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                                                                                                                              Hegel y el Paro nacional

                                                                                                                              La dialéctica del amo y del esclavo cobra vigencia en la coyuntura colombiana. Desde este punto de vista, es el pueblo excluido y subalterno quien puede tomar autoconciencia y transformar, por medio de la protesta y sus planes de futuro, las relaciones de dominación.

                                                                                                                              Damián Pachón Soto

                                                                                                                              La gente debe hacerse consciente de que la legitimidad y la autoridad del poder es derivada, de que todos los poderes son derivados. En este sentido, el pueblo soberano se hace cargo de la totalidad social y de su propio destino.
                                                                                                                              Foto: Gustavo Torrijos Zuluaga

                                                                                                                              En la fenomenología del espíritu de 1807, el filósofo alemán G. W. F. Hegel planteó la famosa dialéctica de la “independencia y la sujeción de la autoconciencia; señorío y servidumbre”, más conocida como la dialéctica del amo y del esclavo. En una comprensión un tanto escolar de la dialéctica, la tesis sería el señorío, el poder que gobierna, el poder hegemónico. La antítesis sería el esclavo o el siervo sometido a la servidumbre. Y la síntesis estaría encarnada en la nueva realidad, donde el señor se percata de su dependencia del siervo y el siervo de que su ser es reafirmado por el señor. Esto es así porque el señor, el amo, no puede reproducir su vida sin el trabajo de su esclavo, así le cueste reconocer que su vida misma depende del trabajo de un ser al que considera inferior, es decir, casi como un no-ser; y el siervo no tiene nada que perder si deja de mantener a otro. Su máximo premio es la anhelada libertad.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Esta misma dialéctica la percibió Humboldlt, en su exploración en la Nueva Granada, cuando describió el periplo del dominador español desde la Costa hacia el interior del país, donde el indio trae sobre su lomo al señor. Cuando todos los acompañantes mueren, el indio se percata (autoconciencia) de que la vida de su amo depende de su trabajo, de su pericia, del conocimiento del terreno, tal como lo muestra el profesor Fabián Acosta en su libro El universo de la política. Pues bien, en el pensamiento de Marx, esto equivale a la autoconciencia del proletariado sobre la manera como su trabajo es la condición de posibilidad de la sobrevivencia y la reproducción del sistema burgués, capitalista. De tal manera que si los obreros se revelan y hacen la revolución acaban, no solamente, con su situación miserable, sino con los privilegios del capitalista o los dueños de los medios de producción. El proletario no tiene nada que perder con su acto revolucionario y subversivo, mientras que el burgués lo pierde todo, hasta sus cómodas condiciones materiales de vida. El resultado es la producción de lo nuevo en la praxis histórica; es hacer su historia. Es un acto autopoiético. Por eso, la lucha a muerte, en el lenguaje de Hegel, que se plantea en esta relación dialéctica, puede resolverse en una “superación”, el común-ismo. En este la relación misma, el correlato de dominación y sujeción sufre una metamorfosis, que no es otra cosa que un ir más allá de las formas establecidas y hegemónicas. Del dominio de unos sobre otros se pasa a la síntesis, es decir, a una nueva forma de vida donde los individuos tienen un control racional de la manera como reproducen su propia existencia.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Le sugerimos: Un monto de esperanza

                                                                                                                              Si Theodor Adorno trazó en su libro Consignas una línea entre el antagonismo kantiano, la dialéctica del amo y del esclavo hegeliana, y si este mismo antagonismo puede aplicarse a la lucha entre los gobernantes (burguesía, dueños de los medios de producción, comunicación, y monopolios políticos y económicos actuales) y el proletariado, es claro, para mí, que esa misma contradicción se puede establecer entre el poder económico y político de las oligarquías colombianas (donde la política es un club familiar, como dice Julio Sánchez Cristo) y los miles de sectores sociales desprotegidos y subalternizados que marchan en Colombia en estos momentos. O sea, que la dialéctica del amo y del esclavo cobra vigencia en la coyuntura colombiana retraducida como la oposición entre el poder oligárquico, la república señorial, y el pueblo masificado y miserable y pobre. Desde este punto de vista, es ese pueblo excluido y subalterno, los mismos que marchan en las calles, quien puede tomar autoconciencia y transformar por medio de la protesta y sus planes de futuro esas relaciones de dominación. De esta manera podría pensarse, por ejemplo, en una constitución que, manteniendo el espíritu de la de 1991, preserve su filosofía política del Estado social de derecho y le apueste a una reingeniería constitucional, donde el fiscal no sea ternado por el presidente, la procuraduría no sea elegida por el senado, el defensor del pueblo por la cámara de representantes; y que, más bien, actualice su dignidad humana con una educación, unas condiciones materiales de existencia, una salud, una seguridad social, dignas de un nuevo sistema político.

                                                                                                                              Desde el punto de vista de Hegel, “superado” y materializado por la praxis de Marx, que sustituye su dialéctica especulativa, el pueblo colombiano, como siervo, debe comenzar un camino y un proyecto de eliminación de su servidumbre, dando origen a un sistema político que garantice un goce real y efectivo de los derechos fundamentales, económicos sociales y colectivos, en su totalidad.

                                                                                                                              La gente debe hacerse consciente de que la legitimidad y la autoridad del poder es derivada, de que todos los poderes son derivados, sirvientes suyos, y no zánganos que viven a sus costillas, su muerte y su trabajo. En este sentido, el pueblo soberano se hace cargo de la totalidad social y de su propio destino. El objetivo es compatibilizar la justicia social, la libertad y las potencialidades de la pluridimensionalidad humana. Si no ocurre esto, seguiremos como estamos: una democracia de papel que simula modernidad en medio de un pueblo siervo y sometido.

                                                                                                                              La gente debe hacerse consciente de que la legitimidad y la autoridad del poder es derivada, de que todos los poderes son derivados. En este sentido, el pueblo soberano se hace cargo de la totalidad social y de su propio destino.
                                                                                                                              Foto: Gustavo Torrijos Zuluaga

                                                                                                                              En la fenomenología del espíritu de 1807, el filósofo alemán G. W. F. Hegel planteó la famosa dialéctica de la “independencia y la sujeción de la autoconciencia; señorío y servidumbre”, más conocida como la dialéctica del amo y del esclavo. En una comprensión un tanto escolar de la dialéctica, la tesis sería el señorío, el poder que gobierna, el poder hegemónico. La antítesis sería el esclavo o el siervo sometido a la servidumbre. Y la síntesis estaría encarnada en la nueva realidad, donde el señor se percata de su dependencia del siervo y el siervo de que su ser es reafirmado por el señor. Esto es así porque el señor, el amo, no puede reproducir su vida sin el trabajo de su esclavo, así le cueste reconocer que su vida misma depende del trabajo de un ser al que considera inferior, es decir, casi como un no-ser; y el siervo no tiene nada que perder si deja de mantener a otro. Su máximo premio es la anhelada libertad.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Cuando esto ocurre, el señor llega a aparecer como lo “inesencial” y el siervo como lo esencial. Esa toma de conciencia del siervo, o lo que Marx llama la autoconciencia, es lo que le permite darse cuenta de la sujeción y, por lo tanto, iniciar mediante la praxis colectiva su camino para liberarse de su opresor.

                                                                                                                              Esta misma dialéctica la percibió Humboldlt, en su exploración en la Nueva Granada, cuando describió el periplo del dominador español desde la Costa hacia el interior del país, donde el indio trae sobre su lomo al señor. Cuando todos los acompañantes mueren, el indio se percata (autoconciencia) de que la vida de su amo depende de su trabajo, de su pericia, del conocimiento del terreno, tal como lo muestra el profesor Fabián Acosta en su libro El universo de la política. Pues bien, en el pensamiento de Marx, esto equivale a la autoconciencia del proletariado sobre la manera como su trabajo es la condición de posibilidad de la sobrevivencia y la reproducción del sistema burgués, capitalista. De tal manera que si los obreros se revelan y hacen la revolución acaban, no solamente, con su situación miserable, sino con los privilegios del capitalista o los dueños de los medios de producción. El proletario no tiene nada que perder con su acto revolucionario y subversivo, mientras que el burgués lo pierde todo, hasta sus cómodas condiciones materiales de vida. El resultado es la producción de lo nuevo en la praxis histórica; es hacer su historia. Es un acto autopoiético. Por eso, la lucha a muerte, en el lenguaje de Hegel, que se plantea en esta relación dialéctica, puede resolverse en una “superación”, el común-ismo. En este la relación misma, el correlato de dominación y sujeción sufre una metamorfosis, que no es otra cosa que un ir más allá de las formas establecidas y hegemónicas. Del dominio de unos sobre otros se pasa a la síntesis, es decir, a una nueva forma de vida donde los individuos tienen un control racional de la manera como reproducen su propia existencia.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Le sugerimos: Un monto de esperanza

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                                                                                                                              Desde el punto de vista de Hegel, “superado” y materializado por la praxis de Marx, que sustituye su dialéctica especulativa, el pueblo colombiano, como siervo, debe comenzar un camino y un proyecto de eliminación de su servidumbre, dando origen a un sistema político que garantice un goce real y efectivo de los derechos fundamentales, económicos sociales y colectivos, en su totalidad.

                                                                                                                              La gente debe hacerse consciente de que la legitimidad y la autoridad del poder es derivada, de que todos los poderes son derivados, sirvientes suyos, y no zánganos que viven a sus costillas, su muerte y su trabajo. En este sentido, el pueblo soberano se hace cargo de la totalidad social y de su propio destino. El objetivo es compatibilizar la justicia social, la libertad y las potencialidades de la pluridimensionalidad humana. Si no ocurre esto, seguiremos como estamos: una democracia de papel que simula modernidad en medio de un pueblo siervo y sometido.

                                                                                                                              Por Damián Pachón Soto

                                                                                                                              Ver todas las noticias
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