“Pero los dioses, compadeciéndose del género humano nacido para el trabajo, han establecido para los hombres festivales divinos periódicos para alivio de sus fatigas, y les han dado como compañeros en esas fiestas a las Musas y a Apolo, que las preside, y a Dionisos para que, nutriéndose del trato festivo con los dioses, mantenga la rectitud y sean equitativos”.
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—Platón
El bienestar se suele definir como un estado de paz. El cuerpo no necesita nada, no pide nada, no anhela. La paz es silencio mental y físico. Pero para llegar allá, se requiere de un gimnasio para el alma fatigada. El camino hacia el bienestar se asemeja más a una rutina de entrenamiento que a un proceso de desprendimiento, y eso se deriva de la necesidad de optimizar cada área de la vida: dormir ocho horas, tomar kéfir, tener una dieta basada en proteína, hacer ayuno intermitente, salir a correr, meditar, hacer yoga, tomar una siesta antes de comenzar a trabajar de nuevo, repetir el proceso. Si la paz y el bienestar es desconexión, parece contradictoria la manera en que pretendemos alcanzarlo.
El hombre actual está tan obsesionado con el automejoramiento constante, que ha hecho del ocio un trabajo más. La sociedad ya no se controla, como en el siglo XX, a través de la disciplina y la reclusión dentro de un panóptico, sino haciéndola rendir. De la voz autoritaria que gritaba “¡no debes!”, pasamos a la voz que nos exhorta: “lo puedes todo”. El vigilante ya no está en la cima del edificio mirando desde una claraboya, está dentro de cada persona, alentándolo.
El cuerpo ya no es un santuario. No importa el maratón corrido, la foto en Instagram del plato saludable, la pose de yoga perfecta. El santuario está hecho para los rezos, para los ritos, para la paz, para el silencio. En cambio, el cuerpo es una máquina insaciable. Estamos ansiosos por el descanso, hemos creado un oxímoron que existe a pesar de sí mismo. El ocio se ha convertido en un producto más del capitalismo porque, en el fondo, la sociedad moderna le tiene aversión. El ocio no es ocio, es el disfraz que se le pone a una recarga de energía, a un trabajo más, esta vez en forma de kilómetros y beats binaurales. El ocio es una forma más de esclavitud.
Al ocio lo hemos despojado de su significado original. Es σχολή en griego y schola en latín. Así pues, el nombre con que denominamos los lugares en que se lleva a cabo la educación, e incluso la educación superior, significa ocio. Escuela no quiere decir escuela, sino ocio.
La actividad intelectual es equivalente al ocio porque también es equivalente a la contemplación, aquella apertura de los ojos a un mirar receptivo de las cosas para que puedan penetrar sin esfuerzo, para que realmente las podamos aprehender.
En “El ocio y la vida intelectual”, Josef Pieper recuerda que tanto los antiguos griegos como los grandes pensadores medievales creían que había no sólo en la percepción sensible, sino también en el conocimiento espiritual del hombre, un elemento de pura contemplación receptiva, o, como dice Heráclito, de “oído atento al ser de las cosas”. Es aquel oído atento al ser de las cosas del cual la sociedad moderna nos ha despojado. Degradados a actividades utilitaristas, el trabajo es tan sólo una mera función social y el ocio una pequeña pausa para seguir produciendo. Hemos olvidado que el ocio no es propiamente pereza o entretenimiento. Tratando de escapar de lo que supuestamente es improductivo, hemos olvidado a alcanzar cierta actitud del alma, cierto estado de contemplación y serenidad. Ahora, el humano es un animal en constante frenesí.
Para Josef Piper, la esencia de la humanidad radica en su capacidad para conocer cosas más allá de la mera supervivencia. Dormir ocho horas; tomar kéfir, tener una dieta basada en proteína, hacer ayuno intermitente; salir a correr, meditar, hacer yoga, tomar una siesta antes de comenzar a trabajar de nuevo y repetir el proceso se ha convertido en algo necesario para, sencillamente, sobrevivir, para llevar la vida hacia un día más. El día en que el ocio haya retornado a su significado original, nos habremos librado de la ansiedad por descansar.