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Este 2026 se celebran 20 años del Cartagena Festival de Música, ¿qué evoca mirar atrás y ver todo lo que han construido?
Cuando uno mira hacia atrás confirma que la música se puede construir a largo plazo. El festival pasó de ser un sueño a convertirse en un proyecto cultural con un impacto real en el público, en los músicos, en los jóvenes y en la forma como Colombia se relaciona con el arte. Creo que ese es el punto central de lo que hemos logrado en estos 20 años.
El tema de esta edición que viene es “El alma y el cuerpo”. ¿Por qué lo escogieron?
Primero que todo, nos preguntamos qué podrían representar estos 20 años en los que reunimos un repertorio tan extenso y un viaje por el mundo tan amplio. De ahí nació la idea de “El alma y el cuerpo”. La música es pensamiento y emoción, pero también cuerpo y existencia. Además de que es un tema que propone un diálogo entre lo universal y lo nacional. Estamos hablando de compositores desde el Barroco hasta el Romanticismo, que crearon una música que ya es parte de nuestra existencia, sin importar en qué lugar del mundo nos encontremos. Y si a eso le sumamos lo que hemos construido desde la identidad nacional. Eso es lo que hemos hecho en estos 20 años: reconocer las obras universales, pero también aquellas que identifican naciones y culturas. De esa manera, “El alma y el cuerpo” refleja todo ese recorrido.
Para usted, ¿cuál es la importancia de tener un espacio en el que se celebre y se difunda la música clásica?
Estos espacios enseñan a escuchar con profundidad en un mundo acelerado. Son lugares para la memoria, la complejidad y la sensibilidad. Cuando uno escucha música clásica, hay un momento en el que realmente deja todo: lo que tiene en las manos y lo que ocupa el pensamiento. La música invita a la reflexión y ofrece ese espacio de pausa. Para mí eso es lo que hace tan especial a la música clásica, aunque también a la música tradicional, dependiendo de su contexto. Es una música que nos reúne, nos encuentra y, de alguna manera, estimula nuestra sensibilidad.
¿Qué impacto ha tenido el trabajo de la fundación en la formación de músicos?
Creo que ha sido muy positivo, porque el festival se ha convertido en una plataforma de formación exigente y cercana. Muchos jóvenes han ampliado aquí su visión artística y su compromiso con la sociedad, partiendo de la idea de que no todo vale, de conocer la excelencia y de acercarse a músicos e intérpretes que vienen con una vida entera de estudio y una carrera seria y comprometida. Para ellos, eso es un ejemplo y les ha dado elementos para entender que no basta con ser músico, sino que hay que ser un buen músico. Las oportunidades de conocer y escuchar a estos referentes son fundamentales, y eso es, precisamente, el Cartagena Festival de Música.
¿Cuáles diría que son los retos que enfrenta la gestión cultural en este momento?
La sostenibilidad y la continuidad. Lograr que la cultura sea entendida como una inversión social y no como un lujo es, para nosotros, el gran reto. Somos conscientes de las complejidades propias de un país en desarrollo, donde existen múltiples necesidades y prioridades, así que, en ese contexto, la sostenibilidad se convierte en uno de los principales riesgos. Y sobre la continuidad, hay que trabajar en no dispersarse ni cambiar de rumbo porque algo no se haya logrado de inmediato. Si ese es el camino, debe mantenerse, porque solo así se pueden ver resultados. Eso es justamente lo que hemos podido demostrar en estos últimos 20 años, y creo que, en el caso particular del Cartagena Festival de Música, tanto la comunidad como el Estado han entendido que no se trata de un ruido pasajero, sino de una verdadera inversión social.
Ha dicho antes que desde muy joven ha sentido una inclinación por la música clásica y también por servir a la comunidad. ¿Qué significa poder ejercer esas dos pasiones al frente de un festival como este?
Tener esta oportunidad maravillosa de encuentro y de escucha, a través de una música extraordinaria interpretada por músicos que vale la pena escuchar, es para mí el cumplimiento de esas dos pasiones. Creo que la juventud tiene un valor enorme; es la razón por la que hago este trabajo. Y me emociona poder prepararlos, ayudarles a entender el valor de un instrumento, pero también hacer que cuiden su presentación personal, porque ellos se paran frente a un público que no solo los escucha, sino que los ve. Todo eso es en favor de ellos y de la comunidad que se toma el tiempo de venir a acompañarnos y me hace sentir satisfecha haber podido ejercer esas dos pasiones con este trabajo. Creo que no podría haber otro oficio más acorde con mi espíritu y con mi forma de pensar que la música.
Para usted, ¿cuál es el papel que cumple la cultura en nuestro desarrollo como país?
Para mí la cultura constituye identidad y cohesión. Sin cultura no hay proyecto común ni futuro compartido. Está presente desde expresiones tan cotidianas como la gastronomía hasta en el arte y, por supuesto, en la música. Todo eso da forma a la vida en común y nos permite encontrar esos momentos en los que podemos sentamos en silencio y enfocarnos en algo extraordinario. Nuestro país necesita momentos así. Tenemos que contrarrestar la violencia, y qué mejor para eso que la música. Por eso también debemos cuidar la manera como la interpretamos: si la usamos como una herramienta para generar más violencia, no le hará bien a la sociedad. Pero si la entendemos como un medio para unirnos, calmarnos y darnos una riqueza espiritual, entonces cumple un papel fundamental.
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