Pero la quimera también es sueño, de los sueños que sueñan para olvidar. Y sé muy bien que no estarás ni aquí dentro de la cárcel donde te retengo, ni allí afuera en ese río de calles y puentes. Estas palabras no son mías siquiera, alguna vez las dijo Cortázar. Las digo, las repito, las interiorizo, tal vez, sólo tal vez, porque no tengo voz.
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No tengo voz. No tengo voz. Es la perfecta antítesis de la existencia y aún así tengo las agallas de decirlo en voz alta. Fue una voz la que creó el mundo cuando le ordenó a la luz nacer de la Nada. Fueron los profetas quienes, como “frágiles niños”, tal como los describió Kafka, oyeron cómo los llamaba la voz e hicieron que el mundo se moviera. Los reprimidos y excluidos fueron los que desaparecieron cuando fueron negados de todos sus valores, pero al volver, reaparecen como una voz que se alza por encima del frívolo ruido. La voz es algo que regresa del otro mundo, de un Hades.
Ahí es donde la voz se torna en una segunda antítesis. Regresa del Hades porque es la única capaz de vencerlo. O al menos eso dice otro poeta, Calímaco, que se atrevió a afirmar que una, dos e infinitas conversaciones son el despertar de la felicidad.
Alguien me contó, Heráclito, tu
muerte y en mí provocó
el llanto y recordé cuántas veces
los dos
en conversación hicimos
ponerse el sol.
Tus ruiseñores, en cambio,
siguen vivos y a ellos
Hades que todo lo arrebata no
les pondrá la mano encima.
Entonces, las amistades y los verdaderos amores eternos se cimientan en largas conversaciones. Los amores que duran más que el canto de un ruiseñor están hechos de voces que se entrelazan en una danza cadenciosa; se tejen en hilos, en hélices, en la incertidumbre de lo aún no hollado. Las amistades y los verdaderos amores eternos se cimientan en largas conversaciones, en esas que penetran en aquel nivel profundo donde sólo llega la conciencia.
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Eso quiere decir que, definitivamente, no estarás ni aquí dentro de la cárcel donde te retengo, ni allí afuera en ese río de calles y puentes. Es difícil expresar lo que me lleva a robar versos, es tan difícil como explicar el amor que va hacia ti, como la pluma que vuela al borde de la noche. Por ahora la llamaré Musa, la memoria impalpable que sólo se manifestaba a través de la voz del poeta. Quizás así al fin sea como los poetas, los héroes de la lengua; los profetas de sentimientos, tragedias y portentos; los adivinos y los semidioses; los creadores de mitos y épicas.
Tal vez de esa forma mi mente, mis emociones y mi mundo también se trastoquen, y el aletazo de la Musa me lleve ante ti. Así al fin podría escuchar tu voz como se escucha a la voz de la razón, a la voz de la conciencia, a la voz del más allá; y nuestras voces se entretejerían, danzarían, se volverían adivinas y semidiosas; e iríamos hasta el Hades y volveríamos. Así, nos adentraríamos a lo distinto y desconocido, tal como eres tú.