Johnny Pacheco o el porqué no se debe cambiar aquello que funciona
Una de sus primeras experiencias en orquestas fue con Xavier Cugat, quien le dio uno de los mejores consejos para la música, o así se lo reconoció a Leonardo Padura en una entrevista que aparece en Los rostros de la salsa.
Andrés Osorio Guillott
¿Qué hay detrás de una convicción? ¿Una obsesión? ¿Terquedad? ¿Orgullo? Puede que algunas, o todas las anteriores, Defender una idea y ser leal a ella, ser leal a nosotros mismos, es asumir el sacrificio de renunciar a los otros, de asumir la imagen del egoísta y del testarudo, pero ese precio, esa imagen, bien podría valerse si la idea es noble, y preguntaremos qué es una idea noble, y podremos decir que es aquella que en su fin y en su esencia está pensada para el bienestar común del ser humano. Y esa enseñanza, que aunque dijo que fue una lección musical, fue la que obtuvo Johnny Pacheco en sus primeros años de carrera.
Gracias por ser nuestro usuario. Apreciado lector, te invitamos a suscribirte a uno de nuestros planes para continuar disfrutando de este contenido exclusivo.El Espectador, el valor de la información.
¿Qué hay detrás de una convicción? ¿Una obsesión? ¿Terquedad? ¿Orgullo? Puede que algunas, o todas las anteriores, Defender una idea y ser leal a ella, ser leal a nosotros mismos, es asumir el sacrificio de renunciar a los otros, de asumir la imagen del egoísta y del testarudo, pero ese precio, esa imagen, bien podría valerse si la idea es noble, y preguntaremos qué es una idea noble, y podremos decir que es aquella que en su fin y en su esencia está pensada para el bienestar común del ser humano. Y esa enseñanza, que aunque dijo que fue una lección musical, fue la que obtuvo Johnny Pacheco en sus primeros años de carrera.
Puede leer: En homenaje a Johnny Pacheco: Un príncipe en Zaire
“Trabajé cerca de un año con la orquesta de Cugat, donde, por cierto, gané muy buen dinero. Pero allí me aburría mucho, porque él tenía un repertorio limitado de dieciocho piezas, todas con arreglos muy similares. Entonces ocurrió algo y aunque él no me botó, sí me dijo que me fuera, que viene a ser lo mismo, ¿no? Todo fue porque había un número titulado «Cuban Mambo», que era muy aburrido y para entretenerme le arreglé la parte de los saxofones tratando de darle más sabor. Y un día, durante un viaje de Cugat a Las Vegas para firmar unos contratos, me puse de acuerdo con el pianista, que era un holguinero llamado Enrique Áviles, y tocamos «Cuban Mambo» a nuestra manera y aquella orquesta parecía otra. Pero cuando llegó Cugat se acabó la fiesta, para Áviles y para mí. Y él me dijo algo muy curioso: me preguntó cuánta gente había en los Estados Unidos y le respondí que alrededor de doscientos cincuenta millones, y él me dijo: «Pues yo le he tocado a unos cincuenta millones de americanos, así que me faltan doscientos, y lo voy a hacer tocando lo mío, pero a mi manera, porque si una fórmula funciona, no hay por qué cambiarla». Y esa fue la mejor lección musical que recibí de Xavier Cugat”, le dijo Pacheco a Leonardo Padura en una entrevista realizada en 1995 y que quedó alojada en el libro Los rostros de la salsa (Tusquets).
Inclemente, pero no por el peso de su nombre, sino por la fuerza de su pasión. Nunca aborreció los nuevos sonidos, pero sí estaba en contra de que las nuevas generaciones olvidaran sus raíces y la esencia de la salsa, del son, de la música que defendió y le perteneció desde que nació. Por su papá, que fue saxofonista, y por su mamá, que tal vez sin quererlo, lo indujo a la música cubana por las tardes en que mientras ella escuchaba la radio o veía novelas él se enfocaba en programas como Arcaño y sus Maravillas, o el del Sexteto Habanero, donde se exaltaba este género.
Contrario a lo que muchos creíamos, Pacheco se inició en la música con el violín, el clarinete, el acordeón y el saxofón. Sin embargo, la flauta fue siempre su pasión. Y Gilberto Valdés, que hacía parte de Mongo Santamaría, le regaló su primera flauta de madera y con ella, y junto a Valdés, empezó a empaparse del ambiente latino que se apoderó de New York, que convirtió el fenómeno migrante en una de las revoluciones más importantes de la música.
Fueron muchos íconos que en ese momento se reunieron en los bares y en las calles del Bronx para trasladar el son y el ton de Cuba o República Dominicana. Fue Pedro Vargas y Luis Quintero, también Arsenio Rodríguez ylos hermanos Palmieri. Y entre apasionados y convencidos de su cultura y sus sonidos, fueron llegando Héctor Lavoe, Willie Colón o Rubén Blades. Y Johnny Pacheco, que reconoció su don de unir a la gente, los unió a todos para crear la Fania All-Stars, que en principio era la fanía, con tilde, porque esa palabra quedaba en los latinos y norteamericanos. Y fueron todos grandes, todos venían de un desarraigo y de noches difíciles, de recibir tres dólares por sus presentaciones y de pensar cómo seguir sobreviviendo en una ciudad en la que eso pasa, se sobrevive y no se vive.
“Me gustaría escribir un libro, o varios libros, porque creo que tengo suficiente material para ello, sobre diferentes aspectos de la música. Y también me gustaría dedicar más tiempo a trabajar con los jóvenes porque las raíces no se pueden perder. Ahora muchos están tocando latin jazz, buscando nuevos caminos, pero yo insisto en trabajar mi música, porque sé que esa es la que necesita el bailador, y esa comunicación entre músico y bailador no se puede perder. Es más: yo prohíbo que esta música se muera”, le dijo Johnny Pacheco a Padura en 1995, cuando aún faltaba tiempo para su partida, pero no para hacerse eterno en la historia de la música y la cultura latina.