Jean Genet: marginalidad y literatura del absurdo (Plumas transgresoras)

“Al negar las virtudes de vuestro mundo, los criminales aceptan desesperadamente organizar un universo prohibido. Aceptan vivir en él”. - “Diario de un ladrón”.

El francés Jean Genet fue escritor, dramaturgo, poeta y activista político. Su pluma encaja con exactitud milimétrica en la categoría de “pluma transgresora” porque su vida y obra estuvieron marcadas, precisamente, por la transgresión en muchos sentidos. En primer lugar, cuestionó con sus escritos los valores morales y éticos de la sociedad a través de una minuciosa exploración de la marginalidad social. Afirmó David Galloway: “El propósito que lo guía (a Genet en sus obras) es echar por tierra los valores burgueses y obligar a todo el mundo a aceptar la parte oscura de su yo, creando una ética de la drogadicción, el robo, la estafa, la homosexualidad y el homicidio, exactamente opuesta a la convencional (negadora de la vida y, por ende, absurda), que sus personajes tienen prohibida”. (“Historia de la literatura”, V6, Akal, 2004 p. 652). Segundo, fue uno de los representantes, junto con Franz Kafka, Samuel Beckett, Eugène Ionesco o el mismo Albert Camus, de la llamada “literatura del absurdo”, aquel movimiento literario, sobre todo expresado en el teatro, que propuso la falta de sentido de la existencia humana y la dificultad en la comunicación de las personas atrapadas en realidades incomprensibles. Tercero, su vida estuvo marcada por la marginalidad de la sociedad. De hecho, una de sus obras más relevantes, “Journal d’un voleur” (“Diario de un ladrón”, 1948), fue una biografía que escribió estando preso: “En este diario no quiero disimular las otras razones que me hicieron ladrón. La más simple fue la necesidad de comer. No obstante, en mi elección nunca intervinieron la rebeldía, la amargura o la ira”.

Jean Genet nació el 19 de diciembre de 1910 en París, Francia. Hijo de una prostituta que lo abandonó cuando tenía siete meses. Pasó los primeros años en un orfanato y luego fue adoptado por una familia de artesanos con la que permaneció hasta los 13 años. Desde los 10 se mostró rebelde y, en teoría, cometió su primer delito al robar a su madre adoptiva. En la escuela primaria obtuvo buenas calificaciones, pero a los 13 años fue enviado a un internado del que escapó al poco tiempo. En ese momento empezó su carrera de vagabundo. A los 15 años ingresó a un reformatorio llamado Mettral Penal Colony. Esta etapa de su vida se narró en la novela “Milagro de la rosa” (1946). Posteriormente, viajó por varios lugares de Europa, se dedicó al robo, al contrabando y a la prostitución. Estuvo varias veces en prisión en distintos países. En 1941, en pleno nazismo, estuvo preso en Alemania y fue en esta cárcel donde comenzó a escribir. Durante su cautiverio creó algunos poemas y la novela “Nuestra señora de las flores” (1943), que tuvo un gran éxito. De ahí en adelante siguió escribiendo en libertad. Escribió novelas y obras de teatro. En sus últimos años apoyó algunos movimientos revolucionarios, por ejemplo “Panteras negras” en Estados Unidos o también a los palestinos en el conflicto con Israel. Esta experiencia quedó consignada en su libro “Un cautivo enamorado” (1986). Murió el 15 de abril de 1986 en París.

La gran mayoría de sus novelas rompieron con los esquemas narrativos usuales, utilizó juegos cronológicos, transiciones simbólicas, convenciones de lo absurdo, diferentes voces narrativas en el mismo párrafo… Además de las ya mencionadas, algunas de sus obras más representativas fueron “Pompas fúnebres” (1947), un homenaje poético a un amante muerto; “Querelle de Brest” (1947), una novela homoerótica. También hubo obras de teatro: “Las criadas” (1947), un asesinato cometido por dos hermanas que ocurrió en París en la vida real; “El balcón” (1956), una crítica al poder y a las instituciones; “Los negros” (1959), una sátira del racismo y el colonialismo; “Los biombos” (1961), sobre la guerra de independencia argelina.

Probablemente, la obra más controversial y de mayor riqueza narrativa fue la autobiografía consignada en “Diario de un ladrón”. El absurdo y el existencialismo fueron representados en una prosa que cabalgó entre novela y diario. A partir de confesiones íntimas relató sus andanzas como ladrón y prostituto. También fue una exploración por la vida de las personas marginadas de la sociedad y, al mismo tiempo, una revisión sobre las normas morales que juzgaron el crimen.

También reflexionó sobre la identidad sexual, la belleza, el erotismo y el enamoramiento: “Las miradas que intercambiaban los dos amigos —y a veces sus palabras— eran la emanación más sutil de un rayo de amor lanzado desde el corazón de cada uno de ellos. Un rayo de luz tenue y delicadamente trenzado: un rayo de amor hilvanado”. Utiliza un lenguaje casi poético y filosófico que exalta lo que la sociedad conoce como “el mal”.

Se trató, pues, de uno de los escritores más transgresores del siglo XX desde la perspectiva formal, de lenguaje y de contenido. Las principales características de su obra fueron la inversión de lo que la sociedad de su tiempo consideró como ético o moral, una exploración y exaltación de la homosexualidad, una crítica directa a las convenciones sociales que juzgaron la identidad sexual desde parámetros religiosos, el uso de símbolos e imágenes religiosas para alterar los valores tradicionales y muchos otros motivos y símbolos que mostraron una ruptura evidente con las construcciones culturales.