“¡Oh gran cosa! Si eso es todo el daño que hicimos en este valle de lágrimas Dios sabe que no es tanto no lo hace todo el mundo solo que lo ocultan yo supongo que una mujer está aquí para eso si no Él no nos habría hecho como Él nos hizo tan atractivos para los hombres”. Ulises.
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En la publicación de nuestro especial “Historia de la literatura”, de la Jácara literaria (jueves 11 de agosto de 2022), ya nos habíamos referido al cuento “Los muertos”, del afamado escritor irlandés. Ahora me refiero a él específicamente porque considero que, además de ser parte del canon literario universal, James Joyce fue, sobre todo, un escritor transgresor por varias razones: fue el primero en utilizar la técnica narrativa del monólogo interior, a partir de la cual se adentró en los pensamientos y sentimientos íntimos de los personajes, hasta borrar la línea divisoria entre personaje y narrador; desafió las estructuras narratológicas tradicionales al presentar diferentes puntos de vista y perspectivas de varios personajes en una misma obra; se aventuró con temáticas imprudentes y temerarias para el momento histórico, como la sexualidad, la religión o la alienación de la sociedad; reinventó las disposiciones lingüísticas a partir de juegos de palabras y neologismos que exigieron al lector una inmersión profunda y presentó una ruptura con las formas tradicionales de contar historias con símbolos y elementos surrealistas modernos.
James Joyce nació en Dublín el 2 de febrero de 1882. Era una coyuntura histórica compleja por las tensiones sociales y conflictos religiosos entre católicos y protestantes. Creció en el seno de una familia católica. No obstante, una de las características de su novelística fue la fuerte crítica a la moral conservadora y católica de su país. De hecho, a los dieciséis años se enfrentó a su familia por su rechazo del catolicismo. Sin embargo, más adelante estudió con cuidado la obra de Tomás de Aquino con una mirada filosófica y de enajenación social. De otra parte, el alcoholismo y los problemas financieros y legales de su padre también marcaron el alcance de sus escritos. Por ejemplo, en el Ulises uno de los ejes temáticos tiene que ver con la paternidad. Vivió en varias ciudades europeas, entre ellas Trieste, París y Zúrich. Escribió poesía, una obra de teatro, cuentos y novelas. Murió el 13 de enero de 1941 en Zúrich.
Sus obras más representativas fueron la colección Dublineses (1914), que contuvo quince relatos sobre gente que vivió en Dublín. Fueron historias cotidianas, pero, al mismo tiempo, se salieron de lo ordinario y evocaron las angustias del ser humano frente a la identidad y la muerte; Retrato del artista adolescente (1916) fue una novela semi autobiográfica sobre Stephen Dedalus (personaje que regresó en Ulises) en la que describió las angustias existenciales de un joven que buscó su identidad y se rebeló contra la religión y las convenciones sociales. Con esta novela comenzó la tendencia de la narrativa introspectiva, el monólogo interior y la exploración sicológica del protagonista. Dijo el protagonista: “El fuego de la tierra destruye al mismo tiempo que quema, de tal modo que, cuanto más intenso es, tanto menos dura; pero el fuego del infierno tiene tal propiedad, que conserva lo mismo que abrasa y, aunque brama con indecible intensidad, brama para siempre”.
Ulises (1922) fue su novela más compleja y, en opinión de muchos, su obra maestra. Se estructuró en tres grandes partes: La Telemaquía, La Odisea y El Nóstros, que evocaron la Odisea de Homero. Se trató de un día en Dublín en la vida de Leopold Bloom, un judío irlandés que recorrió la ciudad hasta llegar a su casa donde estaba su esposa, Molly. Fue un recorrido de regreso a casa, pero a la vez una exploración interna: “El dolor, que aún no era el dolor del amor, inquietó su corazón. Silenciosamente, en un sueño, había acudido a él después de su muerte, su cuerpo desperdiciado dentro de su ropa de color marrón suelta que emitía un olor a cera y palo de rosa, su aliento, que se había inclinado sobre él, mudo, de reproche, un leve olor a cenizas mojadas”. José María Valverde explicó que lo que ocurrió en el Ulises fue una toma de conciencia en la narrativa que marcó un cambio fundamental: “Siempre se había caracterizado a los personajes, sobre todo, por su modo de hablar, pero ahora se puede incluir también el recurso de oírles hablar «por dentro», de seguir su corriente de lenguaje en el fuero interno, con todas sus tonterías, sus saltos de un tema a otro por meras asociaciones azarosas de palabras, e incluso sus indecencias en la soledad impune de la mente” (Lecciones de literatura universal, Cátedra, 2012 p.1138).
Finnegans Wake (1939) fue otra de sus obras memorables, frecuentemente llamada “antinovela” con una prosa experimental en términos lingüísticos y de estructura narrativa llena de símbolos, sonidos, sueños, mitología y creencias religiosas.
Es decir, con su estilo original, su prosa compleja en términos estilísticos y temáticos, junto con esa impresionante capacidad de capturar la experiencia humana, James Joyce desplegó el Modernismo y se convirtió en uno de los escritores más referenciales de la historia de la literatura universal. Sus obras se siguen reimprimiendo y analizando desde diversas tendencias.