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Podríamos decir que durante los tiempos de independencia hubo cierta anglomanía entre los colombianos. Además, los ingleses pensaban que Colombia podría emerger rápido como un mercado rico y provechoso para el comercio y el intercambio de bienes, y que la independencia tendría un impacto económico positivo casi inmediato. (Recomendamos: Está en preventa el polémico libro sobre el poder de los Char en el Caribe colombiano).
Durante la década de los veinte, en el siglo XIX, llegaron al país muchos comerciantes, especuladores y mineros ingleses, entre otros extranjeros. Y casi que podríamos decir que durante aquella época hubo un auge de la moda inglesa (aunque es cierto que había gente que lamentaba la desaparición de la linda y vieja letra a mano española, pues consideraba que la inglesa era fea a pesar de ser más moderna).
También hubo, como ustedes saben, grandes inversiones en minas y especulaciones monetarias, como los grandes préstamos de los años veinte, los cuales fracasaron al poco tiempo y la nueva nación entró en una situación de mora casi perpetua. Era una breve primavera falsa. Muchos de esos ingleses, después de pasar algunos cortos años en este país, regresaron a Gran Bretaña.
El comercio entre Inglaterra y Colombia seguía siendo el más importante del sector externo, el de mayor peso para la economía de la nación recién constituida. Como señaló Adolfo (Adolfo Meisel Roca, rector de la Universidad del Norte), esto se debía a los tejidos: Colombia importaba principalmente telas de consumo masivo. Inglaterra era en aquel entonces el principal productor de este tipo de telas y estaba experimentando su Golden Era de liderazgo industrial. Los colombianos primero negociaban las telas con Jamaica y después directamente con las ciudades textileras de la lejana Inglaterra.
En realidad, la presencia de muchos ingleses en el país no era necesaria. Colombia nunca ha sido un país de inmigración masiva. El grupo más grande de inmigrantes, antes de la muy reciente llegada de los venezolanos, fueron los sirio-libaneses. Aunque, incluso, tampoco diría que la inmigración sirio-libanesa haya sido masiva, pues se calcula que llegaron alrededor de cien mil personas en total. Eso es una cifra realmente reducida si se compara con las emigraciones europeas hacia Brasil, Argentina, Chile o Uruguay.
Colombia era un país remoto que no representaba un gran atractivo para los inmigrantes. Entonces, los que llegaron acá eran individuos, muy pocos de cierta importancia: médicos, ingenieros, mineros, algunos excéntricos, uno que otro artista y el maestro de latín de Miguel Antonio Caro (tal vez él no reportaba grandes progresos para el país, pero le tengo cariño a este personaje porque estudió en mi vieja Universidad de Oxford; se llamaba Samuel Bond y compartía las delicias de la lengua latina con Miguel Antonio Caro).
Les comparto una pequeña prueba del reducido número de estos inmigrantes: en Bogotá, el primer cementerio, casi el primer cementerio del país, es el Cementerio Británico. Hoy día se encuentra al lado del Cementerio Central. Esto es importante para mí como inglés, pues todavía hay cupo. Es un cementerio muy chiquito, y después de 200 años los muertos ingleses no hemos llenado ese pequeño territorio. Algunas familias han sacado a sus parientes de ese lugar y trasladado sus restos al Cementerio Central, haciéndolos católicos después de muertos pues, a raíz de cierto pudor, prefieren no tener ancestros protestantes.
Esto es una prueba más de que los ingleses en Colombia nunca hemos sido tantos como para poder llevar una vida “aparte”; por ejemplo, actualmente no hay ningún club inglés y nunca ha habido uno solo para ingleses. Tampoco una colonia en la que los ingleses puedan llevar una vida separada de los nativos del país. Entonces, hay pocos ingleses en Colombia y pocos colombianos en Inglaterra. Eso es algo que se puede constatar en los archivos.
Uno puede encontrar en los archivos británicos listas de todos los ingleses que emigraron a Colombia en el siglo XIX. La comunidad inglesa en cualquier fecha constituía apenas unos centenares. A pesar de lo anterior, tal y como lo señaló el rector, Inglaterra era dominante en el comercio exterior del país. Pero este era un comercio que estaba en manos colombianas y no necesitaba de una gran presencia de ingleses.
Era básicamente una relación poco problemática. Es cierto que había algunos disgustos consulares y episodios aislados de presiones inglesas para resolver disputas menores, pero la relación en general era poco problemática. Si bien el número de ingleses presentes era pequeño, estos tuvieron un impacto significativo en algunas de las costumbres de la clase alta colombiana. Aunque, en realidad, no fueron solo los ingleses.
A este respecto recomiendo mucho el libro El nacionalismo cosmopolita, del historiador Frédéric Martínez. Allí insiste, y con razón, en que lo que pasa en Colombia es que las personas son muy eclécticas y escogen sus influencias extranjeras (inglesa, francesa, etcétera) según el gusto que se van formando. Y de alguna manera, a partir de toda esa mezcla y ese eclecticismo van componiendo la nueva cultura criolla colombiana de las clases acomodadas.
Todo esto se nota en la sastrería inglesa y en el atuendo bogotano. En la capital los hombres se vestían como ingleses. Confieso que me decepcionó mucho ver aspectos de la moda inglesa cuando llegué al país. Recuerdo la primera mañana, a finales de 1963, en que salí de mi hotel para mirar la ciudad de Bogotá, caminé por el barrio Teusaquillo y los barrios de las casas inglesas y pensé: “Caramba, ¿para qué he venido a este país con tantas casas parecidas a las del norte de Oxford?”. Pero supongo que esas son influencias que pueden resultar de interés.
Por ejemplo, a pesar de que no soy muy cercano a los temas deportivos (y francamente odio el fútbol), es claro que los ingleses fueron artífices de muchos deportes. El fútbol es de origen inglés. El polo, en su forma moderna, es una creación inglesa. El polo que se juega en Colombia, y que empezó a popularizarse en tiempos de la guerra de los Mil Días, es un fruto de la influencia inglesa.
Claro que nunca pudimos establecer el cricket, porque no había suficientes ingleses para formar los dos equipos necesarios para un match: se necesitan 22 jugadores, 11 a cada lado. Una vez jugué cricket para Bogotá, pero tuvimos que reclutar a varios colombianos y enseñarles a jugar de la noche a la mañana. Esa es otra evidencia de la poca cantidad de ingleses disponibles en este país.
***
Colombia, en muchos aspectos de su sociedad y de su política, me parece que es la más inglesa de todas las repúblicas de América Latina. Eso se notó en la reciente visita de Estado del expresidente Santos. Él, a quien ya mencioné de paso, es un político de estilo inglés. Y con razón, pues vivió muchos años en Londres, y además habla un inglés perfecto. Maneja a los ingleses con el dedito pequeño… ¡Lástima que no está en el servicio diplomático inglés!
Pero más allá de ese asunto, que tal vez pueda resultar superficial (o no), la similitud de la sociedad colombiana con la inglesa es la ausencia de grandes gobiernos autoritarios en su historia. Por supuesto, las diferencias son muchísimas, pero en este momento me interesa hablar de los puntos de encuentro. También encontramos en ambas naciones la persistencia de dos partidos históricos de muy larga trayectoria (aunque hay que reconocer que eso está cambiando), aún con las diferencias notorias entre el sistema presidencialista y el parlamentario.
Colombia, en realidad, ha tenido un gobierno quasiparlamentario. También hay que reconocer que ambas sociedades son profundamente clasistas. Cuando llegué al país, una cosa que sentí (y que no es difícil de identificar para un inglés) fue la naturaleza tan estratificada de la sociedad colombiana. Además, ambas sociedades han carecido de revolución social.
La última revolución inglesa se llevó a cabo en el siglo XVII… así que es posible afirmar que ambos son países reformistas, gradualistas, y ese reformismo en Colombia me parece que no ha sido estudiado suficientemente, pero es muy fuerte. Y ahora que los ingleses estamos fuera de la Unión Europea, sospecho que la mayoría de los colombianos piensan que nuestra salida ha sido un error.
Estoy de acuerdo con ellos, pero no comparto la noción que todas las uniones son buenas, y la más unida, la mejor. Lo que me gustó a mí fue la unión económica y la facilidad de viajar, no estuve en favor de ampliar los poderes de Bruselas hasta tener un verdadero gobierno europeo. No hubo, ni existe, la más remota posibilidad que eso fuese a ser democrático. Tampoco me parece que eso convenga tanto a los colombianos. Mejor para ellos, una Europa de naciones. Y termino con otra duda. Mi escepticismo se extiende a la retórica de la integración latinoamericana. ¿Posible? Claro que no. ¿Deseable? Yo lo dudo. Espero que los colombianos valoren su singularidad, de manera lúcida y sobria, sin imitar la reciente intoxicación inglesa.