
Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Cuando el Emperador Amarillo despertó, estaba encantado de haberse encontrado a sí mismo.
Lieh-Tzu.
Los ejemplos abundan en todos los deportes, por ejemplo, en los Juegos Olímpicos se presentó el caso de un regatista, quien abandonó la carrera por salvar a dos de sus rivales (hay múltiples ejemplos, aunque se notan más los episodios oscuros y negros). Además, consideran que el uniforme, las raquetas, las bolas, los balones y los arcos son su mejor compañía. Antes de los partidos sueñan con ganar y no se les puede ni hablar, previa la competencia, puesto que entran en un estado de mutismo que está en su naturaleza.
Como no tienen casi apoyos estatales, acuden a la venta de empanadas, rifas, rumbas y pollas para el desplazamiento a torneos nacionales e internacionales. Este gesto de solidaridad los destaca como personas que no quieren dañar a otros ni afectar al mundo ni a los animales. Los deportistas saben de adversidades, por eso han recreado palabras como vaca, ponchera y raspar la olla. Saben de estas palabras porque, como son incómodos, no tienen apoyos reales. (Obviamente que estoy exagerando porque eso no pasa en ninguna parte del mundo y, menos, en Colombia). Son muy sensibles frente a la derrota, pero saben que ella enseña más que la victoria porque, a veces, obnubila más que lo que enseña.
Desde niños narran sus propias hazañas en el juego entre indios y vaqueros, futbolín, policías y bandidos y el Niño Dios les trae juguetes que se parezcan a la vida. Son sembradores de metáforas y no se cansan de narrar sus hazañas, aunque sean de ficción y cuentan sus épicas desde la primera medalla hasta la última y recuerdan detalles de los lugares, trofeos y fotografías. Son respetuosos de su cuerpo y su religión es su deporte. No saben si la gente es fea o bonita, es lo de menos. La noción que más se resalta en el deportista es su dignidad. Vivir dignamente significa respetar al rival, es decir, hay una actitud ética frente a la vida y ese horizonte de comprensión les niega toda posibilidad de clasificar a los seres humanos.
Si le interesa leer otra columna de Juan Carlos Rodas, ingrese acá: El juego por el juego
Los deportistas, todos, son bellos porque obran bien, como sostiene alguna escuela filosófica en el mundo griego. Saben que tienen un peligro constante: crecer y madurar, dos palabras que los persiguen por cuanto siempre quieren estar en la infancia para poder ver el juego como un juego eterno. Cuando “maduran” pierden la magia y se van en pos de la seriedad. En el contexto del deporte hay una constante: ser bautizados con apodos y sobrenombres y ellos son expertos, pero, lo peor, no se equivocan: “Care torta, Care muerto, Care galápago, Mordisco, Sancocho” …en fin…hagan memoria. Se trata de un rebautizo de la dignidad, de la forma de llamarse de otra manera.