico, saca un reloj y lo entrega a Jewel Palovak, novia de Tim. Se disculpa porque está aún embolsado y quiere que lo tenga la fundadora, junto a Tim, de Grizzly People. Se conocieron en 1985, fueron pareja tres años y ella heredó los derechos sobre las cien horas de filmación de su jefe: “Significó mucho para mí en estos veinte años”. Asegura, se acordará de Tim y de Amie, a quien en cámara llora con hondo/doble sentido: afecto y agradecimiento por Tim; renuncia a los celos/prejuicios respecto a Amie, a quien define como valiente/fuerte. Jewel siempre va a honrar lo que hicieron: estar allí, en medio de la Naturaleza, proteger a los osos, vivir al máximo. Una buena aproximación al sentido antropológico/filosófico de Tim y de su trabajo, incluso documental: por morir por aquello por lo que vivían, como señala quien siente ser su viuda porque todo por lo que trabajó/vivió Tim se lo dejó a ella. Ambos fundan la empresa citada, cuya misión es proteger y preservar el hábitat de los osos en todo el mundo. Jewel considera que, si bien no hubo amor a primera vista, sí eran almas gemelas.

Tim cuida El Refugio: ‘Timmy’ manda/cuida todo. Destaca el nexo animal salvaje y “esta persona bastante salvaje”. Por su pelaje, la gente los mata. Otros, ‘gente de bien’ (como en el Paro), no la decente porque no cuenta, sale a cazarlos, por deporte. A eso “queremos darle fin” en Grizzly People. Tim usaba su cámara para difundir su mensaje y como esfero para escribir en pantalla lo que soñaba: a la Astruc y su caméra stylo, para expresar lo que se piensa o traducir manías como se hace hoy en ensayo/novela. A veces, era juguetón/lúdico, otras, drástico/radical: esto, no por sectario. Por ser de principios, ético por honesto, prístino. En El Refugio, se esconde de las autoridades (no es funcional a sus desafueros): de quien puede lastimarlo o del que lo busca para conocerlo dada su fama por Alaska. Nadie sabe…: “Ni yo sé dónde estoy. Lo cual es […] malo”. Muestra miedo a la incertidumbre sobre lo que hace y sobre por qué no deja de ser un intruso, así, por otro lado, idealice las cosas.

Tim comenzó a hacer su filme como “algo que iba mucho más allá de un documental sobre la vida salvaje”. Al grabar con uno o dos pañuelos o sin ninguno, eso sí con camuflado porque le gusta y “con ambas cámaras filmando”, Herzog observa que no sabía que los momentos en apariencia vacíos, tenían una belleza extraña/secreta: “A veces las imágenes cobraban vida propia y un carisma misterioso”. En efecto, porque Tim es misterio y carisma. Al usar la cámara para hurgar la realidad, Tim “comenzó a examinar su yo más profundo”: a hablar de Dios; sus relaciones con las mujeres; haber pensado en ser gay “porque así es más fácil” (aunque sea más difícil, como lo prueba un mundo patriarcal/machista y homófobo, cacorrino e hipócrita pero que, a la vez, funge de liberal y sin prejuicios); en sacar a flote sus demonios, sus euforias. Su lente derivó en confesionario, en otra suerte de actitud religiosa inconsciente.

Tim, sin duda, tiene humor: “No sé si Dios existe. Pero, si […] existe, estaría muy contento conmigo”. Agrega: “Si Dios me viese aquí, [nos diría] cuánto los adoro. Cuánto los respeto”. Por cuidar de los animales, obvio. Tim agradece el estudio recibido, el hacer lo que difunde (sin pago alguno) por el orbe. Seguirá haciéndolo, pero si no puede… “están advertidos. Moriré por estos animales”. Por último, con lloro contenido, confiesa: “No tenía vida. Ahora sí tengo”. Como quien está seguro de que halló una razón para vivir, aunque a priori sepa que va a morir, justo, a causa de lo que hace, de lo que defiende, de lo que nadie debería atacar. Esa es su historia, “mi historia, la de Tim Treadwell [nacido Dexter], el guerrero amable”.

El Gobierno le ha dado todo: aun así, se rebelará contra él. Casi se ahoga, al caer por un acantilado. El factor miedo aumentará en El Laberinto. No quiere que un oso lo lastime. Nunca entendió por qué las mujeres no quieren estar con él. Podría ser porque él solo quiere estar con osos y zorros. Añade: “Porque mi personalidad es muy linda”. Lo dice con tal naturalidad que nadie se molesta ni percibe arrogancia/narcisismo, aunque algo de eso pudiera haber. Él sabe que es bueno y no peleador sino pasivo: “¡Soy una presa fácil! ¿A las mujeres no les gustan las…?” No se jacta de ‘grandioso’, sino que es divertido y tiene una buena vida. Razón ontológica de sobra para no conocer el fracaso. “A veces me gustaría ser gay. […] Todo es más rápido”. Y cree que los gays no tienen problema: “… van al baño y... Pero, ¿sabes qué? Timothy […] no es gay. ¡Me encantan las mujeres!” Así que es lesbiano. “Las mujeres necesitan mucho más, […], refinamiento y cuidado, eso me gusta…” […]. Solo que después sale mal y está solo. Concluye: es posible que los gays tengan líos, pero no tantos como los de “un pobre heterosexual llamado Timothy Treadwell”.

Un trato que le permite a Tim dejar drogas y alcohol

Tim bebía mucho. Le cuenta a la zorrita Iris. Pensó morir y que lo dejaría para siempre. Pero, nada: hizo cursos, intentó por sí mismo, bebía de nuevo. Se estaba matando. Hasta que descubre a los osos y cae en cuenta del peligro que corren, del afán de que los protegiesen: no un borracho ni un arruinado, aunque casi, según los Gaede. Entonces, trato con los osos: si él los cuidaba, tenían que ayudarlo a ser mejor persona: fueron su ‘inspiración’ y dejó la bebida. Un milagro, absoluto: de los osos, claro. El ser consciente del peligro que entraña el lugar, a la vez explica que la visión de su muerte sea semiprofética, como la de otros grandes hombres de la Historia. Tim es un héroe: no uno inflado por la historia oficial, sino otro hecho a pulso a pesar de ella, de su relativa anonimia, de su falta de propaganda/autobombo.

Tim se declara niño, salvaje, libre, suerte de Zarathustra gringo que atraviesa las distintas etapas de la vida y deja huella, hace eco, logra trascender. Como quien entiende que lo más grande del hombre es ser puente y no meta (una meta alcanzada no es una meta [Hesse], apenas, un peldaño). Lo que debe amarse/admirar en el hombre, como en Tim, es que consiste en un ‘tránsito’ y un ‘ocaso’. Un inexorable ‘ocaso’ pero no, de modo obligado, un ‘fracaso’ pues solo fracasa quien traiciona sus principios, su buena vida, como se vio. Tim viene a ser depositario de lo que dice Zarathustra (1): “Yo amo a quienes no saben vivir sino para desaparecer, para anularse [por destruirse], pues ésos son los que pasan más allá”. (1992: 30)

La terrible (o grata) experiencia de la soledad

Tim en El Laberinto se siente solo. Así realiza sus faenas diarias: “Es tan raro, cuando caes en cuenta de que estás tan solo…” Herzog sostiene que parte del ser mítico en el que se transforma en las 100 horas de video, requería que se viese íngrimo solo. Si bien pasaba algún tiempo con mujeres, ellas, por discreción, conservan su anonimato. Amie lo acompañó en los últimos dos veranos. 26 de julio (aniversario de la Rev. Cubana): Tim está una vez más solo allí. Aunque cada decolaje de un avión es un experimento surrealista para él, aun así, no es del todo consciente de su soledad. Otros cuatro meses estará solo en esa selva donde los osos hicieron túneles. Cuando lleguen los que maltratan a los animales, él estará ahí para evitarlo.

Amie solo aparece dos veces: cuando se baja del avión y se tapa la cara, pero no “para ocultarse”, como dice Herzog, sino para evitar el sol que le impide ver; por los diarios de Tim, se sabe que ella temía a los osos; cuando un oso va en sentido opuesto adonde ella va. Amie parece manejar la cámara. Sus restos, en una lata de metal con dos bolsas plásticas. El forense declara el terror que sintió al verlos descuartizados. Un audio es parte del video. Los zapatos en la carpa y la gorra sobre la cámara, impidieron grabar la parte visual, no la sonora y por eso se escucha gritar a Amie y a Tim llorar ya que, si él va a morir, espera que ella pueda huir y salvarse. No obstante, fue fiel/leal con Tim hasta el fin pues no corrió. Aun viendo a la muerte venir, se quedó con su amor/pareja y compañero, como certifica el forense.

Jewel y Herzog: éste, le pide que destruya el audio y no vea las fotos porque, de lo contrario, será “el elefante blanco en el cuarto durante toda tu vida”. Combaten dos osos: crudeza y, por contraste, esplendor no dan tregua al más indolente. Como si dos tractores arrancaran la tierra. Pelos por doquier y en la cámara, mierda. Terminan por abandonar la pelea para ir en busca de la osa que la causó: Saturn. Sgto. Brown y Mickey protagonizan un duelo por el derecho a cortejar a la reina de El Refugio. Tim hace un paralelo entre el flirteo de Saturn y Mickey y uno de los que él ya vivió: “No siempre funciona”. Es decir, no siempre ganas a la niña que quieres, expresa Tim. Y dice que el oso se identifica con él, cuando es al revés. En síntesis, Mickey subestima a Sgto. Brown y eso es lo que le recrimina Tim a Mickey.

De ahí al lío de su relación con las mujeres. Dice que Saturn es la Pfeiffer de los osos: claro, Michelle, protagonista, entre otros filmes, de La edad de la inocencia, de Scorsese, según la obra de Edith Warton. Reconoce, con humor, que le va mal con las mujeres, pero no para tirarse un lance con una osa, por más Pfeiffer que parezca. Lo cual debe doler a Tim, si no jamás hubiera comparado a Michelle con... Herzog cuenta que Tim en sus diarios habla del mundo de los humanos como algo ajeno. De ahí que prefiera a los osos: ambos mundos se le distanciaban cada vez más. Se sentía muy a gusto en la Naturaleza salvaje y primitiva. Para Herzog, el glaciar de El Refugio era un muro que separaba a Tim del espacio exterior. El paisaje en caos es una metáfora del alma de Tim. ¿Qué lo impulsó a la Naturaleza?

Florida: Herzog visita a los Dexter, padres de Tim y hace rastreo antropológico, genética docu, psicoanálisis filial, todo por descubrirlo. Son Val y Carol Dexter, no Treadwell: así Tim evoca la freudiana ‘muerte del padre’. Como hizo Amos Oz con el suyo, Klausner, según Una historia de amor y oscuridad, tributo a su madre, Fania, suicida joven. De familia clase media, padre capataz de construcción, Tim creció con cuatro hermanos más. Como modo de luchar con un medio que no satisfacía sus anhelos, fabula, miente, huye de toda parte, hasta que cambia de apellido como quien halla otra familia: una errante, de un solo miembro, que siembra por ahí su semilla, sin pretender colonizar mentes: solo con el ánimo de compartir su saber/afecto por los animales; y por las féminas, así no lo quieran mucho o lo creyera él.

Tim quizás rehúye su ambiente protegido. Niño normal, sin líos en la escuela, alumno no ’10′, sí ‘8’. La iba bien con niños y con la ardilla Willie, mote por su mejor amigo. Para Herzog parecía proyectar el gringuito tipo (Granja Pansy y equipo de natación secundario): obtuvo una beca para ir a la U. Bradley. Comenzó a beber, se lastimó la espalda, perdió la beca. Volvió a casa. Quiso fumar bareta: se lo prohibió Val; lo hizo por fuera. Tim, cual Sísifo, quiere partir de cero. Con 20 años, va a California. Contrata a un mánager, cambia su apellido por uno más teatral (como hizo Herzog), participa en Love Connection y otras series, hasta que prueba en Cheers, pero pierde con su rival, Woody Harrelson, actor, luego, de Natural Born Killers, de Stone. Val no sabe cuán cerca estuvo del papel: no lograrlo, lo destruyó. Aunque otra cosa diga el enrute de sus alfiles: así, luego, pague con la muerte y sus padres ahora no sean un faro de alegría, como se ve cuando hablan. En suma, cayó en picada.

Según Queenley, Tim hacía surf en una tabla con la bandera del UK. Sin despelucarse. Luego, Tim pregunta: “¿Cómo tengo el pelo?” Cierto día, tuvo una sobredosis casi mortal y no se sabe cómo sobrevivió: quizás, por fuerte. Fue un despertar: tras ello, quiere ser ‘diferente’. Así, crea un origen y un acento ‘encantador’. Su afán por inventar una personalidad, va de la mano con mentir. Asegura ser de Australia y huérfano: mata al padre (como Doinel a su madre en Los 400 golpes). Pero, su acento kennedyano lo delata. Queenley cita un dicho: “Si no asusta a las vacas, ¿a quién le importa?”: tiene que ver con la pregunta sobre si sintió traición por las mentiras de Tim, a lo cual replica: “Tim jamás asustó a las vacas, entonces, ¿a quién le importa?” Lo que, otra voz, simplemente significa que hay que vivir y dejar vivir.

Jewel cuenta que Tim una vez fue al doctor, el que quería que aquél tomara antidepresivos para equilibrar su carácter variable. Lo tomó un tiempo y lo dejó. Soportaba sus cambios como parte de su carácter. Tim tenía un lado oscuro: estuvo con las drogas y el alcohol, es decir, con la gente equivocada. Eso sí, con un sentido de justicia propio, que lo llevó a meterse en muchos líos. Aun así, Jewel cree que Tim nunca mató a nadie. Jamás perdía el control. Ambos, iban al juzgado a ver cómo sentenciaban al criminal. Tim lo hacía para recordarse lo que sería su vida si algún día fuese a ese oscuro lugar. Sobre su lado oscuro, en su favor se cita a Nietzsche: “Sin duda soy un bosque y una noche de árboles oscuros: sin embargo, quien no tenga miedo de mi oscuridad, encontrará también taludes de rosas debajo de mis cipreses”.

Tim reitera su amor por los animales. Sin pena, aunque declara tener muchos problemas: “Es muy conmovedor”. Al decirlo, su llanto aflora. Lo horrible/insoportable es que a los animales no les importa: coincide con lo que el experto en osos dice acerca de que Tim no midió el alcance de su idealismo; y con lo que Herzog señala sobre la fría mirada úrsida, que no reflejan una abierta empatía con el humano; apenas, su interés por la simple comida. Tim llora con desenfado y agradece a ‘Timmy’ por ser su amigo. Lo entristece la abeja al parecer muerta al recoger polen. De pronto, cree que se mueve. Wendy, su chica osa, caga y él sin empacho toca su mierda, lo que denota un prurito escatológico. “Sé que puede parecer raro que toque la caca, pero estaba dentro de ella”, dice. “¡Es ella! Y ella es un tesoro para mí”.

Ella le dio a Downey. “Ellos son perfectos”, sentencia Tim. Herzog ironiza: “Los osos eran perfectos”. Pero, una vez que otra Tim se topaba con la realidad salvaje, que no iba con su óptica sentimental: todo allí era bueno y el universo equilibrado/armónico. A veces, los osos matan a sus crías para que las hembras no den más de mamar y así puedan fornicar. Al ver al zorro muerto, dice que hay mucho dolor en el mundo. Herzog discrepa pues, al parecer, Tim ignoraba que en la Natura hay depredadores y por ello aquél piensa que la constante en el planeta no es armonía, sino caos, hostilidad y muerte. Lo cual casa perfecto con una idea: si la cultura consiste en refinar los sentidos (Rojas H.), también tiene un sentido negativo dado que la tendencia desde sus orígenes hasta hoy ha sido del salvajismo hacia la civilización.

Tim habla de la Expedición, en sept.2000. No llueve lo necesario hace dos meses y los peces no circulan desde agosto. Muestra su disgusto e invoca la lluvia hasta que… el taita gringo ha hecho llover; aunque ya señaló ser ateo, ahora se declara “humilde sirviente del Señor”. Van Daele tasa en 35.000 los osos en Alaska, cifra saludable/estable. Pide cuidado: los osos (pardos) tienen necesidades específicas, bajas tasa de reproducción y requieren áreas grandes. Reclama prudencia al usarlos, v. gr., la caza de osos, factor clave en la economía. A dicha actividad, se destinan USD$ 4.500.000 anuales. En la isla Kodiak hay casi 3.000 osos: de ellos se cazan al año 160: el 6% de la población y aún se tiene un sustancial grupo. Sobre la caza furtiva el experto opina que no preocupa allí, “como si […] en Rusia u otros lugares”. Que en los últimos 20 años esa práctica es infrecuente en Kodiak y en la península de Alaska.

A Tim lo obsesionaban los cazadores furtivos; entonces, viste como ‘guerrillero camuflado’ cuando aquellos llegan. Traen aerosol de pimienta y piedras como armas. Le dejan mensajes en los troncos y muñecos en las rocas: “… una advertencia”. Todo visitante era un intruso o enemigo, incluso la Asistencia del Parque, por tanta restricción. Tim se rebeló: “He decidido violar una norma federal”. Sabe por Thoreau, Gandhi, Malcolm X, M. L. King y el Che, que contra toda norma abusiva hay que rebelarse o desobedecer. Tim debe acampar a 1.5 km y cada semana moverse igual: si lo hiciera, no podría estudiar a los osos ni protegerlos. Para burlar a la autoridad, se camufla y esconde la carpa; viola otra norma: la de estar a 90 metros de los osos, hecho no solo imposible para él, sino insoportable. Las restricciones lo enfurecen y él lo demuestra con la eficacia del actor de primera que nunca pudo ser… ¡hasta ahora!

Otoño. Fin de la Expedición 2001. Los osos emigran hacia las guaridas, los zorros se esconden en el bosque. El Gobierno sobrevuela la zona dos veces en dos meses. “Cómo se atreve a desafiarme”, declara Tim. Además, difama sus campañas. Contra el patriotismo de moda, Tim amenaza con volverse ‘disidente’. Y maldice a la Asistencia. Despotrica de aquellos con los que estuvo 13 años. Pero su peor enemigo, para Herzog, es el mundo de los humanos y la civilización. “¡Oh, Timothy, tengo un mal presentimiento para ti!”, se burla, ignorando de paso la carga de las palabras y cómo, por el efecto boomerang, pueden devolverse contra él, no precisamente contra aquellos a quienes con rancia bronca las dirige.

Al citar a David Letterman, hace una declaración política que la Industria Cultural y del Entretenimiento no le perdonan, pero de ello Tim no es consciente. Herzog: “Su furia es casi incandescente, artística”. El actor absorbe al documentalista, subraya. Ya ha visto esa locura en un plató: con Kinski, en Fitzcarraldo. Solo que Tim no es Klaus, no se opone al director o productor: su lucha es contra la ‘sifilización’ (D. Ribeiro). La misma que echó a Thoreau del bosque de Walden o arrojó a Muir a la selva. Aquí, se refiere al naturalista escocés/gringo que fundó el primer grupo conservacionista de la Historia, el Sierra Club, 1892. En 1871 había conocido al filósofo Emerson en Yosemite. Su ‘ocaso’ comenzó en 1903 cuando acompañó al Pte. Th. Roosevelt allí mismo y le habló sobre la mala gestión oficial en el valle y la explotación sin freno de los recursos naturales: de ocurrir hoy, le dirían ‘mamerto, castrochavista, primera/línea’, como si fuera un delito y no más bien una desvirtuación.

Para Tim Asistencia solo quiere arruinar a personas como él. Dejan que los pescadores disparen a los animales, los cazadores furtivos los maten, la gente moleste a los animales con sus ‘putas’ cámaras. Arruinar porque cuida a los animales: protector; y porque da clases a los niños: educador. Tim se siente ‘campeón’: “Los derroté. Les rompí el puto culo. Putos fracasados. Putos don nadie”, vocifera. Su ‘amiga platónica’ Kathleen Parker muestra su foto preferida en la que está de negro, con su pañuelo y su morral: “Es mi vaquero favorito”, dice su amiga por diez años. Lejano en invierno y cercano en verano. Ella le ayudó mucho y fue su confidente. Extraña su bravura, extroversión, corazón. Conserva sus cenizas, que ahora esparcirá en el campo con Palovak, Fulton y Herzog. Antes de partir tras sus amigos osos, Tim le dijo: “Si un día no regreso, [entiende] es mi elección, es el camino que quiero seguir”.

Fulton describe el sitio del último campamento de Tim. Ahí quedarán ahora sus cenizas, no donde el oso lo mató, sino en Bahía Hallo. El lugar que escogió fue justo entre dos zorreras. “finalmente encontró una manera de vivir aquí para siempre”, señala Palovak. Herzog muestra el camino final de Tim y Amie hacia una tragedia marcada por el absurdo. Tim en su diario: “Cómo odio el mundo de los humanos”, luego de reñir con una funcionaria obesa en el aeropuerto de California. Indignado, vuelve al país de los osos. Ya en El Laberinto, el miedo a ellos confunde a Amie. Debía regresar porque tenía un nuevo trabajo y le dijo a Tim que “lo dejaría para siempre”. No sabía que tal expresión fuera a tener que ver con la muerte. Según una postrera entrada del diario, Amie le dijo que “estaba empeñado en destruir todo”. Vuelve Zarathustra: “Yo amo a quienes no saben vivir sino […] para anularse [por destruirse] pues ésos son los que pasan más…” En efecto, toda construcción genera una destrucción, así como por (necesario) contraste, una vida que se apaga implica una nueva luz que se prende.

“UNOS DÍAS ANTES DE SU MUERTE”, en pantalla. Acampar en el país de los osos es peligroso y para que sepan dónde están las carpas, la gente debe hacerlo donde no haya árboles. Campamento y vida más peligrosos “en la historia de la humanidad”. Ha vivido largo tiempo sin armas entre los osos, clave de la historia moderna: sin armas. Sin precedentes. Otro bofetón, fuera de retarlo, al Establishment gringo. Aun así, está sano y salvo, pese a que pueden lastimarlo: “Hasta estoy al borde de la muerte”. Así agradece cada minuto que ha visto a los osos y estado en El Laberinto. Habla delante de su muerte. Y le aclara a todos: “No hay ningún otro lugar en el mundo” tan peligroso/fascinante. Y desafía a todos: “Vengan a acampar acá y morirán”. […] Yo encontré [cómo] sobrevivir. “¿Soy una persona grandiosa? No lo sé”. Más bien cree que todos los humanos lo son, todos tienen algo maravilloso.

Tim se cree diferente: su amor basta para hacer su oficio bien. Su amor es revolucionario como el del que viste ‘camuflaje guerrillero’. Coincide con Erik Barnouw al fijar uno de los subtipos en El documental (Gedisa, 2005): “Documental, guerrillero”. (2) Se remite a los ‘filmes negros’ de Europa oriental, c. 1950, de la Polonia por desestalinizar, dado el ‘deshielo primaveral’ en los países socialistas: omite que tales ‘primaveras’ las aupó todas hasta hoy EEUU. Tim se define nervioso, duro y con un amor úrsido como para sobrevivir. “Nunca abandonaré esto.” Duele sí que lo haya hecho por la muerte y no por el fin inicial: “Ya está. Esta es mi vida”, dice poco antes de que lo azote su propia lengua. Casi al acabar de editar accedió Herzog al último video de Tim; quizás ahí grabó al asesino: un macho que años atrás Asistencia anestesió. Un diente fijó su edad, al atacar a Tim/Amie, en 28 años: muchos, para el oso codificado por un tatuaje en el labio inferior: el 141. Nada más se sabe sobre él.

¿Será el mismo oso que ahora entre el juego y la desesperación, se zambulle profundo en pos de los últimos huesos de salmón al fondo del lago? Su extraña tenacidad para filmar al oso parece proyectar su propio fin y el de Amie; parece señalar la ídem de Herzog por intentar descubrir, a su vez, el misterio de sus muertes. Y se dice esto porque Amie voltea a mirar y se agacha a fin de que el visor pueda tomar mejor al potencial oso homicida. La pregunta de Herzog, que involucra a Amie, inquieta por el terror que entraña de suyo: “¿Treadwell esperó al último video para filmarla?” La idea final que persigue a Herzog es que en todas las caras de todos los osos que Tim filmó no ve “ningún rastro de parentesco, ni entendimiento, ni piedad”. Solo la abrumadora indiferencia de la Naturaleza. Y en un close up de los ojos del oso, anota que para él “no existe el mundo secreto de los osos”. Su mirada en blanco muestra apenas su interés por la comida. Lo penoso, en este caso, es que la comida haya sido humana.

Horas antes de morir, el 5.oct.2003, Tim aparece con otro camuflado, no se sabe si guerrillero o milico: más de cuatro meses en la selva. Perdió casi diez kilos y de su ropa solo quedaron andrajos. Dio lo mejor de sí: “Sangré por ellos. Vivo por ellos. Muero por ellos”. Por último, reconoce que es un trabajo duro, pero es lo único que…: “Eso es lo único que sé, lo único que quiero hacer”. Herzog señala que Tim parece dudar sobre si sale o no del último cuadro de su filme. Tim ya no está en el plano con que Herzog termina el docu de aquél que ahora parece suyo: “La discusión sobre si hacía lo correcto o no, desaparece en la distancia, en la niebla. Lo que sobrevive es su video”. Lo único que sobrevive a la muerte (no solo) de Tim es el arte. Y mientras los osos cruzan la pantalla con gracia y ferocidad, Herzog observa: “No se trata de mirar la vida salvaje, sino de mirarnos a nosotros mismos, a nuestra naturaleza. Y eso, desde mi punto de vista, más allá de su misión, le da sentido a su vida y a su muerte”.

Conclusiones

Al margen de posibles desatinos/errores o exabruptos que Tim haya podido cometer, ¿quién no estaría de acuerdo con que es más difícil ponerse en su contra que a su favor, por la entrega total a una causa humana/animal o al revés, aun sin recibir honorarios por ello, para ante el odio a lo humano dejar de serlo y unirse al mundo de los osos? ¿Quién podría tildarlo de inauténtico o de impostor? ¿Quién sería capaz de abandonar la comodidad citadina para asumir la inseguridad selvática? Por otro lado, esa inconsciencia permanente de la muerte lleva a Tim a la constante conciencia de la vida, a estar más cerca de ella. Todo, gracias a haber dejado alcohol y drogas y haber enmendado su existencia hacia el amor por osos/zorros y unas cuantas mujeres que fueron capaces de quererlo/soportarlo, ser sus cómplices en una aventura que requiere muchos cojones y una entrega absoluta y no disponibilidad por raticos.

Con la historia de Tim Treadwell, queda claro que un hombre jamás será lo que los demás quieren o esperan de él, sino lo que él decida ser o lo que esto más las circunstancias determinen; que un hombre no es bueno ni malo, sino bueno-y-malo a la vez o, simple, alguien que actúa según las conveniencias. Por ello, cabe citar aquí al ruso Mijaíl Lermontov, autor de Un héroe de nuestro tiempo, tal cual sería sin duda Tim Treadwell: “Es posible que mañana muera y en la tierra no quedará nadie que me haya comprendido por completo. Unos me considerarán mejor y otros peor de lo que soy. Algunos dirán que era una buena persona; otros, que era un canalla. Pero las dos opiniones serán igualmente equivocadas”.

Fulton sobrevuela la zona úrsida: al fondo Coyotes, dura crítica de Don Edwards al ‘progreso’ (3): “Ahora que los ganaderos se han ido / Y los Comanches se han ido / Y los forajidos se han ido…” Fulton pone de su lado y recuerda al amigo: “Y Treadwell se ha ido”. Y sigue el tema y con él, la vida. Aunque Tim se haya ido: lástima, eso sí, porque así nadie lo haya comprendido por completo y unos lo consideren mejor y otros peor de lo que fue, en todo caso, ha caído un héroe. Un héroe de nuestro ‘puto/maltrecho’ tiempo, como seguro diría Tim mismo, así no fuera consciente de su propia grandeza. Y debiera esperar a Herzog, para realizar un documental al alimón que les hiciera justicia. Como aquél le hace justicia a Tim, al lograr describir hasta la coda, con una intensidad sin límites, la historia de un hombre (muerto) en peligro hasta el final, así se trate de un final por todos conocido de antemano.

A Santiago, quien poco a poco encuentra los taludes de rosas bajo mis cipreses.

A Alejito en su cumpleaños de 2021, 6 de julio, el mismo día que terminé este ensayo.

A Marthica y Rossy, dos de las mejores mujeres que he tratado y que le dan sentido a mi vida.

Notas:

(1) NIETZSCHE, Friedrich. Así habló Zarathustra. Planeta-Agostini, Barcelona, 1992, 358 pp.: 30.

(2) BARNOUW, Erik. El documental. Gedisa, Barcelona, 2005, 358 pp.: 231 a 259.

(3) https://www.youtube.com/watch?v=O3HTvsfWlYk

* (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, 2012, y columnista, 23/mar/2018. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Editores, 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y biopolítica, en coautoría con Luís E. Soares, fue publicado por UFES, Vitória (Edufes, 2020). El libro El estatuto (contra)colonial de la Humanidad, producto del III Congreso Int. Literatura y Revolución fue lanzado por UFES, el 20/feb/2021. Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en el portal Rebelión. E-mail: lucasmusar@yahoo.com

Por Luis Carlos Muñoz Sarmiento*

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