Socio y editor de Frailejón Editores, Miguel Hernández Bonilla se dedica desde hace más de ocho años, “a hacer libros buenos y bellos”. Junto a Iván Hernández, su otro aliado y adalid de la literatura, celebraron una especie de pacto que intentan cumplir al pie de la letra: “Editar libros que generen en el lector placer, deseo, que despierten los sentidos, con un diseño exterior muy atractivo en el que utilizamos telas, cueros y papeles especiales. Los encuadernamos a mano uno a uno en talleres artesanales y realizamos una curaduría editorial y literaria rigurosa”, dice Miguel.
A la Feria Internacional del Libro de Guadalajara llegaron gracias a un incentivo que les otorgó el Ministerio de Cultura. En ese mar de libros, que era la capital de Jalisco, los de Frailejón Editores fueron puestos por las manos blancas como hojas de papel de Miguel Hernández en el stand de Colombia. Pequeños y delicados como objetos de colección, no pasaban desapercibidos, como tampoco lo hicieron los otros expositores colombianos.
Este año, Colombia le apostó a propuestas novedosas: libros objeto, libros hechos a mano, libros con voces de campesinos, libros de seis metros de largo enrollados como un papiro antiguo, libros borrables para niños.
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Sobre el corredor J de la Expo Guadalajara los libros objeto de la editorial Veinte por Dos se robaron la mirada de los visitantes. Por fuera se veían como simples cuadros de diez centímetros de largo por diez de ancho, pero cuando se abrían se transformaban en concertinas de papel que lograban alcanzar un tamaño de casi ochenta centímetros, dentro de las cuales podía estar escondido un poema, una reflexión o un dibujo artístico.
Santiago Villegas, es un joven antioqueño que emprendió este proyecto después de la pandemia. La idea nació de una pregunta que se les hizo a muralistas, grafiteros, tatuadores; artistas de collage, de la ilustración análoga y de la ilustración digital: ¿Cómo les cambió a ellos la vida el COVID? El resultado fueron veinte ejercicios de catarsis de carácter artístico.
“Son colecciones numeradas, doscientas dos copias de cada una, que no se reeditan ni se reimprimen, los dueños de estos libros van a tener una pieza única. Este es un proyecto con el que intentamos romper un poquito con la cotidianidad de la industria editorial tan tradicional”, dice Santiago.
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Los libros de Secretos para contar cambiaron de escenario por algunos días. Dejaron las veredas verdes y tranquilas de Antioquia por un stand blanco y ruidoso de la FIL de Guadalajara. Esta fundación, que nació en 2004 con la idea de publicar tres libros de entretenimiento y cultura para la gente del campo, ya tiene veintisiete colecciones.
Daniel Álvarez, licenciado en Español y Literatura, es un escritor que les escribe a los campesinos. Lleva dieciocho años en Secretos para contar, y ya perdió el número de páginas que ha redactado. Un equipo de noventa personas trabaja a su lado. En literatura publican desde poemas de Barba Jacob hasta fragmentos de El principito o Cien años de soledad. Han escrito versiones de leyendas propias como el Mohán, la Madre Monte, María Centeno, y de tradiciones universales como La Mantícora. Editan libros prácticos para que los campesinos aprendan a preparar desde una infusión para la gripa hasta un plato típico de la zona de otro país. Y se precian de tomar voces de la comunidad. Hace un tiempo, enviaron volantes a la gente con una leyenda: Regálanos chistes, adivinanzas, trabalenguas, tradiciones orales vivas. “Recogimos cinco mil registros de ellos y los publicamos en Más claro no canta un gallo, un libro que podríamos decir, fue escrito por los campesinos de Antioquia”, cuenta Daniel.
Probablemente los libros de Secretos para contar son los más leídos no sólo de Antioquia sino de Colombia, pues llegan a más de 4.200 veredas del departamento, tienen un tiraje de 215 mil ejemplares y se han entregado más de ocho millones de copias. “Los empresarios que nos apoyan se ponen una mano en el corazón y otra en el bolsillo. Son libros muy bien jalados. Cuando salen impresos hacemos presentaciones en las veredas, realizamos por lo menos tres lanzamientos al día, leemos en voz alta y en coro fragmentos para que se vayan motivados a las casas y los lean. Esa es la gracia”, cuenta Daniel.
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En algunas veredas los reciben con fiestas, o con un acto cívico, o por lo menos, las mujeres y los niños se disfrazan, y hay baile y trovas. Han viajado durante dos días por caminos sinuosos para entrar a las selvas cristalinas de Urrao y ha sido bello encontrarse con escenas de campesinos que después de recibir los libros, se los ponen en la cabeza a manera de sombrero, y se van haciendo equilibrios bajo el sol ardiente como coronados con sus libros. “Yo me sueño con sacar escritores campesinos”, dice Daniel y una sonrisa infantil se instala en su cara, como si ese sueño que tiene, se acabara de cumplir.
La FIL de la capital de Jalisco recibió este año en sus 43 mil metros cuadrados de área a 857 mil 315 personas, 700 autores de 52 países y 17.400 profesionales de la industria del libro, demostrando que es el principal escenario cultural de Hispanoamérica, y sobre todo, que Guadalajara es la ciudad de los libros abiertos.