Es la hora de la siesta. Parece que nada sucede afuera, que nada sucederá nunca, que este pueblo ha sido olvidado. Lo más extraordinario está puertas adentro. ¿Qué haríamos si el resto del mundo durmiera o estuviera encerrado, como por mandato divino? Haríamos lo que no queremos que nadie vea, diríamos que fue un sueño. Así nacen las mejores historias, “de esos hechos tan extraños que solo podrían ocurrir en este lugar del mundo”, como se presenta el libro Que sea lo que Dios quiera (La Jaula Publicaciones), escrito e ilustrado por el artista colombiano David Cleves Guarnizo.
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La reciente publicación de esta historia fue apoyada por la “Beca para la publicación de libro ilustrado”, del Ministerio de Cultura, y relata los días en que todo cambió para el viudo Martínez a la hora de la siesta en Ambalema, Tolima. El libro comienza con un poema de Mario Benedetti que se convierte en una hoja de ruta para intuir que la casa también es el cuerpo, que le (nos) habitan objetos que son más bien recuerdos, huellas de quien fuimos, de lo que amamos: “No cabe duda. Esta es mi casa/ aquí sucedo, aquí/ me engaño inmensamente./ Esta es mi casa detenida en el tiempo”.
La casa es el mundo y fuera de él sentimos que están quienes nos condenan. ¿Acaso pueden si cerramos la puerta? Las ilustraciones que Cleves trabajó nos muestran mejor que una radiografía qué es lo que llevamos adentro. No es solo un corazón, unos órganos, también la semilla -o un sentimiento- que ha echado raíces. Está el verdor que se toma nuestras entrañas, o nuestra casa.
En la casona de pueblo donde suceden estos hechos vemos el detalle de las baldosas, la papaya partida a la mitad y los retablos del Sagrado Corazón de Jesús: símbolo de amor divino, de pasión. La entrega debe ser total. Se ama hasta que duela, hasta que veamos la llama. El anturio que habita la casa nos recuerda a ese corazón vivo. ¿Qué crecerá de nuestras heridas?
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El viudo nota las grietas de su casa, esas que tal vez siempre han estado allí, pero que solo se notan cuando se mira mucho el vacío, cuando solo nos queda entregarnos a esa gotera y, al fin, llorar.
El relato de Cleves habla de aquello que a la gente le gusta creer porque hace falta creer en la rutina, en que cabe algo de fantasía en ese amodorramiento de mediodía: como el jardinero muerto que acicalaba la ceiba a cambio de puros y aguardiente, como el reencuentro con los que ya no están. Será, quizá, preferible dormirse, dejarse llevar, decir que se haga su voluntad. Cualquiera que esta sea.