El Magazín Cultural

J. M. Coetzee, un escritor de película que no pisa la alfombra roja

El filme “Esperando a los bárbaros”, basado en la novela y el guion del Premio Nobel de Literatura 2003, abrió el Festival de Cine de Cartagena. Una razón más para acercarnos a la obra del escritor sudafricano.

Nelson Fredy Padilla / @NelsonFredyPadi / npadilla@elespectador.com
15 de marzo de 2020 - 02:00 a. m.
El Nobel Jhon Maxwell Coetzee, derecha, junto al director de cine colombiano Ciro Guerra durante la presentación de “Esperando a los bárbaros”, en el Festival de Cine de Morelia, en México, el año pasado. / AP
El Nobel Jhon Maxwell Coetzee, derecha, junto al director de cine colombiano Ciro Guerra durante la presentación de “Esperando a los bárbaros”, en el Festival de Cine de Morelia, en México, el año pasado. / AP

Antes de que veamos la película Esperando a los bárbaros, dirigida por el colombiano Ciro Guerra, deberíamos leer la novela con el mismo nombre escrita hace 40 años por el sudafricano Jhon Maxwel Coezee. Inspirada en el régimen del apartheid que vivió su país, se trata de una ficción que puede ocurrir en cualquier parte del planeta, en los límites de una colonia con un desierto, donde el autor confronta la condición humana desde la adicción al poder de quienes someten a una nación bajo un imperio hasta los supuestos bárbaros, decididos a acabar con ese régimen.

La construye desde la voz de un viejo magistrado al servicio de los dominantes, pero que se transforma en la medida que conoce a los marginados. Desde la ambigüedad que caracteriza y potencia la obra de quien fuera elegido Premio Nobel de Literatura en 2003. En el sentido argumental, antigeográfico y colonial, Esperando a los bárbaros se emparenta con En medio de ninguna parte, otra revisión suya del colonialismo desde una vivienda perdida en el tiempo y unos habitantes en confrontación con su realidad y sus sentimientos. (Recomendamos: Coetzee y la autobiografía).

Así el magistrado termine enamorado, arrepentido, aquí la significación es más intensa hacia fuera. El lector hace su propia delimitación de las fronteras, más actuales que nunca; la intolerancia, la migración, la xenofobia y la exclusión; la psicología, la insensatez y la brutalidad que alimentan las guerras, así como la subversión. Factores de un relato de tensión permanente que escala hasta la paranoia.

Quien participa del juego se queda pensando hasta dónde llegará la degradación de los valores humanos y sociales, con la moral como otro tema de fondo, por cuenta de la ambición por dominarse unos a otros al precio que sea.

Hay muchos episodios que parecieran tomados de conflictos armados como el colombiano. Prisioneros atravesados por alambres de púas y expuestos como trofeos de guerra es un caso. Y la representación de los bárbaros va de extremo a extremo, no se sabe cuál actor lo encarna y es peor: el que empuña armas en defensa del imperio o el que lo ataca.

Hasta que a través del personaje principal y de una esclava empezamos a visualizar y configurar a las víctimas, a ponernos en sus zapatos, a comprender niveles de injusticia, verdad y mentira. Y por ese camino, intrigados por el hilo conductor del odio y del amor, viajamos a los umbrales del dolor físico y espiritual. No hastía, no agrede, el estilo de Coetzee sugiere más de lo que describe. Por eso esta historia inspiró una ópera del compositor Philip Glass. (Crónica de Coetzee de paseo por Bogotá, por Roberto Burgos Cantor).

La buena literatura perdura. En su ensayo Contra la censura, Coetzee reveló que R. J. Lichton, entonces censor del apartheid en Sudáfrica, anotó en su reporte de lectura: “Aun cuando el libro tiene un considerable mérito literario, carece de interés popular. El público probable estará limitado a la intelligentsia y a la minoría discriminante. No hay ninguna razón convincente para declarar que este libro es indeseable”.

Como aprendió de su maestro Kafka, la alegoría lleva la novela a trascender con la puesta en escena de cada lector. En El trazo de las sombras, el ensayo sobre Coetzee del escritor mexicano Juan Villoro, revisa la capacidad creativa y cita: “Una escena de Esperando a los bárbaros condensa la imaginación de Coetzee. En un apartado cuartel, el magistrado debe impedir el avance de tribus nómadas. Durante décadas, los bárbaros son sombras movedizas que se acercan a la guarnición en calidad de limosneros o sirvientas. Envejecido, apático, el magistrado administra el lugar con decisiones parecidas al letargo. Con sensualismo senil, dedica sus últimas fuerzas a copular con criadas y lavanderas. Por un azar del hedonismo, adopta a una mujer de pies destrozados a la que baña y da masajes, y a la que, involuntariamente, empieza a amar. En 1950, las leyes sudafricanas tipificaron como delito la cópula entre gente de distintas razas. Ese delirio jurídico brinda el telón de fondo”.

Esa sugestión impactó al director Ciro Guerra cuando la leyó. Y fue el Nobel Coetzee, autor del guion, quien le sugirió al productor Michael Fitzgerald que el colombiano la dirigiera. ¿ Por qué? El autor sudafricano, que optó por vivir lejos de su país y se radicó hace años en Australia, nos contó hace siete años que ha leído bastante sobre Colombia, García Márquez y Álvaro Mutis incluidos. Luego se acercó a las universidades colombianas y a la filmografía de Guerra. Le gustó su insistencia en la memoria colectiva y la historia de la violencia. Supo que la mirada educada de un narrador de un país como el nuestro resultaba ideal.

Coetzee y Guerra presentaron su película el año pasado en el Festival de Morelia, en México. “Al venir del otro lado de la historia, al ser un colombiano que tuvo que crecer en los años 80 viendo lo que pasaba en mi país, teniendo que sufrir las consecuencias, de alguna manera sabía lo que era ser un bárbaro y sentía que la historia tenía que ser contada desde ese otro lado, porque adquiría un matiz que no sería el mismo si lo contaba un británico o un estadounidense”, dijo Guerra. Entre los dos hubo, según él, “una conexión muy profunda a través de nuestra manera de ver el mundo”.

“Lo que busco es ese misterio que me conmueve, y hacer una película es el proceso de encontrar por qué me conmueve, y en ese proceso siento que descubro cosas de mí, descubro cosas del mundo y es un proceso que me enriquece espiritualmente”. Las palabras de Guerra son, justamente, lo que uno experimenta al leer a Coetzee.

En la foto que ilustra este artículo se puede ver al Coetzee tímido que conocimos por primera vez en Colombia, en la Universidad Central de Bogotá; corto de palabras, austero en el vestir y en el ser, casi asocial, aunque afectuoso. En Morelia le huyó a las cámaras y a las entrevistas, y se negó a caminar por la alfombra roja. Reflejo coherente de su obra y su pensamiento.

Aparte de ver la película, con actores como los consagrados Mark Rylance y Johnny Depp, esta es una oportunidad única para acercarnos a la valiosa obra del autor de Esperando a los bárbaros, donde el narrador cuenta para que nos cuestionemos: “Decidí que cuando la civilización supusiera la corrupción de las virtudes bárbaras y la creación de un pueblo dependiente, estaría en contra de la civilización”.

Por Nelson Fredy Padilla / @NelsonFredyPadi / npadilla@elespectador.com

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