Las películas opcionadas para representar a Colombia en la próxima edición de los Premios Goya son El olvido que seremos del director Fernando Trueba, basada en el libro de Héctor Abad Faciolince; Amigo de nadie de Luis Alberto Restrepo, sobre los efectos del narcotráfico en Medellín; Bendita rebeldía de Laura Pérez, sobre la vida de una psicóloga que, tras varios años radicada en México, regresa a Colombia y su casa es ahora un colegio; el documental Después de Norma de Juan Andrés Botero, en el que el director hace una inmersión en su historia familiar y en la enfermedad degenerativa de su madre; Los jinetes del paraíso, de Talía Carolina Osorio, que retrata parte de la riqueza cultural de Colombia; y Jaguar: voz de un territorio, de Simón González.
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Los jaguares duran entre seis y ocho días apareándose. Suelen estar solos, así que tantos días de compañía son una excepción. Simón González Vélez decidió seguir sus huellas y encontró a una pareja a la orilla de un río. Cuando los vio dejó de moverse: las manos y los ojos fijos en la cámara para lograr registrarlos. En medio de su parálisis, la canoa en la que viajaba se soltó del borde. El amigo con el que iba, que también era guía de la zona, no le dijo nada. De un momento a otro y sin mucho tiempo para reaccionar, otro tigre se sumó a la toma de González, que asustado giró la cabeza hacia su amigo: “No se mueva. Ni estamos entre la comida ni somos contrincantes para los machos, así que no nos van a parar bolas. Siga grabando”. Así fue. No les pararon bolas. Después de una pelea entre los dos machos, los tres jaguares desaparecieron. González decidió dejar de buscarlos. Ese fue el final de un viaje que duró diez años. Jaguar es un documental que se dedicó a seguir las huellas de unos animales que, según las comunidades indígenas, son maestros, sabios, jefes y líderes. Se fue a comprobar si era cierto lo que decían del hombre jaguar: un humano convertido en gato que adquiere la agudeza de sus pupilas y la implacabilidad de sus garras.
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“El indígena que se convierte en tigre se llama Tigre Mojano. Él come ganado porque su hábitat está en una amenaza, entonces el indígena, el taita, ha tenido que entrar a la ciencia de él para poder defender su territorio. El indígena no tiene otra salida que hacerse tigre y defender el territorio. Él se come al ganador pa’ qué la gente coja miedo y se vaya”, dijo el taita Benito Chasoy, de la comunidad inga del Putumayo, tratando de argumentar lo que contó el historiador Alberto Ibalvi: hace años, las personas querían matar al jaguar porque, al comenzar a ver las vacas muertas, creyeron que se trataba de Satanás y lo maldijeron por medio de un sacerdote, que además pidió su cabeza.
Las historias y estrategias para matar a los jaguares que se han acercado al campo son infinitas. En este documental, que pretende exponer lo que ocurre cuando el jaguar se ve desplazado de su corredor habitual debido a los cambios que los humanos hemos decidido hacer en la tierra, también tiñe de manchas la superficie del mapa colombiano: este gato ha transitado por todo el país. Para los indígenas es sagrado, hace parte del equilibrio que necesita la tierra, y para las multinacionales, y el resto de los seres humanos, convertidos en depredadores naturales, es un enemigo, o peor, un gato que nació para cedernos su piel.
¿Qué quería lograr haciendo un documental sobre el jaguar?
Tengo una conexión muy fuerte con el indigenismo, vivo fascinado con su forma de existir, además, siempre existió el mito del hombre jaguar y yo quería saber eso de qué se trataba, saber si existía. El viaje lo inicié solo. Viajé al Putumayo a vivir un tiempo y a comenzar a ahondar más y más hasta pedir el permiso de las comunidades y el del tigre.
¿En qué consistió ese permiso que les pidió a las comunidades y al jaguar? ¿Cómo tuvo que hacerlo y cuándo supo que se lo habían otorgado?
Yo parto de que todo en la vida necesita un permiso. Si yo voy a tu casa sin autorización y abro la nevera, cuando tú llegues te vas a poner de mal genio y me vas a regañar. Si yo hago eso con un tigre, imagínate lo que puede llegar a pasar. Resulta que este animal, para las tradiciones y para lo que yo he entendido y he podido aprender, es igual a una persona como nosotros: todo es gente y el tigre también es gente. Tú te puedes comunicar con él, puedes hablarle y le puedes pedir permiso
El jaguar es el mayor felino de América y el gran maestro del pueblo indígena. En los dos universos es un animal que está a la cabeza, un líder.
¿Cómo lo explican las comunidades que usted visitó?
Por ejemplo, la flora y la fauna se encuentran dentro de su dieta; por eso es un controlador biológico. Occidente dice que está en la cima de la pirámide y que es el mayor depredador: eso se traduce en otro nombre para las comunidades indígenas: sabiduría. ¿Él se come todas las plantas? Claro, es que sabe de toda la botánica profunda que hay en la selva. ¿Come animales? Pues es que conoce todos los secretos de los demás seres vivos.
¿Toda esta información que le compartieron, y que ahora usted ofrece en el documental, hace parte de la relación espiritual de los indígenas con el jaguar?
Todas son ciencias. Tal vez pueden pensar que pedirle permiso a un animal tenga que ver con algo espiritual; pero no, a mí me parece que eso es ciencia. La espiritualidad la trajo Occidente cuando llegó con la religión, pero hay muchas comunidades que en su lengua no tienen la palabra “espíritu”, no la traducen. Lo más cercano es ciencia. Es muy diferente la gratitud a la espiritualidad.
¿Por qué la forma en la que ellos matan a los animales para comer podría ser más respetuosa con la naturaleza?
Nosotros no estamos contentos con una vaca: queremos 50, 100, 2.000, todas pa’l matadero, en el que el pobre animal simplemente habrá nacido para satisfacer las “necesidades” del ser humano. La naturaleza, por el contrario, es salvaje. Y eso es lo más puro y lo que hace que la vida continúe. Eso se vuelve sagrado porque es la única forma: una garza ve una rana: se tira, se la come y no le preguntó a las otras ranas por nada, pero es que apenas quede satisfecha, habrá un zorro esperando para comérsela. Es darle vida a la vida.
¿Qué es lo que se mata cuando atentamos contra el jaguar?
Sí, justamente eso. La película no hace denuncias ni propone soluciones ambientalistas. Este documental registró una herencia, un legado que es nuestro, que es valioso. Cada quien verá qué decide después de eso. Lo que queremos es que la gente conozca este animal, porque ese es el primer paso. No puedo respetar algo si no lo conozco. Queremos que sepan cuáles son los orígenes del jaguar y cuáles son esos seres que hablan tan bien de ese animal tan bonito. Quiénes son los que lo cuidan tanto y por qué.
¿Y sobre el mito? ¿El hombre jaguar existe?
Ese mito es tan real como esta conversación. Un abuelo me dijo: “¿Para qué pregunta tanto si nos convertimos en jaguares? Eso no es importante. Aquí lo que importa es que si yo quiero, puedo ver a través de los ojos de la guacamaya o comer con los colmillos del tigre. ¿Cuál es la diferencia? ¿Qué quiere saber?”. Yo creo que es real.