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Historia de la literatura: “La vuelta de tuerca”

“La manera en que un hombre rinde su más alto homenaje a una mujer a menudo consiste en hacerla consagrarse de un modo casi religioso a las sagradas leyes de su comodidad”, decía Henry James.

Mónica Acebedo
04 de junio de 2022 - 01:15 a. m.
El escritor  Henry James, nacido en Estados Unidos en 1843, es considerado una figura transicional entre el realismo y el modernismo literario. / John Singer Sargent
El escritor Henry James, nacido en Estados Unidos en 1843, es considerado una figura transicional entre el realismo y el modernismo literario. / John Singer Sargent

Henry James fue un escritor prolífico y polifacético que incursionó en el relato corto, novelas, ensayos de diversos temas, teatro y crítica literaria. Nació en Nueva York el 15 de abril de 1843. Hijo de Mary Walsh (1810-1882) y Henry James Sr. (1811-1882), un devoto estudioso de filosofía, teología y espiritismo, que se codeó con varios poetas e intelectuales norteamericanos de la época. Henry recibió una educación de alta calidad tanto en América como en Europa. En febrero de 1864 empezó a publicar anónimamente relatos cortos en una revista mensual. En 1875 se estableció en Inglaterra y luego se nacionalizó en dicho país. Murió en Londres el 28 de febrero de 1916.

Fue uno de los mejores representantes de las tendencias modernas en la novela psicológica, del manejo de las voces narrativas con perspectiva o punto de vista, de la construcción narratológica del monólogo interior y también expuso en sus ejes argumentales la situación de los estadounidenses expatriados en Inglaterra, sobre todo en una de sus novelas más memorables: Retrato de una dama (1881). Cuidadoso y detallista con sus personajes, que es donde enfoca la profundidad de su narrativa y no en la trama o en la acción.

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The Turn of the Screw, traducido al español como La vuelta de tuerca, apareció por primera vez en Collier’s Weekly, en doce entregas, entre enero y abril de 1898. Se trata de una novela corta que sirve para establecer un paradigma en la narrativa de terror que, además, permite una lectura ambivalente: la existencia real de fantasmas en el relato o el manejo psicológico de uno de los personajes. Es decir, el lector puede ubicarse dentro de la historia o simplemente observar la perspectiva de su protagonista que alucina y que, por culpa de ciertas represiones sexuales, ve espectros que en realidad no existen.

El relato se sitúa en una Nochebuena en la que los invitados deciden narrar historias de terror. Douglas, uno de los asistentes a la velada, cuenta que recibió un manuscrito de una institutriz, conocida suya, que murió hace un tiempo. El manuscrito está narrado en primera persona por parte la institutriz. Ella tenía la labor de cuidar a dos pequeños huérfanos, que habían quedado a cargo de un tío que vivía en Londres, pero había dejado en una aislada mansión victoriana en el campo inglés a sus sobrinos: Miles, un niño de diez años que había sido expulsado del colegio por contar historias de terror a sus compañeros; y Flora, su hermana de ocho años. El tío le había advertido a la nueva institutriz que debía hacerse cargo completamente de los niños y no ser contactado. El ama de llaves de la casa, la señora Grose, le había contado que los pequeños estaban obsesionados por lo ocurrido con la institutriz anterior, la señorita Jessel, y Peter Quint, uno de los criados del tío de los niños. La institutriz empieza a ver diversas apariciones y se convence de que los niños también perciben a los fantasmas de la antigua pareja y, aun más, cree que mantienen conversaciones con ellos, pero no lo admiten.

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La voz narrativa se convierte en uno de los elementos esenciales para entender el alcance de la novela; el prólogo inicia con un narrador anónimo que da cuenta del grupo que va a relatar historias de terror y que, al mismo tiempo, juzga y analiza la situación: “La historia nos había mantenido sin aliento alrededor del fuego, pero fuera de la observación de que era horripilante, como debe de serlo un cuento contado en una vieja casona la víspera de Navidad, no recuerdo que se hiciera ningún comentario, hasta que alguien lo señaló como el único caso conocido en el que semejante visita la hubiera padecido un niño”. Por su parte, Douglas cuenta e interpreta la historia de la institutriz: “Era una persona encantadora, pero diez años mayor que yo. Era la institutriz de mi hermana —dijo con suavidad—. Se trataba de la mujer más agradable de su condición que jamás haya conocido; hubiera sido digna de cualquier hombre”. Luego, la institutriz narra en el manuscrito, desde su propia retrospectiva, todo lo que le ocurrió en aquella casa, pero lo hace en un tono tan íntimo y personal, que hace que el lector tenga dudas sobre la veracidad de los hechos y la mente de la mujer: “El motivo por el cual allí y entonces lo incorporé a mi corazón era una cualidad celestial, que nunca había encontrado en el mismo grado en ningún niño: su indescriptible airecito de no conocer en el mundo otra cosa que el amor”.

En suma, camuflada en un relato de terror o novela gótica, la narración presenta una trama profundamente psicológica, pero al mismo tiempo satírica, a partir de una estructura narrativa moderna y original. Deja ver temas como el tabú del sexo, la inocencia de los niños, la soltería, el matrimonio, la orfandad, el abandono, la sociedad, las costumbres victorianas y la hipocresía que se esconde en el uso del lenguaje. El autor se vale de diversas herramientas para expresar las ideas centrales del texto, como la de relativizar la visualización de los acontecimientos o el silencio y la oscuridad como presupuesto de lo sobrenatural.

Por Mónica Acebedo

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