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Juan Diego Mejía: “La orquestación del paramilitarismo no fue espontánea”

Presentamos una entrevista con el autor de “Por si acaso yo muero en la guerra”, su novela más reciente, y que será presentada en el Hay Festival Cartagena. El paramilitarismo, el narcotráfico y la desaparición forzada son algunos de los temas que atraviesan esta historia.

Andrés Osorio Guillott

01 de febrero de 2025 - 03:00 p. m.
Juan Diego Mejía ha publicado otros libros como “El cine era mejor que la vida” o “Adiós, pero conmigo”.
Foto: Sergio González-Cortesía de Penguin Random House
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“¿Cuánto tiempo va a durar esta paz?”, se preguntan en el libro Por si acaso yo muero en la guerra, el libro más reciente de Juan Diego Mejía. En su contraportada es catalogada como la primera novela del posconflicto en Colombia. Y esa pregunta quizá resume muy bien a nuestro país, pues la violencia se volvió tan estructural, que ya no aceptamos y defendemos la paz como algo que puede hacer parte de nosotros, de nuestro diario vivir, sino que nos preguntamos cuánto tiempo podrá durar, como si ya aceptáramos que lo “normal” es que sea la guerra, la zozobra y el dolor lo que permanezca.

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En el cuento “El planeta cojo” está el origen de esta novela, pues Mejía reconoció en esta entrevista que hubo varias preguntas que lo hicieron entender que aún había mucho por contar en la historia del soldado Pablo Ortiz, que a su vez encontró su personaje en la vida real cuando vio a un soldado que había perdido una pierna jugando fútbol.

“Él estaba tranquilo y le decía: “Pero ¿cómo haces para jugar así?” Y me respondió: “No, es que yo hago todo, todo menos cabecear. Saltar a cabecear no puedo, no me puedo impulsar. (…) Me fui con la idea de un hombre fuerte que no se dejaba amedrentar: un muchacho joven sin pierna, pero que se daba codo con todos los demás jugadores del barrio”, dijo Mejía.

“Pasó el tiempo y sentía que había algo más que no había dicho sobre ese soldado. Fue entonces cuando surgió la pregunta: ¿Cómo era el mundo del soldado cuando perdió la pierna? ¿Cómo era el mundo del ejército? ¿Quiénes eran sus amigos? ¿Quién era su lanza? ¿Qué pensó su familia cuando él perdió la pierna? ¿Lo apoyó, lo dejó solo? ¿Qué pasó con él?”, explicó Mejía, quien además contó que de allí surgieron los otros personajes de la novela: Estefania, que era el amor platónico de Pablo y que tenía también un vínculo con un cabecilla del Frente Cinco de las Farc, que operaba en el Urabá antioqueño.

También apareció Anibal: “un personaje que quiero mucho. Es un padre, un viejito, mecánico de carros, que nunca en su vida ha hecho deporte. Pero a él se le ocurre que la forma de ayudarle a su hijo a recuperar las ganas de vivir es ponerse a trotar. Empieza a trotar a una edad en la que ya nadie trota, pero va al estadio de Envigado y se reúne con varios atletas viejos también. Es como un club; ellos mismos se llaman “el club de los pájaros dormidos”. Él se une al club para ayudar a vivir a su hijo. Surge después la otra idea, y es cómo era el mundo del soldado, que se llama Pablo. Llamémoslo por su nombre ya: Pablo. Y el viejo, su papá, se llama Aníbal. ¿Cómo era el mundo de Pablo? Era un mundo que se desarrollaba en los años 2006-2007. La novela está situada más o menos en esa época, cuando aún no se había firmado el acuerdo de paz y estaba muy vigente una política perversa, impulsada desde arriba y aceptada en silencio por los de abajo: los falsos positivos”.

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¿Construir un narrador que es escritor da licencias para incluir algunos pensamientos suyos o rasgos autobiográficos? Y se lo pregunto también por una afirmación que hay aquí y que dice: “Ya venía preguntándome sobre la responsabilidad de los novelistas con la realidad de Colombia”. ¿Qué piensa usted de eso?

La clave está en que un narrador o un personaje del libro, de una novela, tiene que hablar desde su entorno intelectual. Si es Aníbal, el mecánico, sería raro que hiciera reflexiones políticas. Pero si las hace un escritor, un hombre que se ha hecho preguntas, sobre todo, tiene sentido.

Primero, este hombre tiene 55 años y está entrando en una edad en la que empieza a hacerse viejo. Se pregunta: “¿Qué va a pasar conmigo? ¿Cómo voy a asumir la vejez?” Y, como novelista, se pregunta: “¿los escritores colombianos tienen algo para decir frente a esta realidad tan dura que hemos vivido? ¿O podemos pasar de largo, escribiendo sobre otras cosas?” Ambas cosas son válidas; uno puede escribir sobre lo que quiera. Pero mi conclusión es que, a diferencia de los periodistas, los novelistas tienen que esperar un tiempo para asimilar los hechos.

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A los periodistas se les presentan los hechos y tienen que reaccionar rápido. Por eso admiro tanto el periodismo, porque son capaces de construir un entorno, un concepto, con algo que apenas acaban de leer o escuchar. Un novelista, en cambio, deja que los hechos se le vayan metiendo al cuerpo, y cuando ya toda esa realidad está dentro, se sienta y escribe. Pero antes, no.

Creo que ha llegado el momento de que los escritores colombianos, hombres y mujeres, hablen sobre este conflicto. No necesariamente opinar, pero sí contar su versión de los hechos.

“No encuentro una razón convincente aparte de la manera en que las personas de origen humilde entienden el afecto y el orgullo, dos sentimientos que casi siempre van unidos”. Hablemos de ese retrato de Colombia.

El narrador no tiene nombre en la novela. Él se hace amigo primero de Aníbal, porque lo conoce en la pista donde todos están entrenando. Ahí se entera de que tiene un hijo que perdió una pierna en una mina, y se interesa por la historia. Quiere acercarse a Aníbal para que le cuente más, y también quiere conocer a Pablo.

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Como son personas humildes, son generosas en su actitud frente a sus propios asuntos. La gente común y corriente le cuenta a uno su vida sin problema. En cambio, si te acercas a alguien de estrato 6, un encopetado, tiene una coraza y no quiere que se sepa quién es. Pero una persona humilde, de una, te abre el corazón. Te invitan a su casa, te hablan como si fueras amigo de toda la vida.

Aníbal le habla al narrador de su hijo Pablo con orgullo, pero también con amor. En la presentación del libro, alguien preguntó: “En el libro hay muy pocas mujeres, casi no hay mujeres. Pero los hombres me llamaron la atención porque no son el típico hombre fuerte, a prueba de todo, sino hombres frágiles”. Aníbal es frágil; se quiebra porque tiene culpa. Él siente culpa por haber incitado a su hijo a irse al ejército. Pensó que esa era la única manera de salvarlo de la violencia del barrio. Pablo también tiene miedo. Pereira tiene miedo. Eso me gusta. Creo que estos personajes tuvieron que haber sentido pánico.

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Hablemos de esas escalas de la violencia, de cómo esa violencia muta y no hay manera de escapar de ella porque se manifiesta en todos lados y de muchas formas…

Pongámonos en el papel de Aníbal. Él ve que los amigos de su hijo están siendo asesinados en el barrio. Ese barrio, que es el único lugar donde pudo tener una casa, incluso siendo pionero en su fundación, en las laderas altas de Belén, ha cambiado. Al principio, los niños eran angelitos, pero poco a poco se van convirtiendo en pillos. Aníbal nota que su hijo está metido en ese berenjenal. Entonces, habla con su patrón, el dueño del taller mecánico donde trabaja. Ese patrón es, para él, como un hombre sabio, alguien que parece saberlo todo.

El patrón le cuenta sobre unas reuniones que organiza antes de abrir el taller. Son reuniones con unos señores elegantes que hablan de cómo defender sus fincas, cómo protegerse de la extorsión, cómo defenderse de la guerrilla. Al principio, Aníbal no entiende de qué están hablando, pero luego se da cuenta de que están tramando algo más grande: formar ejércitos paralelos.

El patrón le dice a Aníbal que su hijo tiene una salida, y esa salida es irse al ejército. Al principio, Aníbal cree que esa es la opción correcta, el deber de toda persona de bien: enviar a su hijo a servir al país. Pero luego reflexiona y se da cuenta de que lo que estos señores realmente quieren es que su hijo sea quien ponga el pecho para defender sus propiedades.

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Yo no quería ser muy panfletario en esto, pero era inevitable mostrar que esos dueños de fincas estaban tramando ejércitos paralelos. Esa orquestación de la violencia, lo del paramilitarismo, no fue algo espontáneo. Necesitaba una estructura, una organización. Yo no me meto a decir quiénes fueron los responsables directos, pero está claro que este periodo de la historia coincide con lo que ya sabemos por las confesiones de víctimas, paramilitares y soldados. Por fortuna, todo esto está documentado, y cualquiera puede verlo. Basta con buscar las audiencias de la JEP en YouTube. No se trata de buscar culpables ni de señalar a nadie en particular. Se trata de mostrar un tejido social, político y militar, y dejar que el lector saque sus propias conclusiones.

Es interesante la forma en la que se aborda el tema de Pablo Escobar. Dice el narrador que su nombre no puede pronunciarse de cualquier manera en esta ciudad (Medellín)…

En Medellín en general hay un culto a Pablo Escobar. Es un verdadero dolor de cabeza para las autoridades ver cómo los tours sobre el narcotráfico, como el “Narco Tour”, atraen a tanta gente. Los turistas visitan su tumba, los lugares donde explotaron bombas... Es algo terrible. Incluso en la Comuna 13, un espacio que inicialmente simbolizaba resistencia juvenil, con colectivos de rap y grafiti, los mismos jóvenes empezaron a llevar turistas como guías. Aunque al principio compartían historias reales, poco a poco se han especializado en contar lo que los visitantes quieren escuchar. Si los turistas no reaccionan ante lo que narran, endurecen las historias o incluso las inventan. Cuentan relatos como: “Aquí nos acorralaban, teníamos que lanzarnos por este tobogán y quedarnos acostados...” Es un culto a la violencia, y lo comercializan. Es trágico cómo ese recuerdo de la mafia ha sido utilizado de manera nefasta.

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En Envigado, las huellas de Pablo Escobar son inevitables. Por ejemplo, esa pista donde muchos corren hoy en día: Escobar financió las torres de iluminación, y fue uno de los primeros estadios en Colombia donde se podía jugar fútbol de noche. Algo que ni siquiera estadios profesionales tenían en su momento. Yo corro allí, y una vez vi una placa en honor a Upegui, quien fue director del Envigado Fútbol Club y también murió asesinado en esa guerra de mafiosos.

Esa placa, junto con las referencias a Escobar, refuerzan un orgullo cultural extraño. Es un relato que sigue vivo, y no podemos ocultarlo. Se refleja en la estética, en las aspiraciones de la gente, incluso en el empresariado. Es como si la forma de pensar de Pablo Escobar aún estuviera atrapada en la mentalidad de muchos.

También me parece relevante el dilema ético que plantea sobre las víctimas del conflicto: “Quisiera decirles que las víctimas deben tratar de pasar la página, pero no me siento con autoridad para darle consejos a él, que sufre con Pablo”. Esto me hizo pensar mucho en el plebiscito por la paz, en la arrogancia que tuvieron algunos al hablar en nombre de las víctimas. ¿Con qué derecho alguien, que no ha perdido una pierna o un ser querido, les dice que perdonen u olviden?

Esa afirmación no estaba clara en una versión anterior. El narrador decía que la guerra no valía la pena, que no le parara bolas a eso, y Anibal no había dicho nada. Yo no quedé contento con eso, y es lo que usted está diciendo, con qué derecho digo yo que pasen la página. Yo no he perdido ninguna pierna, tengo a mi familia completa, no tengo que ir a dar plomo.

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También se habla en el libro de que la desaparición es una de las peores formas de la barbarie…

La desaparición forzada es otra de las formas más crueles de violencia. Recuerdo el caso de doña Fabiola Lalinde, quien luchó por más de 30 años para recuperar los restos de su hijo. Solo pudo enterrar 13 huesos, de tantos que tiene el ser humano, pero aun así sintió cierta paz. Es un dolor inimaginable no poder darle sepultura a alguien amado. ¿Cómo se supera el vacío de no saber dónde está un hijo, de que simplemente haya desaparecido? Es algo que desafía la mente y el alma.

Pablo dice en un momento de la novela que cuando ingresó al ejército desapareció su nombre y solo era el “soldado Ortiz”, y que también había desaparecido el apellido de su mamá. Es la deshumanización de la guerra, ¿no?

Era un anticipo de lo que iba a ser la desaparición en la novela. Era un cabo suelto que quería dejar para que el lector lo viera.

Es curioso que en el libro se preguntan “¿cuánto tiempo va a durar la paz?”, como si ya estuviéramos predispuestos a saber que lo “normal” es que esta no permanezca…

El título mismo tiene la palabra " guerra", refuerza la idea de que siempre parece haber una guerra, externa o interna. La novela muestra cómo, aunque anhelamos la paz, muchos sienten que es solo cuestión de tiempo antes de que el conflicto regrese. Incluso en los momentos de aparente calma, los personajes cargan con sus fantasmas, sus miedos y su historia.

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